El acto del 1° de mayo en la Legislatura provincial no fue solo una formalidad institucional. Tampoco fue solo un informe de gestión. Fue una nueva demostración de que, en Misiones, la Renovación no improvisa ni se desarticula, incluso en tiempos de crisis nacional. El gobernador Hugo Passalacqua dio un discurso cargado de cifras, programas y señales de estabilidad en una Argentina que parece haber extraviado el timón. Fue, a su modo, una reafirmación del modelo: un Estado que no se endeuda, que paga los sueldos a tiempo, que cobra impuestos para sostener servicios, y que administra con disciplina una caja que nunca es infinita. Orden, previsibilidad, continuidad.
Y sin embargo, la certeza que transmite después de tantos años despierta la pregunta que empezó a sobrevolar: ¿la Renovación se reinventa... o se repite?
Porque no todo es gestión. También hay política. Y ahí es donde el oficialismo misionero revela sus tensiones internas. Mientras la administración provincial funciona como un engranaje aceitado —más eficiente que espectacular—, el dispositivo político muestra los signos de una maquinaria que lleva dos décadas calibrando el mismo truco: absorber, incorporar, aggiornarse. Primero fue el “refresh”, después la “Renovación Neo”, ahora los “blend”. Distintas etiquetas para un mismo modelo de construcción vertical, pragmático y hegemonizante. Lo que se renueva, en todo caso, es el envoltorio.
La hegemonía como política de Estado
El oficialismo entendió desde muy temprano que el poder no se administra, se diseña. Y para sostenerlo, hay que anticipar. Por eso la Renovación nunca juega a la contra. Siempre fue oficialista con el gobierno nacional de turno: con Néstor, con Cristina, con Macri, con Alberto y ahora con Milei. No por convicción ideológica sino por conveniencia estratégica: evitar que desde Buenos Aires surja un “bendecido” que le dispute la provincia desde arriba.
Esa decisión política tiene costos: la Renovación prefiere el acuerdo silencioso a la épica del enfrentamiento. Prefiere la foto con el poder de turno a la denuncia pública. No va a salir a gritar contra Caputo ni contra la motosierra libertaria mientras haya una chance de negociar una obra, un subsidio o una coparticipación. No se trata de sumisión sino de cálculo.
Mientras tanto, en casa, el oficialismo sigue haciendo lo que mejor sabe: ampliando su base sin perder el control. Convoca caras nuevas, cooptando a jóvenes con perfil técnico, a referentes sectoriales, a militantes sin partido. Los presenta como “el futuro”, pero los acomoda dentro de un dispositivo donde la autonomía tiene techo. Todos bailan un solo ritmo.
Una oposición sin libreto
En la vereda de enfrente, la oposición no logra capitalizar el desgaste natural de 20 años de poder. Ni lo entiende ni lo interpreta. Repite los nombres, repite las fórmulas, repite las promesas. Y, sobre todo, repite el mismo error: esperar que una ola nacional los empuje a la orilla.
Primero fue Macri. Después Milei. Y ahora, sin Milei, no saben cómo volver a la playa. En lugar de construir una identidad propia, sólida, territorial, siguen buscando la bendición de algún referente de Buenos Aires que les permita "colgarse" de una marca presidencial. Pero los votos prestados no se transforman en estructura, ni en proyecto, ni en poder real.
La fragmentación también hace su parte. El radicalismo está partido, los libertarios están cruzados de internas y de carpetazos, y el peronismo está desaparecido en acción. El Partido Agrario intenta mantener una voz propia, pero no consigue romper el techo de minoría. No hay una figura que ordene, ni un discurso que seduzca. Lo que hay es un cúmulo de egos, de broncas mal canalizadas, de candidaturas armadas a último momento, sin convicción ni músculo.
Mientras tanto, la Renovación observa, suma, seduce. Y gana.
La política con guion, con improvisación
Lo que sucede en Misiones no es producto del azar. Es el resultado de una construcción persistente, pensada, moldeada a medida del tiempo político. En eso, la Renovación tiene algo que la distingue del resto: profesionalismo. Puede gustar más o menos, pero sabe lo que hace.
Mientras los opositores se disputan un lugar en la grilla de la TV nacional o una selfie con el libertario de turno, Rovira escribe el guion con paciencia quirúrgica. Y Passalacqua lo ejecuta con eficacia. La mezcla de política y gestión, de orden administrativo y marketing electoral, es lo que mantiene a flote al modelo misionerista.
¿Es perfecto? No. Pero es funcional. Y sobre todo, es efectivo. En un país donde el caos es moneda corriente, ofrecer estabilidad tiene un valor altísimo. La gente lo sabe. Por eso, aunque no lo aplaudan con entusiasmo, lo votan con constancia.
Del lado opositor, solo queda el desafío de la reinvención. Dejar los egos, construir colectivamente, generar identidad, plantarse en los temas que importan, dejar de correr detrás del escándalo y pensar un proyecto de provincia. Si no lo hacen, seguirán siendo actores secundarios en la película que, guste o no, sigue escribiendo el líder renovador.
La Renovación puede que no sorprenda, pero tampoco decepciona. La oposición, por ahora, solo decepciona. Y eso, en política, también se vota.
Por Luis Huls-Misiones Opina