Con casi 19 años cuenta con un haber de superaciones personales que la convierten en mucho más que la heredera de Ricardo Fort. Creció con hemiparesia, que aún trata. Afrontó los embates de una popularidad “no elegida”, que afectó su autoestima “hasta sufrir de anorexia”, que “alejó a papá” y que la hizo “desconfiada con mis relaciones”. El suicidio de su tutor. La soledad a la que escapa. El temor a la muerte. Su vínculo con el dinero. La decisión de lanzarse como cantante. Y las señales que recibe de su padre: “Cuando hablo de él se entrecorta la luz, y los guardias del edificio lo vieron poniendo en marcha nuestro auto”
Soñó con su papá. “Yo llegaba de viaje y alguien me avisó que él estaba en casa, esperándome arriba. Al entrar a este living lo vi. Tenía como 10 años más y algunas canas, muy distinto a cómo lo recordaba. Y nos abrazamos muy fuerte”, describe. “Entonces llamé a un amigo al que le hubiese gustado conocerlo pero cuando llegó, mi viejo desapareció. Ahí me di cuenta de que había venido a saludarme solo a mí. Fue rarísimo pero emocionante”. Dice que hacía mucho no le pasaba. Tanto como le ha costado “lograr ver sus imágenes sin llorar”. Marta Fort (18) señala 2019 como el año de cierto “desbloqueo emocional”, del abrazo definitivo a las memorias y del inicio de un casi ritual: “Quedarme dormida viendo videos de papá”. Un “tránsito personal” que la armó y la animó a “revolver recuerdos de aquel tipo de vida que tuvimos”, según define, para su participación en El Comandante Fort (Star+), la biopic que cuenta a Ricardo Fort (1968-2013) con voces de sus afectos.
La charla con ella inicia desde su intención de ser artista. Un aspecto del legado que coloca por encima de otros como la suma millonaria que hoy la enlista en Forbes. Tenía nueve años y una “fascinación” que aún mantiene clara. “Me encantaba ver a papá salir a los escenarios y sentir esa emoción que él generaba en la gente. Y es un camino que vengo imaginando desde entonces”, comenta. Tal vez, con la misión de continuar lo que Ricardo empezó, asegura querer “vivir esa experiencia”. Marta se proyecta como cantante pop. Sin referentes, “concentrada en quién soy” y con “la influencia de Michael Jackson” (por quien siente devoción) o de The Weeknd, inició clases de danzas con Andrea Servera,y de canto, con el cantante y coach vocal Mauricio Mayer, especializado en el método bel canto y entrenador de figuras como Diego Frenkel (La Portuaria) y Ale Sergi (Miranda!). “Y al volver de mi viaje voy a hacer un curso de composición de canciones para ver qué sale”, cuenta. Aunque ya debutó en esa métier.
Marta Fort durante sus clases de conto con el cantante y coach vocal Mauricio Mayer
Marta Fort grabando Chocolate, el clip de la canción que escribió en honor a su padre para la serie El Comandante Fort, de Star+
Marta escribió e interpretó “Chocolate”, la canción del tercer episodio de la entrega de 20/20 Films. “Mi homenaje”, rotula a este clip que se plantea como “juego” entre padre e hija. “Una intervención muy graciosa que resume todo eso que le gustaba a papá”. Entre tanto, la letra dice: “Si viniste a preguntarme qué es ser millonaria, uff… ¡ay! Alto red flag / Comandante de este circo delirante / En la cabeza de la gente, memes en la mente / Que nadie pida disculpas por lo que siente. En la calle te decían: ‘¡Sos el presidente!’ / Comandante, ay / Para vos lo importante siempre fue la libertad y no el chocolate / Quiere chocolate. Y yo no sé si tanto chocolate. Yo no sé si choco-chocolate. Yo no sé si quiere chocolate”.
