Doctor en Ciencias Económicas por la UBA, magíster en Economía Financiera por la Universidad de Londres y en Economía y Programa de Políticas Públicas por la Universidad Torcuato Di Tella, el especialista en estudios sobre dolarización y tipos de cambio analizó las transformaciones que la divisa estadounidense produjo en los comportamientos económicos y sociales de los argentinos.
Doctor en Ciencias Económicas por la Universidad de Buenos Aires (UBA), magíster en Economía Financiera por la Universidad de Londres, en Economía y Programa de Políticas Públicas por la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT), en Economía por la Universidad Belgrano (UB) y Contador Público Nacional por la Universidad Nacional del Litoral (UNL), Juan Massot es especialista en estudios sobre dolarización y tipos de cambio y esta semana participó de la Agenda Académica de Perfil Educación. “El argentino nunca dejó de dolarizar sus ahorros. Aún durante la Convertibilidad, por ejemplo, en un contexto de muy baja inflación por casi diez años, siguió dolarizando un alto porcentaje de sus ahorros. Esto es producto de un cambio en el mapa cognitivo de los argentinos. Nos cambió la cabeza y nuestra mente. La gente utiliza las transacciones cotidianas el peso y, en la medida que hay estabilidad, amplía la cantidad de operaciones que hace en pesos, ahorra en pesos, incluso hasta llega a comprar títulos públicos en pesos, pero para las decisiones que implican el largo plazo utiliza el dólar. El dólar es como el bunker que tenemos contra nuestra guerra atómica, que es la inflación”, sostuvo.
Director del Instituto de Investigación de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad del Salvador (USAL) y docente de Economía Internacional Real y Monetaria en USAL, de Macroeconomía y Economía Monetaria Internacional en la Escuela de Posgrado de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, de Economía Aplicada en la Escuela de Guerra Naval, de Análisis Económico de los Derechos de Propiedad Intelectual en la Universidad Austral (UA) y de Economía Social en la Universidad de Palermo (UP), Massot es autor de una gran producción académica con ensayos como La administración de carteras de activos financieros frente al riesgo sistemático. El caso de la dolarización y la fuga de capitales en Argentina entre 1970 y 2015; La política cambiaria argentina entre 2016 y 2019. Situación y alternativas desde una perspectiva de Economía Política; Una hipótesis sobre el sesgo a la dolarización de activos desde el enfoque de las finanzas conductuales y Una aproximación a los conceptos de riesgo macroeconómico y de vulnerabilidad desde el enfoque de la “sociedad del riesgo global”. “Hay países donde rige la plena dolarización, como Ecuador o El Salvador, pero también casos como el paraguayo o el uruguayo, donde el dólar convive con la moneda nacional aún para algunas operaciones menores, no porque haya un sesgo hacia la dolarización, sino porque es una moneda más con que funciona en la economía. También está el caso de Rusia, que dejando de lado todo este período de guerra, ha tenido la particularidad de ser uno de los grandes tenedores per cápita de dólares. Al respecto, vale señalar que los tres países con mayor tenencia de dólares por habitante son Estados Unidos, Rusia y Argentina. Lógicamente, en Estados Unidos el dólar su moneda, pero en los otros la inestabilidad y sus experiencias de crisis hicieron que el dólar se convierta en un refugio”, agregó.
—En La administración de carteras de activos financieros frente al riesgo sistemático. El caso de la dolarización y la fuga de capitales en Argentina entre 1970 y 2015 usted analiza la decisión de dolarización de activos de los agentes en la Argentina a partir de un modelo de cartera en condiciones de ambigüedad. ¿Qué experiencia se puede tomar de ese proceso en relación con las propuestas de dolarizar la economía que hoy se discuten en la campaña presidencial?
