El cantante y compositor de The Rolling Stones desmiente sus ocho décadas en cada salida al escenario. El aniversario vale un repaso por su inoxidable romance con el público argentino.
“¿Quién sos? ¿Mick Jagger?”. Al menos en la Argentina, bajo ese irónico y hermoso sentido del humor que caracteriza a sus gentes, suele “compararse” con Mick a todo aquel que finja –o no- convocar mucha gente a sus propuestas artísticas; o tener muchas amantes; o devenir célebres, grosos, a un nivel todoterreno. La frase es análoga –invasión cultural británica de por medio-, a aquel latiguillo ¿Quién te creés que sos?, ¿Gardel?, de la era pre colonial en términos culturales.
No ha de ser el único país en que el frontman es todo lo que muchos quieren ser, claro. El sueño espejado. El ideal. Por tomar un caso explícito, el trovador español Luis Eduardo Aute canta una oda a Jagger en “Hafa Café”, y le importa un bledo –más bien todo lo contrario- ser él quien pierde frente al titán rockero por el amor de una chica, y así recurren varios ejemplos en el terráqueo. Pero difícilmente exista un rincón en este mundo, en el que la figura de Mick genere tanta cosa emocional, de pertenencia e identificación -bizarra incluso- como en la Argentina, autopercibido además como el país más stone del mundo.
Pasa que don Jagger cumple este miércoles 26 de julio 80 años, y podrían escribirse mil enciclopedias para contar todo lo que este hombre vivió, en una vida que parece contarse en un tiempo mítico, anormal –en el mejor de los sentidos-, bien distante del biológico. Pero pasa también que, dada esa imposibilidad enciclopédica, una buena forma de festejarle el cumpleaños al viejito, es evocarlo con ojos argentinos. Acriollarlo. Pasarlo por un tamiz indentitario, ajeno a la comprensión de gentes de otros países –vecinos, incluso-. Ubicarlo precisamente en esa dimensión vernácula que ni él mismo entendió, por caso, cuando le pidieron el baile del pollo en TV, durante una de sus visitas a la Argentina.
Ni en los planes más entrados en copas estaba verlo a Mick por estas pampas, cuando era imposible ir a un boliche y no encontrarse con un émulo suyo bailando “Start me Up” o “Harlem Shuffle” en llamas y enterito, arriba de un baflazo. Ochentas puros, eran. Gérmenes de una corriente posterior, que picaría en punta Ratones Paranoicos primero y Viejas Locas después mediante, y llegaría incluso a una serie de televisión, encarnada en el Walter de Okupas. Las ocho décadas de Mick se representan así en el imaginario argento.
Así, sin él.
Con él, lo que deviene como implacables primeros recuerdos de cumpleaños son los primeros shows de los Rolling Stones en la Argentina, vistos por 300 mil personas, durante cinco jornadas. El endiablado verano de 1995 transcurría alunado, cuando el sueño colectivo de décadas mutó en realidad y Mick, que entonces andaba por los 51, junto a Watts, Richards y Wood desembolsó el Voodoo Lounge. Y, a partir de “Not Fade Away” –primer tema de la lista-, provocó un estruendo popular, de descarga y regocijo, pocas veces visto en Buenos Aires.
Fueron varios los retornos posteriores, pero en los recuerdos de su cumple a la criolla, éste resulte quizá el más emblemático, por varios motivos. Cómo olvidar, entre ellos, esa foto antológica con Carlos Saúl, que no se la iba a perder si de tipos británicos se trataba. Y entre ellas la más paradigmática: la de Jagger en saco verde y camisa rosa, dándole la mano en la Quinta de Olivos, clavando tal vez el primer dardo al corazón de los pibes de flequillo que sufrían esas políticas de hambre y exclusión mientras el frontman, además, se tomaba un tecito en La Biela, o cenaba pizza con champán en los jardines de la embajada británica. O cómo olvidar –ahora por la positiva- aquella foto entrelazada entre Jagger y los suyos con los Ratones Paranoicos, representantes del “ser Stone” en la Argentina de entonces.
Dos años después, los de enterito y las de flequillo, más ciertos nostálgicos que conservaban aún la primigenia tradición stone en la Argentina (la de Litto Nebbia haciendo “Little Red Rooster”, con Los Gatos Salvajes, inspirado en la versión de los primeros Rolling o la del de aquellos que competían a ver quién aguantaba más bailando los once minutos y trece segundos, de “Goin’ Home” –de Aftermath- en algún club de barrio) gozaron de la primera revancha en River. Unidos y ungidos por un clásico que conecta épocas y generaciones (“Let’s Spend the Night Together”), la encrucijada generacional generó en la gira Bridges to Babylon el momento más álgido de una relación, que también incluyó dos River con Bob Dylan, y una versión antológica de “Like a Rolling Stone”, juntos. Tremendo.
La camiseta de la selección Argentina que se calzó Mick en 2006, durante la tercera visita de la banda en el Monumental, al concluir uno de los dos shows de A Bigger Bang, mientras sonaba “Satisfaction”, es otra de las fotos más queridas del idilio entre los argentinos y cantante. De esas para pispiar entre velas y copas en el festejo, al igual que la del Jagger más cansino y reflexivo, que camina por el cementerio de la Recoleta, luego de tomarse un té en La Biela.
La secuencia es de su cuarta y última vez –por ahora- en la Argentina. 72 años tenía y de antología fue cuando contó en medio del último show del América Latina Olé Tour, en el Único de La Plata que había comido un choripán con chimichurri, mientras paseaba por la Costanera. Álgido momento fue cuando, otra vez con “Satisfaction” en pleno desarrollo observó al público y dijo en consecuencia que en la Argentina se hacía “el mejor pogo del mundo”, contradiciendo al tema cuestión: “No puedo obtener ninguna satisfacción”.
Que choquen las copas, nomás.