Lo impredecible nunca fue Milei. Lo único impredecible son sus consecuencias.
Nadie tendría derecho a alardear con un “nosotros lo avisamos”, en relación con lo que iba a ser su gobierno.
Es probable que Perfil lo haya hecho con un énfasis mayor, pero no creo que haya nada demasiado meritorio en haber anticipado cómo sería el país si él ganaba las elecciones. En ese sentido, Milei es el presidente más previsible.
Por qué se sabía. Porque lo sorprendente no es haber predicho lo que ocurriría cuando Milei cumpliera con su promesa de llevar a la práctica “el mayor ajuste de la historia de la humanidad”, con los métodos y las formas que preanunciaba durante la campaña.
Lo que de verdad sorprende es la cantidad de políticos, economistas y comunicadores que guardaron silencio o que sostenían que esto que está sucediendo no iba a ocurrir. Los que aseguraban que era posible aplicar tamaño ajuste sin los efectos socioeconómicos que iba a ocasionar y auguraban un crecimiento en V que se comenzaría a observar a partir de marzo. Aquellos que minimizaban la gravedad de sus exabruptos institucionales y de su violencia verbal.
El Milei presidente era predecible por varios motivos.
Porque no es un político tradicional capaz de negociar y cambiar; porque, como todo líder mesiánico, su impulso inicial siempre es el dogmatismo, alguien dispuesto a aplicar a cualquier precio una verdad única que Dios le reveló en forma directa; y porque –mezcla de mesianismo y de profundas convicciones ideológicas– él tiene una fuerza de voluntad para actuar en coherencia con el modelo que prometió, muy superior a la de la mayoría de los políticos argentinos.
Lo difícil no era predecir cómo sería el gobierno de Milei. Lo difícil es imaginar hasta dónde llegarán…
Por eso, diez meses después, los efectos de su gestión no varían mucho de lo que anticipábamos en PERFIL.
Ni en sus formas ni en su fondo.
Educación. El último ejemplo de su previsibilidad es su posición sobre el financiamiento de las universidades públicas. Milei fue claro en la campaña, cuando sostenía que, en el corto plazo, el Estado debía desfinanciar la educación pública y en su lugar ofrecería vouchers para que los estudiantes eligieran a la universidad que quisieran ir, preferentemente privada. Como, según él, lo privado lo haría mejor que lo público, sin el subsidio del Estado las universidades estatales desaparecerían pronto.
Los vouchers aún no aparecieron, pero el ajuste a la educación, sí.
En el mediano y largo plazo, su ideario anarcocapitalista concluye con la desaparición completa de cualquier tipo de aporte estatal a la educación, por el solo hecho de que el Estado dejaría de existir. Mucho menos aportes a la universidad pública que, según siempre dijo, “es una peste que lava el cerebro de los jóvenes”.
Tras la primera marcha universitaria de abril, el vocero Adorni afirmó: “Nunca se nos hubiera cruzado por la cabeza resquebrajar a la educación pública”.
Sin embargo, al Presidente no solo se le cruzó esa idea por la cabeza, sino que la estudió y la repitió hasta el cansancio. Ahora lo único que intenta es llevarla a cabo.
…las secuelas de su violencia institucional y de la profundización de la grieta y de la crisis socioeconómica
Su admirado Murray Rothbard, al que tanto cita, era claro. Decía que la educación pública implicaba “la apropiación comunista de los niños” (una “fuente de tiranía y absolutismo” del que los docentes son sus ejecutores) y además postulaba que el Estado debía dejar de obligar a los padres a enviar a sus niños a cualquier escuela (pública o privada): “La abolición de la ley de escolaridad compulsiva pondría fin al rol de las escuelas como guardianes de la juventud y dejaría en libertad a todos aquellos que están mucho mejor fuera de las aulas para que sean independientes y desarrollen un trabajo productivo”.
Milei dijo lo mismo con sus propias palabras: “El problema de la obligatoriedad –explicó en una entrevista con Lanata, cuando les daba entrevistas a periodistas que no pensaban como él– es que se quiere controlar a los seres humanos, se les quiere imponer su patrón moral”.