—Hay que tomar en cuenta que ya hubo una discusión sobre la dolarización en la Argentina a fines de la Convertibilidad. Una discusión muy interesante y rica, pero que se truncó, tanto por razones políticas como por la evolución de los acontecimientos. Fue una discusión que tuvo su repercusión en otros países América Latina, porque no era solamente una cuestión local, sino de todo el continente debido a la inestabilidad que había en muchos países de la región. De ella surgieron dolarizaciones como la de Ecuador o la de El Salvador. Aquella fue la primera discusión que tuvimos en el país y de la que surgieron diversas líneas de investigación y también algunas lecciones. La primera es que ha sido producto de un proceso de acumulación de experiencia de los agentes económicos, derivadas de las crisis del país, es decir, que no ha sido la mera decisión de un gobierno de impulsar un dolarización plena y de iure, sino que ha sido una dolarización parcial y de facto. La segunda es que es consecuencia de los errores de política económica y de cómo estos se incorporaron en la mente de los agentes económicos modificando su conducta. Ha sido algo nacido desde los agentes, no desde el Estado porque no fue una propuesta del sector público a las familias y a las empresas, sino una reacción de estos últimos a los efectos de los desaciertos de los gobiernos. Al respecto, hay candidatos o fuerzas políticas que proponen dolarizar como una suerte de segunda vuelta, esto es una reacción del Estado a la de los agentes a sus propios errores del pasado. Es un juego, en definitiva, que se desenvuelve en el tiempo como una secuencia de etapas. Un elemento que quizás no se ha tomado en cuenta, o que quizás sea un tema que merece ser más destacado, es que los argentinos nunca terminaron de dolarizarse. Nunca dolarizaron completamente sus carteras ni sus transacciones. Esto podría vincularse con el marco regulatorio, por ejemplo, porque el Estado no permitió la plena dolarización de los agentes, pero también es posible que haya aspectos psicológicos y sociales asociados, fundamentalmente, a las expectativas que generala aplicación de un plan de estabilización. Entonces dos factores habrían contribuido a que la dolarización no haya sido completa: por un lado, el regulatorio de parte del mismo Estado que mantiene la moneda nacional; por otro, las expectativas en ese marco de la aplicación en algún momento de un plan de estabilización que se percibe como relativamente exitoso. De esto se deriva que, si esos dos elementos no están presentes, los agentes pueden intentar dolarizar el residual de pesos que tienen si el país transita por un contexto de hiperinflación o de una crisis más profunda que la actual. Hay otro elemento adicional que no siempre se toma en cuenta, y es que no es lo mismo la formación financiera y cómo pensamos la dinámica económica y financiera desde las grandes ciudades, en particular desde Buenos Aires, de lo que se piensa en el resto del país. Hoy en Argentina todavía se hacen transacciones importantes en pesos, incluso sobre inmuebles, cuestión que desde ciertos ámbitos no se contempla. No es verdad que la economía funciona en dólares en todas las operaciones inmobiliarias, como tampoco en autos o maquinarias. Sin embargo, se hacen estas afirmaciones desde la Plaza de Mayo y sus alrededores que son totalmente incongruentes con la realidad del resto del país. Esto lleva implícito un punto crítico para la política económica: no se puede improvisar en un proceso de dolarización realizado desde el Estado. Para que ocurra un proceso de esa naturaleza tiene que estar muy bien diseñado e implementado porque, entre otras cosas, debe llegar a la última persona en Chaco o en Santa Cruz o en el medio de la Puna. El debate actual sobre la dolarización tiene una profundidad y una aceleración propia de las grandes ciudades y de las personas altamente informadas. Esto contrasta con lo que ocurre en el interior profundo. Aunque la gente más sencilla sepa del dólar y hasta ahorre en dólares, la mayoría sigue funcionando en pesos a pesar de la inflación, quizás porque le resulta más fácil utilizar otros mecanismos para protegerse, por ejemplo, el comerciante que almacena mercadería, el chacarero los granoso aquel que cambia el auto más seguido. La distorsión a la que hago referencia se asocia a lo que se llama “proximity bias”, es decir, el sesgo a la proximidad al centro donde se toman las decisiones económicas del país o la región en el que los agentes están mucho más preparados e informados y pueden tomar sus decisiones con un clivaje diferente al resto.
—En ese mismo trabajo, que fue una investigación para su tesis doctoral, usted sostiene que el bimonetarismo persiste más allá de las regulaciones y las restricciones que se apliquen para evitar la dolarización. ¿Qué representa para la economía argentina esta suerte de dolarización de hecho que se mantiene desde hace décadas en nuestro país?
