Un informe de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA expone la brutal transformación que sufre la clase media argentina bajo el gobierno de Javier Milei
Menos ropa, menos alimentos, menos salud, menos vida: la nueva clase media ya no compra marcas, compra lo que puede. Un estudio revela cómo el ajuste libertario no solo empobreció bolsillos, sino también identidades.
La clase media argentina se está desmoronando. No solo en sus ingresos, sino en su esencia, en su forma de vivir, consumir y entender el mundo. El último informe del Centro de Estudios para la Recuperación Argentina, dependiente de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, es lapidario: durante el primer año del gobierno de Javier Milei, el poder adquisitivo de los sectores medios no solo cayó, sino que obligó a una reingeniería forzada del consumo, alterando rutinas, afectando la salud y minando el tejido simbólico que sostenía a esta franja históricamente clave en la estructura social del país.
Milei y la demolición silenciosa de la clase media
Mientras el gobierno festeja un descenso del índice de inflación, los hogares viven otra realidad: la de no llegar a fin de mes. El estudio, dirigido por la politóloga Mara Pegoraro, muestra cómo la clase media ya no define su identidad por el nivel de ingreso, sino por el esfuerzo de sostener un consumo que se evapora. Ya no se trata de perder lujos, sino derechos: cobertura médica, acceso al transporte, a una educación privada accesible o simplemente al placer cotidiano de un café.
De consumidores a sobrevivientes: cómo cambió el patrón de vida
Las voces recogidas en el informe y en la mesa radial que lo comenta son elocuentes. Silvina, una entrevistada, lo resume con un ejemplo doméstico: eliminó los "gastos hormiga" —cafés, taxis, antojos mínimos— y pasó a segundas marcas en el supermercado. “No comprás ropa, te arreglás con lo que tenés”, dice. Otra persona agrega: “Hoy no tengo prepaga. Estoy fuera del sistema de salud privada. No porque quiera, sino porque no puedo pagarla”.
Mara Pegoraro lo explica con crudeza técnica: “El 60% de los ingresos de la clase media se destinan hoy a pagar servicios básicos. Luz, gas, agua, transporte. Servicios que no se pueden dejar de pagar. Entonces, el café se sacrifica. La ropa se posterga. La salud se pierde”.
El espejismo de la inflación baja
El oficialismo celebra una inflación del 1,5% en mayo. Pero esa cifra promedio oculta una verdad incómoda: la inflación de los pobres y la clase media no es la misma que la de los millonarios. Quien gasta el 80% de su ingreso en servicios y comida sufre aumentos muy por encima de ese “promedio técnico”.
Un testimonio lo ilustra mejor que cualquier gráfico: “Celebro que los índices bajen, pero mi vida no baja. Todo lo que pago sube. Quizás tengo mala suerte y consumo lo que más se encarece. Pero no siento alivio”. Es que los alimentos, los medicamentos, los alquileres, el transporte, no siguen el ritmo del IPC. Y si lo siguen, la caída de ingresos ya los hace inalcanzables.
Cuando consumir define quién sos
“La clase media no se define solo por ingresos, sino por el modo en que consume”, explica Pegoraro. El acceso al ocio, al esparcimiento, a ciertos consumos simbólicos, como salir a tomar un café, enviar a los hijos a un colegio privado económico, contratar una prepaga modesta. Todo eso ya no es posible para una mayoría. Y cuando esos consumos desaparecen, también se diluye la percepción de pertenecer a ese estrato.
“La reconfiguración no es solo económica. Es cultural”, dice Pegoraro. “Es la transformación de lo que uno cree que puede o debe hacer. Y esa transformación es dolorosa”.
La precariedad como nueva normalidad
La informalidad también se dispara. Las changas desaparecen. Quien antes contrataba a un jardinero, ahora corta el pasto. Quien arreglaba la casa con un albañil, ahora lo intenta por su cuenta. No porque sea parte de una revolución del "hazlo tú mismo", sino porque simplemente no hay dinero.
Y si hablamos de trabajadores informales, que también integran la clase media por ingresos pero no por estabilidad, la situación es aún más grave. La variabilidad del ingreso genera un consumo aún más errático y frágil.
Ropa, alimentos y salud: los rubros que más se achican
Según los datos del informe, los rubros más afectados en el consumo de la clase media son tres: alimentos, indumentaria y salud. Se compra menos comida, se reemplaza carne por pollo, se buscan tamaños más grandes por litro o kilo. Las empresas, mientras tanto, reducen cantidades en los paquetes sin bajar precios. La trampa está servida.
En indumentaria, el consumo cayó un 37%. Y en salud, la cobertura privada se volvió un lujo. Familias enteras reducen planes, excluyen miembros o directamente abandonan el sistema privado. “Ya no puedo pagar la prepaga”, se repite como un mantra en los hogares medios.
La gran pregunta: ¿cuánto más puede resistir la clase media?
Una pregunta inquietante recorre el informe: ¿cuánto más puede aguantar la clase media esta caída sin derrumbarse? ¿Cuánto falta para que ese sector que históricamente equilibraba la tensión social se convierta en una nueva forma de pobreza invisible?
“El gobierno de Milei no busca reactivar el consumo. Su modelo económico no apuesta al rebote del mercado interno. No hay política de salarios, ni estímulo a la producción nacional. Solo ajuste”, advierte Pegoraro.
Y ese ajuste, que golpea sin distinción, beneficia solo a un segmento: la clase media alta, que por ingresos se mantiene a flote y aún puede sostener su modo de vida. El resto, reconfigura, ajusta, recorta. O desaparece como clase.
Una clase que ya no es media, pero aún no es pobre
El informe es claro: lo que se está produciendo es un corrimiento simbólico. Una “reingeniería del consumo” que no solo empobrece, sino que erosiona la autopercepción. La clase media ya no se reconoce como tal. Y aunque aún no cae del todo en la pobreza, vive con angustia la pérdida de sus anclas culturales.
Queda flotando una última advertencia: cuando la clase media se rompe, el país pierde estabilidad, horizonte y diálogo. Lo que sigue no es la recuperación, sino el conflicto. Porque un país sin clase media es un país en guerra consigo mismo.

Fuente: EO