Se han empantanado los nombramientos. Milei jugó cándidamente imaginando una mayoría para su gobierno, como hizo Donald Trump, bajo el consejo de un Lorenzetti que pretende una mayoría para él mismo al frente de la Corte.
Me dice un amigo: si Javier Milei fuera abogado en lugar de ser economista, en vez de predicar la destrucción del Banco Central durante su campaña, lo hubiera hecho contra la Corte Suprema de Justicia. Ambas demoliciones improbables, claro. Pero el amigo repara en esa curiosidad despertada en el Presidente luego de que tropezara con la nominación de dos jueces (Ariel Lijo y Manuel García Mansilla) para integrar ese alto poder, intención demorada o frustrada por falta de votos favorables. Nunca imaginó tanto ruido, quizás nunca lo hubo en anteriores designaciones. Por ejemplo, el precio de ser famoso enfoca en exclusividad el voto de Martín Lousteau, si dependerá su opinión en el Senado por los fondos que se giren a las Universidades. Mucho travestismo en la Unión Cívica Radical, cinco diputados del partido bloquearon trabar el veto de Milei contra el aumento de los jubilados.
Hasta parece sepultado el propósito Lijo-García Mansilla, aunque con poca tierra sobre los cuerpos, frente a otras lides en las dos cámaras, en las que el elástico gobierno avanza por un lado con la UCR y, en el Senado, abrazando al kirchnerismo por el DNU de una partida suculenta para la Side. No sería vano en este caso el vínculo del titular de ese organismo, Sergio Neiffert, hombre de Santiago Caputo, con el especializado y encendido legislador de Cristina de Kirchner, Rodolfo Tahillade. Casta o no, la plata manda en estas decisiones legislativas, al igual que en otros rubros de la vida, más cuando se aprecia la aparición como jefe de Gabinete, por razones de emergencia, de la hermana presidencial, Karina, reemplazando con presunta eficiencia en las negociaciones a Guillermo Francos, conmovido por el stress y un ataque intestinal que lo derivo a un sanatorio. El episodio, para colmo, se precipitó después de una discusión con el alter ego de Karina, el influyente Santiago Caputo. Parece que Francos vuelve al cargo aunque la familia se inquieta y cuestiona esa decisión —es el rumoreo— preferiría que lo envíen como embajador a Londres, donde la Cancillería dispuso la ubicación de un funcionario mediano de la carrera, quizás una imprudencia de Diana Mondino.
En la medida que crece el rol del Parlamento, como es obvio, se destiñe la importancia de la Corte, aunque tal vez le toque mediar —con lentitud, como es de estilo— en porfías como la del veto si Milei no alcanza el quorum. El cuerpo disminuye su valor institucional de una elite de cinco, ahora de cuatro, más bien de tres porque a fin de año se aparta alguien cuyo despacho no suele abrirse en estos tiempos (Juan Carlos Maqueda, afectado de salud). Casi nunca ocurrió un dominio tan exclusivo de un trío, lo que no significa propiciar ampliaciones. Al contrario. Son hombres sigilosos, egocéntricos, que además se dedican a operar sobre el Poder Ejecutivo a pesar de que no reconocen esa actividad y juran que la toga les impide enjuagues ocultos. Felices de los que creen sin ver, aunque en el suspendido ascenso de Lijo-García Mansilla se ha expuesto demasiado interés personal de tres. Nunca tan obvio. Y enfrentado dos a uno el triángulo.
Como vociferaba contra el Banco Central, Milei descubre ahora que los fallos de la Corte Suprema, en décadas, no le han cambiado la vida a los argentinos, sea por retraso o inanidad. Tardío, como su crecimiento. También que durante Cristina y Alberto Fernández poco hizo el cuerpo, por ejemplo, en materia laboral o impositiva, mientras se desmoronaban las Pymes. Pero, cuando subió Milei, brotó un limite a las exorbitantes indemnizaciones que volteaban empresas de mediano porte. Se acomodó la Justicia al nuevo tiempo. Como lo exaspera que lo indaguen por los kilos de carne que devoran sus perros o quiénes son los personajes que lo visitan, protesta en cambio contra el secretismo oligárquico que disfrutan los cortesanos y otros tribunalicios, tanto en el Palacio como en sus intimidades. Ahora sabe que no es lo mismo ir preso que poner preso.
Aprendió algo más: la vida y propiedad de los ciudadanos tampoco está cubierta por esa élite judicial, ese tercer poder que no ampara a nadie para circular con libertad a las once de la noche por el conurbano ni fue capaz de impedir la caída del peso durante años. Son fallas de los otros poderes, pero este —que se supone diferente— tampoco es capaz de modificarlo. Lo que no tolera el mandatario, quizás, sea la instancia de la mora: la Corte tardaría 20 años en resolver el capricho de uno o varios intendentes, caso Lanús, por aumentarle los impuestos a sus habitantes, al margen de la Provincia o el Estado, y generar más carestía. Mientras, comerciantes, trabajadores, industriales, demandan una solución en tres meses para no perder su actividad. Sucede hoy, como si la Corte ignorara que Elon Musk envía un cohete a Marte y que las intervenciones quirúrgicas son realizadas por expertos en computación.
Se han empantanado los nombramientos, Milei jugó cándidamente imaginando una mayoría para su gobierno, como hizo Donald Trump, bajo el consejo de un Lorenzetti que pretende una mayoría para él mismo al frente de la Corte. Parecen objetivos coincidentes, pero no lo son. Raro que el junior Caputo no advirtiera ese entuerto o que las fuerzas del Cielo no se lo mencionaran, mientras a los candidatos los desguazan peor que a Tupac Amaru.
Por Roberto García-Perfil