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La locomotora alemana… ¿descarrila?

Por décadas referencia de la fortaleza económica de Europa occidental, la locomotora alemana ha perdido empuje y ahora, en un escenario político nacional agitado y fragmentado, con un entorno global adverso, se queda sin la coalición tripartita que la condujo tres años y se prepara para elecciones anticipadas.

El sistema político alemán, símbolo de estabilidad desde la posguerra, entró de golpe en un torbellino con la fractura de la coalición de socialdemócratas, liberales y verdes (2021), incapaz de sacar del estancamiento a la mayor economía de Europa.

El gobierno del “semáforo” (rojos, amarillos y verdes) del socialdemócrata Olaf Scholz se desmembró por la salida del principal referente de los Liberales y ministro de Finanzas, Christian Lindner (Demócratas Libres), cuando el país da señales alarmantes de debilidad productiva, en particular de su industria.

La economía alemana lleva dos años cayendo  por el impacto de la pandemia, la guerra de Ucrania y la competencia de China. Va camino de contraerse por segundo año consecutivo (hasta 0,2%) y desde 2018, antes ya de la pandemia, no logra un crecimiento potente como acostumbraba.

Socialdemócratas y Verdes querían suspender las estrictas normas fiscales alemanas para ampliar el endeudamiento (64% del PIB, déficit fiscal de 1,75%), todavía de los más bajos de la Unión Europea (UE), pero los Liberales se negaron por considerar que viola el espíritu de la Constitución de posguerra.

En su lugar, Lindner -liberal ortodoxo y fiscalista- impulsaba una baja de impuestos de sociedades y a la renta, financiada con recortes del gasto social, reformas del mercado laboral y una desregulación destinada a fomentar la inversión privada. “Es indecente”, dijo Scholz, y lo reemplazó por su copartidario Jörg Kukies.

La salida de Lindner, eclipsada en las noticias por el triunfo de Donald J. Trump en EEUU, obliga a Scholz a someterse a una moción de confianza, en diciembre. Si la pierde, Scholz llamará a elecciones anticipadas (debían ser en septiembre), para el 23 de febrero.

En la oposición, espera volver al poder la conservadora CDU pero también buscan una oportunidad la ultraderecha radical y la izquierda nacionalista, ambas de creciente apoyo en las últimas elecciones regionales en el postergado Este del país.

Los conservadores, liderados por Friedrich Merz (68), reclaman una resolución política rápida: “No podemos estar meses gobernados sin una mayoría, ni meses en campaña ni semanas formando otro gobierno”, dijo. La misma demanda le hizo la industria y recogen las encuestas.

Cambio de contexto

Al principio, la coalición gozó de popularidad, pese a ser la primera tripartita que gobernaba en más de seis décadas, liderada por los socialdemócratas, que siempre habían administrado el país en solitario, o aliado con los verdes, o co-gobernando tres veces (1966, 2005 y 2013) en “gran coalición” con los conservadores. 

La economía reaccionó con fuerza en ese 2021 de cambio político. El gobierno de Scholz (66, foto)  evitó una gran crisis energética e introdujo reformas sociales, entre otros logros.

Sin embargo, Alemania sintió el doble golpe de la reconfiguración energética de toda Europa por el corte del suministro desde Ucrania y Rusia por la guerra, y de la competencia industrial de China. Y sumó un factor interno: el Tribunal Constitucional prohibió al Ejecutivo federal reutilizar los fondos sobrantes de la pandemia. Ese ajuste condenó la suerte del gobierno tripartito.

Socialdemócratas y liberales querían ampliar el gasto público para reactivar la economía y cumplir sus promesas, pero los Liberales insistieron en  respetar el llamado “Cero Negro”, un techo de deuda consagrado en la Constitución germana que impide tomar prestadas grandes sumas salvo en emergencias como el COVID.

La poderosa industria alemana quedó tocada por la interrupción de las cadenas globales de suministro de 2020-2021. Y la invasión a Ucrania en 2022 llevó al país a quedarse sin gas ni petróleo rusos, lo que redujo la rentabilidad histórica de sectores claves como la siderurgia, la química y la construcción. 

Por fin, la expansión tanto de la industria como del mercado de consumo interno de China -hace siete años principal socio comercial de Alemania, con un intercambio de casi 300 mil millones de euros- le redujo un mercado clave a la máquina económica germana, históricamente montada para exportar bienes manufacturados.

Mientras que en 2020 China absorbió el 8% de todas las exportaciones alemanas, este año es más probable que la cifra se reduzca al 5%. Eso se nota en el sector automotriz, portaestandarte industrial alemán, que ahora enfrenta la competencia de vehículos eléctricos chinos de gran calidad pero salidos de plantas subsidiadas.

Tres sectores claves, el automotriz, el químico y el metalúrgico caen ahora simultáneamente, al cabo de casi tres años de estancamiento y, este año, de probable contracción del PIB. Pero Alemania da señales de cansancio desde antes. 

La producción industrial -sin construcción- tocó techo en 2017 y ha caído un 16% desde entonces. La inversión empresarial ha disminuido en 12 de los últimos 20 trimestres y ahora se encuentra en un nivel que no se había visto durante la primera fase de la pandemia. La inversión extranjera directa también ha caído fuerte.

