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Karina “Guillotina” Milei: ¿temeridad o temor?

El antecesor de Karina Milei fue el francés Marcel Chevalier, ya fallecido. Chevalier había conseguido el trabajo a través del tío de su esposa y el plan era que su hijo lo sucediera en la tarea. Pero el proyecto quedó trunco cuando en 1981 el presidente François Mitterrand abolió la pena de muerte en Francia. Así, los Chevalier se quedaron sin nadie más a quien ejecutar en la guillotina.

La carrera de Karina como guillotinadora oficial (como la designó su hermano) es tan reciente como la de este gobierno, pero en poco más de un año acabó con 120 funcionarios. A razón de dos por semana.

Su antecesor, en cambio, en sus veinte años como verdugo de Francia, acabó con la vida de 42 personas. A razón de dos por año.

Ejecutados. Las comparaciones sangrientas y las referencias bélicas son posibles en un país cuyo presidente las utiliza todo el tiempo. Esta semana, Javier Milei lo volvió a hacer para explicar el rol de Karina: “Si dicen que mi hermana tiene una guillotina, bueno… sí, tiene una guillotina. Y si se hacen cosas en contra de los parámetros que nosotros defendemos, se los ejecuta”.

Lo dijo al referirse a la expulsión de LLA de uno de sus fundadores, Ramiro Marra, aportante clave de fondos privados para las campañas libertarias.

Pero Marra no cuenta como uno de los 120 funcionarios ejecutados, que son solo aquellos echados tras asumir cargos ejecutivos o apenas después de haberse anunciado su nombramiento.

Marra se incluiría en otra lista de “ejecutados”. La de los que, sin ser funcionarios, formaban parte del círculo íntimo de los hermanos; o habían integrado sus filas legislativas; o eran economistas que pasaron de ser “próceres” a “impresentables”, como le acaba de suceder a Cavallo.

Hay un esfuerzo comunicacional por construir la imagen de una líder maquiavélica, astuta e implacable

Entre los casos más notorios de este tipo de “decapitación” política están Carlos Kikuchi, primer armador nacional del espacio; Diego Giacomini, socio y amigo de Milei; Carlos Maslatón, uno de sus mayores promotores iniciales, y el senador oficialista Francisco Paoltroni.

Esta otra lista de desplazados supera ampliamente la de los 120 funcionarios echados hasta el cierre de esta edición. Aunque este número puede aumentar en cualquier momento.

De hecho, la última desplazada fue la subsecretaria de Ambiente, Ana Lamas, en cuyo reemplazo se nombró a Fernando Brom, quien se desempeñaba como vicepresidente del Instituto de Asuntos Indígenas. Pero tras sus críticas al accionar oficial sobre los incendios en el sur, Brom podría ser el ejecutado 121, incluso antes de asumir su nuevo cargo.

Hay una víctima más, que aún no se podría sumar a ninguna de las dos listas. Es Victoria Villarruel, de quien el Presidente dijo que ya no forma parte del Gobierno y a la cual, si estuviera entre sus facultades, la hubiera desplazado como titular del Senado.

Villarruel es otra víctima directa de Karina, a quien había tratado de “brava”, como ella: “¡Pobre jamoncito!”, resumió al referirse a la presión que ambas ejercían sobre Milei.

Personas con normalidades diferentes. Los especialistas en cuantificar hechos históricos aseguran que no existió un gobierno, democrático o dictatorial, que haya expulsado a tantos funcionarios en tan poco tiempo.

Siempre decimos que Milei no es una persona normal, ni lo quiere ser, aunque no logre convencer de ello a los políticos y empresarios que se esfuerzan por naturalizarlo. La eyección precoz de funcionarios es un ejemplo más de sus normalidades diferentes.

Tampoco hubo gobiernos democráticos que insultaran a diario e incorporaran en su léxico cotidiano términos bélicos como “ejecución” o “guillotina”. O que afirmaran que quienes no piensan igual son enemigos, la mayoría “zurdos” a los que se debe perseguir hasta el último rincón del planeta. O que consideraran que “la paz vuelve débiles a las naciones”.

