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La desaparición de Martita Ofelia Stutz, un misterio que nunca se resolvió

La nena desapareció en Córdoba en 1938 cuando tenía 9 años. La investigación fue un fracaso que incluyó torturas y consultas a videntes y adivinos.

El secretario del juzgado había abierto la puerta y con un ademán le había indicado al hombre que podía ingresar. El juez penal de Córdoba, Wenceslao Achával, se levantó de golpe. El visitante no era un testigo ni tampoco un acusado o el familiar de alguna víctima. No. Era un adivino y astrólogo llamado Luis Berto. El juez y su secretario no sabían muy bien cómo proceder.

Achaval fue largamente criticado cuando se conoció su decisión de convocar a un vidente para avanzar en la misteriosa desaparición de Marta Ofelia Stutz, Martita para todo el mundo, una nena de nueve años. ¿Qué le había pasado? ¿Habría sido víctima de un acto criminal, como se suponía? Achával estaba desconcertado.

El diario Crítica, en Buenos Aires, tituló: “Como los antiguos caldeos, el juez Achával emplea la astrología para resolver un crimen”.

Martita Ofelia Stutz, en una de las últimas imágenes antes de su desaparición.
Martita Ofelia Stutz, en una de las últimas imágenes antes de su desaparición.

Se decía que el caso no estaba en buenas manos pues para muchos Achával era un incompetente. Pero era el juez del caso. Cuando el adivino Berto estuvo frente a Achával le pidió ver el expediente. El juez dispuso que lo llevaran hasta su despacho para que Berto “hiciera su trabajo”. Con los ojos cerrados, el vidente tocó la pila de papeles. Exhaló con fuerza. Dio un paso hacia atrás. Miró a Achával.

-A Martita no le ha pasado nada grave -afirmó. El juez también exhaló, aliviado.

Berto fue solo uno de tantos astrólogos, adivinadores, ocultistas que pasaron por el despacho de Achával, el juez que había perdido el rumbo en una investigación cuya finalidad era hallar a una nena de 9 años. La farsa de los clarividentes solo resultó en pérdida de tiempo y falsas esperanzas.

Marta Ofelia Stutz: crónica de una desaparición

La mañana del sábado 19 de noviembre de 1938, a Marta Ofelia Stutz lo único que le preocupaba era ir a comprar el Billiken al quiosco de la esquina de su casa de la calle Galán, en el barrio San Martín, de la ciudad de Córdoba. El quiosquero era un viejo conocido, Manuel Cardozo. Los veinte centavos que costaba la revista se los había dado su mamá, Lola Ceballos, ama de casa y madre de tres hijos: Martita; Jorge, de 11 años, y Susana, de 3.

El padre y los hermanos de Martita Ofelia Stutz.
El padre y los hermanos de Martita Ofelia Stutz.

Esa mañana, Lola le dijo a su hija que tuviera cuidado al cruzar la calle. Martita era una nena responsable. Iba al colegio en tranvía con su papá, Arnoldo, que era contador y empleado, y regresaba con una compañera que vivía en la misma cuadra. Media hora antes de ir a comprar el Billiken, había vuelto de la fiesta de fin de curso de la escuela Normal Alejandro Carbó, donde había finalizado el segundo grado. De ojos marrones y cabello castaño claro, aquel día vestía un traje azul marino con puños y cuello color rojo, pollera tableada, medias tres cuartos y un moño blanco en la cabeza. Había mucha gente en la calle a esa hora.

Pasó el tiempo y, como Marta no volvía a la casa, Lola salió a buscarla. Nada. Avisó a los vecinos, que se unieron a la búsqueda. Nada. Llamaron al papá, que estaba trabajando en la empresa Minetti y Cia. Todos a la calle, cada uno en una dirección distinta. El quiosquero dijo que la nena había comprado la revista y se había ido. Al día siguiente, se difundió en Córdoba la noticia de que una nena de 9 años había desaparecido. En Buenos Aires, Crítica tituló que la hija del contador de un importante comercio, había sido raptada en Córdoba.

Marta Ofelia Stutz: la ciudad patas para arriba

La Policía allanó depósitos, casas abandonadas, entraron a viejos túneles, se metieron en chozas, en comercios del barrio de Martita y de otros. Puso la ciudad patas para arriba. Era necesario buscar testigos pues no era posible que a las 11 de la mañana nadie hubiera visto nada. Qué pasó con Martita… ¡Cómo era posible que desapareciera una nena cuando volvía de comprar del quiosco, cerca de su casa!

