Que había prometido que el ajuste lo pagaría la casta y ahora lo paga el pueblo, que los impuestos iban a bajar y aumentan, que al final no era campaña del miedo sino que era cierto que los transportes llegarían a cuadruplicar o quintuplicar su valor, igual que la luz y el gas, que no hay ningún plan para mitigar la pobreza, etc., etc.
Las quejas de los desencantados con Javier Milei y de los que nunca estuvieron encantados por él pueden ser legítimas, pero no creo que sean del todo justas.
Promesas y realidades. En tres meses de gestión, este hombre está dando muestras de querer cumplir con los objetivos de fondo que prometió en la campaña.
Por eso no coincido en que haya engañado a sus votantes. No al menos en sus dos promesas básicas: promover la eliminación del Estado, aceptando la transición de un Estado mínimo; y alcanzar el déficit cero a cualquier precio. Por esos dos ejes pasa la verdadera revolución anarcocapitalista que Milei explicó hasta el cansancio y la formalizó en la síntesis de 26 páginas de su Plan de Gobierno 2023-2027 que debió presentar ante la Justicia Electoral.
Nadie debería alegar sorpresa o traición.
Hay dos maneras de ser engañados. Una es creer lo que no es verdad. La otra es negarse a aceptar…
Releer ese Plan confirma lo tanto que hizo de lo que ahí prometía: terminó con la obra pública, eliminó ministerios, echó y sigue echando a empleados púbicos, concretó una drástica reducción del gasto, obtuvo el superávit tanto primario como financiero en el acumulado enero-febrero (congelando egresos y postergando pagos), presentó una reforma laboral que la Justicia tiene frenada, avanza con la eliminación de subsidios y la suba de tarifas, creó el Ministerio de Capital Humano, promovió la libertad de elección de las obras sociales, de la mano de Patricia Bullrich implementó una política de seguridad “para terminar con el zaffaronismo” y milita un alineamiento claro con los Estados Unidos.
A su favor, se podría agregar que la promesa de bajar impuestos partía del momento en que se terminara de reducir el gasto público y se consolidara el superávit fiscal (se comprometió a eliminar el 90% de los impuestos actuales); y que el fin de las restricciones al comercio internacional, hasta ahora no ejecutado, es el punto diez del proyectado Pacto de Mayo.
En contra de lo prometido, se puede apuntar que no promovió inversiones energéticas, que aún no mostró un plan de cierre del Banco Central, ni una reforma judicial, ni avances en su propuesta de contención social, reforma educativa ni fomento de obras privadas y créditos del Banco Hipotecario. Ni tampoco avanza con la dolarización, aunque esta fue una promesa de campaña que al final no incluyó en su Plan de Gobierno.
Coherencia. Teniendo en cuenta que solo pasaron tres meses y que carece de estructura partidaria, fuerza legislativa y vocación negociadora, habría que aceptar que Milei es el presidente que con más coherencia intenta cumplir sus promesas. Por más dolorosa que resulte esa coherencia.
Tras la apertura de sesiones, se lo criticó por anunciar el cierre de la agencia oficial Télam, pero también ese fue uno de sus reiterados avisos. Incluso, su objetivo declarado es el cierre de todos los medios públicos. Por lo que es probable que el de Télam haya sido el primer paso.
… lo que sí es verdad. La verdad es que Milei es el presidente que más intenta cumplir con sus promesas
En los últimos días se conoció el reclamo del remero Ariel Suárez, quien se había hecho famoso cuando, en plena pandemia, fue detenido por romper la cuarentena mientras entrenaba.
Cercano a Patricia Bullrich, Suárez fue uno de los defensores y votantes de Milei, pero ahora se queja de que el Gobierno no vuelca recursos en los deportes olímpicos ni expone un plan de acción.
Kierkegaard decía que existen dos maneras de ser engañados. Una es creer lo que no es verdad. La otra es negarse a aceptar lo que sí es verdad.
