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La desconexión voluntaria de las redes: por qué WhatsApp no tiene botón de apagado

La desconexión comienza a aparecer en la sociedad como un tema de corte moral y ético, en el sentido de que las personas se lo plantean como “algo que debería hacer mejor a sus vidas”. La investigadora Mora Matassi analiza esta pregunta en un terreno donde ya hay propuestas, hoteleras por ejemplo, que fomentan un “detox digital”. 

WhatsApp no tiene un “botón de apagado” y eso pareciera convertirse en una metáfora de lo que le pasa a los argentinos con esta aplicación: “Me puedo desconectar de otras redes, pero no de WhatsApp”. La idea de que esta app se tiene por default. Pero qué pasa cuando las personas quieren despegarse de la conexión permanente. ¿De qué nos desconectamos cuando nos desconectamos? Como una moda, una excepcionalidad o un problema, una especialista investiga el tema en el país.

“Se sabe mucho sobre cómo las personas se conectan, para qué actividades, con qué expectativas sociales, pero mucho menos sobre cómo se salen de eso. Y esta pregunta surgió desde hace unos años, especialmente en países del norte global, como Noruega. Son países en los que se asume que hay una especie de sobreabundancia digital, que la conexión a internet no es un problema, no hay escasez”, comentó a Télam-Confiar Mora Matassi, máster en Tecnología, Innovación, y Educación por Harvard University, y Licenciada en Comunicación por la Universidad de San Andrés.

En esos países empezó a surgir la pregunta sobre “qué pasa cuando las personas sienten el deseo de despegarse, de salirse, de la conexión permanente”, completó la investigadora, que es candidata doctoral y máster en Medios, Tecnología, y Sociedad por Northwestern University.

“Si yo estoy viendo que la investigación está solo en países con características similares, como abundancia de conectividad, ciertos niveles de desarrollo y riqueza, ¿qué pasa que no sé qué pasa en otros contextos con otras características? ¿Voy a encontrar lo mismo u otras particularidades?”

Así que su planteo, que es parte de su tesis doctoral en curso, se enfoca en el fenómeno de la desconexión digital de redes sociales en Argentina, desde una perspectiva comparativa a nivel de plataformas: Facebook, Instagram, Twitter, YouTube, WhatsApp y TikTok. Su idea es que en un futuro la información que recopile pueda ser comparada con lo que sucede en otros países. 

Desde que Matassi empezó a hacer investigación sobre redes y cultura digital, observó que los modos en que las personas imaginan y usan una red social tienen mucho que ver con cómo imaginan y usan otras que ya utilizan.” Entonces las redes constituyen un ecosistema relacional”.

En paralelo, la investigadora escribió el libro “To Know Is to Compare: Studying Social Media Across Nations, Media, and Platforms” (“Conocer es Comparar: estudiando a las redes sociales a través de las naciones, los medios y las plataformas”), junto a Pablo Boczkowski, que será publicado por MIT Press el próximo 18 de abril.

La tesis de la investigadora se centra en la desconexin digital en Argentina Foto Camila Godoy
La tesis de la investigadora se centra en la desconexión digital en Argentina. / Foto: Camila Godoy

Una moda, una excepción o un problema

Hay estudios, antes de las redes sociales y los celulares, que pensaron fenómenos de rechazo a la tecnología. Por ejemplo, personas que nunca quisieron usar televisión, o que nunca tuvieron un teléfono de línea, o que se niegan a usar internet. “En general, se tiende a pensar que quienes rechazan la tecnología constituyen casos excepcionales, que pueden ser estudiados como una especie de excepcionalidad sociológica”, planteó la investigadora.

Y por otro lado, está la idea de que “no estar conectado a internet aparece como un problema que debería ser resuelto”. Por ejemplo, en la idea de llevarle conexión a todo el mundo. Entonces, la desconexión se piensa o bien como una excepcionalidad o como un problema que hay que resolver desde el punto de vista del desarrollo.

Pero hay un tercer tono, dice Matassi, y es la idea de la desconexión digital más “normalizante”. “¿Esto quiere decir que todo el mundo se quiere desconectar o se desconecta? No. Pero que aparecería la pregunta por la desconexión y no por un problema que hay que resolver o por una excepcionalidad, sino como algo que va a tender a ser más común en distintos grupos sociales. Hasta se está construyendo en una moda, en una commodity”. En resumen, una “tendencia con gran propensión a ser intercambiable en el mercado”.

