Tras 14 años de tormentosos gobiernos conservadores que sacaron al Reino Unido de la UE y dejaron al país con su economía y sus servicios públicos tambaleantes, los británicos se disponen a devolverle la confianza al laborismo bajo un liderazgo más calmo y moderado, pero en un contexto de descontento e impaciencia social. ¿Quién es Keir Starmer y qué propone el partido que puede gobernar en Londres?
Reino Unido abrirá las urnas este 4 de julio por primera vez desde el Brexit, en un clima de descontento general que anuncia un fuerte castigo a los 14 años de gobiernos conservadores y un regreso al poder del laborismo, más como un grito de auxilio ante la crisis que por un vuelco ideológico de los británicos.
Todas las encuestas previas dan por segura una derrota catastrófica del actual primer ministro Rishi Sunak (44), último de cinco primeros ministros tories desde 2010, y una contundente victoria del Partido Laborista liderado ahora por Keir Starmer (61), previsible primer ministro si lo confirma el Parlamento.
La situación económica (inflación, ingresos), el calamitoso estado de los servicios públicos de educación y salud, y la gestión de la inmigración tras el éxodo de europeos expelidos por el Brexit figuran en lo más alto de las preocupaciones del electorado y, por tanto, en la lista de demandas urgentes al futuro gobierno.
Según The Economist, los laboristas pueden obtener hasta 390 (+188) de los 650 escaños de la Cámara de los Comunes (mayoría absoluta 326), frente a los 184 de los tories (-181).
Un tercer actor electoral será el Reform UK del anti europeísta Nigel Farage (60), un antiguo activista de la salida de la Unión Europea (UE) cuya candidatura restará aún más bancas a los conservadores (hasta 18). En algunas encuestas, el partido de Farage desplaza a los tories del segundo lugar en votos (las bancas se asignan por distrito uninominal al candidato más votado, no por sistema proporcional).
Para tomar dimensión del derrumbe conservador que se avecina, la última vez que el apoyo conservador quedó por debajo del 30% fue en 1832, cuando el Duque de Wellington era primer ministro. La de 2019 había sido la peor para los laboristas desde 1935, lo que muestra la volatilidad política y la frustración de los británicos.
La participación jugará su rol: los conservadores ganaron en 2019 (Boris Johnson) con 67,3%; en 2017 perdieron mayoría absoluta con 68,8%; el referéndum que aprobó el Brexit trepó a 72,2%. El laborista Tony Blair llegó al poder en 1997 con 71,4% y lo dejó en 2007 tras dos reelecciones en las que la concurrencia cayó a 60% (los récords siguen siendo 1950 y 1951, con 83,9 y 82,6%.
¿Brexit… qué Brexit?
La promesa de llevar a la práctica el Brexit había dado a Johnson un espaldarazo en las urnas en 2019, cuando se convirtió en primer ministro con holgada mayoría. Lo logró en 2020, pero ese final y la pandemia sólo consiguieron desnudar problemas estructurales que la impericia y las disputas internas conservadoras agravaron.
La paradoja llegó a tal punto que, caídas las excusas sobre la influencia de la UE y sus normas en los males de las islas, ni Sunak ni Starmer pierden tiempo de su campaña en reabrir esa discusión: estuvo ausente en sus debates televisados.
Los laboristas, según el ex primer ministro y actual canciller David Cameron, sostienen una “una extraña posición filosófica” ante el Brexit. “Dicen que todo va mal, pero no quieren cambiar nada”, advierte el ex líder conservador. Mientras “los conservadores tenemos un plan, ellos tienen el silencio”.
Lo que está claro para los británicos es que la década y media de administraciones conservadoras -pandemia de por medio- termina con una inflación de 11%, intolerables esperas para acceder a un tratamiento médico, escuelas cerradas por temor a derrumbes y un aluvión de inmigrantes no europeos pero sin documentos.