—Ahí aparece otra característica de nuestra dolarización, y es que el argentino nunca dejó de dolarizar sus ahorros. Aún durante la Convertibilidad, por ejemplo, en un contexto de muy baja inflación por casi diez años, siguió dolarizando un alto porcentaje de sus ahorros. Esto es producto de un cambio en el mapa cognitivo de los argentinos. Nos cambió la cabeza y nuestra mente. La gente utiliza las transacciones cotidianas el peso y, en la medida que hay estabilidad, amplía la cantidad de operaciones que hace en pesos, ahorra en pesos, incluso hasta llega a comprar títulos públicos en pesos, pero para las decisiones que implican el largo plazo utiliza el dólar. El dólar es como el bunker que tenemos contra nuestra guerra atómica, que es la inflación. Ante las crisis, los argentinos nos protegemos de las turbulencias y las crisis en el dólar o los inmuebles; verdes o ladrillos y tierra son los activos de refugio de la Argentina como si no existiera ningún otro, ni siquiera activos financieros en dólares. Sobre estos últimos, incluso los inversores que participan en el mercado financiero piden cada vez más protección, como la jurisdicción Nueva York, para evitar el manotazo coercitivo del Estado. Desde este punto de vista podemos decir que el argentino está preparado para una dolarización y, por eso no está mal vista, incluso, por las personas de bajos recursos o que están alejadas de los centros de toma de decisiones. Los argentinos saben por generaciones previas que el dólar es una moneda mucho más sólida que la nacional y que le da tranquilidad sobre sus ahorros. La dolarización en Argentina no ha sido producto de una decisión estrictamente lógico-matemática, sino que ha tenido muchos elementos emocionales. Es una combinación de lo racional y lo emocional. Puede pensarse entonces como un proceso de narrativas que se alimenta de la experiencia personal y por las de su entorno, producto de cada crisis económica que ha erosionado el poder adquisitivo de los pesos o confiscado sus ahorros. Una reacción de este tipo es el temor que tienen los alemanes a la inflación y que hoy se sigue reflejando en la política monetaria del Banco Central Europeo. No es sino una extensión en el tiempo del impacto que tuvo la hiperinflación en aquel país muchas décadas atrás y que todavía afecta las decisiones de los agentes. Es un temor que no tienen en otros países, incluyendo los Estados Unidos, a tal punto que el único objetivo que tiene ese Banco Central es contener la inflación. El contraste con este caso es que en Argentina no pudimos construir instituciones que puedan preservar el valor del peso, sino que recurrimos directamente al dólar. Finalmente, hay que tener en cuenta lo siguiente. La dolarización aislada no resuelve los problemas económicos de la Argentina, como no lo ha resuelto en otros países. Un régimen monetario y cambiario no es suficiente. Si no se resuelve el problema fiscal y la productividad no crece persistentemente, el sistema monetario por sí solo no va a traer un mayor bienestar.
—En Una hipótesis sobre el sesgo a la dolarización de activos desde el enfoque de las finanzas conductuales usted concluye que se concibe a los argentinos como agentes que psicológicamente construidos, son sesgados hacia los activos dolarizados en detrimento de los denominados en moneda nacional. ¿Hay algún otro antecedente en el mundo de un país que tenga tan presente al dólar en su economía como lo tiene Argentina?
—Hay países donde rige la plena dolarización, como Ecuador o El Salvador, pero también casos como el paraguayo o el uruguayo, donde el dólar convive con la moneda nacional aún para algunas operaciones menores, no porque haya un sesgo hacia la dolarización, sino porque es una moneda más con que funciona en la economía. También está el caso de Rusia, que dejando de lado todo este período de guerra, ha tenido la particularidad de ser uno de los grandes tenedores per cápita de dólares. Al respecto, vale señalar que los tres países con mayor tenencia de dólares por habitante son Estados Unidos, Rusia y Argentina. Lógicamente, en Estados Unidos el dólar su moneda, pero en los otros la inestabilidad y sus experiencias de crisis hicieron que el dólar se convierta en un refugio. Vale señalar que hay países donde el refugio no es sólo o preponderantemente el dólar, sino que se utiliza también el euro, el franco suizo o el yen japonés. América, en general, es zona dólar, pero hay otras regiones que son zona euro, como algunos países de África, así como países asiáticos o del medio oriente en que un activo de refugio es el oro.
—En La política cambiaria argentina entre 2016 y 2019. Situación y alternativas desde una perspectiva de Economía Política usted analiza el impacto que tiene la volatilidad cambiaria en medio de un escenario de elecciones de Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) en 2015 y 2019. ¿Cuál es la lectura que puede hacer ahora en estas PASO que se realizan en un marco todavía mucho más volátil que las que estudió en ese artículo?