Y en tren de este, todavía, quimérico lanzamiento charlamos sobre la importancia de un nombre. Marta no tendrá ninguno artístico, aún cuando “odié el mío durante tantos años”, admite. “Cuando, comparado a los de mis amigas… ¡Marta me sonaba de la prehistoria! Y aunque en algún momento dije: ´Bueno, podría empezar a usar Carolina´, que es mi segundo nombre, desistí. Si papá me puso así en honor a su mamá, no voy a cambiarlo”, cuenta. “Tenía pasión por ella. Una vez mi abuela dijo que él había sido la hija que no pudo tener”.
Marta Carolina Fort en la performance de Chocolate
Marta Fort viendo las primeras tomas de su canción
Hablamos de la paradoja de trabajar por la popularidad cuando se la ha “sufrido” tanto. “Crecí expuesta frente a una cámara y eso no estuvo bueno”, reflexiona. Por un lado y “en cierto punto, la fama alejó a papá”, comienza. “Me hacía muy mal verlo tan público, tan de todos. Yo quería una vida privada con él, como la de cualquiera. Era muy chiquita cuando echaba a los fotógrafos con mentiras, diciéndoles que papá no había llegado, que no estaba, que se fueran”. Y a la distancia y en análisis de si Ricardo había sido devorado por los focos, Marta cree que sí. “Todo eso le hacía mucho la cabeza. Se levantaba pensando: ´¿Qué puedo hacer hoy para que hablen de mí?´. Y entonces daba tiros para todos lados hasta explotar”, recuerda. “Finalmente él reconoció ese desbande y sintió mucho arrepentimiento de haber perdido tanto tiempo pendiente de los medios y rodeado por quienes, quizás, no valía la pena, en vez de preocuparse por cuestiones internas. Por su salud. Por su familia”, explica. “Su gran miedo era que la gente se olvidase de él”.
Marta Fort con su papá, Ricardo, y su hermano, Felipe
Como buena aficionada a la astrología define a su padre como un “auténtico escorpiano: enérgico y extravagante por fuera, pero inseguro por dentro”. Porque como dice: “Él solo buscaba que lo quisieran y cuidasen”. Es por eso que recuerda su casa colmada “de 50 personas por día”. Y tal cual señala en su testimonio: “Es muy turbio que hubieran tantos desconocidos dando vueltas. Los chicos no son tontos y hubo cosas que no estaban buenas ver a esa edad. Mi hermano y yo no disfrutábamos de todo eso y se lo decíamos”.
Hasta aquí, una de las aristas de la fase hostil de una popularidad precoz e involuntaria. La otra, “fue haberme prestado al ojo de todos”, revela. Con el uso de las redes sociales llegaron los primeros ataques. “Me decían ´gorda´ y yo bajaba de peso. Me decían ´flaca´ y volvía a subir. Me hice dependiente de todo eso que se escribía sobre mí. Lo pasaba pésimo, porque creía que era yo la que estaba mal”, cuenta Marta. “Era demasiado chiquita para entender el odio”. Hoy, con más de 901 mil seguidores (solo en Instagram y al minuto en que se redacta esta línea), la actitud es diferente. Y no solo tiene que ver con la genuinidad de su elección sino de lo aprendido. “Ya no leo opiniones que no pido”, dice. Y es entonces que cuenta con gracia el blanco de los últimos dardos: “La gente me jode con mi voz. Con mi forma de hablar y porque dicen que mi pelo es como paja. Pero llegó un momento en el que dije: ´Así soy y así quiero vivir. Voy a tener el cuerpo que quiera y al que no le guste, que no mire´”.
Marta Carolina Fort, durante su último viaje a Miami
Claro que no valoraremos el físico, pero el cambio en el suyo es notable. Y Marta lo atribuye “en parte, a dejar de escuchar a los demás y a definir qué es lo que quiero yo”. Tal vez un proceso con origen en sus 14, cuando decidió darle al aspecto de su pelo un giro radical que finalmente la despegase de “la imagen de niña”. Esa vez sí lo eligió. Porque sabida es ya la obsesión que Ricardo tenía con verla rubia. “Una tarde, a los ocho años, volví a casa de la peluquería, teñida y llorando de la bronca por esa exigencia”, siempre recuerda.