Lo que es verdad es que en la filosofía Milei, escrita y repetida, no existe la noción de un Estado benefactor: “El Estado es el enemigo, es un ladrón que roba vía los impuestos para darle algo a alguien que le tiene que sacar a otro primero”.
Culpas. De ahí que él esté a favor del libre consumo de drogas, pero no de la ayuda pública para los adictos; de que las personas porten armas para “quitarle poder relativo al Estado”, y de la libertad individual de vender órganos sin interferencia estatal.
Para pesar de Suárez y de todos aquellos que creen que el deporte olímpico sería una inversión conveniente para un Estado, en distintos sentidos; si Milei sigue aplicando sus principios, eso no va a suceder.
Del mismo modo, aceptar la verdad es entender que este hombre es coherente en negar algún tipo de apoyo público a la actividad artística.
Su apoyo es “sacar las garras del Estado” de cualquier creación humana. La desfinanciación del Instituto del Cine (Incaa) y su pelea con Lali Espósito parten de la misma premisa: su compromiso de que los Estados (nacionales, provinciales o municipales) no inviertan más en subsidios artísticos ni en eventos públicos.
Por eso la escuela económica austríaca a la que adscribe el Presidente es tan exótica y minoritaria. De hecho, es la primera vez que uno de sus seguidores logra llegar al poder para experimentar sus teorías. No es culpa de Milei que haya sectores que quieren creer lo que nunca fue verdad.
Después están los que siempre creyeron que Milei haría lo que dijo que iba a hacer. En este grupo se incluyen los que celebran tanta coherencia. Y también los que la sufren.
El caso Pasternak. Gabriel Pasternak fue un comisario de a bordo que, mediante engaños, subió a un avión a quienes él creía que le habían hecho daño en su vida, con la intención de estrellar el avión con todos adentro. Uno de ellos era su psiquiatra que, para convencerlo de que no lo hiciera, le explicó que la culpa de todo lo que hacía la tenían los maltratos de sus padres. El final es muy triste, porque el hombre terminó estrellando la nave sobre la casa de sus propios padres.
Esa es la historia del primer episodio de la película Relatos salvajes (Szifrón), actualizada en los últimos días por una parodia llamada “Mandato salvaje” en la cual Pasternak lleva la cara de un Milei que “quiere estrellar a la Argentina”.
La comparación es ocurrente, pero un tanto injusta. Pasternak les había mentido a todos para que lo acompañaran en ese vuelo fatídico. Milei, en cambio, no engañó a nadie: el 56% le dio su aprobación para comandar esta nave, después de que él les explicara bien sus planes.
El Presidente está convencido de que, si cumple con lo prometido, el país no solo no se estrellará sino que despegará definitivamente. Esa es la misión que cree haber recibido del Uno: exterminar al Maligno (el Estado) de la faz de la Tierra.
Tampoco su explosiva forma de conducción se debería usar para alegar sorpresa. Son las mismas formas que lo acompañan desde siempre.
Esta semana volvió a suceder mientras inauguraba el ciclo lectivo del colegio en el que de adolescente había sufrido bullying. Frente a los alumnos, usó términos que los profesores del Copello prohibirían, hizo bromas sexuales, intentó un adoctrinamiento que en otros gobiernos se cuestionaba y no atinó a conmoverse frente al desmayo de dos alumnos, uno de ellos caído a su lado.
Nada nuevo en él.
Su particular forma de entender la empatía, además de sus reacciones agresivas y los insultos hacia los que no piensan igual, fueron características de una personalidad que para algunos era señal de inestabilidad, pero que a una mayoría no le resultó inhabilitante.
Dicen que la política es el arte de engañar a la sociedad. Nunca coincidí con esa despectiva definición antihegeliana, que subestima el rol histórico de los movimientos sociales.
Sí creo que la política es el arte por el cual cada sector social se deja representar por los líderes que mejor lo espejen en determinado tiempo y lugar. Y, para muchos sectores, Milei sigue siendo ese espejo.
Un espejo fiel.
Por Gustavo González-Perfil