Misiones Para Todos

Jugaron al truco en Facebook y viajó a conocerlo: la carta más difícil de la vida

Lourdes tiene 51 años y antes de conocer a Germán, se había separado del padre de sus hijos después de 25 años, con un sentimiento de culpa por no haberlo amado. El juego con el que se enganchó de manera fortuita, el contrincante casi ciego que la enamoró y un diagnóstico que la encontró en una nube de amor

“Hola. Mi nombre es Lourdes, tengo 51 años y les voy a contar mi historia de amor. Soy de Capital, estudié derecho, pero nunca me matriculé ni ejercí la abogacía. En el año 2014 me separé de mi primer marido después de 25 años juntos. Salíamos desde que yo tenía 18 y él 34. Lo conocí porque era empleado de mi papá en un bodegón del barrio porteño de La Boca. Desde que terminé el colegio secundario, yo también trabajaba en el restaurante: en la recepción con la gente que entraba o, también, comandaba en la cocina. Había muchísimo turismo. Me conquistó con su simpatía, pero no me enamoré. En realidad, yo buscaba alguien mayor, con una vida resuelta, que me pudiera sacar del infierno de violencia en el que vivía en mi casa. Mi padre era alcohólico. Yo no tenía la personalidad que tengo ahora, tenía una vida complicada y no podía expresarlo.

Desde que tuve uso de razón en mi casa se ejercía la violencia. Mi mamá era sumisa y nosotras, somos dos hermanas, la ligábamos de rebote. Llegaba alcoholizado y, alguna vez, llegó al punto de sacarnos a la calle y dejarnos durmiendo en el parque. Tuve que trabajar bastante mis emociones para poder perdonar. Por todo eso, cuando pude irme, me fui. Empezamos a salir y, cuando cumplí 22 años, nos casamos. Nunca estuve enamorada, pero él era una buena persona que me sacó de esa situación. Al tiempo de casarme quedé embarazada de mi primer hijo Bruno (hoy 27 años). Pasaron los años y tuvimos dos varones más: Thiago (hoy 14) y Valentino (de 11)”.

(Esa es la primera parte de la historia que Lourdes nos contó y donde el amor, columna vertebral de esta sección, todavía no había hecho su aparición)

Una muerte tras otra

“En julio del año 2008 murió la persona que yo más amé en mi vida: mi abuela paterna María Luisa, quien fue en realidad quien siempre me contuvo. Un golpazo. En agosto, murió mi madre de una recidiva de un cáncer de mama. A los tres meses, fue el turno de mi papá. Fue a operarse un ganglio que le molestaba en la parte baja del paladar. El médico le había aconsejado sacarlo y mandarlo a analizar. Como mi padre era muy coqueto y quería evitar que le extrajeran varios dientes para extirpar el ganglio el médico le sugirió hacerlo por fuera, por el cuello. Sería una cosa sencilla y solo cuatro puntos. Lo operaron el 24 de enero del 2009, pero justo su médico no estaba y lo operó un médico joven, un residente que se equivocó y le cortó la carótida. No murió enseguida, pero quedó grave y terminó falleciendo en febrero. Tenía 65 años. ¿Podés creer que encima la biopsia del ganglio dio que era benigno?

En medio año había muerto casi toda mi familia. Con mi hermana empezamos un juicio pero yo, que había estudiado derecho, me metí mucho y terminé muy estresada. Estaba embarazada de mi hijo del medio y colapsé. El médico que me atendió esa vez me dijo que debía priorizar mi salud. Decidí no hacer nada más y dedicarme a mis hijos y marido”.

“Siempre trabajé y me fue bien. Así que, cuando murieron mis padres y cerramos el restaurante, me puse a vender juguetes de gran tamaño y, también, me fue súper. Jamás dependí económicamente de mi marido. Seguí casada bastante tiempo más hasta que en enero 2016 decidí separarme. Era una relación rara y en la que yo me sentía culpable por no amarlo. Un día discutió con mi hijo de 7 años y le gritó. Por lo que había vivido, yo no soportaba los gritos. Tuve un ataque de pánico, de un momento para el otro sentí que me ahogaba. La situación no me gustó y decidí que el matrimonio se terminaba. Teníamos las vacaciones pagas en una casa en Punta Mogotes, pero decidí cancelar todo. Nos quedamos y lo invité a retirarse de nuestro hogar. ¡Le hice la valija! Es una muy buena persona, un excelente padre y lo aprecio un montón hasta el día de hoy, pero ya estaba. Pasaron los años, nunca más tuve otra pareja, ni siquiera una cita. No era por falta de oportunidades sino porque yo no quería saber nada de nadie”.

