Una vez más, el árbol de la Capital-Puerto tapa el bosque de la Argentina profunda
Mientras el capitalismo continúa depredando el ecosistema mediante la explotación de energías fósiles (el pasado mes de Julio fue el más caluroso de la historia de la Tierra desde que existen registros: La temperatura media escaló 1,5 grados por encima de los niveles preindustriales), y librando simultáneamente en Eurasia su postrera batalla por la hegemonía mundial a través de la OTAN, procura mantener en estado de irresolución crónica a sus patios traseros. En uno de ellos, el que nos toca en suerte, el frenesí de una campaña electoral carente de ofertas que apasionen contrasta esquizofrénicamente con el reclamo estructural que aportan comunidades originarias silenciadas prácticamente desde el arribo de Colón a nuestras costas, las mismas que ahora peregrinan hasta donde atiende un Dios que no es el suyo, para hacerse ver y escuchar.
El pensamiento de centro:
Apuntes para un nuevo “Manual de zonceras argentinas”
Eso que el mundo conoce como Argentina sólo es una entelequia mediática que abarca cerca de sesenta cuadras alrededor del Obelisco porteño. Más allá – al decir de Rodolfo Kusch, el filósofo que se autoexilió en Maimará para pensar al país desde adentro – aun aguarda irredento “el infierno vegetal” de la América Profunda. Hubo un sueño emancipador, sí, pero fue ahogado en sangre por el patriciado local a mediados del Siglo XIX.
Así, lo que hoy se nombra genéricamente como “un argentino” no es otra cosa que un arquetipo del medio pelo cosmopolita y urbano, subordinado al mito de la belleza absoluta y la juventud eterna, que promueven los centros del poder, la moda, y el consumo desde el Norte Global. En la metrópoli – por ejemplo – el reality show por excelencia ha venido convocando a lo más frívolo de las nuevas generaciones a compartir el rito canónico del modelo de exclusión: Competir hasta el bochorno por un instante de fama… o ser nominado para padecer de anonimato crónico.
Ezequiel Martínez Estrada escribió alguna vez que “bajo el asfalto está la pampa”. Hoy, ante las narices de la Patria del Glamour se yergue la Patria del Dolor. Sus hijxs, tan invisibles como el cacique Garabombo de Manuel Scorza (*), siguen cayendo del mapa del reparto de riquezas.
“Argentino y basta”, nos dice el mundo. Pero ese hermano kolla despojado por el agronegocio de la tierra de sus mayores nunca se quedó con los cubiertos de ningún avión ni con la toalla de ningún hotel cinco estrellas. Porque el arquetipo genérico al que se suele aludir es oriundo de nuestras principales ciudades, y particularmente de la capital – puerto.
Para esa “argentinidad” for export, por ejemplo, la normalidad consiste en disfrutar de los selectos menúes étnicos de Palermo Soho, sostener alguna rutina aeróbica con la misma consecuencia con que otrora daba cartel el sicoanálisis, varearse en un automóvil de alta gama, disponer de las más innovadoras tecnologías de punta, mandar lxs hijxs a algún college cuanto menos bilingüe, veranear en Punta del Este, opinar cada vez más desembozadamente que “a los negros que cortan rutas hay que matarlos a todos”, que la política en serio es la que se decide en las urnas, que “la grieta” a superar consiste en lograr la síntesis entre dos expresiones políticas que coinciden en ajustar y reprimir, o que “un país civilizado no debería tener a un indio por gobernante”. Y la novedad de votar opciones moderadas. Porque es sabido que para el ciudadano de bien la equidistancia entre capital y trabajo mejora la digestión, la sexualidad y el sueño.
La zozobra de las grandes utopías ha llevado a que recorra el mundo un pensamiento extremadamente sensato, que reivindica formas “humanas” de opresión, a cambio de que los privilegios formales de sus sostenedores sean preservados por las clases dominantes.
