Luego de varios problemas de salud, en estos días interpreta a un ex agente de la CIA en “The Old Man”, serie de Star+ que, señala, “fue agotadora de hacer, pero muy divertida”.
“Bueno, como casting estuvo bastante bien”, pensó Jeff Bridges cuando se le ofreció el protagónico de una serie dramática llamada The Old Man, “El viejo”. “Ciertamente califico.” Pero el actor de 72 años que se lució en El gran Lebowski y Los Fabulosos Baker Boys tuvo un duro desopertar cuando quedó clara la trama. “Man, creo que en toda mi carrera no tuve tantas peleas como en esto”, dice, con ese característico tono arrastrado de hippie californiano. “Fue agotador, pero muy divertido.”
De hecho, la serie de Star+ sobre un ex agente de la CIA que aparece en una lista de asesinatos se convierte en un cruce casi de ballet con huesos quebrados, entre Homeland, John Wick y el drama sobre la demencia The Father. En la vida real, Bridges no ha tenido una pelea “desde la primaria”, aunque su hermano Beau le enseñó a boxear: “Eso terminó el día en que lo noqueé en nuestro garage.”
Pero para Bridges y su personaje la serie estaba por convertirse en una batalla por la supervivencia. “La gran escena de pelea en el primer episodio… durante eso tenía un tumor de doce pulgadas en mi cuerpo, una masa en mi estómago que estaba siendo golpeada y yo ni siquiera estaba al tanto”, dice. “Y es asombroso cuando pienso en eso. Es algo destacable.”
No fue hasta que la producción tuvo que tomar una pausa forzada por el covid que Bridges se dio cuenta de que algo andaba realmente mal. “Me hicieron un scaneo: sentí como un hueso en el estómago donde se supone que no debe haber huesos, y pensé que era mejor hacerse un chequeo.” Así fue como descubrió que tenía un linfoma no-Hodgkin. Rápidamente se sometió a quimioterapia para achicar el gran tumor. “Tenían un cóctel que funcionó, y funcionó rápido. Esa cosa implosionó”, le dijo a un periodista. Pero justo cuando su pronóstico mejoraba, en enero de 2021, con su sistema inmune debilitado, se pescó covid en una guardia de hospital. Dice que casi lo mató: esas cinco semanas en terapia intensiva “hicieron que el cáncer se viera como una minucia. Me pateó el culo.”
¿Estaba asustado? “Dios, me trajo muchas emociones y sentimientos diferentes”, dice. “El miedo no era lo más fuerte. En su mayor parte se trató de ceñirme al programa, aquí estoy, estoy enfermo, sé que no quiero morir, porque una de las cosas sobre las que la enfermedad llamó mi atención es cuánto amo estar vivo…” Se detiene. “¿Cuál era tu pregunta? Ah sí, no era tanto miedo, más bien estaba enojado. La cosa es que estaba en la cama, y tenía esta cosa en la nariz, y oxígeno, y si quería darme vuelta tenía que llamar a la enfermera. Y ella decía ‘Vamos a dar vuelta el oxígeno, ¿OK? ¿Estás listo para darte vuelta? Vamos”, dice y hace una demostración teatral. “La situación de no ser capaz de respirar es bizarra. Solo darme vuelta en la cama era un proceso de 15 minutos. Un dolor de culo.”
Bridges habla de forma expansiva, en tonos suaves, con oraciones puntuadas por paroxismos de risas agudas. En comunicación desde Santa Barbara, es una pintura de dichosa bonhomía, con un gran fondo de anécdotas y una tendencia a poner sus puños juntos o entrelazar las manos en la nuca por largo tiempo. Sentado en una reposera de cuero, usa anteojos y una remera negra muy grande; su pelo gris está peinado hacia atrás. Tiene una gran barba.
Mueve la cámara y me muestra su garage. Hay alfombras. Cerámicas. Pinturas del mismo Bridges. Fotos enmarcadas de su familia. En la esquina, un equipo de música. “Convertí el garage en mi pequeña cueva”, dice con orgullo. “Aquí es donde pasé mi recuperación cuando estaba enfermo. Fue el lugar más fácil para poner una cama y engancharme con el oxígeno que necesitaba. Me acostumbré a estar acá, así que es donde paso el tiempo.”
