El amontonamiento en los bancos contradice la orden de “cuidar a los más vulnerables”. Vida versus economía es un esquema fuera de la realidad. La gente necesita plata para vivir.
La orden fue clara: aislarse socialmente y cuidar sobre todo a los más vulnerables, es decir, a los mayores y a los afectados por enfermedades crónicas.
Las colas interminables de jubilados y pensionados en los bancos exhiben la paradoja más desesperante de una cuarentena que, hasta acá, venía bastante (sino muy) bien.
Esa gente muy entrada en años yendo a buscar sus magros ingresos en cansino y manso malón construye la imagen más contradictoria –en muchos casos hasta la exasperación— de la pandemia en versión argentina. Las disposiciones fueron precisas. Se insistió hasta el cansancio en repetirlas una y otra vez. Pero su puesta en práctica concreta resultó un descontrol. Los más vulnerables arriesgan su vida en masa para sobrevivir. Se apilan en el caldo de cultivo.
La dicotomía “vida versus economía” resultó un despropósito alejado de la realidad. Estamos viendo en vivo y en directo que la vida real y la economía real caminan juntas. Hace falta la platita.
Claro que es muy fácil levantar el dedo para condenar esta falla garrafal del sistema. Pero parecía que todo estaba tan bajo control. Y resulta evidente que no lo está. La autoridad político- financiera y la estructura bancaria (pública y privada) exhiben en estas horas un sorprendente desborde. Sorprendente, digo, porque se choca de nariz con el mesurado pero firme mensaje presidencial de casi cada día.
La salud está primero. Sin embargo, el amuchamiento de nuestros “queridos viejos” genera una nueva y mayúscula incertidumbre epidemiológica y sanitaria. Si hasta anoche no sabíamos cuántas personas tenían el coronavirus adentro (se da por hecho que los 1.265 casos diagnosticados son apenas una parte, a falta de testeos masivos y sobra presunta de casos asintomáticos), ahora sabemos menos. El sentido de la cuarentena es evitar el contacto de persona a persona. Bueno: hay miles y miles de personas juntándose para cobrar. El bicho está bailando en una pata.
Los comunes desconocemos cómo se debían haber hecho estas cosas. Estábamos tranquilos en la cómoda suposición de que se las estaba haciendo dentro de parámetros bien diseñados. Pero, pruebas al canto, fue una ilusión.
No es tiempo de indignarse ni rebelarse. Sin coordinación, sin mando único y sin política, de ésta no se sale o se sale muy peor. Pues bien: la “comandancia” político- sanitaria debe corregir esto urgente. O los más vulnerables serán masivamente vulnerados. Veremos si alcanza con estirar el horario de los bancos al sábado y el domingo.
Por Edi Zunino – Periodista y Director de contenidos digitales y multimedia de Perfil