Ya pasó un mes desde las PASO y entramos en las últimas 5 semanas de campaña, quizá una de las fases que más se analizarán a futuro en el post 2001 porque, más allá de quién sea el futuro presidente o presidenta, sí o sí se definirá la conformación del Congreso y con ello parte de la gobernabilidad del próximo mandato.
Sergio Tomás Copperfield puso toda la carne al asador, pese a las advertencias del Fondo. Casi que no le quedan más medidas por anunciar con tal de amortiguar el clima desfavorable de una inflación galopante. ¿Sirve? Muy poco. Siempre es mejor una ayuda –bono salarial, crédito subsidiado, devolución de IVA, baja de impuestos, congelamiento de tarifas, etc.- pero la mayoría de la opinión pública cree que son “una aspirina para curar un cáncer” (un entrevistado en focus dixit). El déficit fiscal es vox popui y la sensación general es que es pan para hoy y hambre para mañana.
Sin embargo, el análisis no termina ahí. Si me dan a elegir como consultor, en la situación en que se encuentra el oficialismo, prefiero tener alguna medida empática a no tener ninguna (más de un lector dirá, “qué vivo, hacen campaña con la mía”). Luego, es mejor mostrar alguna capacidad de reacción que solo andar lamentándose en los medios, pidiendo paciencia. En definitiva, no va a perder ningún voto del 27 % de Massa + Grabois pero, al mismo tiempo, es difícil que revierta el ánimo de los decepcionados. Perdido por perdido…
Ahí no terminan los malestares oficialistas. Algunos se preguntaban en los últimos días si el fallo por YPF en EE.UU. podía afectar el desempeño electoral de Axel Kicillof. Mi respuesta sistemática fue: el efecto es nulo para su electorado, algunos porque lo defenderán ideológicamente, y otros porque el tema es de difícil comprensión popular. En todo caso dirán: “¿quién no hizo un mal negocio desde el Estado? ¿acaso el préstamo del FMI con Macri no es terrible también?”. Sobre gustos, no hay disputa, diría Serrat.
El ministro de economía necesita de los gestos políticos de sus aliados –los gobernadores peronistas, la CGT, los movimientos sociales, La Cámpora- tanto como Patricia Reina de las confirmaciones reiteradas de apoyo por parte de su mentor, el Emir de Cumelén. La pregunta de manual es ¿sirven estos gestos de apoyo? De vuelta mi respuesta sistemática: mejor tenerlos a que no existan. ¿Pero no delatan cierta debilidad? Sí, pero si no los hubiese sería peor. En todo caso, habría que preguntarse por qué se llegó a una situación de debilidad como para obligar dichos sostenes.
Por otro lado, los gestos se pueden convertir rápidamente en algo escrito en el agua si la evolución de los acontecimientos no va en la dirección buscada. Si Massa no parece meterse en segunda vuelta, todo el esfuerzo de movilización electoral que hagan los gobernadores e intendentes del propio palo, será en beneficio propio, ayudando a que cada votante arme su propio combo de boletas. Si con el pasar de las semanas Bullrich no tiene un ticket para pasar a la final, su mentor lo lamentará mucho, pero trabajará para que todo el mundo lo vea como un ganador si el elegido de los dioses es el león. La puerta del cementerio “tiene ese… qué se yo” (Horacio Ferrer dixit). Tampoco la jefa Cristina se va a exponer innecesariamente.
Como contrapartida, el libertario se está convirtiendo en Roberto Carlos: a esta altura ya debe tener un millón de amigos. La última adquisición es nada más, ni nada menos que Luis Barrionuevo, sobreviviente de mil batallas, la mayoría con balance positivo. Alcahuete de Menem, antiguo socio de Nosiglia, divorciado de Graciela Camaño, enemistado con su cuñado Eduardo (macrista) y hace poco mecenas de la candidatura de Wado, pero sin duda uno de los personajes más astutos y visionarios de la política argentina. Donde él esté parado, hay peligro del gol.
Que Barrionuevo esté cercano a Milei hasta puede ser anecdótico, pero lo interesante es qué puede significar ese dato y otros semejantes (¿Gerardo Martínez? ¿gobernadores peronistas? ¿peronistas en JxC de diverso pelaje?) para la conformación de un gabinete en sus distintos niveles (recuérdese que hacen falta unos 4000 funcionarios solo para manejar alguna botonera) y para discutir la gobernabilidad. El club del gatopardismo está funcionando a full y tiene cada vez más socios.
¿Traerá esto ruido a un electorado que lo está eligiendo al león porque es algo distinto a la casta? Hoy por hoy tiene una dosis razonable de teflón. No sabemos si podría afirmar como Trump que “podría matar gente en la Quinta Avenida y no perdería votos”, pero le pasa raspando. ¿Por qué tanto? Pues porque su electorado no pronuncia ciertas palabras de su diccionario básico como casta o libertad. Ese es el relato público de Milei, pero su 30 % -hasta acá- confían en él porque creen que puede resolver el cáncer de la inflación. Como es un segmento poco politizado e ideologizado, da lo mismo que lo solucione leyendo a Von Mises o a Boogie el aceitoso.
¿Significa esto que de llegar al poder será un león herbívoro? (¿más similitudes con Perón?). Mucha gente que lo conoce y lo ha tratado dice que es menos loco de lo que parece. Altamente probable. Sin embargo, durante mucho tiempo será una gran incógnita, incluso para figuras públicas de prestigio muy allegadas que están dando la cara por él. Vamos a decirlo de esta forma: a más casta a su alrededor, menor revolución. A menor revolución, ¿más previsibilidad?
¿Esto no domestica al león y lo convierte en uno más del malogrado zoológico de Cutini? Puede ser. Lo que se debe considerar es que el statu quo de las dos coaliciones decepcionó tanto, que existe una parte importante del electorado dispuesto a hacer una apuesta (palabra muy repetida en los grupos focales de sus votantes).
En el excelente film “Nixon” de Oliver Stone, el renunciante presidente frente al cuadro de Kennedy, llorando se pregunta: “¿Por qué cuando te ven a ti, ven lo mejor de ellos, y cuando me ven a mí, ven lo peor de ellos?”.
Por Carlos Fara