En su última previsión, el Fondo Monetario Internacional (FMI) dice que el PIB alemán crecerá sólo un 0,8% en 2025. De las economías más grandes y ricas, sólo Italia crecerá a un ritmo tan lento. Para peor, los alemanes ahorran ahora el 11,1% de sus ingresos, el doble que los estadounidenses, desacelera más la economía.

La emblemática automotriz Volkswagen anunció el cierre de plantas en la propia Alemania por primera vez en sus 87 años de historia. Thyssenkrupp, con 212 años de antigüedad y símbolo del poderío industrial germano, está inmersa en una batalla corporativa sobre el futuro de su unidad siderúrgica, y miles de  empleos en riesgo. 

Por si fuera poco, Trump volverá a la Casa Blanca y amenaza con imponer aranceles de hasta el 20% a los productos procedentes de la UE, que golpearían de lleno a las exportaciones germanas, cuyo 10% tiene como destino Estados Unidos.

Alemania, pero también Francia, son víctimas de las mismas fuerzas políticas que ayudaron a Trump: la reacción contra el costo de vida, la ansiedad y la ira ante la inmigración y la erosión de la confianza pública en las élites políticas.

“El modelo empresarial alemán está en grave peligro, no en el futuro, sino aquí y ahora”, advirtió Siegfried Russwurm, presidente de la Federación de Industrias Alemanas (BDI), y siembra alarma: una quinta parte de la producción industrial alemana podría desaparecer en 2030. “La desindustrialización es un riesgo real”.  

El presidente del poderoso Bundesbank o Banco Central alemán, Joachim Nagel, pone paños fríos: “Alemania no está en declinación”, dijo, y destacó que el número de desempleados (2,8 millones) es el más bajo de la última década y la solidez de los balances de las empresas alemanas. 

“Alemania como lugar de negocios es mejor que su reputación actual”, según el banquero central, quien estima que la economía alemana tiene margen para expandirse sin recalentarse -como temen los liberales que rompieron la coalición- por la escasez de mano de obra y el bajo aumento de la productividad.

Horizonte de cambio

Cuando el frenazo de la locomotora alemana era indisimulable, el gobierno tripartito de Scholz apostó en 2023 a la inversión de cientos de miles de millones de euros de inversiones en tecnología verde. “Alemania podrá alcanzar por un tiempo tasas de crecimiento vistas por última vez en los años 50 y 60”, afirmaba el Bundeskanzler.   

Un año más tarde, el gobierno aceptó que la economía corría riesgo de volver a la recesión pero ya el clima político interno del gobierno de coalición era demasiado tenso por el debate sobre un eventual endeudamiento adicional. 

Scholz intentó reformas para estimular el crecimiento, entre ellas incentivos para que las empresas inviertan y los trabajadores se reincorporen al mercado laboral, así como subvenciones energéticas para algunas fábricas. 

También prometió una “nueva agenda industrial” y llamó a los líderes empresariales y sindicales a una cumbre para debatir la salvaguarda de los empleos industriales. Pero lo hizo sin siquiera invitar a sus aliados liberales y verdes, toda una señal de que el gobierno se desmoronaba.

El futuro del primer ministro socialdemócrata, cuya popularidad se ha reducido a mínimos (sólo 14% apoya la coalición), depende ahora más que de su propio partido de la performance de la fuerza conservadora CDU, liderada por Friedrich Merz (68, foto), quien aboga por elecciones que le den “estabilidad” al sistema político.

Según Scholz, Alemania tiene margen para ampliar el gasto. “Hay soluciones para financiar con solidez nuestras instituciones y responsabilidades públicas”, dijo, y confió en obtener el apoyo de los conservadores de Merz para aprobar sus medidas de coyuntura en el Parlamento antes del recurso de llamar a elecciones.

“Después de tres años, se han perdido 300.000 puestos de trabajo en la industria. Eso no es el legado de gobiernos anteriores . . . Eso es el resultado de su política económica de los últimos tres años”, denuncia sin embargo Merz, que pone a salvo la herencia histórica de la conservadora Angela Merkel hasta 2021. 

Para reactivar la locomotora alemana, los conservadores impulsan una Agenda 2030, de menos burocracia, menos impuestos a empresas y grandes rebajas de electricidad para industrias. 

El socialdemócrata SPD (15,5% en la encuesta) y la conservadora CDU (32,5%) siguen siendo cabeza del escenario de partidos como hace seis décadas.

Sin embargo, han perdido terreno ante fuerzas liberales (11,5%), verdes (5%) y, en especial, la neonazi Alternativa por Alemania (AfD) (19,5%) y la recién surgida Alianza Sara Wagenknecht (7%), de esa líder homónima, de ideas económicas izquierdistas pero posiciones reaccionarias sobre migración.

Scholz también ha tenido problemas para responder al creciente descontento sobre la inmigración. Tras una tregua durante la pandemia, el país se ha enfrentado a un repunte de las nuevas llegadas, con 6,6 millones de personas en la última década. Alemania concentra ahora un tercio de todas las solicitudes de asilo de Europa.