El pasado mes de marzo se propuso iniciar un entrenamiento “en serio” bajo las instrucciones de Marcela Villagra, ex entrenadora y amiga de su padre. “Sentí que sería una actividad que me mantendría activa y sin pensar en otras cosas”, anticipa. Se refiere al período de profunda tristeza que instaló en casa la muerte de Gustavo Martínez, su tutor. Pero en esa puerta entraremos algunos párrafos más adelante. Él le enseñó a comer bien, “sin dietas restrictivas porque ya no caigo en esa”, según señala. “A los 14 años tuve anorexia y lo pasé terrible”, revela. Sí, aquel cyber-odio del que hablábamos fue el detonante. “Bajé más de 20 kilos en muy poco tiempo. No me daba cuenta de que era un palo. ¡Ni piernas tenía! Hasta los directivos del colegio me citaban para preguntarme si yo estaba comiendo bien. Ahí dije: ´Listo, se pudrió´. Y pedí ayuda”. No hubo tratamiento formal más que el abrazo y la guía de Gustavo: “Él me ayudó a lograr un estilo de vida saludable y eso me salvó”, recuerda.
Marta Carolina Fort navegando en Miami
Pero el nivel de conciencia de su regreso al fitness no solo se ajusta a la necesidad y a la lección que señala. “Estoy enfocada en mi motricidad, en fortalecer la musculatura de la parte derecha de mi cuerpo. Y me está yendo muy bien, porque la postura de mi espalda mejoró y tengo más fuerza”, relata. Marta creció con hemiparesia, una disfunción motora, de origen neurológico, que afecta a uno de los lados del físico en forma de parálisis parcial o debilidad muscular. Esto se debió a una falta repentina de oxígeno durante los primeros días de vida.
Alguna vez, Ricardo contó el desesperante episodio que vivió la primera noche en casa con sus hijos (los primeros bebés del país nacidos a través de la gestación subrogada), después de las tres semanas que habían permanecido en incubadora tras los nacimientos, en los que él mismo había cortado los cordones. Esa vez había decidido pasarse de cuarto con un baby-call para el control de los mellizos. Relató que estaba a punto de dormirse cuando escuchó “un ruidito” a través del aparato. “Al entrar vi que mi hija había vomitado. Estaba morada, ahogándose. ¡Se estaba muriendo! Para reanimarla le golpeé la espalda. La di vuelta. Le hice respiración boca a boca. Y cuando vi que ya respiraba, llamé al 911″, contó.
Ricardo Fort y sus hijos, los mellizos Marta y Felipe, nacidos el 24 de febrero en Los Ángeles, California, Estados Unidos
Ricardo Fort junto a Gustavo Martínez, Marisa López y los mellizos, Marta y Felipe
Una historia que Marta dice haber escuchado desde mucho antes de poder recordarla. “A los dos años empezaron las sesiones de kinesiología, los tratamientos en Fleni y las operaciones. Hasta me fui a China, donde me hicieron miles y miles de estudios”, cuenta. Tenía siette, la compañía de Gustavo y de Marisa López (por entonces su niñera, hoy su “gran guía”) y “cero certezas” de que ese esfuerzo funcionaría. “¡Fue horrible! Me acuerdo de todo como si hubiese sido ayer”, describe. “Estábamos los tres solitos en ese lugar y pensábamos: `¿Para qué?´. Y todo porque papá había visto un anuncio en no sé dónde… ¡Me pinchaban todos los días! Una vez lo hicieron en el talón, en el medio del hueso… Y después de que me recontra dolió, porque sufrí como nadie, me dijeron: ´Ah, no… Ahí no era´. Yo creo que me sirvieron mucho más las valvas y las plantillas que todo eso que tuve que vivir”, asegura. Le decían “la pingüino, porque caminaba con los pies muy abiertos”, cuenta. “Y notaba que mis compañeros no eran como yo. No se movían como yo. Pero eso nunca pesó para mí. Por aquel entonces papá me enseñaba a no ser influenciable y que no existen excusas para vencer las dificultades”.
