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La última vez que Diego Maradona pisó La Bombonera: una historia de odios y emoción

Viejos enconos con Riquelme, diferencias políticas con la fórmula ganadora en Boca, determinaron una flaco homenaje al Diez en lo que fue su última visita al estadio que siempre coreó su nombre. Un detrás de la escena con detalles reveladores

Siempre comía lo mismo que el plantel. Siempre. Pero esa noche, la del 6 de marzo de 2020, en vísperas del partido frente a Boca en La Bombonera, se lo notaba ansioso por un lado y angustiado por el otro. Le llegaban desde diversas partes del país y hasta del mundo, mensajes de emocionante afecto. Parecía que cuanto más se apagaban su voz y su energía, más se acentuaba el amor de su feligresía. Y cada vez recibía más cartas, videos, fotografías, camisetas para firmar, estampitas con las imágenes de vírgenes milagrosas y santos misericordiosos. Frente a tantos objetos que invadían sus espacios se destacaba el que ocupaba una estatua de yeso a la que saludaba al irse a dormir diciéndole:” Hasta mañana Maradona”. Pero esa noche había hecho una excepción pues no cenó lo mismo que sus jugadores y sus compañeros del cuerpo técnico. Para la ocasión se le había antojado como presentimiento de un gran día – el siguiente, sábado 7 de marzo- comer langostinos con puré.

Fue así que el profesor Cristian Jorgensen, un hombre bendito que Gimnasia designó para asistir a Diego -por recomendación del gerente Fabián Bracco – se fue desde la concentración de Estancia Chica hasta la casa de comidas de Dionisio – en City Bell- y regresó con el manjar que Maradona quería disfrutar. Diego se quedó en la mesa un rato largo charlando sobre el inminente partido frente a Boca con el Gallego Méndez, Adrián González y el profe Hernán Castex, integrantes de su cuerpo técnico. En ese lugar también se hallaban Digno Valiente –padrastro de Rocío Oliva-, Carlos Orlando Iáañez secretario de Diego, alias Charly, prófugo de la Justicia, pareja de una prima de Rocío- y Cristian Jorgensen, su asistente más confiable.

“Me voy a dormir muchachos, mañana va a ser un día especial para mí, vuelvo a la cancha de Boca a jugar contra Boca, ¿che? – se preguntó Diego en sorna- ¿me aguantará el bobo, no?”.

Pasó por donde estaba la estatua que le regaló un fanático, le dijo como siempre “hasta mañana Maradona” y se tiró en la cama. Encendió un habano Cohiba que le mandaban siempre desde Cuba y puso un video, uno de los tantos, enviado por un fan llamado Crone, habitante de Laprida, provincia de Buenos Aires. El admirador le contaba cosas sobre actitudes de Riquelme y Diego, que parecía dormido, le pidió a uno de sus asistentes que le grabaran la respuesta también en video. Su discurso contra Riquelme fue muy personal y sobre hechos muy privados. En cambio a otros fans, Maradona les grabó mensajes de respuesta sobre declaraciones y posturas del presidente de Boca de elevado tono y claro enfrentamiento.

Para una parte de la cúpula de Boca la presencia de Diego en La Bombonera no ameritaba ningún esfuerzo especial. Era bien conocida la rivalidad entre Riquelme y Maradona. Tanto es así que Diego nunca le perdonó haber desistido de la convocatoria de su selección para las eliminatorias del 2010 y Maradona nunca perdió oportunidad para denostar a Román, que como hijo de Boca lo superó. Desde enero, el presidente Jorge Ameal les venía diciendo a sus compañeros de Comisión Directiva que “le daremos una plaqueta y chau, nada más”. Peor aún, este tema le costó discusiones con distinguidos directivos. Mario Pergolini –por entonces vice 1°- propuso un tributo extraordinario, una gran fiesta boquense para recibir al más grande jugador del fútbol argentino, gran hincha e ídolo de Boca que siempre habló de sus colores en el mundo entero y que manifestó su amor incondicional bajo cualquier circunstancia.

La respuesta fue siempre no. Y además Ameal hizo bajar unas gigantografías que había en su despacho. Se recuerda a una en la que está Diego junto a Gatti y Brindisi -los tres embarrados después de un triunfo frente a River- y otra que muestra un rostro en primerísimo plano del indiscutible ídolo y caudillo.

