En una época donde los discursos antipolítica ganan terreno, la figura de Carlos Rovira cobra relevancia por la visión y la capacidad de construcción colectiva que transmite- La candidata de “la batalla cultural” no comprendió la escencia de la Renovación- A tres semanas de las elecciones, las encuestas le dan al oficialimo un 65% de intención de voto- Buenos Aires va a las urnas y define la configuración política del país- La diplomacia del Vaticano ubicó a Milei
Carlos Rovira no es un político más. Es, desde hace más de veinte años, el gran arquitecto de una manera de hacer política en Misiones que desafió el centralismo porteño y construyó gobernabilidad, desarrollo y justicia social desde los márgenes. Entendió, cuando muchos todavía repetían fórmulas prestadas, que la política no es una profesión: es una ciencia. Que no es una cuestión de jugadas aisladas, sino de cadenas coherentes y
sostenidas. Que no se trata de dar lecciones vacías, sino de encarnar conductas, de desplegar estrategias pensadas desde y para el pueblo. Y sobre todo, que no es apta para improvisados.
Rovira trazó un camino distinto. Fundó una escuela política que exige formación, vocación, compromiso y sensibilidad. Porque sabe –como lo saben quienes lo siguen y lo reconocen como conductor natural del Frente Renovador de la Concordia– que la política no es una selfie. No es una oportunidad para acumular likes, ni una pasarela para influencers devenidos en candidatos por obra y gracia de alguna empresaria con aspiraciones de
poder. La política, en su sentido más noble, es una vocación. Una forma de comprometerse con el otro. Cuando se la convierte en una vidriera para oportunistas, el riesgo no es solo que se vacíe de contenido, sino que dañe profundamente a quienes verdaderamente creen en ella como herramienta de transformación.
El caso de Victoria “Vico” Cáceres, candidata a diputada provincial por la Renovación, es una muestra de esa tensión entre pertenecer y comprender. Llegó desde un espacio sin estructura política real y fue adoptada por el denominado blend, auspiciada por una empresaria del rubro de la construcción de Posadas. En apenas un par de entrevistas, dejó en claro que no comprendía el modelo misionerista: habló de motosierra, de achicar el Estado, de importar recetas del anarcocapitalismo como si Misiones fuera una sucursal de Twitter y no una provincia con identidad, historia y logros propios.
Fue a ella, justamente, a quien el propio Rovira –con la pacienciade quien enseña y la firmeza de quien conduce– le explicó, en la reunión previa a la primera sesión de la Cámara de Representantes, que eso de “dar la batalla cultural” no sirve de nada si no mejora la vida concreta de los misioneros. Que la Renovación no necesita slogans de laboratorio, sino soluciones reales. Que no vino a repetir discursos ajenos, sino a escribir un camino propio. Y que en ese camino no hay lugar para extremismos sin raíces ni para ambiciones sin proyecto.
En esa misma línea, el dirigente Roque Gervasoni, hombre con experiencia que sabe leer la política entrelíneas, dejó en claro los valores del espacio: “El excelente trato que recibimos como funcionarios, como cuadros y dirigentes políticos, la formación constante con charlas abiertas que nos capacitan y motivan, el apoyo constante de las primeras líneas y Jefes, nos obligan a ser consecuentes y ejemplares”. Y completó con una frase que
resume todo: “El Frente Renovador de la Concordia no promete motosierra. Habla de cuidar a cada misionero y misionera. Ojo con los piantavotos, la Renovación no los avala ni protege”, posteó en sus redes sociales como una llamada de advertencia.
Ese “ojo con los piantavotos” no es un llamado a la di sciplina: es una defensa de una identidad. Porque los espacios no se regalan: se construyen. Y porque la política, entendida como Rovira la entiende, es presencia, gestión, vocación de servicio. No es un atajo ni una pose. No es una campaña: es una forma de vida.
Por eso, en un tiempo donde la antipolítica se disfraza de novedad, es indispensable reafirmar que la política no se
aprende como una receta rápida. Se comprende desde el hacer, el escuchar, el transformar. Carlos Rovira lo comprendió antes que nadie y por eso, aún hoy, conduce con visión estratégica un modelo que sigue siendo referencia en la Argentina.
Porque la política no es para oportunistas: es para quienes se atreven a pensar un futuro colectivo. Y en Misiones, ese futuro se construye con ideas propias, con militancia real, con sensibilidad humana. Con Rovira, que no solo comprendió la política: la volvió a poner al servicio de su gente.