La “Gran Bretaña Global” que soñaron los conservadores para el post Brexit, un país abierto a todo el mundo sin las limitaciones normativas de Bruselas, ha terminado en espejismo: desde 2019, el crecimiento medio del PIB fue de 2%, mientras que el de la UE llegó al 4% y el de Estados Unidos al 10%.
Cambridge Econometrics estimó que el Brexit le ha costado al Reino Unido 164.000 millones de euros y, sólo en Londres, casi 300.000 empleos. Nunca hubo acuerdo de libre comercio con EEUU, ni con India (sólo con Australia y Nueva Zelanda, que no compensan el mercado europeo, antes 60% de los intercambios del país).
La austeridad impuesta bajo el gobierno de Cameron -el primero de esta era conservadora- ante la crisis mundial de 2010, seguida de la pandemia, terminó en estancamiento y falta de productividad.
El poder financiero y el mercado laboral flexible contrastan con un grave deterioro del sector público. Mientras, el Brexit provoca una crisis de falta de mano de obra de todo tipo, desde camioneros a vendedores, pasando por electricistas e ingenieros.
La economía británica se contrajo un 0,1% entre julio y septiembre de 2023 y otro 0,3% entre octubre y diciembre, lo que la hizo entrar técnicamente en recesión. Recién creció un magro 0,6% entre enero y marzo de 2024.
Los últimos 15 años han sido los de peor crecimiento de los ingresos en el Reino Unido desde hace generaciones, según el Instituto de Estudios Fiscales (IFS). Y los salarios, ajustados a la inflación, están frenados desde 2007.
“Ha sido un crecimiento lento para prácticamente todo el mundo: ricos y pobres, viejos y jóvenes. Esto significa que, aunque la desigualdad de ingresos se ha mantenido estable, los avances en la reducción de la pobreza absoluta han sido dolorosamente lentos”, según Tom Waters, director asociado del IFS.
Bienestar perdido
Una estadística describe la contracara social de la sexta economía del planeta por PIB: hay 3.000 bancos de alimentos para millones de usuarios. Trusell Trust, la mayor red filantrópica de asistencia en el país, repartió en 2022-2023 tres millones de raciones de comida, 37% más que el año anterior.
En el área sanitaria, estresada al máximo por el COVID-19, el sistema público (NHS, 1948) que fue orgullo británico tuvo en listas de espera a 7,8 millones de pacientes y casi medio millón durante un año. Todo se evidenció -y empeoró- con una histórica huelga de médicos, enfermeros y choferes de ambulancia en invierno de 2023, pese a las inversiones que movilizaron Johnson y Sunak en sus gestiones. Y el Brexit le agrega la falta de personal sanitario extranjero que aliviaba la demanda.
En educación, el síntoma de la crisis pública fue el cierre obligado de un centenar y medio de escuelas con 700 mil estudiantes por riesgo de derrumbe (se hicieron con material en los 50 a punto de caducar). A lo material, se suma lo educativo: el nivel de “ausencia persistente” (más de 10% de faltas) trepó al 25% en el sistema secundario, y al 46% entre alumnos pobres.
En vivienda, la situación no es ciertamente todavía más grave que la del resto de Europa, sobre todo en las dificultades de acceso para los jóvenes. Una casa que antes valía tres años de un salario medio anual (hoy unos 40.000 euros) y se pagaba 120.000 euros hoy cuesta 320.000 euros.
Y el Estado dejó de dar facilidades. En 1980 un 25% de los adultos de entre 25 y 34 años pagaban alquileres sociales, pero en 2019 esa cifra cayó al 10%. La Ley de Vivienda de la conservadora Margaret Thatcher, que permitió a los inquilinos hacerse con la casa a un precio que en ocasiones era la mitad del mercado, creó una nación de propietarios e hipotecó las posibilidades futuras de los jóvenes.