—El próximo gobierno tendrá dificultad para aplicar un régimen que tenga algún parecido al del período 2016-2019, que consistía, estilizadamente, en un régimen de tipo de cambio flotante, sin restricciones cambiarias, y con metas de inflación y uso de la tasa de interés de referencia como instrumento de política monetaria. Esto se origina en que a la crisis actual es mayor a la del 2015 y se acumularon problemas que aumentaron la sensibilidad de los agentes restando libertad de elección de objetivos e instrumentos. Al respecto, vale hacer la siguiente referencia. Hay una vieja discusión que tiene que ver con la decisión de adoptar el tipo de cambio flotante o uno fijo y que se remonta al período entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial y, en particular, a la experiencia del franco francés. En cierta forma, somos herederos de una discusión que ya lleva cien años. La cuestión radicaba en el sentido de causalidad entre la estabilidad cambiaria y la económica. Esta experiencia dio lugar a una serie de estudios de economistas franceses de la época, y al informe de un gran economista estonio, Ragnar Nurkse, que escribió en 1944 un documento para la Liga de Naciones en el que recomendaba volver al régimen de tipo de cambio fijo para estabilizar monetaria y económicamente al mundo. Más tarde Milton Friedman va a concluir que la causalidad es inversa, que la estabilidad cambiaria es una consecuencia de la estabilidad macroeconómica, entonces, si no hay estabilidad macroeconómica consolidada, adoptar un régimen de tipo de cambio flotante puede agregar inestabilidad. En ese marco, se puede decir que, dado que el argentino no está en condiciones psicológicas ni económicas de soportar mucha fluctuación y una sólida estabilidad macroeconómica no es simple de lograr, experimentos de flotación terminarían en una flotación muy administrada, restricciones cambiarias o en una crisis. La conclusión, tanto desde la economía positiva como de la economía política, es que un régimen de tipo de cambio fijo quizás sea más eficiente a corto y mediano plazo que un tipo de cambio flotante, esto es, hasta que se den todas las condiciones para aplicar una flotación con metas de inflación, porque el argentino no está en condiciones de soportar mucha volatilidad la que, a su vez, engendra expectativas económicas negativas. Eso es mucho más peligroso en un escenario electoral o de profunda crisis como el que vivimos ahora, en el que prevalecen escenarios sombríos sobre el futuro económico del país que sólo podrían revertirse, paulatinamente, si el gobierno acierta en sus decisiones.
—Esta sección se llama Agenda Académica porque pretende brindarle espacio en los medios masivos de comunicación a investigadores y docentes universitarios para que difundan sus trabajos. La última pregunta tiene que ver, precisamente, con el objeto de estudio: ¿por qué decidió especializarse en estudios sobre dolarización y fuga de capitales?
—Cuando yo era un niño observé que se discutían esas cosas a nivel familiar y escuchaba las conversaciones de los mayores, a tal punto que se me disparó la idea de acumular recortes de diarios de las cotizaciones de divisas y pegarlas en una hoja. En la medida que iba acumulando recortes, iba sacando diferencial entre precio de venta y compra, es decir, lo que se llama “spread cambiario”. Pero lo interpretaba al revés: veía que el spread del dólar era pequeño y, en cambio, el de la corona sueca era más grande. Finalmente, un día le pregunté a mi padre por qué la gente estaba enloquecida por el dólar cuando la diferencia entre el precio de venta y compra era tan pequeño, era mejor acumular coronas suecas o dólares canadiense. Es decir, estamos hablando de una persona que se formó en un ámbito empresario y comercial en el que estas discusiones eran cotidianas e importantes. Eso fue quedando en mi mente y, cuando fui creciendo, estas problemáticas de la macroeconomía de la economía abierta me atraparon aún más. Como vivimos en un país en el que esos temas siguen siendo fundamentales, llegué a convertirlas en un pilar de mi objeto de estudio, entrelazándolas con otras de igual importancia como la relación entre lo fiscal, lo monetario y cambiario, y el crecimiento, la geoeconomía y la inserción internacional de la Argentina en el mundo. La dolarización aislada no resuelve los problemas económicos de la Argentina, como no lo ha resuelto en otros países.
Por Rodrigo Lloret – Perfil