Misiones Para Todos

Las ruinas circulares

Atraso cambiario para ganar elecciones, capítulo mil. Inminente acuerdo con el Fondo. Qué dice del gobierno el cruce de Santiago Caputo con Facundo Manes.

El episodio protagonizado por Santiago Caputo luego de la apertura de sesiones dice mucho más por lo tácito que por lo explícito. Sobre el asesorísimo reina un misterio que él mismo se encargó, durante mucho tiempo, de alimentar. Esa incógnita crecía de la mano de su poder: la nueva SIDE, la ex AFIP, el ministerio de Justicia y más habitan bajo el control de Bambi y su conducción manu militari. Al enigma, Caputo le agregó la evidencia: en un gobierno atravesado por inestabilidades, él representa el control. Sin embargo, el uso frenético de la cuenta que se le atribuye -y que, correcta o incorrectamente, todo el sistema da por cierto que es suya-, la intervención en el reportaje de Jonatan Viale o el cruce con Facundo Manes muestran una versión que lo aleja de sus dos verticales más valorados: la discreción y el temple. Como decía el Tío Ben, un gran poder conlleva una gran responsabilidad.

Entonces, la pregunta se impone: ¿hay condiciones objetivas para que Caputo esté estructuralmente nervioso? Prima facie se podría intuir que no. En privado, tranquiliza a los suyos con la determinación de las encuestas: “Lo más importante, que es la relación del presidente con la gente que lo votó, sigue exactamente igual”. Sin embargo, hay dos aspectos que -cumplido el primer año del oficialismo- empiezan a verse con más nitidez incluso para quienes apoyan este proyecto político: la dimensión emocional de Javier Milei y la profesional de su hermana.

Si la intervención en el programa de Jonatan Viale ocurrió porque Milei tuvo que dar un reportaje para cubrir a Karina, el cruce con Manes se explica por las posibles consecuencias que los gritos del radical podían tener sobre la estabilidad en el carácter del presidente. Intervenciones que, de Cristina Kirchner a Alberto Fernández pasando por Mauricio Macri, atravesaron todos los presidentes y muchos de los que sobreactuaron indignación con el neurólogo protagonizaron en el pasado como Patricia Bullrich o Cristian Ritondo, a quien los macristas que lo ven pintado de violeta apodaron Aloe vera, por la cantidad de propiedades que tiene. Una maldad innecesaria. Al día siguiente de la minicrisis generada por Caputo, Eduardo “Lule” Menem advirtió el riesgo y aprovechó la ventana para manifestar su interés por la Hidrovía, la Empresa Argentina de Navegación Aérea (EANA), los pliegos enviados al Senado y la situación de la Obra Social de los Trabajadores Rurales y Estibadores (OSPRERA). Una conexión difícil de rastrear entre el episodio inicial y las demandas, pero con un hilo evidente que une a las últimas: un horizonte presupuestívoro, diría Jorge Luis Borges.

Es interesante: la bravuconada de Caputo y el topetazo de Franco Iván Jeremías Antunes Puchol -popularmente conocido como Fran Fijap- tuvieron el mismo impacto y repercusión que el intento de asesinato a CFK. Una escala de valores rarísima. Manes estaba “afectado anímicamente” el sábado a la noche según le comentó su entorno a #OffTheRecord. “Así empezó la caída de la República de Weimar”, reflexionaban cerca suyo. Al margen de la hipérbole, el diputado boina blanca condensa al menos dos meses de movimiento con vísperas a la renovación de su banca. Hace 45 días estuvo reunido con Axel Kicillof para intentar zurcir un acuerdo legislativo luego de que el gobernador se encontrara con un obstáculo para la aprobación del presupuesto por parte del bloque de Maximiliano Abad, producto, sugieren en La Plata, de que Abad tiene como objetivo máximo que su esposa sea nombrada como ministra de la Corte bonaerense.