Se recuerda que el último intento por reivindicar el tema de agasajar a Maradona fue el 16 de febrero de ese 2020 en la cancha de Central Córdoba de Santiago del Estero. En el entretiempo de aquel partido que Boca terminó ganando 4 a 0, un grupo de dirigentes valorados como Alberto Salvo –a cargo por entonces de RRPP- o Ezequiel Noreña – ex de área Estadio- y hasta el propio Pergolini –ex vicepresidente 1°- quisieron retomar el tema y el presidente de manera enérgica les prohibió que se volviera a hablar de cualquier agasajo especial dedicado a Maradona: “Que venga, se le dará algo, una plaquetita; que pase rápido y chau, nada de sillón imperial.. ah y ningún dirigente podrá bajar al campo a saludarlo”.

La disputa venía por los cruces verbales desde las campañas electorales. Diego apoyaba a la lista de Christian Gribaudo y a pesar de su categórico triunfo con el 51% de los votos, Ameal no dio por terminada la controversia y redujo su visión sobre el significante Maradona; en lugar de verlo como lo que es (o fue, perdón, siempre equivoco los tiempos verbales) siguió considerándolo un adversario político. Afortunadamente, faltaba el único veredicto inapelable, el de la gente. Y las tribunas al verlo vibraron; y también él…

A las 7.50 de la mañana de ese sábado 7 de marzo de 2020, Diego mandó a llamar a Cristian. Antes de que comenzara un trabajo de activación de los jugadores que enfrentarían a Boca, le pidió al asistente que le asignó Gimnasia de salir a respirar el aire puro y tirar con revolver unos tiros con balines de plástico blanco sobre el tronco de los gruesos y añosos árboles de Estancia Chica.

Después de los movimientos físicos de activación almorzó lo mismo que los jugadores y junto a su cuerpo técnico: sopa de verduras, fideos caseros con una ligera salsa de tomates y pollo al horno con diversas ensaladas. No quiso el austero postre de compotas y regresó en el carrito a su habitación para descansar un par de horas.

Tal como se lo había pedido a Cristian, el peluquero Leo estuvo listo para recortarle el cabello y emprolijarle la barba a las 16.50. La hora que le quedaba hasta la salida del micro la dedicó a preparar su estética, quería que la gente de Boca lo viera bien… Después de bañarse pidió su desodorante Dove Negro, su pasta dentífrica Glister y se fue vistiendo lentamente con la ayuda de Cristian. Fue así que se colocó la remera azul con los hombros y las mangas horizontales blancas. Derramó generosamente sobre su cuello un perfume francés que había adoptado desde que vivía en Dubai: el “A Men” de Thierry Mugler que solía obsequiarle su querido amigo Stefano Ceci, el entrañable Tano. Le traía perfumes y también cosas finas como neceseres o pequeñas carteras de Louis Vuitton. Más de una vez esas cosas o los habanos y hasta alguna joya desaparecían de la habitación de Diego. Y lo peor es que eran reemplazadas por los mismos modelos pero truchos. O sea le robaban un Vuitton legítimo y le dejaban en su lugar otro comprado en alguna esquina. Quedó demostrado que todos los que abrevaban en su intimidad no eran confiables…

Tenía casi listo para salir; solo le faltaban los aritos, el anillo de piedra azul de 30 mil euros y los relojes Hublot modelos “Big Bang Maradona” y “King Power Maradona”. Diego usaba uno en cada mano con la hora argentina y la hora cubana. Por fin acomodó su gorrita azul con visera blanca, se colocó los anteojos Prada y partieron. A esa hora –las 18.15 – La Boca era un jolgorio. El equipo debía imponerse ante Gimnasia y esperar que River no le ganase a Atlético en Tucumán (se dio y fue campeón). Pero además venía Diego y las calles se mostraban repletas de gente que no transitaba; antes bien, ocupaba veredas, cordones, balcones, ochavas, techos de autos, cajas de 4×4 y terrazas. Esperaban que pasase el micro cual carroza real portando a su rey.