Marta y Felipe, hijos de Ricardo Fort
La sobreexposición en la que estuvo inmersa también ha marcado su modo de vincularse. Por un lado, se refiere a su seguridad personal (y la de su hermano), otro de los grandes temores de su padre. “Casi una obsesión”, define. “Él tenía siete guardaespaldas y yo, cuatro″. Claro, al principio “era tan chiquita que me divertía hablar con los grandes”, señala sobre ese primer círculo de relaciones. “Jugaba con ellos, hacíamos chistes, me divertía”, cuenta. “Pero al crecer empezó a incomodarme. Mis compañeras de colegio no estaban vigiladas y me miraban raro por eso. Hasta que un día, a los nueve años, enfrenté a papá para pedirle por favor que me dejase almorzar con mis amigas después del colegio, pero sin custodia. Me dijo que sí. Y mientras estábamos en el restaurante, vi por la ventana a Miguel, uno de los chicos, mirándome fijo desde la vereda de enfrente. ¡Me enojé tanto! Dije: ´¡Pero la puta madre!’”, recuerda con gracia. Digamos que eso se la ha hecho callo, y es más, que “hoy en día tomaría la misma decisión que papá si fuese madre”, como asegura. El principal foco en otro tipo de certezas.
Así recibió Marta Fort el 2023 en Punta del Este, Uruguay
“Soy re desconfiada. Pero mal”, revela. “Fue algo que arrastro desde muy chica. Mi hermano y yo éramos los espías de papá. Le sacábamos fotos a todo lo que había en casa: a la gente, a los objetos y a su agenda. Felipe y yo sentíamos que le estaban re choreando. Y después se lo mostrábamos en el iPad”, recuerda, entre risas, aunque hable en serio. “Papá no se daba cuenta de las cosas. Podían decirle 40 personas que tal o cual era malo pero él no reaccionaba hasta darse contra la pared. Ver cómo muchos de sus vínculos terminaban en tragedia me enseñó a repensar mis relaciones”, afirma.
“Gustavo y Marisa me hicieron tomar muchos de esos vínculos como enseñanzas. Me inculcaron el cuidado en ese aspecto ¡Y me quedé re traumada!”, suelta. “Entonces, siempre que hago amigos nuevos los pongo a prueba. Pienso: ´¿Estarán usándome?´. Todavía me cuesta soltarme con la gente que no conozco”. Quienes logran entran en su pequeño círculo de confianza es porque se lo han ganado. Los mismos que la aceptan “arrogante, segura y directa”, como Marta se define. “Si estás al lado mío, tenés que saber que soy así. Es muy de los Fort eso”, deduce. En alguna oportunidad aseguró ser “Ricardo hecha mujer”, y subraya que comparte con él otros dos aspectos: “La impulsividad y los celos de quienes nos rodean. Me gusta que todos estén para mí”.
Los mellizos Marta y Felipe Fort durante el rodaje de Chocolate
Con casi 19 años (los cumplirán el próximo 25 de febrero), Marta y Felipe son, según Forbes Argentina, dos de los herederos más poderosos del país. Al alcanzar la mayoría de edad, los mellizos recibieron el 33% de las acciones de Felfort (que pertenecía a Ricardo), por lo que cada uno de ellos ya es dueño del 16.5% de la compañía familiar. Ninguna de las cifras patrimoniales que han circulado son oficiales y al mencionarlas, ella sonríe suspicaz. Omitirá hablar de dinero por “principio personal”, señala. “No me gusta que la gente sepa cuánto tenemos. Soy demasiado reservada con esas cosas”, afirma marcando una diferencia con la ostentación que reconoce de su padre. “Era tremendo, ni hablar… ¡No sabía andar en moto, pero tenía tres….!”, reflexiona. Compañeros de Fort, los del colegio público en el que terminó sus estudios (porque ya lo habían echado de varios de los más prestigiosos de Buenos Aires), alguna vez les contaron que “él jamás disimulaba que tenía plata”. Llegaba con camperas importadas y relojes carísimos. Y si alguien le advertía: “¡Guardá eso, pueden robártelo!”, él respondía: “Me compro más”.