En Argentina, la pendularidad histórica de los sectores que adscriben a semejante ideario, así como su obscena disposición a saldar un pasado de sangrienta lucha de clases con homenajes póstumos, viene obstaculizando significativamente el camino hacia una transformación de fondo de las estructuras que generan la injusticia social.
El abstencionismo como síntoma de indignación
y la ausencia de una política de poder transformadora
“En este momento, el rechazo que la sociedad tiene por la actividad política acaso sea el más alto en 40 años de actividad parlamentaria, desde 1983 para acá. Ese rechazo tiene una absoluta y justificada respuesta: 40 años de dicha actividad no han sido capaces de cortar con una política iniciada en 1976. Simplemente que esta política se ejecuta en otras condiciones, pero basta mirar los números de la distribución del ingreso y la pobreza en Argentina para saber que estamos hablando de básicamente lo mismo. La democracia es un método político que, como cualquier otro, debe ser justipreciado por sus resultados”.
Alejandro Horowicz,
en programa “Siempre es hoy”, animado por Daniel Tognetti.
El incremento del abstencionismo electoral es un fenómeno global, en tanto las democracias republicanas se sostienen en base al voto popular, pero esa voluntad se delega en un sistema sujeto a incontables mediaciones, y que hace mucho ha dejado de garantizar la Justicia Social.
En nuestro contexto se ha transformado en un dato que el periodismo cada vez disimula menos. En el programa televisivo Desde el Llano del 24/7 pasado, por ejemplo, Joaquín Morales Solá, exhibiendo un zócalo que rezaba “Crece el ausentismo”, se mostró desconsolado a causa de que, en las últimas elecciones generales celebradas en España, país donde el voto no es obligatorio, concurrió a las urnas el 70% del electorado, mientras que, en las elecciones municipales de Córdoba, siendo el voto obligatorio en nuestro país, apenas lo hizo el 58% del padrón.
Si como botón de muestra revisásemos un par más de resultados de las recientes PASO provinciales, advertiremos – por ejemplo – que, en Santa Fe, un bastión peronista que alguna vez también administró el socialismo, sobre un padrón de 2.811.328 personas, también concurrió a votar el 58% del electorado (1.628.702) No lo hizo el 42% (1.182.626) Y el voto bronca llegó al 49% (1.385.931)
Otro caso testigo ha sido el de Chubut, donde sobre un padrón de 474.242 personas, votó el 69.28% del electorado (328.573) No lo hizo el 30.72% (145.669) El porcentaje de voto en blanco fue del 5.34% (25.358), y el de nulos un 1.86% (8.840) En conclusión, sumando ausentismo, voto en blanco, y anulados, el índice asciende al 37.92 % (179.867) Baste considerar que la fórmula ganadora se impuso con el ¡24.55% de los votos!
Más rotundo que Morales Solá, y menos quejoso, Sergio Sinay en Perfil así describe el fenómeno en cuestión: “Mientras pretenden no ser lo que son, con escaso poder de convicción y demasiados antecedentes a la vista y en la memoria colectiva, en las elecciones de cada domingo la abstención y el voto en blanco crecen. En los 18 comicios realizados hasta el domingo 23 de julio de este año se abstuvieron de votar un millón de personas más respecto de 2019, con lo que el número de ausentes llegó casi a cinco millones. Y entre los participantes aumentó el voto en blanco, toda una opinión sobre los candidatos, al tiempo que, de acuerdo con la mayoría de las consultoras, la imagen negativa de todos los postulantes supera a la positiva. Muchas de sus peleas son para la tribuna, pero las tribunas se van vaciando, asqueadas. Mientras los escorpiones se pelean en el barro, las ranas son cada vez más desconfiadas. Contra lo ontológico nadie la talla”.
Desde luego que no sería riguroso extrapolar esos guarismos al orden nacional, pero cotejando su repitencia en la mayoría de las recientes elecciones intermedias, no deja de constituir una señal de alarma. O, cuanto menos, el síntoma de eso que – acaso con cierto snobismo – se ha dado en llamar “insatisfacción democrática”.
