En 40 años, el poder político ignoró la esencia de la defensa nacional
Recientemente el señor ministro de Defensa expresó: “Tenemos que auditar la totalidad del Sistema de Defensa Nacional (…) Sabemos que llevan años sufriendo el destrato, la desinversión, el agravio y el perjuicio ideológico que los ha golpeado tanto a nivel material como emocional” (La Nación, 1° de enero 2024). Un año antes, el exministro de Defensa Horacio Jaunarena había dicho: “Que las Fuerzas Armadas (FF.AA.) van a una paralización de actividades sin precedentes (…) Que no se tiene ni para darle de comer a la tropa (…) Y exhortó al Gobierno a replantear y planificar las actividades de las mismas…” (Clarín, 2 septiembre 2023). Comparto todo lo expresado y, en tal sentido, me permito algunas consideraciones –reiteradas oportunamente en distintos medios– en el sentido de que siempre estuve convencido de que el capital humano es lo más valioso que posee el Instrumento Militar. Con vocación de servicio y un sano espíritu de cuerpo, sus hombres evitaron cualquier desmoralización y –a pesar de lo expresado– contribuyeron a construir la democracia cuyos cuarenta años celebramos el pasado año, lamentablemente no valorado por varios funcionarios y políticos. Durante la década de los 90 del siglo pasado se realizó el mayor reequipamiento de las últimas cuatro décadas, incrementando sensiblemente su operatividad y capacidad logística. El del Ejército puede ser consultado en “La Memoria: 1992-1999”. En el siglo actual, no se incorporó ningún significativo armamento y material, y aprecio que alcanzar el nivel que las FF.AA. tenían a fines 1999 demandará más de tres mandatos presidenciales.
En el período 2000/2023, se produjo un constante retroceso, que condujo al actual estado de indefensión, que conlleva a la vulnerabilidad y desprotección de los intereses estratégicos vitales. Ello no podría ser ignorado por quienes condujeron las FF.AA.: siete presidentes y once gestiones ministeriales en el área de Defensa. Con algunas contadas excepciones, aprecio que el poder político ignoró que en stricto sensu la esencia de la defensa nacional es garantizar de modo permanente la soberanía e independencia de la nación, su integridad territorial y nuestra convivencia.
En 2001, el Estado Mayor Conjunto “… contempló la participación de las FF.AA. argentinas en el conflicto colombiano contra las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC)” (Página/12, 25 de febrero). Clara intervención contraria a nuestras leyes, y contra una fuerza ilegal colombiana que la Argentina jamás reconoció como una fuerza terrorista. Tampoco existió un pedido del gobierno colombiano. En diciembre de ese año, el Poder Ejecutivo Nacional (PEN) solicitó al Ejército su intervención ante los serios incidentes que se originaron en Plaza de Mayo; su pedido recibió una respuesta negativa por parte del entonces jefe del Ejército, general Ricardo Brinzoni, pues no se cumplían los requisitos legales para su intervención. En 2006, el PEN –a propuesta la entonces ministra de Defensa Nilda Garré– modificó la Ley de Defensa Nacional de 1988 mediante el Decreto 727, y agregó a continuación “…para enfrentar las agresiones de origen externo”: “perpetradas por fuerzas armadas pertenecientes a otro/s Estados”. Clara autolimitación en el empleo legal de la fuerza disuasiva. En 2018, por Decreto 628, el PEN anuló, correctamente, el decreto citado, pero sigue vigente por Decreto 571/2020 del PEN. Clara inconstitucionalidad, pues un Decreto del PEN no puede modificar una Ley Nacional, vulnera la denominada Pirámide de Kelsen, la voluntad del legislador y el espíritu de la norma. Garré también negó la existencia de hipótesis de conflicto, desconociendo que no es una hipótesis de guerra, sino un supuesto básico, una herramienta de trabajo para el planeamiento estratégico de la defensa. En 2017, el entonces ministro de Defensa, Oscar Aguad, aseguró que “en las guerras modernas no son necesarios ni tanques ni cañones”; durante su gestión perdimos cuarenta y cuatro vidas de miembros de nuestra Armada, y un arma estratégica: el submarino San Juan. En 2020, un funcionario del Ministerio de Defensa afirmó: “… a la mayoría de los argentinos nos gustaría poder tener otra mirada de las FF.AA.; que no sean un mundo misterioso e impenetrable (…) Debemos pensar en Fuerzas integradas a la sociedad democrática…” (Página/12, 30 de abril 2023).También se priorizó la búsqueda de “listas de los torturadores de Malvinas”. Meses después, una encuesta de Poliarquía aseguró: “Las FF.AA. tienen la imagen más positiva, más alta y los partidos políticos la más baja” (Clarín, 20 septiembre 2023).
Con algunas excepciones, durante los últimos cuarenta años, en el área de Defensa se desconoció la sentencia de Davenport y Stockdale: “La profesión militar carece de máxima dignidad y jerarquía cuando las decisiones militares se basan en consideraciones puramente políticas e ideológicas” (Ética Militar, p. 16). Todo lo expresado contribuyó al actual y palpable estado de indefensión de nuestro país. En extrema síntesis: la Fuerza Aérea carece de aviones de combate aptos y tiene limitados medios de transporte; la Armada no dispone de medios adecuados (aviones, submarinos y flota de superficie) para controlar el litoral marítimo y la plataforma continental; el Ejército tiene gran parte de sus elementos anticuados u obsoletos, y otros carecen de operatividad por falta de repuestos y mantenimiento, principalmente los medios blindados y mecanizados. Las tres Fuerzas carecen de la indispensable munición para el adiestramiento. El presupuesto actual es el más bajo de la historia: 0,7% del Producto Bruto Interno. ¿Hubo condescendencia en los distintos niveles en el período citado para aceptar llegar a ese estado? Me remito la respuesta del personaje de Horatio, en Hamlet, la célebre obra de Shakespeare: “No lo sé, pero lo creo en parte”; por comisión u omisión, con alguna excepción.
Por último, respetuosamente, me permito recordar a nuestra dirigencia política que las FF.AA. existen porque existe el Estado, y este tiene objetivos estratégicos vitales a proteger de las múltiples y concretas amenazas sobre nuestro apetecible vacío geopolítico, para satisfacer necesidades económicas, expansionistas o demográficas de otros Estados.
Por Martín Balza-Ex Jefe del Ejército Argentino, Veterano de la Guerra de Malvinas y ex Embajador en Colombia y Costa Rica