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Luis Moreno Ocampo: “En el 85 la Argentina revisó sus fantasmas”

El fiscal adjunto del proceso judicial a los comandantes de la dictadura militar, reeditó el libro “Cuando el poder perdió el juicio” en coincidencia con el inminente estreno de la película “Argentina, 1985″. “En ese momento, la Argentina revisó sus fantasmas. Creo que ahora es un buen momento para revisar aquellos y otros nuevos fantasmas”, afirma. Mirá el video.

— Explicado a un milenial o un centenial ¿Cuál fue tu rol en ese juicio histórico?

—Ese juicio fue mi primer juicio como fiscal. Yo trabajaba en la Procuración General de la Nación, que es la fiscalía de la Corte Suprema, ahí le preparaba los dictámenes al procurador general. También enseñaba en la Facultad de Derecho y en el 84 me habían nombrado subdirector del Instituto de Investigaciones. Mi trabajo era muy académico: releía, discutía, explicaba… Y Julio necesitaba ayuda (yo creo que ya había pasado por muchos pidiendo ayuda y nadie se metía). Yo le dije: “Mirá Julio, me encanta, me muero por hacer esto, pero quiero que sepas que en mi vida hice un juicio”. Es más, nunca había terminado de aprender cómo funcionaba el sistema argentino, porque mi profesor, que era Julio Mayer y había estudiado en Alemania, decía que el sistema argentino era ridículo, que era la Inquisición. Yo no había estudiado el procedimiento penal que se usaba en Argentina. Y Julio me dice “¡Mejor! porque acá tenemos que inventar algo completamente distinto’’. Entonces me dio la tarea de manejar la investigación y tuve piedra libre para hacerlo. Fue fantástico.

— Y armaste un equipo de jóvenes.

The Guardian publicó una crítica de la película y ahí dicen “es una fantasía que un grupo de jóvenes, que no eran abogados, puedan haber hecho esta investigación”. Y eso es pura realidad. Nosotros teníamos el siguiente problema: a los comandantes les habían enchufado el libro de la CONADEP, pero los tipos se quejaban -con razón- que eso no era una acusación válida. Entonces, la primera tarea que tuvimos que hacer fue buscar un grupo de casos que pudieran representar lo que había pasado. Ahí nos fuimos a la CONADEP, que se había transformado en la Subsecretaría de Derechos Humanos y pedimos a la gente que había trabajado ahí que nos ayuden a elegir los mejores casos: los que tenían más pruebas (había unos 30 que tenían documentos probatorios contundentes), de todo el país y de cada fuerza. Con esos cuatro criterios, nos ayudaron a buscarlos. Haciendo eso conocimos a dos chicas que trabajaban ahí, que nos parecieron muy piolas y las invitamos a sumarse al equipo nuestro. Después había dos chicos que habían trabajado con Julio en la fiscalía, el hijo de Carlos Somigliana, Maco, que también trabajaba en la fiscalía, yo me traje tres que trabajaban conmigo en la Procuraduría y a mis estudiantes les propuse venir. Vinieron cuatro o cinco, y se quedó uno. El equipo se armó así, como pudimos.

Tomar los hechos seleccionados fue una innovación. Los fiscales tenían que perseguir todos los casos, pero aplicando las reglas del código de Justicia Militar pudimos presentar los casos elegidos. Los jueces siguieron nuestro criterio y se tomó una nueva indagatoria a los comandantes. Ahí nos quedaban dos o tres meses para presentar las pruebas. La verdad no sé cómo hicimos, porque corrimos contra el reloj. Presentamos dos mil testigos.

—Hay una pregunta central flotando desde ese juicio en adelante (o desde antes tal vez) y es: ¿Hay un registro de los detenidos-desaparecidos guardado en algún lugar del mundo? ¿Qué crees?

—Si. Estoy seguro, porque era toda una burocracia funcionando. Vos llegabas y te registraban con tu nombre. En el libro cuento una historia que me parece fascinante. A un abogado de apellido Acosta, que estaba secuestrado, le preguntaron si sabía hacer sumarios. Dijo que si. Y lo llevaron engrillado para sentarlo frente al coronel a cargo. Él le pide que haga un sumario para concluir que un montonero torturado había mentido. “Fuimos a un lugar, y el torturado dijo que había 150 mil dólares pero recuperamos 15 mil. Si eso llega al comando me van a mandar una inspección. Necesito que usted haga un sumario que clarifique eso”. Entonces el secuestrador tipeó las declaraciones de cada uno de los miembros del grupo de tareas y concluyó que el montonero había mentido en la sala de torturas y cerró el sumario. Al día siguiente le dieron comida extra… El coronel estaba muy contento porque había sido aprobado por el comando, le dijeron. Ese detalle te muestra qué meticuloso que era todo.