Bien cierto es que la contracción global del trabajo humano – hace poco un empresario hindú despidió al 90% de su personal de atención al cliente y lo reemplazó por inteligencia artificial -, con su consecuente desestructuración de las sociedades, y el estancamiento general de la economía mundial son fenómenos que inciden sobre ese estado de frustración.
Lo cierto es que el arco partidario tradicional parece disolverse como un antiácido, fenómeno que a la militancia que aún adhiere a la noción de un Estado en disputa – bastante improductiva por cierto durante las últimas décadas – no parece quitarle el sueño.
Acaso campée en esa franja política la peregrina idea de convertirse en una suerte de metástasis antisistémica capaz de corroer por dentro – vaya uno a saber durante cuánto tiempo – las entrañas del viejo Estado colonial burgués hasta reemplazarlo por completo.
Pero al interior del pensamiento crítico que aún valora la vía parlamentaria como posibilidad de mejorar las condiciones en que se libra la puja entre capital y trabajo, también anida la idea de que, en un contexto de reflujo de masas y fragmentación popular, darle la espalda al proceso electoral desincentiva a las masas a participar en la vida política del país.
En concreto, no abundan interpretaciones acerca de que cuatro décadas de vigencia del orden constitucional que en 2022 llegaron a un índice de 43.1 % de pobreza (hace menos de un mes, un camión perdió el control en una de las rutas de San Luis, chocó en una banquina y la gente comenzó a saquear toda la carne que transportaba, generando una escena que no se veía desde nuestros peores años) puedan estar generando un movimiento silencioso de protesta equivalente al que estruendosamente estalló en 2001, pero de igual signo a la hora de decirle basta a la política tradicional.
Es cierto: “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo”, no constituye una política de poder sino apenas una expresión de rechazo al orden establecido.
¿Pero es en el cuarto oscuro donde los sectores antisistémicos deberíamos buscar los indicadores del cambio? ¿No corresponderá ejercer una mirada más holística de la realidad del país, analizar a fondo las luchas – gremiales y socioambientales en curso – buscando sus denominadores comunes e intentar dilucidar si hay en ellos, aunque más no sea en forma larvada, algún anuncio de lo nuevo?
No confundir la luna con el dedo que la señala
“Las protestas sociales de los pueblos originarios en Jujuy, no son una reacción a la Reforma Constitucional. Sino exactamente al revés, la Reforma Constitucional es la reacción del gobierno, a la autoorganización y defensa creciente de las comunidades originarias en sus territorios”.
Manuel Fontenla
“Jujuy, una llama que no se apaga. Litio, Estado y represión ¿regla o excepción?”
Parafraseando parcialmente a Antonio Gramsci, podría decirse que, entre una fe que muere y una fe que nace, vastos sectores de la militancia se muestran capaces de describir atinadamente las lógicas del Estado colonial burgués o de desarrollar prácticas antisistémicas, pero ante una convocatoria a comicios parecen incapaces de surfear dignamente sobre esa ola ofreciendo alternativas productivas que eviten distraer a las masas de su larga marcha en pos de una vida digna.
Como si fuera tan difícil internalizar que, mientras no exista una hegemonía social movilizada en favor de los intereses populares, poco y nada aporta ser – o poner el voto al – candidato o candidata menos malx, dado que no alcanza con un tintero para teñir el océano.
¿Será esa inercia el saldo más rendidor del escarmiento genocida? Quizás valga la pena establecer una sencilla periodización – seguramente arbitraria – para intentar repasar, sobre todo ante lectorxs jóvenes (suponiendo que todavía los haya) cómo fue que llegamos hasta la encrucijada descripta.
