Misiones Para Todos

La Libertad Avanza Misiones, Milei y el set del poder: cuando la teoría choca con la red

Me senté a escribir esto después de leer mucho sobre tenis, porque no entiendo nada de ese deporte. Pero me picó la curiosidad: quería escribir algo que los que saben de tenis, y nada de política, pudieran entender. Porque en política, como en la cancha, no alcanza con pegarle fuerte: hay que saber dónde la vas a dejar picar.

El 26 de octubre, Hartfield, Gruber y Nuñez levantaron los brazos como si el primero hubiese ganado Wimbledon. Pero el partido recién empieza, y esta vez no hay cambio de lado: ahora juega del lado del poder. Y ahí, el saque ya no te salva.

Hasta hace una semana, su discurso era un drive limpio desde el fondo de la cancha: prometer desfinanciar, achicar, ajustar, cortar. Todo valía, porque el punto se jugaba contra el sistema. Pero el voto lo cambió de lado, y ahora la pelota vuelve más pesada.

Cuestionar, decía Maquiavelo, es un acto gratuito (“los hombres juzgan en general más por los ojos que por las manos”). Gobernar, en cambio, siempre tiene costo. Cuanto más lejos estás del poder, menos tenés que probar. Pero cuando lo alcanzás, las ideas se vuelven carne, y la carne duele.

Ahí está el desafío para los flamantes diputados nacionales electos libertarios y misioneros: dejar de teorizar sobre desfinanciar la provincia sin explicar qué van a hacer con la gente que queda en el medio. Porque la política no es un deporte de alto rendimiento, es una ciencia de consecuencias. Y los discursos, esos que farmean likes en X, se oxidan rápido cuando los toca la realidad.

Misiones no es un think tank, es una provincia con economía real: secaderos que pagan debajo del costo, docentes que esperan al último día hábil del mes, jubilados que dependen del IPS, productores que necesitan crédito. El discurso de la desregulación puede sonar emancipador en Twitter, pero cuando el kilo de yerba vale menos que una lata de cerveza, el romanticismo liberal se evapora.

Milei, por su parte, parece haber entendido eso. El nuevo “Milei dialoguista” que reunió a veinte gobernadores en Casa Rosada no es el león que ruge, sino el que calcula, estrecha manos, abraza y sonríe. Un Milei que puede comer chipa y agradecer el gesto. El Milei que “se mostró medido” y habló de acuerdos “con matices”. No es una transformación espiritual: es supervivencia política. Cuando el poder se asienta, el pragmatismo reemplaza a la furia.

Passalacqua fue claro en Casa Rosada: diálogo sí, sometimiento no. Es la línea que Rovira dibujó hace tiempo: ni K ni anti-K, ni libertarios ni opositores. Misionerismo a secas. Y esa neutralidad inteligente le permite a Misiones hoy sentarse en la mesa grande sin arrodillarse ni patear el tablero. Dos senadores propios y un bloque que obliga a nación a negociar en un Congreso que se redefine, son prueba de eso.

La Libertad Avanza de Misiones, que hace semanas cabalgaba sobre la ola, ahora tiene que surfear sobre su espuma. Ya no alcanza con repetir que “hay que liberar las fuerzas del mercado”. En una provincia productiva, que necesita y merece crédito, coparticipación y obras nacionales, recitar la teoría austríaca suena bien hasta que un colono te pregunta cómo va a pagar la nafta del tractor.

El poder sin resultados es erosión. Weber hablaba de tres legitimidades —la legal, la carismática y la racional—; Hartfield y Gruber tienen la primera, evidentemente (después de lo del domingo) la segunda, pero no todavía la tercera. Porque la racionalidad del poder se construye sobre una sola cosa: eficacia.

Milei puede permitirse el discurso global, la retórica mesiánica del “déficit cero” y las fotos que Washington pide. Hartfield y Gruber no. Ellos tienen que responder por los caminos de tierra colorada, los hospitales, las escuelas y las universidades en suelo misionero. Gobernar no es citar a Hayek; es pagar los sueldos de los médicos de los CAPS.

Y ahí entra la paradoja de esta nueva etapa: mientras Milei se vuelve dialoguista, el libertarismo misionero deberá volverse gestor. La motosierra necesita presupuesto, y el Excel no se llena con reels cancheros.

El poder, decía Foucault, no se ejerce, se administra. Es un flujo que pasa por todos, pero sólo los inteligentes lo canalizan sin romperlo. En Misiones, el Frente Renovador lleva años haciendo justamente eso: negociar sin rendirse, acompañar sin someterse. Passalacqua estuvo en Casa Rosada, habló poco y escuchó mucho. Sabe que los gestos valen más que los gritos.

Hartfield y Gruber, en cambio, tendrán que aprender que el poder es como un tie-break eterno: te obliga a jugar cada punto con responsabilidad, sin margen para el error. Porque cuando uno habla de cortar subsidios, hay un productor que deja de comprar semillas; cuando se promete achicar el gasto público, hay un docente que se pregunta si va a cobrar el último día hábil del mes; cuando se celebra el déficit cero, hay provincias que quedan fuera del reparto.

El Milei dialoguista inaugura una nueva fase del ciclo libertario: la del contacto con la realidad. La del ajuste que empieza a necesitar gobernabilidad. Y esa palabra, que hasta hace poco parecía una mala palabra, vuelve a ser la más importante de todas.

El país entra en la etapa de las explicaciones. Ya no alcanza con tener razón; hay que tener resultados. Hartfield y Gruber están ante su primera gran devolución política: demostrar que el cambio no era sólo una consigna.

En el fondo, todos los que llegan al poder atraviesan la misma curva: la del idealismo que se topa con la administración. Y en ese punto exacto, donde el dogma se mezcla con el barro, se mide la estatura de los verdaderos dirigentes.

El poder es un espejo cruel: te devuelve la imagen sin maquillaje. Los que llegan creyendo que todo se resuelve con coraje, descubren pronto que también hace falta oficio. Porque en la política, como en el tenis, la gloria no la consiguen los que golpean más fuerte, sino los que aguantan más pelotas. Y cada decisión, cada firma, cada silencio, va marcando el resultado invisible de un partido que no termina nunca. Y en esos puntos, entre el cálculo y la convicción, se decide quién vino a gobernar y quién sólo vino a jugar.

Por Diego René Martín