Siempre se dijo que el poder económico es cobarde, que el capital es cobarde porque tiene mucho para perder. Pero el poder político, cuando se siente amenazado, puede ser igual o todavía más.
Empecemos por el escenario nacional, donde la obscenidad ya es costumbre. Patricia Bullrich, que se disfraza de Margaret Thatcher para las cámaras, manda a reprimir jubilados cada miércoles en el Congreso. Ancianos con bastones que piden lo básico después de una vida de laburo, y la ministra les responde con gases y bastonazos. Una muestra grotesta de la cobardía de este gobierno.
La misma cobardía que necesita de jueces amigos para proscribir a Cristina Fernández, porque no se animan a enfrentarla en una elección. Si no hubiera cobardía, debería ganarle en las urnas, pero cómo quedaría el relato de este gobierno si a menos de dos años de su plan de deterioro económico nacional termina cayendo con “el cuco”. Prefieren la emboscada judicial, con el guiño cómplice de quienes fueron puestos por decreto en la Corte, y que siempre responden al poder de turno.
Y si todo eso no alcanzara, inventan un país donde el espionaje sin orden judicial está permitido. El gobierno de los libertarios, que se jacta de defender la libertad, ahora autoriza a la Policía a espiar lo que escribís en redes, lo que comentás en WhatsApp, lo que le contás a tu mamá. El modelo de la libertad se convirtió en un Estado vigilante.
¿Y los opositores misioneros? Callados. Todos los que acá se rasgaban las vestiduras cuando Misiones creó una fiscalía para delitos digitales, ahora miran para otro lado. Hablaban de una ley mordaza, y ahora no dicen nada ¿porque si lo hace Milei está bien?.
Pongamos el foco también en casa. Porque después del 8 de junio, en Misiones, muchos sintieron que el piso tembló.
La Renovación sacó el 28% de los votos. El porcentaje más bajo de su historia. Y entonces, en vez de hacer autocrítica, comenzaron los susurros, las acusaciones cruzadas, la cacería de culpables. En vez de darle validez al triunfo logrado en medio de una crisis fenomenal, donde en CABA perdió el oficialismo, empezaron las internas.
Muchos que vivieron del Estado desde los tiempos del fax, hoy buscan al “responsable” de un resultado que no entienden. Exgobernadores que salen a hablar de estrategias políticas con el diario de lunes, con el resultado puesto. Por qué no hablaron el viernes previo a la elección, si es que sabían tanto.
Funcionarios que montaron campañas millonarias y no sacaron ni un concejal, hoy acusan al intendente, al clima, a TikTok.
Y en el interior, intendentes eternos, que llevan 20 años gobernando como si fueran patrones de estancia, hoy se quejan de que no hay obras ni recursos. Pero no devuelven los sueldos ni los cargos familiares que administran como si fueran una empresa familiar. Colocaron a todo el árbol genealógico en la administración pública y se quejan porque la gente no los vota como antes.
Hay renovadores que tienen miedo de volver al llano. Pero peor aún: hay otros que nunca pisaron el llano. Que entraron al Estado a los 20, con el sueldo más alto del pueblo y el apellido correcto. Que nunca caminaron un barrio sin custodia ni estructura, ni buscaron un voto sin caja. Hicieron política entre algodones. Para ellos, la política siempre fue un despacho climatizado.
Hoy el poder tiene dos caminos. Reinventarse con coraje, humildad y lealtad al pueblo. Poner la cara y volver a caminar los pueblos, los barrios y las picadas. O convertirse en una balsa de náufragos, donde buscan a quien tirar por la borda para salvarse cada uno.
La sociedad misionera no necesita dirigentes que hagan internas cuando la cosa se pone fea. Necesita líderes que caminen con la cabeza alta en las buenas y en las malas. Que vuelvan a mirar a la gente a los ojos. Que reconozcan errores, y que corrijan el rumbo antes de que sea demasiado tarde.
Porque gobernar no es acomodar parientes ni repartir contratos. Gobernar es estar en las buenas y en las malas y no tenerle miedo al pueblo que decís representar.
Por Luis Huls- Misiones Opina