Sabemos que es una cuestión de tiempo: en algún momento, de la misma forma que pasó con el Covid-19, un virus saltará de un animal a un humano y desatará una crisis de salud pública. No sabemos si será un virus conocido o uno nuevo, ni la magnitud del brote. Pero sabemos que cada vez es más probable que suceda. En este programa especial analizamos los detalles de las pandemias que podrían surgir en el futuro, especialmente en América Latina.
Habrá una próxima pandemia. No hay duda de eso, es apenas una cuestión de tiempo. A raíz del Covid-19, todos tenemos esa idea relativamente clara. Sin embargo, pocos creen que puede surgir en una esquina de su ciudad o en un caserío de su pueblo. Nos imaginamos ese escenario en un lugar remoto, un remoto extranjero que implique animales desconocidos y nombres de ríos que no podemos pronunciar. Probablemente, además, nos lo imaginamos en Asia o en África.
Pero América Latina no está exenta de riesgo. Hace aproximadamente una década, la crisis del zika nos lo recordaba. Sin lugar a dudas, tenemos la memoria muy corta: los mismos mosquitos que transmiten esa enfermedad este año han provocado picos de contagio de dengue récord en los últimos cinco años.
La gran mayoría de crisis de salud empiezan con el salto de un virus de un animal a un humano. Sucedió con el Covid-19, también con el mpox, antes viruela del mono, o con el ébola. Hace siglos, también sucedió con la peste. Estos saltos, que se refieren a lo que conocemos como enfermedades zoonóticas, es decir, que tienen su origen en el mundo animal, suceden desde que poblamos el mundo.
Sin embargo, parece que cada vez hablamos más de ellas. Y es porque cada vez ocurren con más frecuencia. Un estudio publicado este año en BMJ Global Health analizó datos históricos desde 1960 hasta 2020 y concluyó que, cada año, hubo casi un 5% más de “spillover events”, de eventos de salto de virus, en cuatro familias de virus conocidas por su potencial epidémico. No es una buena noticia: si no cambia nada, de 2020 a 2050 estos eventos podrían hasta multiplicarse por cuatro.
¿Por qué? Sobre todo, a raíz de la acción humana. Cualquier alteración en cómo interactuamos los animales con los humanos puede impactar en las enfermedades zoonóticas. Y es precisamente lo que está sucediendo a raíz del cambio climático o la deforestación. Lo explica la doctora Ana Vigueras, de la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la Universidad Nacional Autónoma de México: “El cambio climático está aumentando la emergencia de los patógenos porque cambian los patrones climáticos, aumentan los periodos de sequía o la intensidad de eventos naturales climatológicos y eso propicia algunos cambios en los hábitats”.
Cuando una deforestación galopante sucede en un país muy biodiverso (con mayor diversidad de virus y también de animales que los hospedan), pero además se cruza con una densidad de población humana alta, encontramos los lugares de mayor riesgo de emergencia de enfermedades zoonóticas. Según un estudio de 2017 realizado por la alianza EcoHealth y publicado en Nature, algunos de estos puntos en América Latina se encuentran en el sur de México, en los países centroamericanos, en las regiones andinas de Colombia o en las zonas más pobladas de Perú, entre otros.
Los virus que están al acecho
Pero, ¿de qué enfermedades estamos hablando? Siempre existe la posibilidad de que surja un virus nuevo, desconocido, que no se pudiera monitorear o vigilar hasta determinado tiempo. Sin embargo, hay otros patógenos que existen hoy en día y que pasan desapercibidos, por falta de vigilancia, o porque el mismo ciclo epidemiológico del virus lo mantiene en una circulación baja.
Algunos los conocemos de cerca, como el mismo zika o dengue, que tienen el potencial de poner en jaque los sistemas de salud de la región. También la fiebre amarilla o la rabia, enfermedades que cuentan con vacunas pero que no sirven de nada si no llegan a las personas más expuestas. Es una cuestión de oportunidad: “si llega a haber una combinación de factores que propicien que haya más casos, pueden aumentar y podemos hablar de una reemergencia de la enfermedad”, explica Vigueras.
Por supuesto, otra de las grandes alertas de estos años alrededor de las enfermedades zoonóticas ha sido la gripe aviar, que ha provocado una verdadera pandemia entre los pájaros salvajes y domésticos de la región entre 2022 y 2023. Logró, por ejemplo, contagiar animales mamíferos como leones marinos, lo que significa que puede estarse adaptando mejor a otro tipo de hospederos, y provocó tres casos en humanos que, por suerte, quedaron en casos aislados.
Hay otras enfermedades menos famosas que también están en las libretas de los expertos cuando hablamos de virus con potencial epidémico en América Latina. Uno de ellos es la encefalitis equina, que suele afectar a animales como caballos, burros y mulas, y que resurgió en Argentina a finales de este mismo año. Hace años que no aparece en humanos, pero en 1995 llegó a contagiar a cerca de 100.000 personas en Colombia y Venezuela.
Otro es el hantavirus, que se hospeda en roedores en todo el continente americano. Actualmente no tiene cura, a pesar de que afecta a 300 personas cada año según cifras de la Organización Panamericana de la Salud y tiene una mortalidad que puede alcanzar el 60%. Estos son algunos ejemplos de una lista mucho más larga.
Más vigilancia, más biodiversidad
Ante la idea de que la emergencia de uno de estos virus pueda darse en cualquier momento que las circunstancias adecuadas lo permitan nos lleva a pensar que, como mínimo, se deberían estar dedicando amplios recursos a investigar y monitorear estas enfermedades.
Sin embargo, esto no es así. Son enfermedades mayoritariamente desatendidas, al no suponer una urgencia directa, al pasar desapercibidas, pero también al afectar principalmente países y poblaciones de ingresos bajos. “Se nos considera países pobres o en vías de desarrollo y hay cierta etiqueta en ese aspecto que debería eliminarse”, recuerda Vigueras. “Al final, estos países desarrollados se ven beneficiados del capital natural que hay en estas regiones y hay un saqueo, no solo de recursos naturales, sino que también están propiciando la emergencia de estos patógenos por la exigencia que hay de transformar el uso de suelo”.
Hay varios países en la región que no tienen vigilancia epidemiológica del hantavirus, por ejemplo, Perú, donde se ha detectado su existencia, o México, donde se han descubierto animales que han entrado en contacto con la enfermedad en algún momento. Por ejemplo, Nicaragua u Honduras solo tienen vigilancia del dengue, el zika y el chikungunya y de la gripe aviar, a pesar de ser una de las zonas de mayor riesgo de estos virus.
Pero además de una mayor vigilancia, también ayudaría limitar el cambio climático, la deforestación, y preservar la biodiversidad que existe y que sirve para autorregular los propios animales hospederos de los patógenos riesgosos. “Aparentemente no hemos aprendido mucho porque solo estamos reaccionando y no estamos previniendo, y la prevención no es solo la generación de vacunas, también tenemos una serie de factores ecológicos que nos ayudan a prevenir”, reafirma Vigueras. “Entre mayor biodiversidad tengamos y nuestros patrones de uso sean más sostenibles, menor riesgo de emergencia de enfermedades vamos a tener”.
Por Mar Romero-France24