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La Policía empezó por investigar a la familia de la nena. Los Stutz era de Nueva Helvecia, Uruguay, y los Ceballos, de Villa María. No había ninguna crisis en la familia que hiciera pensar en un eventual desenlace fatal dentro de ese ámbito. Al contrario. Las paredes de la ciudad se llenaron de afiches con la carita de Marta y la leyenda: “Se busca a esta nena”. En Buenos Aires, el interés era similar. Nadie podía quedarse con los brazos cruzados y la Policía cordobesa hizo lo que se solía hacer: metió presos a los primeros que tuvo a mano. Uno de los arrestados se llamaba Antonio Parenti, exnovio de Rosalía Durán, la empleada doméstica de la familia Stutz.

Entonces se produjo una novedad que conmovió a todos: el abogado de la firma donde trabajaba el papá de Martita recibió una llamada pidiendo cuatro mil pesos de rescate. ¡Secuestro extorsivo! Claro, era una familia de clase media, pero tenía empleada cama adentro, lo cual indicaba que seguramente tenía plata en una época de mishiadura.

La casa de Martita Ofelia Stutz.
La casa de Martita Ofelia Stutz.

Antonio Parenti era el personaje ideal para inventar una historia a su alrededor. Era el novio de la sirvienta. Rápidamente dejaron a Parenti de lado porque apareció un peón de Obras Sanitarias, Domingo Flores, que dijo que mientras trabajaba en el Barrio San Martin vio a una mujer alta y rubia, a eso de las 11.30 de aquel 19 de noviembre, esperando el colectivo. Le llamó la atención que ella miraba en sentido contrario al de la circulación de los vehículos. Flores notó que la mujer estaba hablando con una nena que tenía una revista en la mano.

Hugo Jiménez, de 7 años, y Antonio Conos, de 12, del barrio Villa Cabrera, afirmaron sin dudas que ese día 19, alrededor del mediodía, habían visto una voiturettre (un auto liviano con dos asientos) de color verde oliva, conducida por un hombre gordo de cabello oscuro junto al cual iba una nena que, por lo que deducía Jiménez, podía ser Martita. La nena estaba llorando. Iban camino a Pajas Blancas, por entonces un descampado y hoy la ubicación del aeropuerto de Córdoba. ¿Quién podía ser el hombre que manejaba esa voiturette?

La Policía estaba haciendo controles en las rutas cuando divisó un vehículo de las características señaladas por el nene Jiménez. El conductor se llamaba Domingo Sabattino. Fue preso. Acaso la razón de ser de la detención no haya sido tanto el tipo de automóvil sino una circunstancia que para la Policía era esencial: el gordo Sabattino había tenido una causa por ocultar en su casa a los asesinos de un pagador municipal.

El caso en los diarios de la época.
El caso en los diarios de la época.

La situación parecía aclararse. El rostro de Martita estaba en todos los periódicos: “Toda Córdoba busca a una nena”. El gobernador cordobés, Amadeo Sabattini, se reunió con los padres y, como suele suceder en estos casos, les prometió toda la ayuda posible.

Marta Ofelia Stutz: una investigación descontrolada

La investigación no tenía quién la dirigiera. Achával estaba lejos de encabezarla. Y cada policía seguía la pista que le parecía. Podìa ser la pista del novio de la sirvienta o aquella de la mujer rubia que había visto el obrero Flores o tal vez para profundizar la investigación sobre el gordo Sabattino. En este revoltijo, cayó presa una curandera, María Moreno de Juárez, con antecedentes por secuestros y extorsiones jamás comprobados. Era una de las sospechosas de siempre pero en su contra por el caso Stutz no había una sola prueba. Ninguna de las declaraciones de los sospechosos detenidos aportó nada, tampoco Domingo Sorba, amigo de Sabattino, que también cayó preso.

Algunos testigos dijeron a la Policía que una voiturette como la de Sabattino había sido vista el día de la desaparición de Martita en la localidad cordobesa de Deán Funes y que iba en dirección a Santiago del Estero. Otros policías, bajo el mando del comisario Plutarco Carceglia, estaban en Cruz del Eje siguiendo otra pista que los llevaba a La Rioja. Cada uno hacia lo que quería y el juez Achával, como bola sin manija, metía los informes en un cajón.