A paso firme
A 21 días para las elecciones provinciales del 8 de junio, el Frente Renovador de la Concordia se perfila como el gran favorito. Una de las últimas encuestas, difundidas por el canal oficial de la provincia, lo ubican con un 65% de intención de voto, ampliando su ventaja sobre sus competidores y consolidando una tendencia que se viene gestando hace meses. Según un estudio de la consultora de Analía del Franco, el oficialismo no solo mantiene
su liderazgo, sino que logró sumar cinco puntos de apoyo en la última semana, producto de una campaña austera pero efectiva, centrada en la cercanía con el electorado y en el lema “Misiones nos importa”.
Del otro lado, la oposición sigue mostrando señales de debilidad. Fragmentada, sin propuestas concretas ni una conducción clara, parece haber quedado atrapada en el mismo laberinto que la llevó a perder credibilidad ante la sociedad. En vez de construir una alternativa, continúa acumulando internas, acusaciones cruzadas y candidaturas testimoniales que sólo refuerzan la imagen de un espacio sin rumbo. En este escenario, el electorado parece valorar la previsibilidad, la gestión cotidiana y el rumbo político local, por sobre los experimentos improvisados que
intentan meter a la provincia en disputas ajenas.
Este escenario de amplio respaldo al oficialismo también puede leerse como una validación del modelo misionerista que promueve el Frente Renovador desde hace más de dos décadas. Una política basada en la cercanía, en la gestión territorial y en la construcción de consensos, que hoy se refleja en la sintonía
entre candidatos, intendentes y referentes sociales. Mientras otros espacios se enredan en disputas por cargos o buscan una foto en redes para instalarse, la Renovación sigue ocupando el territorio y escuchando, convencida de que la confianza se gana con hechos, no con promesas vacías.
Además, la estrategia de campaña del oficialismo parece haber dado en el blanco: con pocos recursos, pero con mucho kilometraje, los principales candidatos recorren la provincia junto a figuras claves como Lucas Romero Spinelli y Oscar Herrera Ahuad, combinando experiencia y renovación generacional. En contraste, la oposición aparece desdibujada, sin una narrativa común ni liderazgo visible, y eso se traduce en números: la distancia con el primer lugar no para de crecer, al punto de que ya en varias intendencias la verdadera competencia será entre sublemas del propio oficialismo.
Buenos Aires decide (literal)
La elección de este domingo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) será clave para definir el rumbo político del país. Argentina tiene una larga tradición de acomodarse a los movimientos que se generan en ese centro de poder, donde nacen —y casi siempre mueren— los grandes proyectos nacionales. Lo que pase en estas elecciones puede marcar el principio del fin para el PRO, ese espacio de centro derecha que lidera Mauricio Macri y que vivió su pico histórico en 2015 cuando le arrebató la presidencia al kirchnerismo. Cuatro años después, tuvo que devolverle el mando y desde entonces no logra reencontrar su eje.
Una victoria de Manuel Adorni, vocero presidencial y primer candidato a legislador porteño por La Libertad Avanza,
funcionaría como un espaldarazo a la gestión libertaria, en un contexto donde las ideas de Javier Milei todavía no terminan de prender en el electorado de las provincias. Las elecciones que se vienen celebrando en otros distritos muestran una tendencia: los oficialismos, con gestión concreta para mostrar, siguen sacándole ventaja a las oposiciones que apenas logran hilvanar discursos.
Por eso, mientras se vota en Buenos Aires, en Roma habrá una misa que marcará el inicio de una nueva etapa en el Vaticano, pero sin Milei en los bancos. Aunque en un principio había prometido viajar para la asunción del nuevo Papa León XIV, el presidente optó por quedarse. La razón no fue ideológica ni de agenda. Fue de protocolo. Con la muerte de Francisco, la Argentina perdió protagonismo en la liturgia vaticana y a Milei le tocaba una silla en la quinta fila, lejos del centro, lejos de Giorgia Meloni, socia de Milei en la construcción de la nueva derecha
mundial y lejos del lugar donde él cree que debe estar. Así, prefirió hacer campaña en casa, donde —según él— todavía hay una batalla cultural por ganar.
Y sin compatriota en el trono de Pedro, para la diplomacia vaticana Argentina a ser un país más, con una silla en la quinta fila. Lejos del centro, lejos de la foto, lejos de la narrativa que más le gusta contar al poder.
Por Sergio Fernández