Esta semana, Javier Milei celebró el segundo aniversario del balotaje que ganó en 2023 visitando la Corporación América, la empresa que lo empleó durante tantos años. Allí aseguró que en estos dos años se dedicó “a resolver problemas macro y a sacar de terapia intensiva al paciente crónico que era la economía nacional”. Además, sostuvo que, ahora sí, el país comenzará a crecer.
Es el deseo de todos los argentinos: salir del estado de recesión al que técnicamente se ingresó en octubre tras dos trimestres seguidos de caída de la actividad económica.
A dos años de aquel balotaje y a casi un mes de las últimas elecciones cabe preguntarse por qué un 40% de argentinos volvió a votar a LLA, por qué perdió 16 puntos del 56% de aquella vez y por qué, en total, hubo un 60% que eligió a candidatos opositores. Son preguntas que sirven para entender qué tan bien o qué tan mal le está yendo a esta administración. O cuál es la distancia que existe entre las expectativas que sus promesas supieron despertar y la realidad.
Con todos los imponderables que pueden existir entre lo que se dice en una campaña electoral y lo que se hace cuando se llega al poder, tal vez Milei sea el candidato de los últimos años que más coherencia muestra entre lo que prometió y lo que hizo o intenta hacer. Él dice que cumplió con el ciento por ciento de sus promesas. Tampoco tanto.
Cumplió. Milei cumplió con su compromiso de hacer “el mayor ajuste de la historia de la humanidad”. Cumplió con la reducción de la inflación y con mostrar cuentas públicas con superávit fiscal. En sintonía con lo anterior, y como había anticipado, aumentó las tarifas de todos los servicios muy por encima de la inflación, bajó las jubilaciones y los sueldos estatales, despidió empleados, cerró reparticiones públicas, redujo las partidas para salud y educación y frenó todas las obras públicas.
Cumplió con abrir indiscriminada las importaciones, con su alineamiento incondicional con los Estados Unidos e Israel, con el fin de los piquetes en las calles y con desregular el comercio de las armas.
De la misma forma, hubo coherencia entre el candidato que siempre despreció a los que pensaban distinto y el mandatario que en estos dos años usó el insulto y la violencia verbal para tratar con los críticos.
Quienes lo acusan de romper con sus promesas, se focalizan en que él decía “que el ajuste lo iba a pagar la casta y al final lo paga la sociedad”. No coincido.
Milei siempre usó el término “casta” en sentido amplio, refiriéndose no solo a los políticos sino a los que, según él, “viven del Estado”. En un amplio universo que incluye a jubilados, pensionados, empleados de la salud y la educación pública, trabajadores estatales y hasta a los usuarios subsidiados de los servicios públicos. Siempre fue claro en distinguir a “la gente de bien” (la que no vive del Estado), de los que sí lo hacen. Lo repitió en cada entrevista: considera un robo que una parte de la sociedad deba pagar más impuestos para mantener a esa “casta” que integran los que directa o indirectamente “viven del Estado”.
No cumplió. Pero en estos dos años también aparece lo que prometió y nunca hizo. Más lo que no dijo que iba a hacer, pero está haciendo.
No dolarizó, no quemó el Banco Central, no dejó de intervenir en los mercados ni permitió que el dólar flotara libremente, no terminó de levantar el cepo y, pese a sus promesas, reimplantó el impuesto a las Ganancias. Jamás dejó de usar la publicidad de las empresas públicas (igual que hicieron los “malditos kukas”) para presionar a los medios críticos y beneficiar a los propios, y así construir (ídem) un enorme aparato estatal y paraestatal de medios y periodistas adictos. Durante la campaña no había dado señales claras de discriminación contra homosexuales o inmigrantes, pero en sus discursos presidenciales los incorporó asociando a unos con la pedofilia y a los otros con la delincuencia. Tampoco nadie que lo hubiera escuchado en plena campaña despotricar contra la “casta” política se habría imaginado que en su Gobierno se rodearía tanto de ella.
Y, pese a sus promesas, tras dos años de gestión el crecimiento sigue sin aparecer.
También es cierto que, cuando en campaña le preguntaban sobre la corrupción, coincidía en cuestionarla y que luego, durante su Gobierno, se repiten los escándalos de corrupción. La salvedad, en este caso, es que en verdad él nunca se mostró como un cruzado anticorrupción ni hizo alguna promesa firme al respecto. Al revés, supo manifestar su admiración por un delincuente como Al Capone, opinó que “entre la mafia y el Estado, prefiero a la mafia”, y elogió a los evasores (“El que fuga es un héroe) y a los “maravillosos” monopolios.
¿Cumplirá? En el 60% de quienes no lo votaron el 26 de octubre hay una mezcla de los distintos sectores afectados por su modelo.
Están aquellos que ya no lo habían votado dos años atrás porque temían que hiciera lo que prometía hacer. Están quienes esperaban que con haber cumplido con su promesa de bajar la inflación sería suficiente recompensa y hoy sienten que su calidad de vida empeoró o se quedaron sin empleo por culpa de la recesión generada por tamaño ajuste o por la apertura importadora. Están quienes no creían que eran literales sus promesas de destruir al Estado y suponían que lo quería mejorar. Están aquellos que malinterpretaron lo que quería decir cuando sostenía que el ajuste lo pagaría la casta. Y están los que hubieran votado a cualquiera con tal de no votar a Sergio Massa, pero tampoco les dio ahora para revalidar con un nuevo voto lo hecho por Milei.
Seguramente, en el 40% que lo apoyó también habrá una mezcla de los que agradecen que hiciera lo que prometía o lo mejor que pudo hacer, con quienes optaron por darle una segunda oportunidad aunque no hayan quedado tan conformes con esta primera parte de su administración. Más los que siguen privilegiando votar contra el “riesgo kuka”, al margen de cualquier otra consideración.
Para consolidar en 2027 a este 40% y ganar en primera vuelta o en un eventual balotaje, el Presidente debería hacer realidad su académica promesa de que “la economía crecerá como pedo de buzo”.
Lo que significa que las empresas abrirán en lugar de cerrar, que habrá más empleo y mejor remunerado, que por fin subirá el consumo y la actividad económica, y que la inflación seguirá bajando hasta niveles internacionales.
Mal olor. En definitiva, deberá confirmar que su modelo es capaz de sacar al país de la recesión que su modelo produjo.
El desafío es cómo generar crecimiento sin antes generar confianza. Hasta ahora, la única forma conocida de inspirar confianza es con líderes que transmitan a los inversores y a la sociedad equilibrio emocional y político, con instituciones que brinden previsibilidad y un sistema económico sustentable.
Milei tiene dos años para demostrar si su teoría del buzo es correcta. ¿Funcionará como dice?
En principio, los efectos de la flatulencia en los buzos están bien estudiados. En determinados modelos (“trajes secos”), los gases ni siquiera logran salir al exterior, lo que trae aparejado dos problemas principales para el buzo.
El primero es que el gas adicional permanece adentro del neoprene, ocasionando inestabilidad en la flotación. El segundo, y quizá el más incómodo, es que el buzo sufrirá por ese olor desagradable hasta que regrese a la superficie.
Siguiendo la escatológica metáfora presidencial, habría que ver si el modelo mileísta permitirá un ascenso vertiginoso de la economía.
O si, por el contrario, lo único que generará son nuevos problemas de estabilidad y mal olor.

Por Gustavo González-Perfil