(Madre y trabajadora incansable, Lourdes no apostaba al amor. Su mejor opción era la tranquilidad. Además, estaba firmemente decidida: jamás sería una sometida como su madre ni soportaría discusiones o un tono de voz fuera de lugar)

Trucos en la web

“En el verano del 2018, una tarde vi que mi hijo de 9 años estaba jugando al truco online por Facebook. La cuenta se la había hecho su hermano mayor. Interactuaba con otras personas y chateaba con alguien que le preguntaba su nombre. Me alarmé. Pensé que del otro lado bien podría haber un pedófilo. Le prohibí de inmediato seguir haciéndolo. Me parecía peligroso. Cambié el nombre de usuario y le puse el mío. Para ver cómo era la cosa empecé a jugar. La sorpresa fue que me resultó entretenido y empecé a pasar muchas horas de mi tiempo libre jugando en la computadora. En el grupo coincidía siempre con un hombre joven que se llamaba German. Él tenía una foto, pero era mínima, yo ni foto tenía. Empezamos a jugar en grupo y el resto se tiraban los perros todo el tiempo. Eso me enojaba y muchas veces les decía: ¡Vamos a jugar!, si no vayan a buscar a alguien en Tinder. Germán tenía 37 años, ocho menos que yo y era de Rosario. Eso me fui enterando con el tiempo. Él pensaba que yo estaba casada porque siempre para cortar decía que tenía que dejar el juego para atender a mis hijos. Él solía demorar un poco en responder y, de golpe, ponía cualquier cosa. Escribía cosas muy graciosas, me hacía reír mucho. Hablando un día le dije algo del tipo “Viste tal cosa…” a lo que él me contestó, “Yo no veo una vaca en un baño”. Así me enteré de que era casi ciego. Solo veía de un ojo y el 30 por ciento. ¡Por eso tardaba en contestar! Usaba una traductora de voz para escribir los mensajes y, muchas veces, terminaba saliendo cualquier cosa y por eso era tan gracioso. Le dije bromeando, o no tanto, que para mí era muy importante que un hombre fuera limpito, alto y ¡tuviera todos los dientes! Le pedí que me mandara una foto donde estuviera sonriendo y se viera bien que los tenía todos. Nos reímos mucho y me dijo: Si no tengo los dientes a los 37 ¡qué me queda para después! Siempre fui muy intuitiva, no me confundo con la gente. Desde el comienzo me pareció muy tierno y que daba respuestas inocentes”.

(Fue en estas charlas que Germán le contó que había nacido con hidrocefalia y que por eso le habían puesto una válvula para drenar su cabeza cuando era bebé. Cuando tenía dos años esa válvula se tapó. Sus padres se dieron cuenta de que no veía y lo llevaron al médico pero ya se había dañado el nervio óptico. Le quedó el 30 por ciento de vista de un solo ojo. Y no distingue colores ni objetos pequeños)