Marta Carolina Fort
Ricardo no hacía más que recordarles a sus hijos que eran millonarios y que siempre tendrían mucha plata, “para que se les meta en la cabeza”, como insistía. Hoy, esos dichos no son más que otra pincelada de su personalidad para los mellizos. “Sí, yo puedo darme un gusto con algo de ropa de gimnasia o con algún bolso (sus ‘pequeños lujos’), pero siempre muy consciente de lo que cuesta todo. No voy por la vida quemando guita. Vivo de un modo bastante normal”. Y responsabiliza de ese reparo a la guía de su tutor y de su niñera: “Ellos nos enseñaron a darle otro valor a la plata”, cuenta. “Con Gustavo he llegado a discutir porque no me dejaba comprarme un iPhone” (por el entonces el 7, ella tenía 11 años). “Pero con el tiempo entendí que no se trataba de cuán grande fuese el gasto, sino que él quería humanizarme. Evitaba que yo generase ese pensamiento de ´puedo comprarme 10 de eso que quiero´. Durante mi adolescencia usé marcas muy tranqui y al entrar en los locales, Marisa me decía: ´No, no gastes en esto…. ¿Te parece? Pensalo mejor´. La cosa cambió cuando tuve dominio de mi tarjeta… ¡Aprendí a comprar por Internet!”, suelta entre risas.
Marta Carolina Fort
Dice haber sido “muy traga”, la “debilidad de los profesores” en la NEA 2000 (Nueva Escuela Argentina, donde transitó su primaria) y en el Colegio de la Ciudad (donde completó el secundario). Y el deseo de ser veterinaria de diluyó al crecer. Si bien cantar es hoy su principal objetivo, sabe que en algún momento estudiará Economía empresarial en pos del camino que ha iniciado en la compañía familiar. “Participo, propongo y decido”, describe sobre su rol como accionista.
Marta, al igual que su hermano, mantiene reuniones constantes con el doctor César Carozza, abogado de la familia Fort y asesor legal de los mellizos, “quien nos mantiene informados sobre los temas a tratarse”. Además, sostiene una cita mensual con su contadora particular y con su asistente de la empresa. Recientemente, esta fanática del Torroncino cuenta haber propuesto la fabricación del Marroc gigante (de tamaño cuadriplicado) y “un producto sorpresa de edición limitada para el décimo aniversario de muerte de papá”.
Marta Fort en el back de la producción de Chocolate
Marta Carolina Fort
Marta ha recibido propuestas de inserción mediática. Desde “panelista (en América) o conductora (rol que no descartaría por completo)” a “participante de un show de realidad”, cuenta sin la mínima intención de citar a El Hotel de los Famosos (ElTrece); eso corre por mi cuenta. Aunque existió una oferta que, admite, la ha dejado pensando: la posibilidad de un reality sobre su vida. Después de todo, “Felipe y yo sabemos divertirnos, viajamos por todos lados y nos reímos mucho. De hecho (y en afán de ‘despegarse un poco’ de Estados Unidos) estamos planeando vacaciones en Ibiza para mediados de año”, enumera pensando en el contenido. Y subraya una costumbre que podría funcionar: “Siempre les mando a mis amigas videos en los que parezco una youtuber contando y mostrando todo lo que hago”. Pero no. “Cuando sea artista, cantante o actriz, y se hable de mi trabajo, tal vez podría negociar. Hoy no me interesa. Es más, quiero alejarme de la televisión”, sentencia. “Hay muchos programas amarillistas y otros tantos en los que me sentí muy incómoda”.
