Mientras lo núcleos duros politizados ya viven el año electoral con intensidad, la gente de a pie ve a las elecciones todavía lejanas
“¿Dónde va la gente cuando llueve? ¿Dónde los que no tienen lugar? ¿Dónde van, dónde van?” Estas preguntas se las hacía Miguel Cantilo, un prócer del rock nacional, en una canción que ya tiene cincuenta años y que fue un éxito de los ‘70 y ‘80. La letra del tema dejaba abiertos los interrogantes.
Los tiempos cambiaron desde entonces, pero las dudas respecto a lo que hace “la gente” sigue preocupando a muchos. Nunca se definió rigurosamente el contorno específico de ese colectivo porque se sobreentiende como una invocación al verdadero interés de las “personas comunes”, es decir a aquellas alejadas de las discusiones que convocan a minorías intensas.
Si hay (o había) alusiones al pueblo y las clases sociales -señaladas como visiones ideologizadas- “lajente” (permitan el neologismo de aquí en adelante) supondría la fracción de la sociedad con otra lógica y una racionalidad específica, no politizada.
Como las pretensiones de esta columna son muy modestas, no vamos siquiera a enumerar las polémicas que se generan a partir de estas conceptualizaciones. Solo vamos a utilizar subjetiva e instrumentalmente la referencia para aludir a quienes ante cada elección se manejan con más distancia, ajenidad y pragmatismo y no ligan sus decisiones a identificaciones partidarias o doctrinarias.
Nos vamos a abstener de hacer calificaciones morales respecto de los distintos tipos de votantes. Para las urnas no hay supremacía de los comprometidos frente a los independientes o de estos últimos respecto de los primeros. Cuando se cuentan las boletas, todos valen lo mismo.
Lo que nos interesa es tratar de comprender en qué creen los que no creen, qué los motiva a decidirse por una u otra oferta o por ninguna.
Para las elecciones, ¿falta mucho o poco?
Hasta aquí, los comicios generales se realizarán el 22 de octubre, las PASO el 13 de agosto y la presentación de las listas de precandidatos el 24 de junio. Para el lote de quienes tienen posición tomada, las fechas se les vienen enciman y los tiempos apremian. Para ¨lajente” falta un montón, nada la obliga a definirse ya. Por lo tanto, posee lógica que los interesados en competir dediquen ahora su energía en los llamados núcleos duros y posterguen los mensajes para los más blandos.
Aunque a muchos comentaristas seriales los indignen las internas, estas son la esencia de cualquier democracia competitiva. Estamos en el tiempo de los duros, la temporada alta de los halcones. En el casting lucen mejor los intransigentes, los que proponen brechas o grietas éticas insalvables, los guerreros dispuestos a derrotar de una vez y para siempre a las fuerzas del mal. Todo digno del film de los hermanos Cohen; “Sin lugar para los débiles”.
De acuerdo al último informe nacional de la consultora Zuban-Córdoba (@Zuban_Cordoba), si hoy fueran las elecciones presidenciales, solo el 12% de los entrevistados no se define por un espacio político (las principales coaliciones empatan en 29%, seguidos por los libertarios con 16%).
Parece una cifra modesta la de los indecisos. Pero resulta imprescindible aclarar que allí no figuran los nombres propios, solo respuestas por afinidades generales. Cuando las encuestadoras proponen dirigentes específicos crece el grupo de no sabe/no contesta. Y cuando se incorporan las percepciones respecto a la dirección en la que va el país (73% incorrecta, 19,2% correcta) y/o el nivel de aprobación del gobierno nacional (66,9% negativa vs 29% positiva), las prospectivas cambian sustancialmente.
El teorema de Baglini: por qué importa
Por los anteriores y otros factores, sigue en vigencia el “Teorema de Baglini” – enunciado en 1986 por el experimentado dirigente radical- que nos recuerda que el grado de responsabilidad de las propuestas de un partido o dirigente político resulta directamente proporcional a las posibilidades de llegar al poder. De allí, se puede suponer que a medida que nos acerquemos al invierno y las temperaturas se moderen, probablemente aumenten las señales moderadoras y convergentes al centro. Así, quienes hoy transitan su temporada baja, posiblemente vean subir la cotización de sus acciones.
Para conmover a “lajente”, probablemente influyan más los argumentos que hoy parecen tibios que los tambores de guerra. Los datos de los sondeos son información y, por sí solos, no aportan respuestas sobre lo que hay que hacer para ganar. Para ello se requieren herramientas interpretativas que solo los líderes con la lectura apropiada de su época pueden dar. Esa es la magia que, cuando puede, genera la política.
Por Gustavo Marangoni – IProfesional