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Lucha por el poder en La Pajarera

Cristian Ritondo y Emilio Monzó compiten con Martín Menem por la presidencia de Diputados. Por Jorge Asís

Lucha por el poder en La Pajarera

Genes

“Martincito aprendió rápido, el hijo de Eduardo tiene genes”.
Emblema inapelable, Eduardo Menem, Senador Eterno, evalúa con cierto orgullo el ascenso abrupto de Martín.
Sobrino, a su vez, de Carlos Menem, El Emir, presidente icónico, extinto, “alborotador”.

Mientras se aproxima a la edad del poder, Martín enfrenta, con 49 años, un desafío crucial durante el noviembre más cruel.
Para persistir en la categoría. Continuar como presidente de la Cámara de Diputados. La Pajarera.

Brotan dos competidores amables. Cristian Ritondo, El Potro, peronista originario y hoy torcedor de PRO.
Y Emilio Monzó, El Diseñador, estratega de “la nave de los condenados” (cliquear).

Los melancólicos del menemismo estaban tan huérfanos que se fascinaron con las imposturas del Fenómeno Milei.
Se enternecieron los menemistas que mantuvieron vínculos menores con las estructuras racionales y emocionales del peronismo.
La voltereta teórica de Milei, El Panelista de Intratables, fue ejemplar.
El hallazgo de rescatar a Carlos Menem de las pestes del agravio para trasladarlo al Salón de los Próceres.
Para algarabía de la señora Zulemita y nostalgia profunda por la memoria de Armando Gostanián.

Cuesta todavía aceptar que el menemismo fue un fenómeno cultural del peronismo de los noventa.
Como también lo fue, sin ir más lejos, el kirchnerismo.
Negarlo es la manera diáfana de no entender la magnitud histórica de Carlos Menem.
Ni la trascendencia superadora de Néstor Kirchner, El Furia.
Implica tergiversar las bases que sostienen al peronismo vigente, entre las huellas del tiempo.

Debieran abstenerse de repetir el lugar común que frecuentan los peronistas desorientados cuando sostienen:
“Lo de Menem no es peronismo, nada que ver”.
O tal vez algo peor: “El kirchnerismo no es peronismo”.

En su infinita generosidad conceptual, el peronismo contiene ambas expresiones.
Cuesta admitirlo, más que entenderlo.
Acaso peronismo sea todo aquello que subsiste después de las declinaciones de las modas dominantes.

La parsimoniosa valentía del colaboracionismo

El espacio de poder que controla Martín es tan apreciable como envidiable.
Reclamado explícitamente por la plana superior de lo que queda del PRO entre las milanesas íntimas. O las entrañas compartidas.
Cuentan (aunque tal vez sea falso) que Mauricio Macri, El Ángel Exterminador, se lo reclamó directamente a Milei.
Mientras encara, para sobrevivir, la parsimoniosa valentía del colaboracionismo.
Para impedir la puntual exterminación, inspirada en el juego de cintura del interlocutor.

«Cuidado. Mientras te sirven milanesas, te la ponen».
Para neutralizarlo, Mauricio se dispone a ayudarlo.
El objetivo consiste en perforar juntos la adversidad. La estructuración obturadora de las dos terceras partes.

La gestación de los 87 héroes para que Milei pueda vetar tranquilamente (y clausurar el riesgo del juicio político).
Estrategia inteligente del Ángel para mantener algún atisbo de influencia entre la moda festivamente folklórica que se vino.
La onda de la derecha extrema y global.

Con la moneda en el aire, el Ángel es un aliado obligado.
Depende exclusivamente de la buena ventura del Patrón/Fenómeno.
Pero el Ángel tropieza con la propia inseguridad. Transcurre la reticencia sospechosa de los otros dos vértices del “triángulo de hierro”.
Ni el semáforo de la señora Karina, La Pastelera del Tarot, ni el semáforo de Santiago Caputo, El Jaimito, le legitiman la luz verde.