Cinco días después, el 24 de noviembre, Achával dio un extraño comunicado, dirigido a los autores de la desaparición de Martita. Decía que si la nena no había sido dañada ni la habían lesionado en su honestidad, la dejaran en una “casa honesta”, en un colegio o en otro lugar; que si hacían eso, él contemplaría atenuantes. El comunicado terminaba con una consideración insólita: “En el caso de condena, quien suscribe se compromete a propiciar con grandes probabilidades de éxito un gran movimiento de opinión ante las autoridades competentes, en procura del indulto para los autores del hecho”.

Vecinos frentre a la casa de la familia Stutz.
Vecinos frentre a la casa de la familia Stutz.

¿Y qué había sido de aquella llamada al abogado de la firma en la que trabajaba el padre de Martita? Nunca más se comunicaron.

El empleado de una estación de servicio de la localidad de Buena Esperanza, en San Luis, afirmó que le había vendido nafta al conductor de un coche color verde oliva donde iban dos mayores y una nena que tenía el rostro cubierto con un pedazo de tela. ¡Raro! El hombre agregó que le pagaron, fue hasta la oficina a buscar el vuelto y al regresar el coche ya se había ido. La patente era de Colonia Caroya y terminaba en 37.

La creencia dominante entre los policías era que la desaparición se debía a que querían sacarle plata a los padres. Otros, por su parte, sostenían que esa pobre nena había sido atrapada por un degenerado. Hombres y mujeres con algún antecedente, por menor que fuese, fueron sometidos a terribles interrogatorios mediante torturas.

Antonio Suárez Zabala

Noviembre de 1938 estaba por terminar. A Achával, entonces, se le ocurrió convocar adivinos, rabdomantes y clarividentes. Berto fue la figura estelar, el que pidió tocar el expediente, pero sin embargo sus habilidades no le alcanzaron para advertir la proximidad de un personaje llamado Antonio Suárez Zabala, alto, de nariz prominente, cabello castaño ondulado, que peinaba hacia atrás. Fue nombrado entre los muchos testimonios que tomó la Policía. A Suárez Zabala lo apresaron y lo incomunicaron. El 6 de diciembre la Policía informó que Suárez Zabala era ingeniero agrónomo, que estaba casado y que tenía 48 años. Lo había mandado al frente una prostituta que Suárez Zabala frecuentaba, Laura Fonseca, de 20 años, que se había presentado para decir que Suárez Zabala le había pedido varias veces que le consiguiera una nena y que uno de esos pedidos se lo había hecho el 19 de noviembre, cuando desapareció Martita.

El caso en los diarios de la época.
El caso en los diarios de la época.

Pero si este hombre quería una nena y le había pedido a su prostituta preferida que se la consiguiera, ¿cómo relacionarlo específicamente con Martita? ¿Quién podía ubicar a Suárez Zabala cerca del quiosco donde la chiquita había ido a comprar el Biliken? No había mucho contra Suárez Zabala. Hasta que, sin que nadie se explicara la razón, la Policía fue a interrogar a una chica de 17 años que estaba alojada en el Asilo del Buen Pastor. Su nombre era María Rivadero, una huérfana que había sido mamá a los 13 años, y que trabajaba como empleada doméstica en la casa de Ángela Caride, viuda de Olivero, un prostíbulo que pasaba por inquilinato. Contó María que su patrona recibió, algunos días atrás, la visita de una mujer rubia acompañada por un hombre identificado por las damas como Suárez. Esa vez María escuchó que Suárez decía que le gustaban las nenas de 9 o 10 años. Y declaró que en otra oportunidad escuchó que Suárez decía: “A esta criatura hay que liquidarla. Es la única salvación”.

En una rueda de reconocimiento, María reconoció a Suárez Zabala como el “Suárez” que había ido al prostíbulo. El 16 de diciembre de 1938, el juez Achával dictó la prisión preventiva de Suárez Zabala por el secuestro de Marta Stutz. Igual medida recibió Domingo Sabattino. No hubo entonces prueba alguna de que Sabattino y Suárez Zabala se conocieran. ¿Martita estaba viva o estaba muerta? Viva, dijo el astrólogo Berto pasando su mano sobre los expedientes del caso. Nadie podía responder con seriedad esa pregunta.