Toda esa información desapareció pero yo estoy seguro que en algún lugar está… Hay muchos oficiales del ejército detenidos y sería genial que si alguien aporta alguna prueba, tenga algún beneficio. Sería muy bueno para las familias de los desaparecidos saber el destino de sus seres queridos. La gente no se da cuenta lo traumático que es tener un hijo desaparecido, no haber podido enterrarlo. Nunca se puede cerrar el proceso de duelo. Si tuviéramos esa información, por lo menos podrían saber qué día murió su hijo/a.

En la ficción de "Argentina, 1985", estos son Julio Strassera (Ricardo Darín) y Luis Moreno Ocampo (Peter Lanzani)En la ficción de “Argentina, 1985”, estos son Julio Strassera (Ricardo Darín) y Luis Moreno Ocampo (Peter Lanzani)

— En el libro y también en la película, tu mamá es un personaje clave porque representa a una importante porción de la población argentina en aquel momento ¿Por qué?

—Te cuento de mi mamá. Yo investigaba y la verdad es que no sabía todo lo que había pasado. Y de vez en cuando iba a comer a la casa de mi vieja y le contaba lo que iba averiguando. A mi me espantaba porque cada detalle revelaba cómo el Estado argentino había estado dedicado a cometer crímenes. Era un aparato terrible. Cuando yo le contaba a mi vieja que la cúpula de las Fuerzas Armadas aprobaba todo eso, no me quería creer. Porque en todo esto también es importante el lenguaje que ellos usaban. Vos le preguntabas si había centros clandestinos de detención y te respondían “negativo”. Si le preguntabas “¿Había lugares de reunión de detenidos?”, los tipos respondían “afirmativo”. Es decir, dependía del léxico utilizado, claramente militar. Que también les ayudaba a encubrir lo que estaban haciendo: no era tortura, era “interrogatorio táctico”; no era una orden de secuestro, era un “blanco de oportunidad”. Todo ese lenguaje militar encubría lo horrible que había sido todo.

Mi abuelo fue general. Todos los hermanos de vieja, coroneles, habían pasado por el Colegio Militar. Entonces mi vieja amaba a los militares. Yo también, y no tengo ningún problema con los militares. Los que yo conocí era tipos leales, honestos, serios, que cumplían su palabra. Entonces mi vieja no podía creer que Videla fuera así. Ella vivía en Olivos y a veces Videla iba a misa, ella lo veía. Por eso valoro la función del juicio. Es una especie de dramatización, única. Pensá lo siguiente: si alguien secuestra a mi hija, yo no puedo estar con ese tipo en un mismo cuarto. Salvo que sea en una corte judicial, donde está el ritual preparado para incluso tener que dialogar con esa persona, para luego intentar demostrar esa personalidad. Entonces, el juicio es un drama que permitió que gente como mi vieja cambiara de opinión.

Por eso también me gusta que haya una película. El libro ayuda, pero la película apela a las emociones. Uno cambia por emociones. Cuando mi vieja leyó el testimonio de Adriana Calvo de Laborde, que fue de las primeras porque era muy inteligente, muy precisa en su relato y le había pasado una cosa horrible (haber tenido a su hija en el asiento de un patrullero, esposada y luego por cinco horas la tuvo llorando en el piso del auto). Mi madre escuchó todo eso y al día siguiente me llama para contarme que había leído el diario y me dice “yo todavía lo quiero a Videla, pero vos tenes razón: tiene que ir preso”. Yo siempre le decía a Julio “tenemos que convencer no solamente a los jueces, tenemos que convencer a la gente como mi vieja”.

— El rol de Carlos Somigliana, dramaturgo relevante y la vez parte del poder judicial, impulsor de “Teatro Abierto”, fue muy importante en ese famoso alegato de Strassera ¿Cómo fue eso?

—Carlos era oficial primero de una fiscalía general. Y se ve que sufrió mucho. Creo que por eso escribió una pieza que se tituló El oficial primero: el personaje era ese oficial de justicia que trabajaba en su oficina, abría un cajón y había un muerto. Lo corría y seguía trabajando. Abría un armario y caía otro muerto. Y así. Trabajaba ignorando la muerte a su alrededor. Entonces para Carlos la posibilidad de ayudar a Julio fue una bendición. Cuando hicimos la acusación, con Julio nos dividimos los textos. Él preparó los textos legales y se los dio a Carlos para que le agregue pimienta y creación. Carlos le puso las menciones a Dante Alighieri y las patas de la araña, y a veces hasta se iba de mambo… Julio no era un actor pero era genial cómo lo representaba.