Las dictaduras sí se expresaban así, aunque sus gobernantes intentaban disimularlo. Más allá de que luego aplicaran una violencia física letal. Esas dictaduras no necesitaban demasiado para dar miedo. El poder de las armas era explícito y las persecuciones eran públicas.

También hubo gobiernos democráticos poderosos, como el de Menem o el de los Kirchner, capaces de infundir temor porque controlaban los poderes Ejecutivo y Legislativo y, en general, el Judicial. Además del poder sindical. Por lo menos atemorizaban hasta que caían en desgracia.

Las muestras exageradas de fortaleza y crueldad pueden esconder la conciencia de su propia debilidad

Lo de los hermanos Milei es distinto.

Actúan con el autoritarismo discursivo de los militares y la actitud de los gobiernos peronistas más empoderados, pero sin ser una dictadura ni contar con una estructura política y partidaria capaz de garantizar el control amplio del poder.

Ni siquiera les alcanza para consolidar cuadros ejecutivos estables para completar, de una vez por todas, los cargos que requiere el Ejecutivo.

Sin embargo, logran transmitir un temor semejante al de aquellos gobiernos.

¿Cómo lo hacen? ¿Cómo un gobierno sustentado en dos hermanos sin antecedentes políticos ni ejecutivos consigue generar el mismo clima de poder que sus antepasados verdaderamente poderosos?

Lo hacen así. A través de exabruptos violentos, usando términos militares, generando la idea de que no les tiembla el pulso para expulsar a cualquiera que no se subordine, usando los fondos del Estado para presionar a gobernadores e intendentes de localidades empobrecidas y a empresarios de empresas pobres.

Esta semana, Milei dio un paso más en esa construcción política. Para terminar de instalar a Karina con una imagen lo más alejada posible de la hermana tímida que lo acompañó en sus inicios; esa mujer simpática que, junto a su perro, se la vio compitiendo por un televisor en el programa de Guido Kaczka.

La Karina de Milei es “el Jefe”. La reencarnación de Moisés en la Tierra, según dice y, cada vez más, esta representación mediática de una líder maquiavélica, implacable y astuta, capaz de armar un aparato de poder y “ejecutar” disidentes sin contemplación. La verdugo de este gobierno.

Sartre decía que era sencillo reconocer a los verdugos: “Tienen cara de miedo”.

El temor suele ser el combustible de los temerarios. Y, quizá, las muestras de fortaleza y crueldad que exhiben los hermanos encubren la conciencia de sus propias debilidades. Aunque también podría ser que no fueran conscientes de ellas y actuaran solo guiados por convicciones profundas e instintos autoritarios. Sin medir las consecuencias.

De Chevalier a Karina. Tras la abolición de la pena de muerte por parte de Mitterrand (“un zurdo”, diría Milei), el guillotinador Chevalier se recluyó deprimido en un pequeño pueblo francés. Al principio, los periodistas lo llamaban cada tanto para recordar sus días como verdugo, pero de a poco lo fueron olvidando.

Muchos años después, Chevalier aseguró que aparecieron en su casa 42 personas con la intención de asesinarlo. Justo el número de aquellos a los que él les había cortado la cabeza. Su familia lo tomó en serio porque el hombre no era de fabular ni creía en fantasmas, pero no encontraron rastros del ataque. Moriría semanas después. Los doctores determinaron que fue por causas naturales.

Los 120 echados con cierta crueldad por Karina y su hermano hasta ahora no muestran sentimientos de venganza. La mayoría, incluso, agradeció y hasta justificó a sus verdugos.

En todos los casos, luego se llamaron a silencio.

No se sabe bien si es porque dieron vuelta esa página de su vida o porque tienen miedo.

O si es, simplemente, porque están esperando el momento oportuno para vengarse.

Por Gustavo González-Perfil