Chau virtualidad

“Un día dimos un paso más e intercambiamos teléfonos para hablar por WhatsApp. A la mañana siguiente le mandé un mensaje. Era el 20 de mayo de 2018. El 1 de junio viajé a Rosario. Yo ya sabía que él tenía limitaciones de vista y no quería que fuera él el que viniera a verme. Era un amor de tipo y me daba culpa. Si la cosa no fluía, ¿qué iba a hacer? ¿Lo iba a llevar a Retiro y dejarlo ahí solo con esa limitación visual? Me parecía mejor ir yo para poder controlar la situación e irme cuando quisiera. Me compré un pasaje de ida en ómnibus con la vuelta abierta. Llegué a Rosario a las 6 de la tarde y nos encontramos en la terminal. Fuimos a cenar y luego a un hotel donde charlamos y… ¡no pasó nada! Creo que se amedrentó cuando me vio. De cerca ve un poco. Los amigos lo jorobaban con que no sabía cómo iba a ser yo y le hacían bromas. Le decían que ni siquiera sabía si sería una mujer. Le había mandado fotos, pero podían ser de cualquiera. Cuando me vio, quedó shockeado. Soy muy alta, en ese momento medía 1,72 todavía, tenía el pelo largo y rubio y muchas lolas. No quiero parecer engreída, pero la verdad es que tenía atributos físicos. Yo también tenía mis miedos. Él podía ser un asesino serial. Jajajaja. Bueno, los dos estábamos a la defensiva, fuera de chiste, teníamos algunos miedos lógicos. Me fui de Rosario a las 3 de la madrugada sin saber qué hacer. ¡Hacía más de veinte años que no tenía una cita! Él había tenido dos parejas, pero no había convivido con ninguna. La cosa siguió y continuamos hablando a la distancia. Al mes volví a Rosario. Ahí sí que nos aflojamos. Yo ya sabía que no era un asesino y él que yo era quien decía ser. La relación fluyó. En septiembre empezó a viajar él: venía los sábados cuando ya mis hijos se habían ido con su padre y se iba el domingo antes de que volvieran”.

(Este es el capítulo donde el amor reinó a solas y la relación se afianzó)

Cuando Lourdes se encontró con Germán, hacía 20 años que no tenía una cita
Cuando Lourdes se encontró con Germán, hacía 20 años que no tenía una cita

El amor y la enfermedad van de la mano

“Como conté antes yo lo conocí el 1 de junio de 2018, pero yo venía desde marzo de ese año con que me dolía un pecho. Me había hecho una mamografía de rutina en enero que había dado bien. Consulté a la médica en abril o en mayo y me dijo que me hiciera otra en agosto y me hizo la orden. Cuando fui, esta vez fue muy distinto. Al rato de estar ahí empezaron a entrar y a salir doctores de la sala. Me dijeron que tenía un tumor y que había que estudiarlo. En enero de 2019 después de muchos estudios, patólogos y biopsias, llegó el diagnóstico: tenía un “carcinoma invasor”. Me hicieron tratamiento hormonal quimio oral. Mi lindo pelo se fue cayendo de a mechones y engordé mucho. El 26 de marzo vino la cirugía. Me sacaron las dos lolas. El tumor estaba avanzado así que también extirparon la primera cadena de ganglios. Y luego me pusieron expansores para poder colocar, en el futuro, prótesis mamarias. El cirujano me explicó que habían tenido que limpiar tanto la zona que mi piel había quedado como papel de calcar. Las heridas no cerraban. Cuando me operaban no tenían nada de piel, ni grasa, para coser. Así que me la pasé de reposo en reposo, con los brazos en cabestrillo. Fue muy duro. El 10 de septiembre del mismo año me sacaron el útero, los ovarios y las trompas porque mi cáncer era hormonodependiente. En febrero del 2020 me quitaron los expansores y decidí no ponerme nada. Me dejaron una prótesis del tamaño de los expansores que es la nada misma. No me las pienso sacar, no quiero pasar por ningún quirófano que no sea necesario. La quimio, además, tiene muchos efectos secundarios. Me lavo los dientes y tengo que esperar media hora para que me dejen de sangrar las encías. Las tengo muy lastimadas. Ahora me duele mucho una pierna. En mayo cumplo cinco años desde que empecé el tratamiento y, si todo sale bien, puede pasar que me saquen o me reduzcan la medicación. Si es así los estudios pasarían a ser en vez de cada seis meses, cada nueve hasta que se cumplan los diez años”

(El gran amor nació de la mano con la enfermedad. Pero él no se borró jamás, todo lo contrario. Lourdes tiene hoy 51 años y Germán, quien trabaja vendiendo máquinas industriales para panaderías, 43, terminó mudándose con ella a la ciudad de Buenos Aires. Y combatieron juntos en cada batalla)