Si tomáramos como punto de partida el aborto de la primera década peronista, podría convenirse que, entre 1955 y 1973, con la proscripción política de las grandes mayorías nacionales se fue gestando una ofensiva popular de tal radicalidad que durante un breve lapso del último año señalado llegó a colocar en cargos de decisión a numerosxs exponentes de las políticas revolucionarias de la época. La traición al programa votado por el pueblo y la ofensiva táctica de sectores facciosos que contaron con la anuencia del propio presidente Perón, sentaron las bases, fundamentalmente a partir de su desaparición física, de la ofensiva estratégica de los grupos económicos de la oligarquía local, que se harían cargo del país a partir de 1976 y hasta 1983, circunstancia en la que se replegaron desgastados por la derrota en Malvinas y las denuncias internacionales sobre violaciones flagrantes a los DDHH – aunque no desalojados por la bronca popular -, dejando el saldo de un genocidio cuyas secuelas de escarmiento aún gravitan en el imaginario de una sociedad que en el pasado supo escribir páginas heroicas de la historia. Entre el gobierno de la viuda del anciano líder – durante el que se produjo el primer shock inflacionario contemporáneo bajo el nombre de “Rodrigazo”, en honor al ministro de Economía de entonces – y la última dictadura, el capitalismo productivo que promoviera los Estados de Bienestar que conoció el mundo durante buena parte del Siglo XX, fue convirtiéndose en el capitalismo financiero y rentístico trasnacional imperante en la actualidad.
La implosión del socialismo real en el año 1991 dejó expedito el camino para que el orden global de carácter bipolar que rigiera hasta entonces se volcara drásticamente en favor del occidente capitalista. Promediando una nueva década protagonizada por un peronismo asimilado al neoliberalismo hegemónico, durante el año 1996 ingresó a nuestro país el agronegocio, contribuyendo a consolidar la matriz productiva extractivista de acumulación por desposesión, que ningún gobierno democrático se atrevió a cuestionar hasta la fecha. El desguace paralelo del Estado nacional indujo las primeras luchas piqueteras en Mosconi y Cutral – Có, experiencia que, con marchas y contramarchas, llega hasta nuestros días, nucleando a los sectores más dinámicos del mundo del trabajo informal. Haría falta volver a derramar sangre joven para intentar disciplinar semejantes rebeldías, y eso ocurrió el 26 de junio de 2002 en la entonces Estación de Avellaneda, Provincia de Buenos Aires. Tal circunstancia propició que el poder procurara reencauzar la gobernabilidad incorporando algunas reivindicaciones enarboladas por los sectores en lucha, y así – tras el desfile de cinco presidentes en una semana – el peronismo, siempre resiliente, dio con un ignoto y moderado militante setentista oriundo de Santa Cruz, lo suficientemente astuto como para seducir a las nuevas generaciones invocando las banderas de sus mayores, y tan pragmático como para haber votado oportunamente la privatización de YPF o prorrogado, ya en el ejercicio de la Primera Magistratura, las licencias de los medios hegemónicos. Ese período de ampliación de ciertos derechos – que incluyó dos mandatos de su viuda – se correspondió con la llamada “Década Larga Progresista de Nuestra América”, durante la que a nivel local primó la cooptación de organizaciones sociales otrora bastante díscolas, así como de organismos defensores de DDHH que hasta entonces se mantuvieran prescindentes del gobierno de turno. Esa módica Luna de Miel culminó cuando cesó el viento de cola de la economía mundial y los commodities de la soja dejaron de proporcionar regalías para seguir conteniendo a los sectores excluidos mediante el asistencialismo.
