Después de perder con los sauditas, Scaloni hizo cinco cambios. Mensaje para el Presidente. El riesgo: la tozudez.
O estaba tan bien hecho el cierre político que no habría grandes novedades, o se corrían severos riesgos, como era de preverse. Si la previa a la votación general había faltado profesionalismo, ¿qué hacía pensar que todo iba a ir sobre ruedas en la votación en particular? Ahora todo entró en la dimensión desconocida.
Una pregunta que naturalmente les surgía a los periodistas posviernes era si la experiencia de la semana anterior le había dejado aprendizajes al Gobierno, dadas las características de su debut parlamentario. Pues evidentemente no. El oficialismo sigue trabajando sobre supuestos equivocados. Creyó que el número 144 era consolidado, cuando en realidad faltó leer con rayos X lo que había sucedido.
Los 144 se conforman básicamente con una mesa de cinco patas: LLA, PRO, UCR, Hacemos Consenso Federal (Pichetto) y Coalición Federal (de cuatro gobernadores). Si una de esas patas se rompe o se sale, la mesa se cae. De movida, era difícil imaginar que se sostuviera en la misma magnitud en cada votación en particular, porque 1) había muchas disidencias específicas, y 2) estaba pendiente resolver el trípode facultades-privatizaciones-impuesto PAIS. Los cuatro días entre ambas sesiones se debían aprovechar para terminar de cerrar todo con detalle y, si hacía falta, se podía demorar la deliberación un día más. Pero… algo falló.
El Gobierno ahora acusa de traición a algunos gobernadores –aunque se le fue la mano con meter a todos en la misma bolsa– pero surgen varios interrogantes. Por ejemplo: ¿el Gobierno pensó que la general implicaba automáticamente la particular, y por eso bajó al recinto relajado? ¿Los gobernadores “traidores” dieron un gesto de buena voluntad en la primera parte, pensando que así negociaban mejor la segunda? ¿Alguien del Gobierno prometió algo que a la hora de la verdad no se verificó?
Muchas veces hemos clarificado en esta columna una regla elemental: el traidor lo es tal, en tanto y en cuanto lo dejen serlo. Es decir, si el aspirante a traidor la puede pasar mal luego, evita la inconducta. Pero si llega a la conclusión de que es mejor negocio ser pérfido, lo hará. Por lo tanto, el que tiene más músculo –el Gobierno– debió asegurarse que los infieles probables sacarán las cuentas correctas al llegar al recinto. Obviamente eso no pasó.
En política hasta el más pintado puede hacer cálculos equivocados. Los gobernadores sospechados de alta traición podrían haberse equivocado. De hecho, ahora se quedaron sin subsidios para el transporte público (aunque de vuelta pagan justos por pecadores, otro error mileísta). Pero ¿nadie les advirtió “muchachos, si no votan esto de mínima, los dejó de a pie”? ¡Bienvenidos a “Castalandia”! Algún memorioso le debería recomendar al Presidente que reconsidere su opinión sobre los métodos de Néstor…
Un viejo refrán dice “hasta el más santo tiene su espanto”. Algo de esto les debe haber pasado a algunos “opositores colaboracionistas” (no es un adjetivo feliz, pero se ha impuesto en las crónicas periodísticas, pedimos disculpas hasta en tanto y en cuanto encontremos otro más adecuado), empezando por el diputado de la semana, por segunda vez consecutiva. Se trata de Miguel Ángel Pichetto, que la vez pasada usó un epíteto para los que aplaudían. Esta vuelta inscribió una frase bilardista: “No hay que perder, hay que ganar”, prólogo de la vuelta a comisión de la ex ley ómnibus.
Lo dijimos la semana pasada: el problema de una negociación mal planteada era que delataba “donde renguea el perro”. El viernes 2, con la aprobación en general, todos los socios se enteraron y actuaron en consecuencia para sacarle más cosas al Gobierno, que no quiso dar. Los resultados están a la vista. La victoria en el primer cuarto –porque este es un partido de básquet, no de fútbol, con mucha idas y venidas– se desfiguró en el segundo cuarto.
Ahora el Gobierno, enojado, se está vengando ¡y hace bien! Pero ¿qué era mejor negocio? ¿Sacar la ley o vengarse después? Porque ahora no tiene ley, y va a tardar mucho en tenerla, si es que alguna vez la tiene (no me quiero imaginar lo que va a ser la sesión del 1° de marzo). Sin embargo, la pregunta más importante es ¿el león y su séquito realmente creen que agitando el clivaje “la casta vs. la gente” mejoran su posición política? Analicemos esto con más detalle, porque puede ser una clave de todo.
Existe un error frecuente en los análisis que es pensar que las características de la oferta política se corresponden automáticamente con la demanda. En el caso de Milei sería: si él propuso dolarización, sus votantes apoyaron eso, porque, si no ¿por qué lo iban a votar? Pero es un poco más complejo. La principal motivación de sus sufragantes es que diera una pelea sin cuartel contra la inflación, con dolarización o sin ella, con casta o sin casta: la metodología es lo de menos. El tema es que los mismos nunca hablaron mucho de “la casta” en los focus, y mucho menos el resto del electorado. Ergo, hacer tanto hincapié sobre ese eje, poniéndose en víctima, a priori, no parece muy rentable. Porque lo importante son los resultados y para eso hace falta construir poder. El oficialismo puede ganar alguna batalla con ese argumento, pero a la larga puede perder la guerra.
¿Hasta dónde hará tronar el escarmiento? ¿Echará a funcionarios infieles? Es un gobierno curioso, donde un ministro echado sigue en funciones por razones burocráticas hace dos semanas. Donde el asesor estrella en comunicación ahora también es operador, aunque en plena campaña se declaró en una reunión interna como ignorante de la temática política. Mientras el Presidente hace de aprendiz de brujo en X, hay alguien que está calentando en el banco para salvar a la Patria (recuerden que en Cumelén hay un emir).
Tras la dolorosa derrota ante Arabia Saudita en el Mundial, Scaloni hizo cinco cambios y empezó a dar vuelta la historia. Esto recién empieza. El riesgo es la tozudez. Miley por ahora es Sinley.
Por Carlos Fara