«Pide como si valiera 40, pero hoy Mauricio vale 5, a lo sumo 6».
El Ángel vale, en efecto, pero por lo que valía. La cotización actual es inferior.
El apoyo es bienvenido en “las fuerzas del cielo”.
Acceden hasta a escuchar las paternales recomendaciones del estadista experimentado que brinda «lecciones de liderazgo».
Pero es tarde. El electorado del Ángel ya fue comido por Milei.

En la presente etapa, sin embargo, la previsible ayuda del Ángel resulta relativamente sustancial.
Como si la señora Patricia, La Montonera del Bien, no estuviera captada, irremediablemente perdida.
O como si Horacio Rodríguez Larreta, Geniol, no estuviera “fuera del juego”.
Expulsado desde las (inútiles) PASO. En constante franeleo desarrollista con los tripulantes de “la nave de los condenados”.
O como si Diego Santilli, El Bermellón -un héroe de los 87- no se desvele por los deseos de jurar, por Dios, River y la Patria.

No es por la luz roja de Karina, Mauricio, ni por la roja de Santiago.
¿Y si el reticente, Mauricio, es Javier?

Aprendizaje del oficio ingrato

El doctor Martín Menem es un abogado cordial, de astucia asumida.
En plena madurez se sorprende con el apasionamiento familiar. La política.
Ni por su padre ejemplar, ni por el tío, estadista “alborotador” (como García Hamilton llamaba a Sarmiento).
Tampoco fue por Adrián, el hermano que desde la adolescencia se inclinó por el oficio ingrato.

Fue producto de la amistad providencial.
Milei había sido captado, ineludiblemente, por el encanto del apellido.
Era recíproco. El panelista cautivaba a Martín desde la televisión.

Pronto lo improvisó como diputado por La Rioja, la provincia donde el prestigio del apellido Menem aún pesa.
Fue precipitada la precocidad, tanto para el Patrón como para Martín.
Celeridad de Milei para conquistar la presidencia y arrastrar a Martín hasta formar parte del escalafón.
Está cuarto, después de la señora Victoria Villarruel, La Cayetana, y del disparatado senador Abdala.

De repente Martín debía especializarse en el ámbito legislativo donde se destacó su padre.
En simultáneo debía dedicarse a imponer la utopía del ajuste con que Milei había seducido hasta a los jóvenes del conurbano.
Buscapinas que desfilaban con las camisetas que llevaban la inscripción “no hay plata”.

Asesorado por su primo Lule, Eduardo Menem El Joven, operador eficiente de perfil extraordinariamente bajo que acumula años de experiencia junto al tío homónimo.

Trasciende que entre las milanesas el Ángel lo propuso a Cristian Ritondo, para presidente de La Pajarera.
Pero cuando se lo plantean, cuentan que El Potro suele responder:
“Si en diciembre no renueva Martín el que lo reemplace tiene que ser Monzó”.

Cuando se lo plantean a Emilio Monzó confirma exactamente la misma artimaña del juego:
“Mejor que sea Ritondo”.

El Diseñador mantuvo la presidencia de La Pajarera durante los cuatro años del Tercer Gobierno Radical.
Dejó una excelente imagen, dejó jugar. Supo repartir. Dialogar hasta que se le terminó la banca. 2019.
Persiste dos años erróneos en el llano y vuelve en 2021, entremezclado en la penúltima invención del neurólogo radical Facundo Manes, Cisura de Rolando. Para concluir como estratega articulador del bloque que comanda Miguel Pichetto, El Lepenito.

Hasta aprender con holgura el oficio ingrato, Martín pudo haberse equivocado.
Por inexperiencia pudo incluso haber arrancado mal. Ajustar arbitrariamente. Pero consta que se recuperó.
Como si desde “las fuerzas del cielo” el tío Carlos le hubiera transferido la sagacidad familiar.
El cesarismo intenso del estadista que prometía que nunca, en efecto, los iba a defraudar.