Por fin, la cuestión de la inmigración ha envenenado el debate social en medio de la crisis. El eslogan del Brexit era “Take Back Control” (Recuperemos el Control) pero Reino Unido lo perdió al final con la fuga de europeos (dejaron de llegar 400 mil y quedaron cinco millones que ya vivían) y la llegada masiva en cambio de inmigrantes ilegales desde Asia y África a través del Canal de la Mancha.
Sólo en 2023, Reino Unido sumó 685.000 nuevos habitantes (antes 200.000 a 300.000), con mayoría de indios (21%), nigerianos (12%) y chinos (7%), muchos ya insertados en el tejido laboral. Pero 43% de los británicos cree que la inmigración tiene un impacto negativo en la sociedad (35% positivo), según YouGov.
Por eso, después de un intento fallido, Sunak dio una respuesta original: firmar un tratado con Ruanda para financiarlo como “tercer país seguro” y deportar al país africano inmigrantes sin documentos detenidos en las islas, un programa que la Corte Suprema avaló pero que el laborismo prometió derogar si llega al poder.
Un nombre y un manifesto
¿Qué piensa el Partido Laborista a punto de hacerse con el poder y quién Starmer, el moderado que puede gobernar a los británicos en las próximas semanas?
“En la investigación que realizamos, hemos escuchado constantemente que el voto laborista está impulsado en gran medida por la ira contra los conservadores y el deseo de cambio”, aclara George Buchan, de Charlesbye Strategy. Pero Starmer, un moderado que contrasta con las ideas y los modos de Corbyn, hace una diferencia.
Este abogado de profesión (defendió a mineros pero también a condenados a muerte en África), ex fiscal general (2008) y diputado desde 2015, destaca por su origen familiar modesto: es hijo de un tallerista, primer universitario de la familia y casado con una colega empleada del sistema de salud público. Su antecedente más parecido es Neil Kinnock (líder laborista opositor en 1983-1992).
Su europeísmo está fuera de dudas y, de hecho, se enfrentó con Corbyn cuando llevó al laborismo a apoyar el Brexit, que tampoco promete revertir. Escribió un manual sobre derecho europeo y se opuso abiertamente a la invasión de Irak bajo el gobierno laborista de Blair porque consideró que violaba la ley internacional.
Sus críticos reprochan a Starmer falta de definición tajante frente a algunas cuestiones, atribuida a la necesidad de atraer a conservadores desencantados. “Nadie sabe qué defiende claramente o su partido”, se quejó el diario izquierdista The Guardian. “Quiero hacer compromisos que sepamos que podemos cumplir”, se defendió. “No es justo fingir ante el electorado que podemos hacerlo todo”.
Como sea, el Manifesto (plataforma) del Partido Laborista compromete una dirección de la eventual gestión de Starmer en varios campos críticos, con premisas de crecimiento económico, estabilidad e inversión, por un lado, y recuperación de los sistemas públicos de salud y educación, por el otro, sin subir impuestos sino recuperando fondos de la evasión fiscal.
Con el Brexit asumido, el laborismo pretende reforzar las relaciones comerciales con la UE, justamente, para que ese movimiento de ruptura deje algo positivo.
El laborismo de Starmer se ofrece como el partido de la “creación de riqueza”, pero para mejorar el nivel de vida de los trabajadores. Sin inflación, la situación de los británicos mejorará 5% respecto de 2008/2009, razona, y piensa lograrlo fomentando la inversión que cayó desde 2016, cuando empezó el Brexit.
A la vez, presenta un plan de impuestos y gastos relativamente modestos, con más presión a los ricos no residentes, medidas drásticas contra la evasión fiscal, IVA a escuelas privadas (para financiar a las públicas) y una tasa a las grandes energéticas, que convivirían con una compañía pública de energía.
Entre las promesas más ambiciosas, figuran incorporar 400 mil puestos más en el servicio público de salud, con 40 mil turnos más de consulta por semana; prohibir la venta de vehículos a combustión desde 2030; construir 300 mil viviendas al año; e invertir 24 mil millones de libras en iniciativas verdes (como EEUU y Europa).