Esa severa combinación de covid y cáncer, dice Bridges, “exacerbó todos estos sentimientos de amor por mi maravillosa familia”: su esposa Sue, sus tres hijas adultas y algunos nietos. Se puso firme en que podría caminar por el corredor con su hija más joven, Hayley. “La primera meta fue cuánto tiempo podía estar parado”, dice, “y mi record fue de 45 segundos, eso era lo máximo. Después fue cuántos pasos podía dar. Bien. Ahora voy a caminar por el hall -todo esto con oxígeno, por supuesto.” Trabajó con un entrenador; cada día caminaba un poco más. “Finalmente, un día dije ‘Quizá pueda hacerlo’. Y sucedió que no solo pude caminar con ella por el pasillo, sino que pude bailar en su casamiento (con “Ain’t That Love” de Ray Charles). Fue maravilloso.”
En algunos aspectos, su coqueteo con la muerte fue “un regalo”. “Aprendí cosas en ese tiempo que de otro modo no hubiera aprendido”, explica. ¿Como qué? “Oh, bueno, entender, man. Entender todo lo que me estaba sucediendo. Eso era lo específico: cavar en cada cosa. Y por cavar quiero decir meterte dentro tuyo, sabés, meterse en lo que está sucediendo de una manera muy rica, tan profundo como puedas.”
Entender, cavar, “to dig”: no es de extrañar que los hermanos Coen hayan escrito el personaje de The Dude en El gran Lebowski con él en mente. Llamado “el más Zen de todos los actores” por su amigo músico T-Bone Burnett -el actor está muy metido en el budismo y la meditación- Bridges está pegado de manera indeleble a este tambaleante hippie amante del White Russian que se mueve en el clásico de culto dirigido por los Coen en 1998 con una bata, decidiendo sobre la marcha. Bridges dice que la frase más citada de la película es “Sí, bueno, sabés, eso es como… tu opinión, man”, pero su frase preferida es “A vecés te comés al oso y a veces el oso te come a vos”. Se han dedicado hilos enteros de internet a desentrañar el significado de la frase, lanzada por Sam Elliot de un modo que pronuncia “bear” (oso) como “bar”; no es difícil imaginar a The Dude jugando con ella en las madrugadas. Han habido tantos personajes, de todas formas, que gradualmente se fue transformando de ese cachorrito de ojos arrugados de la casa de al lado en un veterano de mil batallas, con su rostro convertido en un lienzo donde se dibuja una sabiduría desgastada y una brusca intensidad.
Bridges comenzó a aparecer temprano en pantalla. Nacido a la vista del cartel de Hollywood, hijo del actor Lloyd Bridges y la actriz Dorothy Dean, debutó siendo un bebé en el melodrama de 1951 Prisionera de su pasado, junto a su mamá y su hermano mayor Beau (el hijo del medio, Garrett, sufrió un síndrome de muerte súbita poco antes de que naciera Jeff). Su padre, estrella de películas clase B y actor de reparto en las clase A, fue durante un tiempo miembro del Partido Comunista y estuvo tres años en la lista negra de Hollywood impuesta por Joe McCarthy. Pero se las arregló para reconstruir su carrera con dos exitosos shows televisivos, Caza Submarina y The Lloyd Bridges Show, en los cuales el joven Jeff tuvo algunas apariciones. “Mi papá realmente alentó a todos sus hijos a actuar”, dice Bridges. “Pero cuando veo mis performances a los ocho años en Caza Submarina me dan vergüenza. Mis extraños años adolescentes también. Fue un período muy raro. No estoy muy enamorado de mí mismo a esa edad, con lo que es un poco embarazoso.”
Tras completar el servicio militar en la Guardia Costera, Bridges se mudó a New York para estudiar actuación antes de tener su gran irrupción en el cine a los 21 años, como un atleta de un pueblito de Texas suspirando por la rompecorazones Cybill Shepherd en La última película, de Peter Bogdanovich. El personaje le dio a Bridges la primera de sus siete nominaciones al Oscar, y fijaría el molde de los personajes que habitaría en la década siguiente: el tipo común notable por su inocencia y decencia, pero también un poco dañado y librado a su suerte.
Bridges volvió a trabajar con Bogdanovich para la secuela de La última película, Texasville (1990), y el dúo mantuvo una amistad cercana hasta la muerte del guionista y director, en enero de este año. “Tuvimos una gran relación. Era un cineasta maestro”. Hace un largo silencio antes de intercambiar los roles. “¿Viste muchas de sus películas?”, pregunta. Le digo que sí, temiendo que vaya a preguntar por una que no. Y sí. “¿Cómo se llamaba esa con Ryan O’Neal? Mi memoria… No sé si es la edad o el covid…”
“¿Es Qué pasa, doctor?”, pregunto.
