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La segunda vida de la energía nuclear

Entre los tantos impactos de la invasión de Rusia a Ucrania, que alteró bruscamente el tablero geopolítico involucrando en el conflicto a grandes actores globales de la energía, el renacer de la alternativa nuclear se destaca por la velocidad con la que la abrazaron muchos Estados que la habían descartado, ahora interesados también en ponerla al servicio de las metas de reducción de emisiones de carbono.

La energía nuclear, con ocho décadas de recorrido pero durante las últimas blanco también de una resistencia que redujo sus horizontes al mínimo, recibió un gran impulso político y financiero de Estados e inversores privados en respuesta al descalabro energético que generó el conflicto en Ucrania en el último año.

La interrupción de los flujos de combustibles fósiles como el petróleo y el gas, una vez más armas contundentes de un conflicto, como ocurre desde el siglo pasado, obligó a desempolvar todas las opciones de producción y consumo de energía en los países desarrollados y en desarrollo por igual.

En el contexto del calentamiento global, y las evidentes pruebas de cambio climático a través de sucesivos fenómenos extremos en todo el mundo en paralelo con la guerra en Ucrania, la energía nuclear también es presentada como una herramienta valiosa para reducir las emisiones de carbono.

Desde Estados Unidos a Japón, este último superando incluso las objeciones que dejó el accidente de Fukushima en 2011, por un terremoto seguido de un tsunami, el mundo está decidido a dar un paso más allá y superar el 10% de electricidad global que los 440 reactores atómicos de potencia proveen a ciudades e industrias.

Hasta 2019, la energía nuclear era la segunda fuente mundial de energía baja en carbono (28% del total de las variantes existentes por ahora). Además, más de 50 países utilizan la energía nuclear en 220 reactores de investigación, usados también para producir isótopos médicos e industriales, y para formar científicos.

La tecnología nuclear utiliza la energía liberada por la división de los átomos de ciertos elementos. Se desarrolló por primera vez en la década de 1940, y durante la II Guerra Mundial la investigación se centró inicialmente en la producción de bombas. En la década de 1950, la atención se centró en el uso pacífico de la fisión nuclear y su control para la generación de energía.

Aunque en el campo de la lucha global por la reducción de emisiones de gases invernadero muchos advierten que la energía atómica tampoco es totalmente libre de emisiones de carbono, sus defensores hacen notar que es mínima respecto de otras variantes extendidas (cuatro veces menos que el gas natural).

En la actualidad, hay centrales nucleares operativas en 32 países de todo el mundo. Italia y Dinamarca obtienen un 10% de su electricidad de la energía nuclear importada (Argentina, en la misma proporción, pero propia). En 2020, 13 países produjeron al menos una cuarta parte de su electricidad a partir de la energía nuclear: Francia 70% y Ucrania, Eslovaquia, Bélgica y Hungría, 50%.

Según el Global Energy Monitor, en el mundo actualmente hay un total de 1.012 centrales de todas las capacidades en 45 países, con 396 GW de capacidad operativa (principalmente EEUU, Francia, China, Rusia y Corea del Sur) y otros 266 GW anunciados, en desarrollo o en construcción (China, India, Rusia, Turquía y Polonia).

Los casos de Francia y EEUU

Entre 2021 y 2022, los primeros dos años de la Administración Biden, el Congreso aprobó varias leyes federales que resultarán en la inversión de 40.000 millones de dólares en reactores avanzados y energía atómica en general sólo durante la próxima década (en el último año, se inyectaron 5.000 millones).

“Hay un reconocimiento federal de que las tecnologías de energía nuclear tienen un papel clave que desempeñar en el futuro energético de Estados Unidos”, según Ryan Norman, analista del think tank pro demócrata Third Way.

El argumento de los impulsores de la energía nuclear es que puede proporcionar una carga base de energía libre de carbono a escala las 24 horas del día, sin importar el clima, a diferencia de renovables intermitentes como la eólica y la solar.

Estados Unidos tiene el mayor parque nuclear del mundo, con 93 reactores que suministran cerca del 20% de la energía del país, y la mitad de la energía libre de carbono, y eso pese a las subvenciones al gas y a otras renovables, que llevaron al cierre de 13 reactores entre 2013 y 2020.

Ahora, la Ley de Infraestructuras aprobada a finales de 2021 reservó 6.000 millones de dólares para sostener los reactores en dificultades a través de un programa de crédito nuclear civil. Luego, la Ley de Reducción de la Inflación ofreció más ayudas federales, con un crédito fiscal a la producción de hasta 15 dólares por megavatio/h.

La suma de ambas leyes podría suponer una ayuda de hasta 40.000 millones de dólares, la mayor desde los inicios del sector en los años 50 y 60.En Francia, el envejecimiento de su parque nuclear (69% del suministro eléctrico) hizo que en 2022 casi la mitad de reactores tuvieran que entrar en paradas temporales de mantenimiento (26 de los 56 seguían parados a fines del año que pasó), lo que redujo drásticamente la producción eléctrica del país, que ahora importa más de lo que exporta (supo ser el mayor exportador europeo).

En ese contexto, y decidido a alcanzar la neutralidad de carbono, el gobierno del presidente Emmanuel Macron ordenó construir al menos seis reactores nucleares de nueva generación antes de mayo de 2027, para remplazar a partir de 2035 otros cuya vida útil concluye en 2030, con un gasto de 51.700 millones de euros.

Japón, Fukushima y después

Si hubo un momento bajo de la energía nuclear fue la catástrofe de la central Daiichi de Fukushima en 2011, y sin embargo Japón confirmó en 2022 un radical cambio en su política atómica con la construcción de reactores de nueva generación para hacer frente a la crisis energética, impulsado ya por el gobierno que precedió al actual del primer ministro, Fumio Kishida.

La nueva política japonesa, avalada por un grupo de expertos del Ministerio de Industria, permite que los reactores nucleares existentes funcionen más allá del límite actual de 60 años y apoya el desarrollo de otros nuevos. En el ejercicio fiscal hasta marzo de 2021, la energía nuclear representó el 3,9% del mix energético de Japón, y el gobierno aspira a que alcance el 22% en 2030.

El giro japonés en materia de energía nuclear comprende tres pilares: maximizar el uso de las centrales nucleares existentes mediante un reinicio acelerado y la ampliación de su vida útil; el desarrollo y la construcción de reactores avanzados de nueva generación; y crear condiciones adecuadas para el uso de la energía nuclear.

El Estado japonés se ha puesto como objetivo alcanzar la neutralidad de carbono en 2050. Japón sólo tiene nueve reactores nucleares en funcionamiento y hasta 2020 representaban sólo 7% de la generación total de energía del país. Si quiere cumplir aquella meta, según el Centro Ciudadano de Información Nuclear (CNIC), tiene que pasar de ese 7% a 20-22% en 2030 y necesita de 26-33 reactores operativos.