Al día siguiente, Milei dio un reportaje donde evitó hablar de Hayden Davis y Mauricio Novelli por un tema de cuidado del proceso judicial. Fue un momento mágico, como un hechizo: el presidente pasó de ser un discípulo de Viktor Orban a un cosplay de Carlos Nino. Una reacción inquietante para alguien que no se priva de revolear acusaciones a propios y extraños. Otro pasaje se lo dedicó a la pelea con el Grupo Clarín, que tiene final escrito para La Libertad Avanza: perder o capitular. Al Grupo le sobra algo que a la política le falta: tiempo. Una mirada que comparte Cristina. “Te sacan una cautelar y te desangran”, reflexionó en privado con memoria emotiva.

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Semana corta en la que el oficialismo se juega, igualmente, una ficha importante el jueves en la reunión de acuerdos de la Corte, donde los Supremos muy probablemente rechacen la licencia que la Cámara Federal le concedió a Ariel Lijo. Resta conocer quiénes formarán parte de esta decisión: ¿firmará Manuel García-Mansilla? Se impone el popularizado consejo del recordado Enrique Petracchi a cada nuevo ministro: “Doctor, usted se va a transformar en juez de la Corte cuando traicione al que lo trajo hasta acá”. Lijo, según cuentan en su entorno, tendría decidido renunciar al juzgado y aceptar su destino como supremo en comisión.

El otro aspecto relevante para el oficialismo sería el envío al Congreso del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, que en Casa Rosada sitúan entre fines de esta semana y principios de la que viene. Si bien los detalles de la negociación no trascendieron, el gobierno da como un hecho el deal. El oficialismo se ilusiona con recibir una inyección de US$ 12 mil millones, cerca del límite superior de las expectativas de mercados e inversores. Tal como adelantó el propio Milei, los fondos se utilizarían para saldar deuda del Banco Central, es decir, fortalecer la posición de las reservas netas, aunque no habría restricción en el acuerdo para intervenir en el tipo de cambio ni el organismo exigiría, en el corto plazo, una devaluación o la salida del cepo. Entre las cuestiones pendientes aparece el ritmo de los desembolsos, un aspecto de importancia primaria de cara a la fortaleza del gobierno en las elecciones. Una conversación aún abierta gira en torno al llamado dólar blend, por el que los exportadores liquidan parte de su producción a un precio más favorable en el mercado paralelo.

Cobra especial relevancia, luego del tuit de Cristina Fernández de Kirchner, el riesgo señalado por el presidente a partir del esquema derivado de un acuerdo en estas condiciones sobre una mayor volatilidad de la economía, aunque probablemente Milei estuviera abriendo el paraguas por el número de inflación de febrero y marzo. El dólar blend explica la magra acumulación de reservas por el Banco Central a pesar del superávit comercial récord, ya que las divisas liquidadas bajo esa modalidad no pasan por el BCRA sino por el MEP. El correlato es la reducción de la brecha cambiaria, que el gobierno presenta como uno de sus grandes éxitos de gestión. La posibilidad de obtener un precio más conveniente, bajo las actuales restricciones, asegura oferta en el mercado donde operan los que desean hacerse de dólares sin las rigideces del cepo. La pregunta, si estos fueran los términos del acuerdo, es cómo hará el gobierno para sostenerla en niveles aceptables.

La apreciación cambiaria con una brecha reducida es la salsa secreta de los éxitos obtenidos por el gobierno, en sus propios términos, hasta el momento -particularmente en materia de lucha contra la inflación. Y, al revés de lo que dice el presidente, es la regulación la que garantizó, en última instancia, la enorme valorización real del peso en el último año. La modificación que vendría de la mano del acuerdo podría volver a disparar la brecha ante un esquema cambiario que, en las actuales condiciones, no se presenta sostenible a los ojos de casi ningún analista y no contará el año próximo con el impulso del blanqueo y el endeudamiento en divisas de las empresas.

