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Los gobernadores estorban al proyecto unipersonal de Milei

En la Argentina que diseña Javier Milei, vuelve a emerger una idea tan antigua como peligrosa: que la Nación es un proyecto unipersonal y las provincias, meras piezas de utilería en un decorado centralista. En ese esquema, gobernadores, legisladores, intendentes y ciudadanos del interior son apenas obstáculos, convidados de piedra que deberían limitarse a aplaudir desde el fondo del salón.

Desde su llegada al poder, el presidente ha construido su relato a fuerza de desprecio por el federalismo. Llamó a las provincias “gastadoras”, “planeras”, “ineficientes”. Les cerró el grifo de las obras públicas, eliminó programas, recortó transferencias y se apropió de fondos que por ley les corresponden. Desde su púlpito libertario, celebró que los gobernadores “lloren” mientras premiaba la especulación financiera y castigaba a quienes producen, invierten y trabajan en el interior profundo.

La tensión con los mandatarios provinciales no es nueva, pero ha escalado. El viernes último, Milei dio un paso más: los llamó “perversos”. El insulto, lejos de intimidar, evidenció el nerviosismo de un modelo económico que no muestra resultados tangibles y que ya empieza a resquebrajarse, no solo en los números sino también en el humor social.

Milei olvida que los gobernadores tienen, como él, legitimidad democrática. En Misiones, por ejemplo, Hugo Passalacqua fue elegido por el 64% de los votos, incluso más que los obtenidos por el propio Milei en la provincia. Y fue elegido, como cada gobernador en su provincia, para defender los intereses de su pueblo. No para obedecer caprichos presidenciales ni permitir el desguace del federalismo.

Durante más de un año, los gobernadores acompañaron. Votaron leyes, evitaron confrontaciones, sostuvieron la institucionalidad. Pocos presidentes tuvieron tanto apoyo para gobernar como Milei. Pero la paciencia no es infinita. La reciente reunión de 23 mandatarios en el Consejo Federal de Inversiones (CFI), incluido Passalacqua, marcó un punto de inflexión. Impulsan una ley para que la Nación coparticipe automáticamente los Aportes del Tesoro Nacional (ATN) y el Fondo Vial, fondos que el Ejecutivo concentra para dibujar un superávit ficticio, construido sobre el ahogo de las provincias.

Ese ajuste silencioso no es invisible. Una encuesta reciente de Zuban Córdoba registró, por primera vez en 17 meses, más del 50% de imagen negativa para Milei: 53,6%. La tolerancia social también empieza a resquebrajarse.

Gobernar no es imponer, sino construir. El federalismo no es un estorbo: es la columna vertebral de la Argentina. La salud pública, la educación rural, las rutas que sacan la producción, las policías que cuidan a la gente, no se manejan desde un Excel en Retiro. Se sostienen con esfuerzo cotidiano en cada pueblo del país.

Por eso es inaceptable el relato que pretende culpar a las provincias por el fracaso económico. La historia argentina demuestra que las grandes crisis y los grandes aciertos siempre fueron consecuencia de decisiones tomadas en la Casa Rosada. Desde la dictadura económica del '76, pasando por la híper del ’89, las privatizaciones de Menem, el corralito de De la Rúa, la reactivación de Néstor Kirchner, el endeudamiento de Macri o la inflación sin control de Alberto Fernández, hasta llegar a este experimento libertario, el termómetro siempre estuvo en la Nación. Las provincias no mueven la macroeconomía; la padecen.

Ahora también se las acusa de ser responsables de la presión tributaria por cobrar ingresos brutos. Pero la verdad es otra: las provincias aplican alícuotas del 4,5%, mientras la Nación cobra 21% de IVA y entre 30% y 35% de Ganancias. ¿Dónde está realmente el peso fiscal?

Como recordó el gobernador Passalacqua este 9 de Julio, la Nación existe porque las provincias decidieron crearla. Y se la creó para servir al conjunto, no para someterlo. Las provincias generan la riqueza: la AFIP —ahora rebautizada ARCA— recauda sobre el trabajo de los aserraderos de Eldorado, las cooperativas yerbateras de Apóstoles, los comercios de Posadas, las arroceras de Corrientes, las bodegas de Mendoza, los limones de Tucumán, las frutas del Alto Valle. La Nación no produce: recauda sobre la producción de las provincias.

Si el presidente quiere equilibrio fiscal, no lo conseguirá empobreciendo a quienes sostienen el país real. No habrá superávit nacional con provincias fundidas. Si de verdad quiere “cambiar la historia”, como repite en cada cadena, tendrá que empezar por mostrar resultados, no gráficos dibujados.

Podrá vetar leyes, manejar redes con sarcasmo o usar el látigo del ajuste. Pero no podrá borrar a las provincias del mapa. No podrá gobernar sin interlocutores reales. Y no podrá convertir la Argentina en una propiedad privada, sin que las provincias reaccionen.

Porque si el bolsillo de la gente no mejora, si la economía real no despega, si la vida no se hace un poco más vivible en los lugares donde la patria se construye con barro y esperanza, entonces este relato político se volverá insostenible. Y en ese caso, no serán los gobernadores los que estorban. Será el presidente el que se habrá equivocado de país.

Por Luis Huls