—En la película está contada una famosa entrevista que te hizo Bernardo Neustadt en “Tiempo nuevo”, EL programa político de este momento ¿Por que fuiste y cómo la pasaste?

—La única razón por la que nos peleamos alguna vez fue por eso, por Neustadt. Bernardo Neustadt era un periodista relevante de la época, muy influyente, y había justificado a la dictadura. Entonces Julio no quería saber nada con él y siempre decía “no podemos ir ahí”. Yo lo respetaba a Neustadt. Y fui. En realidad, cuando salió la sentencia se había armado una bola de furia porque los jueces habían absuelto a cuatro comandantes. La gente esperaba que saliera todo lo que había pedido Julio. Pero los jueces no deciden lo que dice el fiscal, deciden lo que les parece a ellos. Hay que acordarse de este detalle… Entonces con ese clima, le dije a Julio que había que bancar a los jueces y que la persona para hacerlo era Neustadt, hablándole a la gente que no llegábamos. Le dije “Neustadt le habla a la gente que está a la derecha de mi vieja, hay que hablarle a ese”. Fui y vino muy bien, pero Julio estuvo furioso conmigo por un año, más o menos. Gocé esa entrevista porque Neustadt quería estar conmigo, ajustarse a la nueva situación de poder, quería quedar bien… Nos vino fenómeno. Después me invitó un montón de veces más. Hablamos de Pelotón, la película de Oliver Stone y le dije “¿Ve que no todos los militares son iguales?”

—Esa mención viene justo para hablar de tu actual trabajo: profesor de narrativas de guerra y justicia en la Universidad del Sur de California. Tus estudiantes son aspirantes a directores, guionistas, actores, productores ¿Cómo es eso?

—Después de trabajar nueve años en la Corte Penal Internacional, que es como un Nüremberg permanente, quería entender lo que había pasado, recibí invitaciones de Yale y de Harvard y trabajé para escribir un libro que saldrá dentro de unos meses. Ahí descubrí que los profesores de derecho de relaciones internacionales entendieran lo que yo decía, era raro, era nuevo. En cambio, cuando me invitaron de la escuela de cine a una charla y los tipos ahí demostraron estar abiertos. Harvard es nacional y llena de bordes entre las distintas disciplinas. Hollywood es mundial e interdisciplinario, porque para hacer una película tenés que saber de fotografía, actuaciones, presupuestos, todo… Dije “este es el lugar”.

También hay un tipo ahí, cuya frase me convenció para ir. Es un profesor vietnamita que dice “la guerra se libra dos veces, primero en el campo de batalla y luego en la memoria”. Y la memoria es el lugar donde se definen las políticas que luego la sociedad asume. El tipo dice “el Pentágono es importante pero Hollywood es mucho más importante. El arma más poderosa que tiene Estados Unidos es Hollywood”. Me fui ahí con un amigo que enseña guion, para hablar de los problemas de crimen, guerra y justicia a través de películas. Trabajo en eso, en entender cómo la narrativa del cine y las nuevas narrativas que incluye a Tiktok y esas cosas, generan comprensión sobre los problemas sociales.

Por eso ahora estoy tan interesado en esta película. Quiero profundizar en algo: cómo los debates de comunicación (esto que estamos haciendo) se traducen para una sociedad que así define su futuro.

— Hablaste del cine y las emociones ¿Cómo ser humano, cómo viviste todo ese momento de la investigación y el juicio?

—Me pasó lo siguiente: mientras investigaba, nunca lloré.

— ¿No tenías pesadillas luego de escuchar lo que se contaba en el juicio?

—Nunca tuve pesadillas. Soñaba que tenía un problema que tenía que resolver. Soñaba que encontraba una solución y pensaba “mañana me tengo que acordar de esto porque es una solución buenísima”. Y al día siguiente me acordaba de todos mis sueños. Tenía un alto nivel de concentración en mi trabajo. Esa obsesión construyó una coraza para mis emociones. Entonces presentamos la prueba y luego tuvimos dos semanas libres. Ahí fui a ver La historia oficial ¡Lloré toda la película! No podía parar. Y la película no era nada con todo lo que yo sabía.

Por Guillermo E. Pintos-Infobae