Lo que viene detrás de los liderazgos inconcebibles cuyas culturas autoritarias usan las palabras como objetos sonoros para exacerbar, no para dialogar.
“Credo quia absurdum” escribió Tertuliano en De Carne Christi. El pensador paleocristiano que creía en lo que consideraba absurdo, reivindicó la absurdidad erigiéndola en razón para creer en la resurrección de Cristo, confrontando con herejías y teologías dualistas.
Dos milenos después el absurdo vuelve a ser reivindicado, esta vez en una versión degradada, por el surgimiento de liderazgos inconcebibles que construyen poder con discursos disparatados y afirmaciones ridículas. Líderes que utilizan la palabra como un objeto sonoro destinado a emocionar, no a explicar; a exacerbar y movilizar, no a convencer.
No se trata del “absurdo” que desde el siglo 20 ayuda a explorar el sinsentido de la existencia en las páginas de Sartre, Camus, los escritores surrealistas y el teatro de Ionesco. Se trata de una versión bizarra que busca derrocar a la razón.
Trump es el mayor exponente del renacer decadente del absurdo, con líderes de matriz autoritaria que coinciden, por izquierda y derecha, en decir y afirmar ridiculeces sin que tengan para ellos consecuencias negativas, por más inverosímiles que sean.
Justificando la conmutación de la pena a George Santos, encarcelado por fraude y robo de identidad, el magnate neoyorquino dijo que ese ex legislador republicano “fue un poco pícaro, pero son muchos los pícaros que no están presos”.
Lo que para Trump fueron “picardías” en realidad fueron delitos. Pero el presidente que hunde lanchas sospechosas en el Caribe, además de perseguir y encarcelar a inmigrantes, le abrió las puertas de la cárcel a un estafador serial porque “tuvo la inteligencia y la convicción de votar siempre por republicanos”.
Antes que eso había propuesto adueñarse de Gaza, echar a su población y convertir ese territorio en un paraíso turístico sin palestinos. Un año más tarde, buscando sumar puntos para el Nobel, mezcló propuestas de Biden de las que se había burlado, con el proyecto de Tony Blair, para ser “el pacificador de Gaza”. Lo que plagió lo puso en la vereda de lo razonable y útil, pero su primera propuesta era ridícula y humanamente despreciable.
Las afirmaciones absurdas con que Trump moviliza pulsiones y fobias de multitudes deseosas de aborrecer al progresismo, la cultura woke, el feminismo, los intelectuales etcétera, llenarían robustos volúmenes. Pero la ausencia de consecuencias podría estar por acabarse. La última señal fueron las masivas movilizaciones del “No King Day”, con océanos de gente inundando grandes y pequeñas ciudades para repudiar el autoritarismo del presidente que usa la palabra como objeto sonoro para exacerbar, en lugar de usarla como instrumento de la razón.
“Chaque mot a des consequences et chaque silence aousi” (cada palabra tiene consecuencias y cada silencio también) escribió Sartre en “Les Temps Modernes”, la publicación sobre temas políticos, filosóficos y literarios que creó junto a Simone de Beauvoir y a Maurice Merleau-Ponty.
Que las palabras tengan consecuencias prueba que tienen sentido. Por eso cuando las palabras dejan de tener consecuencias, la democracia decae.
Dictaduras y autocracias se fundamentan en la fuerza, pero la democracia liberal se fundamenta en la razón. Por eso el Estado de Derecho necesita de la palabra. Es el instrumento de la razón.
Esa es precisamente una de las tantas señales de que el Estado de Derecho está en peligro. El sistema que hizo libre y desarrollado al hemisferio noroccidental, está jaqueado por líderes inconcebibles que usan la palabra como objeto sonoro para impactar, no para convencer; para exacerbar o movilizar, no para explicar.
Tales liderazgos jaquean la democracia por izquierda y derecha. Comenzó Chávez, relatando la autopsia de Bolívar, y Maduro cruzó todos los límites de la imbecilidad con una larga colección de afirmaciones delirantes.
Pero la mayor ofensiva actual proviene del conservadurismo recalcitrante que idolatra a los mega-millonarios como seres superiores.
Trump es la mayor expresión de la retórica disparatada. Su fan argentino también hace de la palabra un objeto sonoro, aunque a esta altura parece estar perdiendo capacidad de impacto.
Argentina escuchó a Milei diciendo que Bullrich ponía bombas en jardines de infantes y luego lo vio hacerla ministra; lo escuchó acusar a Luis Caputo y a Sturzenegger de causar daños económicos irreparables y luego lo vio entregarles los comandos de la economía; lo escuchó prometer que acabaría con “la casta” y luego lo vio colmar su gobierno con exponentes de ese estrato miserable.
La cultura autoritaria asoma detrás de los líderes que hablan sin que sus afirmaciones absurdas tengan consecuencias. Jorge Taiana no puede usar la palabra “dictadura” para definir una dictadura. Dice que en Venezuela impera “una democracia con fallas”. Desolador como el silencio de quienes, en su propia vereda, debieron corregirlo pronunciando la palabra dictadura.
Gabriel Boric lo dice con todas las letras, siendo de izquierda. Pero no pueden Evo Morales ni Luis Arce ni Rafael Correa, entre otros que, igual que la dirigencia a la que pertenece Taiana, habrían sido salpicados por los petrodólares de PDVSA que financiaron la construcción del liderazgo de Chávez a escala regional.
Si cada dos por tres Milei tiene que ir a Washington, no es porque sea necesaria su presencia para pedir salvavidas por los sucesivos naufragios, sino porque necesita que la fuerza de la imagen supla la debilidad de la palabra. Milei viaja en busca de fotos. Fotos con Trump; siempre con los pulgares arriba y apretando contra el pecho la carpetita y el estuche.
Lo único claro en este país, cada vez más parecido al desolado camino rural donde Vladimiro y Estragón esperaban a Godot en la obra de Becket, es que en la economía de Mieli a “la mano invisible del mercado” la reemplazó la mano visible de Scott Bessent.
Las palabras ya no provocan nada porque, como en Estados Unidos, han sido vaciadas. Por eso Milei acumula millas para buscar fotos en los que abraza a Trump con mirada y sonrisa de admirador cholulo. Fotos que en las portadas impacten más que los artículos.
Si algo lograra revertir esta declinación de la democracia liberal, las palabras y los silencios volverían a tener consecuencias, como advertía el filósofo existencialista que escribió El Ser y la Nada.

Por Claudio Fantini-Revista Noticias