De hecho, en el mundo ya hay propuestas hoteleras de lujo y spa que fomentan la desconexión digital. Un ejemplo es un campamento de verano que se llama “Detox Digital”, en Estados Unidos. En tres noches, propone que los “campistas” -que no pueden usar su nombre real ni hablar del trabajo- se “reconecten”. Según dice en su sitio web, las personas “experimentarán música increíble, disfrutarán de comidas saludables, se sumergirá en actividades, sin ningún dispositivo”.

Un campamento de desconexin digital en EEUU propone tres noches sin celulares las personas no usan su nombre real ni pueden hablar sobre el trabajo Foto Sitio Camp Detox Digital
Un campamento de desconexión digital en EEUU propone tres noches sin celulares: las personas no usan su nombre real, ni pueden hablar sobre el trabajo./ Foto: Sitio Camp Detox Digital

“No hay wifi, hablen entre ustedes”

A nivel metodológico, la investigación se enfoca en entrevistas, encuestas, focus group con distintos tipos de usuarios myores de 18 años (no aquellos que específicamente dicen desconectarse). A partir de lo que las propias personas le van diciendo, la especialista fue encontrando distintas definiciones de la desconexión, pero lo que las une es una especie de voluntad o intención de discontinuar de manera temporal o permanente el uso o el acceso a una determinada plataforma.

“Lo que podría decir hasta ahora es que en general el tema de la desconexión aparece como de corte moral y ético, en el sentido de que las personas se lo plantean como algo que debería hacer mejor a sus vidas. Está la idea de que eso sería deseable, del lado de la productividad, felicidad, calma, incluso protección del propio yo (una forma de autocuidado)”, reflexionó.

El caso de WhatsApp es el más crucial: “Es la única plataforma en Argentina que estoy estudiando que no se considera materia de desconexión, incluso cuando las personas decidieran dejar de usarla. Y esto no es así en otros lugares. WhatsApp está tan inmersa en la infraestructura de la comunicación, que la desconexión digital voluntaria no aparece en las intenciones de las personas con las que estoy hablando en mi trabajo de campo”.

“Es como si en algún punto esa idea del botón de apagado que no hay en WhatsApp a nivel de su infraestructura se convirtiera en una metáfora para hablar de lo que le pasa a las propias personas”.

Pero con WhatsApp también está la idea de una hibridez entre ser red social y mensajero instantáneo: “No es considerado 100% un mensajero instantáneo, ni tampoco100 % una red social. Esta hibridez quizá también le da esta cualidad de que escapa a la pregunta por la desconexión”, explicó

En contraposición, Instagram aparece como la red central a la hora de hablar de la desconexión, especialmente para los más jóvenes. Una plataforma de la cual es difícil salirse, pero de la cual todos quisieran salirse, relató la investigadora. “Y esto puede tener que ver con una forma particular de Instagram que es la cultura de la presentación de la vida cotidiana en un entorno estético y deseable. Esta idea de que somos todos modelos de nuestras vidas y de que somos observados por los demás, en una infraestructura tecnológica que todo el tiempo nos dice quién nos está mirando y quién no nos está mirando”.

El tema allí es si el corte se puede hacer o no. Porque hay una parte de la constitución del yo que tiene que ver con estar en ese lugar. Y también hay algo que tiene que ver con los jóvenes con ciertas dinámicas que pasan por ahí, expresó Matassi.

Y como un tercer caso particular se posiciona YouTube, que también está en un híbrido, como plataforma de streaming o red social.

“YouTube es una de las pocas plataformas que aparece rara vez en los discursos de conexión. ¿Por qué? Mi hipótesis hasta ahora es que porque permite decidir, elegir los contenidos, navegar contenidos que el propio usuario decide y que en general mira, aunque sea de fondo o activamente, y tiene algo de la elección propia. Y eso es algo que el usuario agradece mucho. La idea de que está navegando una experiencia digital donde decidieron cosas”.

Hay una frase que suelen tener los bares o cafeterías en forma de cartel: “No hay wifi, hablen entre ustedes”. ¿Tiene que ver con la desconexión? “En primer lugar, pareciera que si hay wifi no se habla entre las personas, lo cual es mentira. Se está hablando con gente con la que uno tiene al costado y también con la que está lejos. Y además, esa frase te habla un poco del carácter moralizante de los discursos de desconexión: “te estás portando mal, tenés que portarte bien” y portarse bien es hablar con el otro y no conectarse”.

Más allá de las redes, la investigadora explica que hay una realidad y es que es muy difícil soportar a nivel sociomaterial y económico el hecho de estar desconectado. Los pedidos de trabajo, los trámites, compartir recursos educativos, acceder a un turno médico. Un sinfín de actividades de la vida cotidiana solamente se gestionan asumiendo conexión.

