El artículo 1° de la ley ómnibus plantea como objetivo básico limitar “toda intervención estatal”. Dos líneas después, otorga delegaciones al jefe de ese Estado en vía de extinción “en materia económica, financiera, fiscal, social, previsional, de seguridad, defensa, tarifaria, energética, sanitaria y social con vigencia durante el plazo específicamente previsto”. El plazo previsto es de dos años, con posibilidad de ser ampliado a dos años más.
¿Qué jefe de Estado sería capaz de administrar con razonabilidad semejantes superpoderes? ¿Cuál sería el equilibrio emocional necesario? ¿Qué seguridad en sí mismo debería tener un líder para usar ese poder sin menoscabar el derecho de los demás? ¿Qué carácter se requiere para reconocer los problemas, distinguir los más graves y enfrentarlos con sangre fría, sin sumar problemas donde no los hay?
Deben existir pocas personas capaces de resistir con sabiduría y moderación las presiones que ocasiona la conducción de un país. Y algunas menos las que puedan hacerlo acaparando poderes adicionales a los que vienen con el cargo de presidente.
Desmesura. Dentro de los álgidos días de este primer mes de gobierno libertario, la semana que pasó fue especialmente crítica a raíz, justamente, de los duros debates en el Congreso para tratar esa controvertida ley.
En medio de este enrarecido clima político y social, la periodista Silvia Mercado dio a conocer un dato menor en LN+ (un canal que viene acompañando amigablemente a la nueva gestión). “Según los voceros oficiales –contó Mercado–, los mastines de Milei están en la residencia presidencial”.
Ahí empezaba y terminaba la información. Nada. Una simple grajea de color referida a la demorada mudanza a la residencia de Olivos, celebrada por los restantes periodistas del programa como una buena noticia para el Presidente.
Sin embargo, sorpresivamente, el jefe de Estado intervino de inmediato en su cuenta de X para desmentir la información. No dijo “gracias por la preocupación, pero por ahora mis hijitos de cuatro patas no llegaron a Olivos”. O un escueto “no, jaja, todavía no llegaron”. O guardar silencio, aunque el dato no fuera correcto, ya que tiene preocupaciones mayores.
No. Esa noche, de esa semana compleja, de este mes tan difícil, después de un año horrible, el Presidente de la Nación escribió lo siguiente: “FALSO. Es escandalosa la impunidad con la que inventan y operan mentiras algunos periodistas (en especial la que emite la noticia, quien hace este tipo de cosas regularmente). Ninguno de mis perros está en Olivos”.
Luego advirtió que la información oficial sobre el paradero de sus perros se transmitirá oportunamente “a través de las cuentas de la Oficina del Presidente y la Vocería presidencial”.
Como el programa conducido por la periodista Laura Di Marco seguía al aire y Mercado ratificó que sus fuentes eran oficiales, Milei volvió a la carga: “Aquí la mentirosa de ‘la periodista’ se aferra a su mentira, muestra el celular como si eso fuera prueba de algo y en simultáneo, sabiéndolo o no, pone en riesgo el trabajo del UNICO VOCERO PRESIDENCIAL @madorni. Así de ‘serios’ son algunos de estos mentirosos seriales…”. La Academia de Periodismo, Adepa, y Fopea se vieron obligados a pedir mesura en los dichos de quien maneja el poder del Estado. Y los medios dieron cuenta del altercado autogenerado (“Hay cumbre de voceros del Gobierno tras la crisis de los perros”, tituló Clarín).
El episodio sirve para preguntarse cómo funciona la cabeza de una persona que debe lidiar con el destino de 46 millones de argentinos encerrados en una crisis de más de una década.
Campera. La duda es lógica: si reacciona así ante un supuesto error informativo sobre sus perros, ¿cómo reaccionaría si el Congreso no le aprobara la ley ómnibus o rechazara el DNU? ¿Qué hará cuando la CGT se movilice durante el paro y no circule por las veredas sin interrumpir el tránsito, como él desea? ¿Qué haría si surgiera un diferendo limítrofe con algún país o si otro presidente lo criticara?
Se podría alegar que los exabruptos de Milei no son nuevos, que son parte de lo que una mayoría votó o que este Milei no es distinto del que insultaba al Papa, a otros políticos, a la actual ministra de Seguridad, a los periodistas y a quien no pensara como él.
Pero hay una diferencia sustancial. Ese candidato ahora controla el Ejecutivo, sus Fuerzas Armadas, de Seguridad, de Inteligencia, el fisco, las relaciones internacionales y la economía. Y la diferencia adicional es que ahora pide que los legisladores le deleguen sus facultades. Hasta diciembre de 2025 o 2027.
El interrogante sobre cómo funciona su cabeza no es novedoso. Existía, precisamente, desde que se lo veía reaccionar con extrema agresividad frente a cualquier nimiedad; y se profundizó cuando su biógrafo dio a conocer las relaciones esotéricas con su ya célebre perro fallecido y con economistas que no están en este mundo.
En estas semanas, los empleados y funcionarios de la Casa Rosada preguntaron si era posible subir la temperatura del aire acondicionado porque, en pleno verano, sienten frío. No habría una explicación oficial, pero la extraoficial es que el Presidente necesita llevar puesta siempre una campera… “para disimular la pancita”.
¿Será verdad? Lo que es cierto es que en todas las actividades él usa esa campera cerrada hasta el cuello, incluso en días de extremo calor. Como cuando salió al balcón a saludar junto a Fátima Florez, con 35 °C. También es cierto que tiene un staff encargado de trucar digitalmente las fotos oficiales en las que aparece para verse más delgado, sin arrugas ni papada.
El tema del complejo corporal del Presidente tuvo otro hito estos días cuando tras su visita a la Antártida, las redes difundieron que había tenido inconvenientes para hallar un calzado tan pequeño como sus pies. Cierto o no, surgieron burlas y vulgaridades anónimas que comparaban el supuesto tamaño de sus pies con el de otra parte de su cuerpo.
De nuevo: nada que merezca que alguien tan ocupado gaste un segundo en ello.
Por eso otra vez la sorpresa cuando Milei se dispuso a posar con su pie desnudo junto con el de su novia, para hacer pública la foto y demostrar que su pie no era pequeño como andaban diciendo por ahí.
Fiel. Es probable que nadie esté del todo preparado psicológicamente para liderar un país con crisis recurrentes. Uno en el que sus ciudadanos buscan representantes que van de un extremo al otro del arco ideológico.
Sería deseable que el ejercicio del poder logre robustecer su criterio para valorar lo que significa el poder de ejercer ese poder. Aunque lo que suele suceder es lo contrario y se conoce como síndrome de Hubris.
Javier Milei fue un candidato fiel a su emocionalidad e ideas. Quienes lo votaron quizá lo hicieron con la sabiduría de que solo un líder excéntrico es capaz de enfrentar las excentricidades del caso argentino con algún grado de éxito.
Éxito en el sentido puro del término. Como fin, como salida última.
La relación entre equilibrio emocional y éxito es recurrente en Milei.
Cuando, ya electo, fue al programa de Mirtha Legrand, la conductora le preguntó si le molestaba que le dijeran el Loco. Milei respondió con otra pregunta, la misma con la que siempre respondió al mismo interrogante de otros entrevistadores: “¿Cuál es la diferencia entre un genio y un loco?”.
El jefe de Estado se contestó rápido: “El éxito”.
Pero, esta vez, Mirtha lo corrigió: “La cordura”.
Por Gustavo González-Perfil