Torturas

Suárez Zabala fue torturado, igual que Sabattino. Hacía falta una prueba sólida que los uniera al destino de Martita. Más testigos declararon y tres días después de dictarse la preventiva apareció otro nombre en el drama, el de José Bautista Barrientos, de 31 años. Barrientos era guarda de tranvía, casado con Carmen Rocha, una partera que hacía abortos y tiraba las cartas. El guarda les dijo a los policías que Martita había muerto cinco días después de haber sido raptada y que el asesino era Suárez Zabala. ¿Cómo sabía todo eso? Porque Suárez Zabala había llevado a la nena a su casa el 21 de noviembre a las 10.30, y le había ofrecido doscientos pesos para que la ocultara. Barrientos aceptó, según confesó. Al principio ni él ni su mujer se dieron cuenta que era Martita; después sí. Pero no fueron a la Policía ni avisaron a sus vecinos. Pensaron que tendrían complicaciones y buscaron a Suárez Zabala, pero no lo encontraron. Según Barrientos, el estado de salud de esa nena se agravó pero no supo decir qué le pasaba, cuáles eran los síntomas.

Si hacía falta algo más para darse cuenta de que la declaración era muy sospechosa y que tal vez estaba dictada por los policías, Barrientos aseguró que al cuarto día de tenerla en su casa, apareció Suárez Zabala y se la llevó: Martita salió de su casa con vida, aunque murió casi de inmediato, ya en manos de Suárez Zabala. Lo que no dijo fue de dónde conocía a Suárez Zabala y desde cuándo; tampoco cómo habían alcanzado tal grado de amistad como para que Suárez le confiara a la nena.

El caso en los diarios de la época.
El caso en los diarios de la época.

La Policía llevó a Barrientos ante el juez Achaval. Entonces el guarda de tranvía cambió su declaración y dijo que entre el 20 y el 21 de noviembre, mientras estaba estacionado se le acercó un hombre que él no conocía y le preguntó si sabía de alguna enfermera porque su sobrina se sentía mal. ¡Vaya casualidad, ese guarda estaba casado con una enfermera! Barrientos agregó que le ofreció los servicios de su esposa y que el desconocido aceptó, le pagó 200 pesos y le hizo prometer que guardaría silencio. ¿Por qué en vez de consultar a un guarda de tranvía no llevó a la niña directamente a un hospital?

Cuando a Martita la llevaron a su casa, Barrientos advirtió que tenía un golpe en la cabeza y parecía que la hubiesen manoseado, aunque no describió más sobre la supuesta vejación. El final de esta segunda historia fue diferente al de la primera. Barrientos aseguró que compró remedios para la nena y que a pesar de sus esfuerzos la supuesta Martita murió en su casa entre el 25 y el 26 de noviembre y que el hombre desconocido sacó el cadáver en una bolsa de arpillera y lo metió en el baúl de su auto. Afirmó que después reconoció por las fotos de los diarios a ese hombre como Suárez Zabala.

Achával estaba exhausto y se fue a almorzar. Por la tarde volvió a llamar a Barrientos que, esta vez, cambió su declaración y afirmó que al enterarse de la muerte de la nena, Suárez Zabala le dijo que hiciera lo que quisiera con el cuerpo. Barrientos decidió llamar a un amigo, Humberto Vidone, que tenia un horno de ladrillos en las afueras de Córdoba, camino a La Calera. Él y Barrientos llevaron el cadáver hasta el horno y lo cremaron. Era el broche de oro. Nada de lo declarado por Barrientos era comprobable.

Achával ordenó que arrestaran a Vidone y que inspeccionaran el horno El juez contrató al dueño de un perro llamado Mono para llevarlo a las casas de la nena y de Barrientos. Mientras, el adivino Berto insistía con que la nena estaba viva. En el patio de tierra de la casa de Barrientos se advirtió un sector removido, la Policía cavó y encontró un colchón con manchas que parecían sangre, aunque nunca se hicieron los estudios correspondientes. También se encontró lo que podría haber sido sangre en el auto de Barrientos, pero tampoco hubo pericia. Mientras, en el horno de Vidone encontraron, como era de esperar, cenizas.

De inmediato se agregó otra prueba sospechada de haber sido arrancada bajo tortura: nada menos que la confesión de Carmen Rocha de Barrientos, la partera que hacía abortos, que admitió que habían llevado los restos de la nena al horno para cremarla.

Marta Ofelia Stutz: un adivino que no adivinó

A Berto, el adivino que había dicho que la nena estaba con vida y que nada le había pasado, el juez Achával lo mandó preso. El cargo: escarmiento.

