La cantante y actriz acaba de lanzar tres nuevas canciones bajo el nombre de Amor fugaz: una suma de experiencias personales que recogió en los últimos tiempos; lo presenta el 30 de noviembre en el Complejo C Art Media
Lleva unas botas rojas hasta las rodillas y un vestido floreado que contornea sus curvas. Es graciosa, tiene la mirada lúcida, se expresa claramente y elige con dedicación cada palabra que pronuncia. “Me ponen un poco nerviosa las entrevistas”, dice sin rodeos, sentada en la terraza de las oficinas de Warner Music en Buenos Aires. Hay que decirlo: Natalie Pérez es energizante y derrocha simpatía.
El motivo del encuentro es la presentación de Amor fugaz, una trilogía de canciones con sus respectivos videoclips: “Tatuaje”, “Adiós” y “Necesito”. En ellas, la actriz, cantante y compositora aborda esta idea del amor efímero como marca de estos tiempos.
“Son tres etapas distintas de un amor fugaz, pasajero, algo que vengo escuchando de mucha gente a mi alrededor y también viviendo en carne propia en el último tiempo, esa falta de compromiso con los vínculos. Esta difícil conectar, está costando echar raíces y vincularse desde la sinceridad, el respeto y el cariño, con el deseo de crecer, compartir algo, y sentí que la gente se iba a sentir identificada”, reflexiona Natalie sobre las nuevas canciones que presentará en vivo el próximo 30 de noviembre en el Complejo C Art Media.
–¿A qué atribuís esa idea del amor efímero como signo de estos tiempos?
–Bueno, a la poca tolerancia, que antes se practicaba un poco más, y a una idea errónea de la libertad, porque quizás uno, cuando está en pareja, no se siente libre, pero creo que en realidad lo más libre es estar libre con tu pareja. Obviamente, si tenés ganas de estar en pareja, si no sé libre y punto. También hay mucho de: “Che, yo tengo una pareja abierta”. Y a veces no es tan cierto, o la otra parte no está enterada. Entonces se pone un poco raro. Hoy la vida va muy rápido, con las redes se perdió la intimidad, ya conocés completa a la otra persona, su vida, su cuerpo, un poco todo, y quizás falta un poco la cosa del misterio de conocer al otro, porque está todo tan a la vista que nos aburrimos rápido. Parece que nadie quiere tener novio, parece que pesa demasiado la palabra. Hijos… tampoco; ahora es como que nadie quiere tener hijos, ¿por qué?
–¿Cuánto de autobiográfico y cuánto de ficción hay en las letras de tus canciones?
–A ver hasta dónde me comprometo… Un poco y un poco, miti miti, cincuenta y cincuenta.
–Alguna vez en tu bio de Twiter te presentaste como “Ciclotímica de mierda”. ¿Cómo vamos con eso?
(Suelta una carcajada) –Es más una joda, no es que un médico me lo diagnosticó, tiene que ver con que soy ecléctica. En realidad soy una persona estable, siempre lo fui, era más una gracia para poner en las redes sociales. Es que a veces se junta tanto trabajo, tantos personajes, que me digo: “¿Quién soy?”, o “¿Cómo me siento hoy que no entiendo muy bien?”. Soy muy enérgica, entonces cuando bajo estoy muy abajo, y cuando subo estoy muy arriba, pero estoy en un momento muy estable de mi vida.
–¿Tus vínculos sentimentales también fueron fugaces a lo largo de tu vida?
–Es que el amor es de a dos, y parece que todavía no encontré mi interruptor, o mi cable a tierra, el enchufe o la zapatilla que necesito. Por ahí son muchos, no lo sé. Generalmente mis musas son amores. Me inspiro en eso, pero creo que estas son las últimas tres canciones que le voy a hacer a un amor.
–Como cantautora, ¿cuál es tu dinámica compositiva?
–Primero vivo o escucho historias que me cuentan, después agarro la guitarra o el piano y empiezo a loopear algunos acordes, y cuando más o menos ya le encuentro la onda empiezo a buscar una melodía, una letra. También busco bases en YouTube, random total, para improvisar letras y melodías arriba, aunque después seguramente no use ni esa base ni esa armonía, pero por ahí me gusta lo que escribí. También hago notas de voz, y después cuando llego a mi casa lo transcribo a la compu y empiezo a trabajar en eso.