Economía. Qué otra cosa podría haber generado “el mayor ajuste de la historia de la humanidad” que lo que está generando. Aumentos de pobreza y desocupación, pérdida del poder adquisitivo, fuerte caída del Producto Bruto e índices de producción, capacidad instalada de la industria, ventas y consumo similares a los que había cuando las persianas de las empresas permanecían cerradas y no se podía transitar por las calles por la pandemia. Pero ahora sin coronavirus.
No fue impredecible Milei. Lo dijo en la campaña, lo repitió apenas asumió de espaldas al Congreso y por ello fue aplaudido por manifestantes que lo entendieron muy bien al grito de “no hay plata / no hay plata”.
Más allá de debatir si esas medidas son o no correctas, lo que se trata es de mostrar que sus consecuencias solo eran impredecibles para aquellos que (incluso a pesar de Milei) pretendían ocultarlas.
Cuando algunos que antes militaban por él en los medios ahora se dicen defraudados porque “no está cumpliendo con la promesa de que el ajuste lo pagaría la casta”; o no entendieron bien, o quisieron dejarse engañar o es la forma que eligen para empezar a despegarse del Gobierno a la par de la baja de imagen del oficialismo en las encuestas.
Lo cierto es que para el Presidente, la casta nunca incluyó solo a los políticos y al “nido de ratas” del Congreso (con sus cientos de legisladores y miles de asesores y planta permanente), sino a todos los que de alguna u otra forma “viven del Estado”.
Lo dijo demasiadas veces como para no haberlo entendido: son los empleados públicos que no se preocupan por encontrar “un empleo digno”, los jubilados y pensionados que hoy esperan que el Estado les resuelva lo que no pudieron resolver ellos en su vida activa, los que aceptan recibir algún tipo de subsidio público, los que no quieren pagar por los servicios lo que los servicios valen, las provincias e intendencias que pretenden que sus habitantes vivan por encima de sus posibilidades mendigándole fondos al gobierno central.
Ellos y sus familias no suman la totalidad de los habitantes del país, aunque sí son una parte muy significativa.
Son ellos la casta a la que Milei siempre se refirió. Era tan predecible lo que iba a hacer con todos ellos, que nunca ocultó cómo los ajustaría con “motosierra” y “licuadora”. Al contrario, se jactaba y se sigue jactando de eso.
Violencia y diplomacia. Tampoco era impredecible que sus relaciones internacionales fueran conflictivas. En medio de “presidentes asesinos” que lo rodean, de un Papa “enviado del maligno en la Tierra” y del comunismo que copó hasta la ONU. E impulsado a militar a favor de candidatos como Trump y Bolsonaro, que enfrentan a los actuales mandatarios de los Estados Unidos y Brasil.
Por otra parte, ¿resultó inesperado para aquellos políticos del PRO, el radicalismo e independientes que hoy forman parte del Gobierno y se autoperciben “republicanos”, que el Milei presidente repitiera las mismas actitudes violentas del Milei candidato? Quienes se rasgaban las vestiduras por los aprietes a la prensa del kirchnerismo y hasta diciembre repudiaban los ataques descontrolados de Milei, ¿imaginaban que cuando él gobernara se volvería respetuoso de la convivencia democrática?
Y cuando ven que Milei ahora es responsable de uno de cada tres ataques que sufren los periodistas, ¿guardan silencio porque no creen que eso sea verdad o porque suponen que sus ataques son justificables y los del kirchnerismo y los del propio Milei antes no lo eran?
No, lo difícil no era predecir cómo sería el gobierno de Milei.
Lo difícil es imaginar hasta dónde llegarán las secuelas de esta violencia institucional, de la profundización extrema de la grieta y de esta crisis social y económica.
Lo difícil también es predecir cómo harán aquellos que miraron hacia otro lado, para volver a ser creíbles.
Por Gustavo González-Perfil