Para entonces, en todo el mundo – y por ende en nuestro continente – se vivió una contraofensiva neoconservadora que puso en el gobierno local al Ing. Macri, quien – como se sabe -, entre otras tropelías, y con la complicidad de un FMI capaz de violar sus propios estatutos en favor de sus aliados locales, nos endeudó por 100 años. El resto corresponde al período que viene concluyendo, en el que a la actual vicepresidenta de la Nación se le ocurrió designar como candidato a presidente a un peronista porteño de ideas socialdemócratas, decisión que alcanzó para ganar una elección, pero no para sacar el país adelante, pandemia y guerra en Eurasia mediante. En tales circunstancias, la influencia de los dos grandes referentes del oficialismo y la oposición se fue licuando. Es así como un kirchnerismo que desde sus 15’ de gloria ha venido desatinando en la elección de candidatos, se encamina a librar una batalla electoral con la pólvora mojada y representado por candidatos que integran el consenso extractivista de toda la oferta con chances de imponerse: un ex enemigo acérrimo que no da pie con bola para frenar la inflación, acompañado por un político que acaba de salir cuarto en las elecciones intermedias de Santa Fe.
A lo largo de todo el periplo sucintamente descripto han quedado en el camino las grandes identidades políticas que gravitaron durante el siglo pasado, y hemos arribado a un nivel de malestar que se manifiesta explícitamente con hechos como la golpiza de los colectiveros al ministro de Seguridad bonaerense, o tácitamente a través del abstencionismo electoral. En todo caso, lo indisimulable es un hartazgo social que tratan de capitalizar lxs personerxs de la intolerancia, siempre autoconvocadxs a “poner orden”.
Pero va de suyo que la política no se dirime exclusivamente en El Palacio, y que La Calle también hace su juego.
En dicho escenario son destacables algunas luchas que viene librando la clase obrera, como la de contratistas del ferrocarril, Coca Cola de Córdoba, neumáticos en Buenos Aires, colectiveros, subterráneos, docentes de Salta, y un hecho inédito: el paro de las contratistas de Acindar en Villa Constitución durante dos días.
Estas experiencias van dejando su impronta y su enseñanza en la clase trabajadora, lo cual viene incrementándose desde fines del año pasado.
Todo ello ha contribuido a que la UOM decretara un remedo de “plan de lucha” con tufillo electoral, para engañar a los obreros y que, seguramente, en medio de la disposición a la lucha que están demostrando los metalúrgicos, al igual que otros trabajadores en el contexto nacional, redundará en mayor desprestigio del aparato sindical.
Un ejemplo en tal sentido cundió, a pocos días del hecho en cuestión, cuando contratistas de Terniun (ex Siderar, planta San Nicolás), se pusieron en pie de lucha y obligaron a la patronal, al sindicato y al gobierno, a decretar la conciliación obligatoria que, vale la pena recalcarlo, es sólo obligatoria y de cumplimiento para los trabajadores ya que cuando a la patronal no le conviene no la cumple. Las demandas son iguales a las de las contratistas de Acindar: aumentos de salarios y mejores condiciones laborales.
Por su parte, obreros de unos 60 talleres metalúrgicos de Villa Constitución que reúnen a unos 1000 trabajadores, hicieron circular un volante con demandas salariales, llamando a la lucha y a la unidad para lograr el objetivo.
Por primera vez en la historia de esa siderúrgica, las contratistas paralizaron totalmente la planta, obligando al sindicato a sacarse una vez más la careta, dejando al descubierto su verdadero rostro favorable a la empresa, al decidir el levantamiento de la medida luego de una “negociación” en la que los obreros no ganaron desde lo económico pues el bono de $ 45.000 suple, en plata, los descuentos de los días no trabajados que impuso la empresa a todos los trabajadores (de planta y tercerizados) El aumento firmado por los impresentables directivos del sindicato UOM no supera un promedio de $ 9.000 para los magros bolsillos que reciben un básico de $ 130.000.
Pero, visto desde la perspectiva política de la confrontación de clases, la lucha demostró varias cosas que quedarán impresas para los combates futuros de la clase obrera, no sólo de la zona sino del país.
Sin embargo, por su persistencia y trascendencia sociocultural, parecería que lo más auspicioso de la lucha popular en este momento viene bajando desde el NOA. En efecto, se trata de la rebelión del pueblo jujeño, que se ha mantenido a pie de ruta en contra de la reforma constitucional ordenada por el gobierno de Gerardo Morales y la partidocracia local, las condiciones de vida degradadas y el ataque al medio ambiente que significa la extracción del litio con el peligro de agotar las reservas de agua.