Los argumentos de la línea técnica del organismo que, como siempre, es la que pone los reparos más atendibles, parecen respetar un criterio. El Gobierno apuesta a una recuperación muy robusta de la economía en 2025 junto a una desinflación, cuyo máximo argumento es el ancla cambiaria. Eso supondría una enorme presión sobre el sector externo. Sin embargo, según pudo averiguar #OffTheRecord, son recurrentes los casos de productores agropecuarios exportando con quebrantos en las actuales condiciones. Se trata de producciones primarias, aunque no sojeras, que deberían ser competitivas en cualquier esquema económico más o menos funcional para la Argentina y que hoy quedan afuera del mercado no por una pérdida de productividad propia sino por el precio del dólar.

La contracara son las importaciones, que no sólo aumentan porque se abaratan en términos relativos -los sueldos privados, que en el mejor de los casos se mantuvieron estables en términos reales durante el último año, crecieron enormemente en términos de Iphones y viajes al exterior- sino por la propia dinámica del crecimiento. Más producción y más consumo equivalen a mayores importaciones -que serán, además, superiores por el proceso paralelo de apertura comercial-, mientras las exportaciones se vuelven cada vez menos competitivas y apenas Vaca Muerta mantiene perspectivas de crecimiento a la altura de los desafíos.

La situación la agrava un gobierno que decidió no tener política de ingresos y que desprecia las herramientas que suelen constituir la parte heterodoxa de los planes de estabilización, como lo son los acuerdos de precios y salarios. Para esta administración, el acuerdo con el Fondo sería una bala de plata para seguir funcionando como hasta ahora mientras se deteriora la cuenta corriente, luego de haber destinado en 2024 los mismos recursos a mantener el valor del dólar que los que destinó Mauricio Macri -incluso con algún protagonista repetido- en 2017.

Una política cambiaria de bienestar de corto alcance que también se intentó en la convertibilidad y hasta José Alfredo Martínez de Hoz, y que tampoco encuentra en el superávit fiscal -que el gobierno señala como diferencia clave con aquellos procesos- un blindaje de sostenibilidad: el estado de las cuentas públicas no le sirvió de nada al Chile de Augusto Pinochet durante la crisis económica del 82, la peor de la historia del país trasandino. El entusiasmo puesto en la relación con los Estados Unidos no tiene entonces sólo que ver con afinidades ideológicas sino también con efectividades conducentes bastante urgentes.

Los ataques al Mercosur durante el discurso ante la Asamblea Legislativa y el apresuramiento de Milei para adherir al principio de reciprocidad arancelaria que anunció Donald Trump -aun cuando demandaría enormes concesiones de parte de Argentina y que, por sus problemas de implementación, aparece incierto también para los Estados Unidos- debería considerarse parte de las muestras de alineamiento político que incluyen también el súbito alejamiento del ucraniano Volodímir Zelenski y las sobreactuaciones como el anuncio de la salida de Argentina de la OMS. La posibilidad de un acuerdo bilateral de libre comercio sólo debería ser tomada en serio como parte de la agenda de hostilidad contra el Mercosur desarrollada por Milei. La no definición de Trump -que pese a las repeticiones entusiastas, apenas dijo que podría estar dispuesto a analizarlo- y el apoyo casual de Elon Musk -incluso si fuéramos a tomarlos como signos de una intención seria- no permiten por sí mismos sortear el escrutinio del Congreso, donde unos pocos republicanos podrían bloquear un eventual acuerdo, que de ningún modo sería aceptado por los demócratas.

Conviene recordar, también, que los Estados Unidos aplican hoy medidas infundadas contra varias de las exportaciones argentinas de mayor valor, en general a partir de medidas tomadas durante el primer mandato de Trump. Y que el propio presidente norteamericano viene amenazando a sus dos principales socios, México y Canadá, con aranceles sobre sus exportaciones, a pesar de que ambos países gozan de un acuerdo de libre comercio con Washington, renegociado personalmente por el propio Trump en su primera administración.

Por Iván Schargrodsky-El Cenital