Foto Camila Godoy
Foto: Camila Godoy

La respuesta ¿es el “bienestar digital”?

Hay un fenómeno llamado “bienestar digital” que tiene que ver no solo con la idea de “estar bien”, de encontrar un equilibrio óptimo con las tecnologías en nuestra vida cotidiana, sino también con una serie de herramientas muy concretas que suelen venir de empresas de Silicon Valley para que hagamos un uso “mejor” de nuestro tiempo con la tecnología, describió.

Aplicaciones de bienestar digital pueden tener que ver con el tiempo en pantalla, o la idea de un recordatorio para que se corte el “scroll infinito” (el recorrido vertical sin fin de las redes).

“Vivimos en un entorno digital. Somos seres sociales y lo social sucede en lo digital. Entonces qué pasa si me autoimpongo limitarme el tiempo, probablemente sea insuficiente porque es un problema social”.

“Esta idea de bienestar digital trae consigo la obligación del usuario de hacerse cargo de sí mismo, de lo que le pasa y encontrar también una propia solución. Y ahí el tiempo, que es una de las grandes preocupaciones sobre el uso de las redes sociales pareciera encontrar, desde el punto de vista de las empresas, cierta solución con que se sepa y se controle”.

Si bien hay un costado interesante en saber sobre las propias rutinas, el ejercicio de mirar lo que uno hace con su tiempo. Por otro lado es frecuente que sea insuficiente esta solución, explicó la investigadora. “Porque las personas se configuran contadores de tiempo que no cumplen y eso no solo es insuficiente, sino que a veces genera la sensación de culpa. Por eso vuelvo al tema de que es una discusión ética”.

“Vivimos en un entorno digital. Somos seres sociales y lo social sucede en lo digital. Entonces qué pasa si me autoimpongo limitarme el tiempo, probablemente sea insuficiente porque es un problema social”. 

Las redes sociales a través de las naciones

Para entender cómo se usan, producen y circulan las redes sociales hay que tener una perspectiva inherentemente comparativa. A esa labor se dedicaron los investigadores en comunicación Mora Matassi y Pablo Boczkowski en su nuevo libro: “To Know Is to Compare: Studying Social Media Across Nations, Media, and Platforms” (Conocer es Comparar: estudiando a las redes sociales a través de las naciones, los medios y las plataformas).

Lo que hicieron fue tratar de entender las redes sociales en comparación, y al mismo tiempo observar dos dimensiones de análisis: historias y lenguajes.

“Para el caso de la historia, lo que pensamos es que en general si se aplica un acercamiento comparativo en el caso de las redes sociales lo que surge es que tiende a haber una mirada ahistórica: todo es una especie de presente continuo cuando pensamos las redes. No pensamos de dónde vienen, cuáles son sus genealogías, qué rastros tienen de otros medios, dónde están impactando y cómo lo van a hacer en el futuro”, contó a Télam Matassi, candidata doctoral y máster en Medios, Tecnología, y Sociedad por Northwestern University.

El libro se posiciona desde varias perspectivas: no solo lo que hace el usuario con la red, sino también comparar qué hacen los productores, los tecnólogos.

“Por ejemplo: los influencers son usuarios y hay una cultura del star system de Hollywood que precede a la cultura de los influencers y probablemente informa sobre lo que pasa: la idea de que haya ciertas personalidades a las que se observa constantemente. Tendemos a pensar a los influencers como figuras peculiares de las redes y nos olvidamos de toda una historia del star system, de los paparazzi, de los tabloides”.

Y después hay otro componente que son los lenguajes.

“Cuando aplicamos una mirada comparativa lo que observamos son dos sesgos. Uno es pensar que las redes suceden en el idioma inglés, como si fuera el default lingüístico”.

El otro sesgo que se ilumina cuando aplicamos la mirada comparativa en los lenguajes “es lo que llamamos un sesgo hacia el texto escrito”.

“En los estudios de redes sociales se suele pensar que lo que es plausible de ser analizado es lo que se escribió en forma verbal- textual. Y queda de lado lo que tiene que ver con lo no-verbal: los emojis, los gifs, las funcionalidades que se expresan en WhatsApp, por ejemplo, como la última hora de conexión, un visto. ¿Qué es esa marca visual?”.

El libro, que propone un planteo teórico epistemológico, será publicado por MIT Press el próximo 18 de abril.

Por Melisa Avolio-Télam