A propósito de esto, en los últimos díascirculó un video filmado por vecinos de la salina “El Leoncito”, en cuyas imágenes se observa la precariedad y la destrucción que ocasionan las empresas que están extrayendo litio en una de las pocas fuentes acuíferas de la zona. Las denuncias coinciden con el inicio de las audiencias de la asamblea constituyente que reformará la constitución, en cuyo marco se exige que modifiquen toda legislación que favorezca a las empresas mineras. Las y los pobladores temen que la situación jujeña se repita en La Rioja.
Volviendo a Jujuy, como se recordará, un conflicto que partió del reclamo salarial de lxs docentes, fue generando una creciente adhesión multisectorial, pero experimentó un significativo salto en calidad cuando las comunidades originarias nucleadas en el Tercer Malón de la Paz se plegaron a esa lucha, sumando su exigencia de tierra y territorio, desoída durante cinco siglos.
A diferencia de otros “azos” producidos durante los años 60 del pasado siglo con epicentros más focalizados, este – al igual que el de Chubut contra la zonificación minera o al de Mendoza en defensa del agua – involucra a TODA la provincia.
Aunque aún no se lo distinga nítidamente desde el centro de un país cuyas capitales se resisten a asumir la herencia mestiza, nuestros pueblos originarios constituyen el sujeto social que el modelo extractivista tiene en la mira para saquear los bienes comunes, y el que sostiene la persistencia de una lucha a todo o nada, que no pudo ser doblegada ni con métodos propios de la última dictadura puestos en práctica por el gobierno jujeño durante la cacería de activistas del 20 de junio pasado, circunstancia en la que se aprobó una reforma constitucional amañada y que contraría a nuestra Carta Magna. Es más, puede que ese también sea el sujeto social que en este momento de la historia carga sobre sus hombros ni más ni menos que la misión de salvar la vida en este planeta.
Y, a propósito del último Día de la Bandera – la del Estado colonial burgués -, corresponde tomar nota de que miles y miles de argentinxs eligieron replicar la consigna “Arriba la Whipala”, es decir, arriba la bandera de lxs de abajo. Se trata de un hecho que merecería mayor consideración militante, porque remite a una lucha que no se detendrá, como no lo ha hecho hasta ahora, por más que se la intente sofocar una y mil veces.
Puede que en esa multisectorialidad que se mantiene firme tanto en la ciudad como en los cortes, esté germinando la semilla del futuro Estado Plurinacional y Eco Social que nos merecemos.
En cualquier caso, como bien dice el filósofo decolonial boliviano Rafael Bautista Segales, “ante un presente tan atroz, hay que dejar el pesimismo para tiempos mejores”. –
(*): Esta novela del escritor peruano, según sus propias palabras, “es también un capítulo de la Guerra Callada que opone, desde hace siglos, a la sociedad criolla del Perú y a los sobrevivientes de las grandes culturas precolombinas. Cientos de miles de hombres – muchísimos más que todos los muertos de nuestras ingloriosas guerras “oficiales” – han caído librando esta lucha desesperada. Los historiadores casi no consignan la atrocidad ni la grandeza de este desigual combate que, por enésima vez, ensangrentó las cordilleras de Pasco en 1962. Dieciocho meses después de la masacre de Rancas, la comunidad de Yanahuanca, comandada por Fermín Espinoza, Garabombo, invadió y recuperó los casi inabarcables territorios de las haciendas Uchumarca, Chinche y Pacoyán. ¡Era el amanecer de la gran epopeya andina que concluiría con el feudalismo en el centro del Perú!”. El relato en cuestión justamente pretende que su protagonista era invisible a los ojos de los poderosos.
Por Jorge Falcone-La Gomera de David