–¿Cómo dirías que fue la evolución de tu música desde el lanzamiento del tu primer álbum, Un té de tilo, por favor (2018), pasando por Detox (2020) y luego Intermitente (2023), hasta este EP?
–La verdad es que me ponen un poco nerviosa las entrevistas, porque a veces me preguntan cosas que jamás había pensado. Bueno, creo que fue acompañando mi evolución personal y eso se volcó a las letras a través de diferentes búsquedas, pero siempre me mantengo en lo que quiero, no me subo a ninguna ola, voy por mi camino haciendo lo que realmente me resulta genuino y me gusta. Creo que Amor fugaz fusiona un poco los colores de los tres discos anteriores.
–¿Cómo fue tu infancia en Villa Urquiza?
–Cuando era chica no existían los celulares y no tenía compu, así que nuestros juegos eran dar vueltas a la manzana en bicicleta, jugar al ring raje, ir a saludar a alguna vecina viejita del barrio, a ver qué caramelo nos podía ofrecer. Como empecé a trabajar desde chica, prestaba mucha atención en clase y con eso me daba para las evaluaciones, porque no tenía tanto tiempo para estudiar. Pero tengo muchos recuerdos de jugar en la calle con los amigos del barrio, de las reuniones familiares, con mis primos, porque somos un montón de familia, siempre muy acompañada. La verdad es que es lindo ser chico. ¡Qué difícil es crecer!
–¿Que nació primero, tu vocación por la actuación o la música?
–Cuando era chica existían estas novelas infanto-juveniles donde los chicos cantaban, bailaban, actuaban, hacían todo, así que lo primero que hice fue estudiar comedia musical. Después quedé en Chiquititas y un año después grabé un disco de música, un proyecto que se llamaba Dance Kids, que eran canciones infantiles reversionadas en música electrónica; cuando la música electrónica ni existía, así que hicimos gira por todo el país. Me acuerdo que a los 13 años estaba cantando en el Chateau Carreras (hoy Mario Kempes) para 60.000 el Día del niño, y dije: “Esto es lo mío2. Después me empezó a dar vergüenza cantar, me daba miedo, entonces empecé a actuar, pero mis personajes todos cantaban, y yo decía: “No, pero no quiero cantar”, y me decían: “Pero nosotros sí queremos que cantes”. Y así, como que todo se daba para el lado del canto. Empecé a quedar en musicales donde tenía que cantar cosas muy exigentes, entonces dije: “¡Ah! che, voy bien para esto; entonces tengo capacidad para hacerlo”. Mi papá y mi abuelo toda la vida me dijeron que me tenía que dedicar a cantar, la gente me decía “tenés que cantar”. Entonces, cuando terminé Las estrellas y ya me había agarrado la crisis de los 30, dije: “¿Y si no es ahora cuándo? Tengo que probar, total qué puede salir mal, si no funciona, bueno, me dedicaré a otra cosa, pero tengo que probar”. Y así empezó. Fue de arriesgada y de escuchar a los que me rodeaban.
–¿En estos últimos años la cantante le ganó terreno a la actriz?
–Sí y no, porque seguí haciendo las dos cosas. Por ejemplo, en julio de este año terminé de filmar una película que dirige Adrián Suar, una comedia dramática de vínculos familiares, que cuenta la historia de cuatro hermanos: Benjamín Rojas, Adrián Suar, Fernán Mirás y yo. Antes de eso hice El divorcio, una obra de teatro en Mar del Plata con Pablo Rago, Luciano Castro y Carla Conte. También hice Casi feliz y la serie Pequeñas victorias. Así que voy haciendo las dos, mano a mano, aunque trato de no hacerlas al mismo tiempo porque me demanda demasiada entrega, y si no me vuelvo medio ciclotímica, no sé quién soy, dónde estoy, cuándo es mi momento, cuándo descanso, cuándo voy a terapia.
–¿Cómo te definís como artista?
–Multifacética. Una trabajadora del arte. Una apasionada.
Por Alejandro Rapetti-La Nación