Amadeo Sabattini, el gobernador cordobés, ejerció presión sobre la Policía para que resolviera el caso y ahora estaba más tranquilo. No importaban los métodos sino que el público supiera que su gobierno se ocupaba de poner en prisión a los culpables de un crimen atroz contra una nena, aunque no se supiera qué crimen y si los sospechosos eran los autores.

En cuanto al testimonio de María Rivadero, la chica de 17 años alojada en el Asilo del Buen Pastor, que orientó el caso hacia Suárez Zabala, se descubrió que no sabía nada de la desaparición de Martita y que su testimonio fue una maniobra de Carlos Facio, oficial de policía, que había secuestrado a Rivadero para forzarla a decir lo que él había preparado para terminar con el caso.

La teoría que mantuvo el juez Achával fue que Suárez Zabala había encargado a una misteriosa rubia que secuestrara a una nena y la retuviera, pero como Martita tuvo complicaciones de salud, la entregó a los Barrientos. La nena murió y la quemaron en el horno de Vidone, el amigo de Barrientos. Extrajeron cenizas y hasta huesos del horno pero eran de animales. Casi al mismo tiempo que se difundía la noticia de que los restos del horno de Vidone no eran humanos, el propietario era internado debido a las múltiples lesiones causadas por los policías durante la tortura.

Vidone fue liberado el 24 de diciembre al mediodía. No alcanzó a pasar la Nochebuena consciente. Murió el 26 de diciembre en el Hospital San Roque a causa de los tormentos. Quince policías quedaron involucrados en su muerte. Escándalo sobre escándalo, Carlos Facio, ese oficial que había secuestrado a María Rivadero para armar una historia falsa, fue dejado en libertad con el viejo expediente de la falta de pruebas.

La causa estaba a punto de desmoronarse porque la tortura a los sospechosos estaba a la orden del día. Barrientos, que declaró diez veces y en cada una de ellas dio una versión diferente, denunció torturas. Al día siguiente de la muerte de Vidone, el juez Achával decidió tomarse vacaciones. Para él era mucho.

De Barrientos se supo que además de guarda de tranvía era soplón de la Policía, o sea un informante de los bajos fondos que a cambio de impunidad para cometer pequeños delitos era utilizado de la manera más conveniente a los intereses policiales, como hicieron con el caso de Marta Stutz. Su mujer, Carmen Rocha, fue liberada debido a que su confesión había sido falsa.

Achával seguía de vacaciones y su reemplazante, Vélez Mariconde, recibió un nuevo informe pericial: los restos hallados en el horno sí eran humanos. Carmen Barrientos volvió a declarar y acusó a su marido de ser el responsable del destino funesto de Martita y que Suárez Zabala no tenia nada que ver. ¡Un lío! Mientras, los policías procesados por torturar y matar a Vidone salieron libres. Ya sobre fines de enero, tras violentos interrogatorios, Suárez Zabala confesó que había conocido a Martita. Los acontecimientos se precipitaban otra vez, aunque nadie sabía hacia dónde. Aparecieron nuevos testigos, de procedencia ignorada, que afirmaron que el finado Vidone y Barrientos habían quemado el cuerpo de Martita y que luego habían limpiado el horno, pero eso lo sabían de oídas. Al tercer mes de la desaparición de Marta Ofelia Stutz, se produjo un nuevo alto en la investigación. Señores, era Carnaval.

Suárez Zabala, en una celda, sostenía que era inocente y desmintió haber conocido a Martita. Ya la atención sobre el caso no era la misma que la de tres meses antes. Crítica dejó de informar sobre Martita Stutz. El 12 de julio de 1941, el juez Antonio Ávalos, el único que quedó en pie después de haberse recusado a todos los anteriores, condenó a Antonio Suárez Zabala por rapto y violación y le impuso diecisiete años de prisión. A Juan Bautista Barrientos y a su mujer Carmen, ocho años por privación ilegal de la libertad. Domingo Sabattino recibió seis años y medio por igual delito. Para el juez, al volver del quiosco Marta fue secuestrada, violada por Suárez Zabala en algún lugar no precisado, y llevada a la casa de los Barrientos lastimada por el abuso, y que allí estuvo prisionera.

Todos los condenados apelaron la sentencia. El 30 de diciembre de 1942 la Cámara de Apelaciones de Córdoba resolvió que no había ninguna prueba contra los acusados y los absolvió.

La desaparición de Marta Ofelia Stutz es un misterio que nunca se resolvió.

Por Ricardo Canaletti-TN