Los mellizos Marta y Felipe Fort, en la serie sobre su padre
Por el momento, los hermanos Fort (“Fachero y Bella”, como los apodaba Fort) han decidido evitar las entrevistas en dupla. “Queremos tener espacio y opiniones propias. Empezar a ser Felipe Fot y Marta Fort, y no ´los mellizos´”, explica. Hablamos sobre el vínculo entre los dos y no tarda en decir: “¡Nos matamos! Pero lo amo y él me ama a mí. Cuando está lejos (como en el momento de esta charla) me llama cada tres horas para decirme boludeces”, relata.
Una de las grandes diferencias que registra radica en el temperamento. “Yo soy demasiado frontal con la gente y él trata de no serlo. Es más polite… ¡Y eso me pone de los pelos!”, cuenta. La otra, es el modo de expresar afecto. Hasta hace poco, a Marta le costaba el contacto. “Pero actualmente estoy empezando a ser más física. Aprendí que ya está… Debo poder disfrutar de la gente que tengo cerca, de los que quiero. Entonces, estoy dejando la frialdad de lado y abrazando un poco más”. No está enamorada. Y es “romántica con acciones”, como se define. “Una forma de decir te quiero, para mí, podría ser incluirte en algún plan que esté armando. O, si hablando con esa persona que me interesa se le escapa que le gusta tal o cual cosa, yo voy y se la compro. Trato de que se sienta bien, pero con actos concretos más que con una caricia”.
Por supuesto que idealiza su futuro en familia. “Quiero ser mamá joven, como a los 22, 23, 24… Sé que sería una buena madre y me encantaría criar a una mini-Marta”. Eso sí, cualquier hijo de ella llevará su apellido. En algún otro momento de su vida se ha reconocido públicamente como bisexual. “Aunque actualmente estoy más hetero que bi, pero qué sé yo… ¡Cuando pinta, pinta!”, dispara con gracia y sentido de la diversidad bien aprehendido.
Fort junto sus hijos, Felipe y Martita
En términos de dinámicas familiares asoma la antiquísima anécdota de un “viaje de chicos” organizado por su padre del que ella, con ocho años, había quedado fuera. Marta lo recuerda con humor, pero admite que durante mucho tiempo padeció una sensación respecto de eso. “Yo no tengo nada que cuestionarle a papá. Porque para ambos ha sido un genio, realmente un gran padre”, anticipa. “Pero yo sentí cierto favoritismo por mi hermano. Papá separaba mucho el género de la persona. Y siempre se llevó mejor con los hombres, en cualquier tipo de relación. Bueno, como yo… Tal vez se me pegó eso, porque teniendo amigas mujeres me lo paso saliendo con amigos varones”, acota. En definitiva, “muchas veces me sentí excluida de esos ´planes masculinos´ que hacían juntos mientras a mí me mandaba con alguna de sus amigas para que me pintase”. Además, “chocábamos mucho: él era tan frontal como yo”. Marta, aunque muy niña, “reclamaba” por eso que la angustiaba. “Pero fueron los adultos quienes se lo hicieron notar. Finalmente se dio cuenta, lo entendió, se puso mal y no volvió a repetirlo”.
Marta y Felipe Fort, con Gustavo Martínez
No le gusta la soledad. “En esta casa no puedo estar sola más de tres días. Enseguida necesito llamar a alguna amiga”, cuenta. O en su defecto subirse al auto, porque le apasiona manejar. Dice no haberse sentido sola, jamás. Pero la muerte de Gustavo fue un revés definitorio. Recordemos que la expareja de Ricardo y tutor de los hermanos se suicidó el 16 de febrero de 2022, a los 62 años. “Lo pasé súper mal. Pero muy mal. Y tuve depresión por varios meses”, revela Marta. “Estaba tirada en la cama, sin ganas de salir ni de comer y llorando todo el tiempo”.
Advierte que no profundizará sobre el sabor que ha dejado esa pérdida (y más aún respecto del modo), porque “es algo que todavía estoy madurando y aunque haya pasado casi un año, sigue siendo muy reciente para mí”, explica. “Cuando pasó lo que pasó, no entendí. Quedé en shock. Porque yo era de las personas que más lo quería en esta casa. Que más lo quería”, asegura.