Maradona venía como siempre en el último asiento del lado izquierdo en el ómnibus marca Scania de la empresa Plusmar, interno 4030 conducido por Marcelo Miranda. Era el tal Charly –actualmente prófugo de la Justicia por quien la fiscalía 8 de Morón pide su captura, acusado de robo a mano armada- quien le ponía la música. Los jugadores, el padrastro de Rocío Oliva, Charly, el bueno de Johnny, Cristian, el dirigente Daniel Giraud y el cuerpo técnico iban en la parte baja. El volumen estaba imposible y la música con la que unieron Estancia Chica con La Bombonera no fue muy variada: Los Palmeras (“Bombón asesino”, “Soy Sabalero”), Rodrigo (“La mano de Dios”), Jimena Barón ( “La cobra”) fueron los hits del camino.

En la esquina de Almirante Brown y Espora, se advierte un cambio de palabras entre oficiales de la Policía de la Ciudad con un grupo de hombres. El entredicho crece en volumen y la policía trata de persuadirlos para que el grupo circule. Eran Rafa Di Zeo y Mauro Martin los jefes de la 12 –barra brava de Boca- quienes por no poder ingresar al estadio por decisión de la Justicia –Derecho de Admisión – habían acordado con Maradona entregarle una plaqueta en la calle. Diego Santilli – por entonces Secretario de Seguridad de CABA – dio la orden de impedirlo. Fue una decisión razonable y criteriosa pues detener el micro, que bajase Diego y que estuviese allí la gente que lo esperaba, hubiese generado un gran desorden.

Fue por ello que los 7 patrulleros y las 15 motos de la policía que custodiaban al bus de Gimnasia, continuaron su marcha hasta alcanzar el portón azul de la calle Del Valle Iberlucea. Llegar hasta allí fue una odisea pues los hinchas desesperados por ver a Diego golpeaban la carrocería, las ventanillas, se veía a los padres llorando con sus chiquitos en brazos y la multitud corría al lado del bus con la vana esperanza de tocar al ídolo.

Cuando iba por el túnel de la cancha tomado de Cristian y escuchando a la multitud, le dijo: “¿Dicen que no hay gente imprescindible, ¿mirá si me muero y no puedo salir a saludarlos, a agradecerles…? “. Luego, trémulo y claudicante, tomó con su mano derecha la mano derecha de Cristian y éste le fue tomando el antebrazo izquierdo. Llegó hasta el campo de juego, vio a la multitud, escuchó el estruendo de bombas y petardos, creyó que la lluvia de color de los fuegos artificiales caerían sobre él, besó el césped, lagrimeó, Brindisi y el Mono Perotti– a quien no reconoció a primer golpe de vista- le entregaron el módico regalo de Boca- una camiseta enmmarcada con su nombre y su número y otra, aparte, con la imagen inequívoca de su festejo de gol contra Grecia – delante de un enorme telón boquense. Luego saludó dos veces a la multitud y lo distinguió a Guillermo Coppola levantando amistosamente su mano. Así fue lentamente hacia el banco y su corazón casi explota cuando vio a Dalma y a su nieto Benjamín, el hijo de Gianinna y del Kun. Por cierto también había ganado la apuesta de darle un piquito a Carlitos Tevez, quien telefónicamente lo fue desafiando desde días anteriores a que no sería capaz de tal osadía.

Al término del partido –gol de Tevez- los pasillos y las inmediaciones estuvieron peor que al ingreso. Fue imposible realizar la conferencia de prensa. Y entonces pidió irse a Bella Vista en su camioneta Hyundai manejada por Tito, uno de sus custodios, que también trabaja en el Servicio Penitenciario Federal. El ómnibus se fue y la gente siguió en la calle; celebraban el campeonato de Boca esperando el paso del ómnibus con Maradona adentro, aún cuando como todo dios les resultara invisible. Al día siguiente de este fenomenal acontecimiento Ameal echó al jefe de seguridad de Boca, el ex Comisario General Sergio Pérez por no haber impedido el ingreso de Dalma Maradona y Benjamín Agüero al campo de juego y por haber estado más cerca de Diego que del plantel boquense.

Puedo cerrar los ojos y continuar escuchando los ruidos lejanos de la multitud. Siguen estando en las calles y en las tribunas. O tal vez sigan coreando su nombre en un planeta ignorado donde descansa su eternidad.

Por Cherquis Bialo – Infobae