“No, no. Qué pasa, doctor? no es nada. Bueno, hay algo bueno ahí. Pero no, es esa con la hija de Ryan O’Neal. Ella ganó un Oscar… Luna de papel, esa. La amo. Una obra maestra.”
Entre La última película y Texasville, Bridges terminó trabajando con incondicionales de Hollywood como John Huston (en el drama de boxeo Fat City, ciudad dorada, de 1972) y Clint Eastwood (en el policial Especialistas en el crimen, de Michael Cimino, candidata al Oscar de 1974). Bridges recuerda lo significativa que fue la experiencia de trabajar “con estos viejos profesionales”. “Pude trabajar dos veces con Huston, y cada vez fue una experiencia bien diferente. Pero Clint era… de esos héroes que tenés y no se ponen a sí mismos en ningún pedestal, te hacen saber que son un ser humano que lucha como vos.”
De manera sorprendente, aunque a comienzos de los setenta Bridges ya había sido nominado a un Oscar, aún no se había decidido a comprometerse a una carrera de actuación. “Como dije, fue mi padre el que me alentó”, explica. “¿Pero quién quiere hacer lo que quieren los padres?”. Entonces llegó la oportunidad de interpretar a un joven alcohólico en la adaptación de cuatro horas que hizo John Frankenheimer de la obra de Eugene O’Neill The Iceman Cometh, con Robert Ryan y Lee Marvin. “Eran unos talentos masivos. Y lo rechacé por un tiempo antes de decir ‘Bueno, voy a hacer esto como un experimento. Puede ser el clavo final en el ataúd de mi actuación… si me enciende o me apaga, será un buen test.’ Y resultó que fue una experiencia inusual de muchas maneras. Fueron ocho semanas de colgarme con estos maestros, sabés. Y vi cuán ansiosos estaban, cuán desesperadamente querían hacerlo bien. Y el material era tan importante, y cómo lucharon con eso. Hablábamos del miedo. Me da más miedo hacer películas que estar en el hospital.”
Hollywood puede haber cambiado mucho desde los ’70, señalo. “Dios, bueno, entonces todo era bastante simple: leías el guión, hacías la película, la gente iba a las salas”, dice. “Pero ahora, con la web 3.0 y blockchain y crypto y… Dios, hay demasiado contenido.” De pronto se enciende, entusiasmado, y pregunta si estoy al tanto de PEN15, la insoportablemente divertida comedia escolar en la que un par de treintañeras amigas interpretan versiones de sí mismas en la adolescencia. “¿No es buenísima? Esas chicas. Quedé muy impresionado con la actuación.”
Retoma su pensamiento original. “No se trata de cómo se hacen las películas sino de cómo son recibidas. Ahora están en tu TV”. Hace una pausa. “Espero que la idea de las salas de cine no se evapore por completo, porque hay algo de estar en esa sala oscura con un montón de extraños atravesando juntos la experiencia que extraño mucho.”
No sorprende que se sienta así. Basta recordarlo en El hombre de las estrellas, la amable película de ciencia ficción dirigida en 1984 por John Carpenter; o la elegíaca versión de los Coen de Temple de acero (2010), un western suntuosamente filmado; o la lacrimógena pero llena de alma Loco corazón (2009), por la que un contenido Bridges , en el personaje de un gastado cantante country, ganó su único premio de la Academia hasta la fecha. No ver esas películas en la pantalla grande fue alguna vez considerado un sacrilegio. Por supuesto, también interpretó al villano de Iron Man (2008), la temprana y explosiva entrada del Universo Cinematográfico Marvel, llena de efectos especiales. Bridges está “sorprendido” de cuán exitosas fueron las películas de Marvel. “Estoy bastante blindado a eso”, agrega, “pero creo que la nuestra es la mejor”. ¿Coincide con Martin Scorsese, que le dijo en 2019 a la revista Empire que la franquicia de superhéroes “no es cine”? “Creo que hay espacio para ambas cosas”, dice, conciso.
Como sucede en toda la charla, todo deriva de nuevo a la familia. Bridges conoció a Sue en 1974, cuando estaba filmando Rancho Deluxe en Montana; ella trabajaba en el rancho donde se realizaba la película. Llevan 45 años casados. Bridges una vez describió el secreto de su largo matrimonio como “no habernos divorciado”. Menciono que eso es en lo que la mayoría de las parejas de Hollywood suele fallar, y se ríe. Lo sabe. “Se vuelve mejor y mejor, más intenso y hermoso. Es salvaje. Aún estoy aquí con mi novia.” Bridges pone de nuevo los puños juntos y deja salir ese bufido característico: “Wow, es asombroso.”
Por Patrick Smith-Página/12