El soldado del amor

“Germán me acompañó mucho. Cuando me dieron el diagnóstico yo estaba en una nube de amor y gracias a eso lo pasé bien. No me deprimí, no lloré. De hecho, él estaba más asustado que yo. Y todavía él no conocía a mis hijos. Físicamente las operaciones fueron devastadoras. Aquella mujer bella, voluptuosa y de largo pelo rubio se había convertido en una “calabaza” sin pechos, con poco cabello y que experimentaba todos los efectos nocivos de la medicación. Encima, Germán no es padre así que tampoco yo le podría dar un hijo. Conoció a los míos en mayo de 2019. Sentí que él era un apoyo incondicional, estaba más preocupado que yo. De hecho, me llamaba todos los días para hacerme acordar de tomar la medicación. No hubo un día en que no lo hiciera. Se quedó ahí, siempre escuchando y apoyando, conmigo. Nunca me soltó la mano ni en los peores momentos. Nunca dejó de decirme lo bella que me veía y vive diciéndome todo lo que me ama. Su amor hizo que pudiera enfrentar la enfermedad de forma casi inconsciente y que mi ánimo no decayera. Cuando no me cerraban las heridas me animó a que me quedara así, que no me pusiera nada, sostenía que me veía muy linda. Cuando se me cayó el pelo y le dije de pelarme me alentó a que lo hiciera: Pelate, te va a quedar hermoso. Sinceramente no sé qué hubiera hecho sin él. Cuando nos agarró la cuarentena nos pasamos casi siete meses sin vernos hasta que pudo tomarse un ómnibus en octubre y ya se quedó a vivir acá. Germán es una gran compañía y no vive el tema de su vista como una discapacidad, se maneja perfectamente bien en la calle. No puede cocinar porque no ve la comida cruda o cocida, pero ese 30 por ciento que tiene le sirve para manejarse sin bastón”.

(Lourdes había encontrado al hombre que no buscaba, pero deseaba. Un hombre que la quería más allá de los contornos físicos. Un hombre calmo que no levantaba huracanes y que resultó ser un buen capitán de tormentas)

Cuando Lourdes fue diagnosticada de cáncer de mama estaba tan enamorada que no se deprimió ni lloró. Él estaba más asustado que ellaCuando Lourdes fue diagnosticada de cáncer de mama estaba tan enamorada que no se deprimió ni lloró. Él estaba más asustado que ella

Bondad superlativa

“La relación con mis hijos fue perfecta ¡lo quieren más que a mí! jajajaja, En serio, Germán es una de las personas más buenas que conocí en mi vida. Nunca lo escuché levantar la voz. Si algo lo enoja, se calla y saca a pasear al perro. No tiene maldad. Jamás lo vas a escuchar criticar a alguien. Su familia es igual a él. Cuando conocí a mis suegros me di cuenta de que son iguales a él. Son divinos. Adorables. Ella es genial: se levanta cantando y se acuesta cantando. A mí me hubiese gustado tener un bebé con Germán, pero él me consuela diciendo que nunca fue su meta en la vida ser papá. ¿Cómo vivo? De un día a la vez, tratando de no pensar demasiado en el futuro. Tengo algunos temitas secundarios de salud por la medicación, pero trato de ser positiva. Ser negativo no ayuda a nadie. Ahora estoy de vacaciones hasta marzo con Germán y mis dos hijos más chicos en Punta Mogotes. Y la semana que viene, llega el mayor”.

(La mirada corta, el vaso lleno y el corazón grande. Esa parecería ser la receta de la felicidad de Lourdes y Germán)

“En mi vida el cáncer y el amor vinieron medio juntos, de la mano. Pero la enfermedad no me nubló los sentimientos y el amor me dio toda la fuerza que precisaba para lo que tocara vivir. Amo esta sección de Infobae y hace rato que quería escribirles porque creo que está bueno contar nuestra historia. ¡Fue un buen truco del destino eso de encontrar al amor jugando a las cartas! Solo puedo decirles que soy una mujer feliz y que más no puedo pedir a la vida.”


Por Carolina Balbiani-Infobae