“Risas y compañía” forman parte de ese haber que dejó Gustavo, pero entretanto hay una lección que ella elige subrayar. “Él me inculcó la verdad. Siempre me decía que no mintiese. Que todo lo que hiciera o me pasara se los contara, a él y a Marisa. Y al día de hoy son incapaz de ocultarles algo. Y si lo hago, me queda una cosa en el pecho que… Termino escupiendo todo a los tres días”, dice. En fin, la tristeza la sobrepasó. “Hasta que a mediados de septiembre logré hacer un clic. Me dije: ´Ya no puedo estar así. Tengo que seguir mi vida´. Me puse en pie por mi familia y por Marisa, que son quienes me sostienen. Y me ocupé de mí y de lo que me gusta por más que todo eso sigua doliendo”.
Marta Fort y Marisa López, más que su niñera, “una guía, casi una mamá”
Marisa López en sus tiempos en el seleccionado de hockey
Definitivamente “no imagino la vida sin Marisa”, afirma sin evitar emocionarse. Tanto que la lleva tatuada en su costal izquierdo. “¡Pero no voy a mostrar nada porque es la fecha de su nacimiento y la mataría!”, bromea. La define como “la única persona que quedó de todo el gran circo de mi papá y la única que supo entender a esta familia”. Marta se refiere a las sesiones de terapia que le han costado. “Porque Marisa tuvo que ir al psicólogo para lograr descifrar a mi viejo. Para poder trabajar en casa”, revela. “Claro, ella llegó de Córdoba, de un contexto cero quilombero, y acá no existía el habla con papá. Todo era grrr (balbucea un gruñido). Entonces empezó a ir a lo de un psicólogo, porque dijo: ´¡¿Qué hago con esta familia tan desquiciada?!´”, relata.
Esta jugadora de hockey que supo integrar el seleccionado nacional antes de que se apodara Las leonas, era conocida de la exesposa de Eduardo Fort (tío de Marta), quien la recomendó como persona de extrema confianza para asistir a los mellizos recién nacidos. Y lo que ella supuso sería un trabajo temporal, por el que había suspendido sus tareas de entrenadora infantil, fue el camino que la trajo hasta estos días. Ricardo la ha despedido muchas veces en 18 años, pero en cada una, antes de que López atravesara la puerta de salida, le gritaba: “¡…y te espero mañana!”.
Marta Fort, con Teleshow (Lihueel Althabe)
Hablamos del espíritu, una cuestión que una “muy piscina” jamás esquiva. Una que consulta los astros casi a diario y hasta sabe trazar cartas en una aplicación y que ha hecho hacer limpiar energías en el departamento en dos oportunidades, desde que partió Ricardo. No le interesa el catolicismo con el que fue criada y, después de tantas pérdidas, cita: “Mi único miedo es la muerte. No tener tiempo suficiente para disfrutar de la gente que quiero”.
Cree en lo sensorial y pone su atención en las señales. “Siento por cosas que me suceden, o por algunas situaciones diarias, que papá está presente”, asegura. “Me pasó algo muy raro cuando yo estaba hiperdeprimida”, comienza. “Una noche iba en el auto de un amigo por una autopista y de repente, miré hacia afuere y vi al conductor de un camión… ¡Y me dio un escalofrío! La mitad de la cara estaba a oscuras, pero la parte de acá (señala su barbilla)… ¡Era igual a mi papá! Empecé a temblar”, recuerda. “Muchas veces, cuando hablo de él, se entrecorta la luz. Eso es muy flashero… Guardias de este edificio lo han visto en la cochera… ¡Lo han visto! (enfatiza)… poner en marcha un auto que nosotros teníamos”, revela. “Siento su energía. Lo noto presente en esas apariciones, en esos pensamientos, en esos sueños y es por eso que yo creo que es mi ángel guardián. Cuando tengo suerte con algo yo no le agradezco a Cristo o a Jesús. Yo le agradezco a papá”.
Por Sebastián Soldano-Infobae