Pase lo que pase en Rusia, la vida debe seguir en Moscú. Así fue y así parece repetirse estos días a pesar de que la nación eslava esté sumida en un conflicto armado, y sancionada financiera y económicamente por Estados Unidos y la Unión Europea, principalmente.
Moscú vive una realidad paralela, pero desde siempre. Para el mundo y también hacia el interior de la propia Rusia. La ciudad de Krasnoyarsk, ubicada en el centro del país y a la altura de Mongolia, está a unos cuatro mil kilómetros de la capital rusa. Sochi, en el Cáucaso Sur se encuentra a unos mil quinientos; y Vladivostokov, cerca de Japón, a más de nueve mil. En el extremo opuesto, para llegar a la región sudeste de Ucrania, donde se concentra la guerra que Rusia y Ucrania libran desde hace varios años pero que escaló en febrero de 2022, hay que manejar unas diez horas.
Quizás sea un mandato histórico. Moscú debe estar al margen de la cara más cruenta de la historia moderna de Rusia. Los libros cuentan que en 1941 las tropas nazis llegaron a ubicarse a trescientos kilómetro de la capital rusa antes de ser rechazadas por el Ejército Rojo. El líder soviético, Iósif Stalin, organizó un desfile en la Plaza Roja para insuflarle ánimo a la sociedad y a los soldados, aunque varios estrategas soviéticos creían que los alemanes tomarían la capital de un momento a otro.
Pase lo que pase en Rusia, la vida debe seguir en Moscú. Así fue y así parece repetirse estos días en la víspera del año nuevo a pesar de que la nación eslava esté sumida en un conflicto armado, y sancionada financiera y económicamente por Estados Unidos y la Unión Europea, principalmente.
No es que nadie se haya enterado o esté poco consciente de que el país está en guerra. Cada vez que en las cercanías del centro el GPS del teléfono se marea y pierde las referencias, todo el mundo sabe que la razón del fallo es el conflicto armado con Ucrania. “La guerra… el GPS falla y es difícil saber dónde está el taxi (que uno pidió)”, dice un hombre que fuma en uno de los laterales del Banco Central sin necesidad de aclarar que la razón del fallo es que el Kremlin trata de impedir que los drones que envía el ejército de Ucrania cuenten con las coordenadas correctas para impactar alguna institución del gobierno ruso.
La ley rusa dice que está prohibido llamar “guerra” al conflicto con Ucrania. Oficialmente se dice “Operación militar especial”, a riesgo de ir a la cárcel. Pero para el hombre que explica el fallo del teléfono y para muchos otros parece habérseles olvidado. La palabra guerra no es muy esquiva que digamos, salvo que deba ir por escrito en una red social, un mensaje de teléfono o en un email.
Lo cierto es que en Moscú el conflicto armado no se percibe. Solo en la televisión, y para los que la miren. Ahí sí, los informativos dan pie a programas especiales sobre el enfrentamiento. En un lapso de entre dos y cinco horas por la tarde y noche el espectador solo se encontrará con tanques, morteros, mapas, y trayectorias de misiles. Pero en la calle, sucede todo lo contrario.
La ciudad está iluminada hasta el último rincón, como solo pueden hacerlo los Estados en los que el petróleo o el gas es un recurso cuantioso. Abetos de una decena de metros, fachadas de edificios gubernamentales, hoteles, restaurantes, y hasta kioskos están cubiertos de luces navideñas. En la entrada del shopping Europiski hay una muñeca rusa gigante, también iluminada; y en el ingreso al ministerio de Defensa, un árbol navideño y un conjunto de esferas gigantes con la leyenda “2024”.
En la Plaza Roja, epicentro de la ciudad, se montó otro gran árbol, y un carrusel, en el que hay chicos y chicas, con sus padres o abuelas esperándolos, aunque el teléfono indica que la temperatura superó los dos grados bajo cero, y nieva gentilmente. Hay policías por doquier, pero eso no es algo nuevo; unos custodian las salidas de vehículos de una de las entradas del Kremlin, otros hacen cumplir el perímetro existente. No se puede ingresar por cualquier lugar.
El shopping de lujo que se encuentra frente a la Plaza Roja está también cubierto de luces y símbolos navideños. El presidente Milei se sorprendería por la cantidad de referencias navideñas e invitaciones al consumo que se ven en un centro comercial ubicado a menos de cien metros de la tumba donde descansa el ícono revolucionario, Lenin.
Otro de los símbolos de Rusia, el Bolshói no escapa a una rutina que poco tiene que ver con la guerra. Los ciudadanos pasan la noche en la calle Teatralnaya para poder comprar una entrada para el ballet Cascanueces de Tchaikovksy (obra típica de la navidad) o cualquier otra que se presente en el prestigioso teatro. Muchos no lo logran, las colas son largas; en Internet es casi imposible, y desde siempre hay varios que se dedican a la reventa. Ese tipo de negocios tampoco se corta.
El entusiasmo parece tan desbocado en las semanas previas al año nuevo (la celebración principal en Rusia) que uno de los hechos noticiosos más destacados fue la fiesta nudista que realizó una influencer rusa en una discoteca de la capital. El evento fue repudiado por el Kremlin por considerarlo una burla cuando decenas de miles de jóvenes de rusos combaten en territorio ucraniano. Igual muchos de los que asistieron -actores, músicos y personalidades del mundo del espectáculo- no tuvieron tiempo ni ocasión para hacerse ese planteo mientras elegían su disfraz o tomaban un trago y se hacían fotos que subían a sus redes sociales, previo encendido del VPN (en Rusia Instagram, Facebook y X, están prohibidos). El ánimo era claramente otro.
Los embotellamientos, otra indicio de normalidad, siguen produciéndose en la ciudad sin que los ciudadanos se enojen. La resignación y el acostumbramiento llevan años instalados en el ánimo de los rusos, incluso cuando esos cortes son para que se traslade la caravana de algún político. Lo interesante de estos días es que esos embotellamientos también se producen en las noches. Cada vez hay más restaurantes cuenta un profesor español que ha vivido en la ciudad durante los últimos diez años. Bares y boliches están llenos, y la gente no parece estar afectada ni por la guerra ni por “la operación militar especial”.
La resignación y la apertura de nuevos restaurantes son dos caras de una misma moneda que también explica el ánimo de los rusos para el inicio del nuevo año, cuando muchos de ellos se reúnen en familia y practican una especie de borrón y cuenta nueva aunque la historia de Rusia parece atrapada en el bucle de su disputa con Estados Unidos y la “amenaza occidental”. Konstantin, gerente de logística de una empresa rusa, despide un 2023 “muy difícil, con muchos acontecimientos desagradables en el país y en el mundo que nos inquietan”, pero saluda “el nuevo año con esperanza y fe en lo mejor”.
Konstantin no es el único que hace referencia a los problemas mundiales, como si lo que le sucede a Rusia fuese parte de algo más, y no solo el resultado de una decisión de su propio gobierno. Para los occidentales puede sonar raro pero para los rusos se acerca bastante a la verdad. Lo que atraviesan no es simplemente fruto de un mandato del Kremlin, sino de la defensa de su nación frente a los objetivos de Washington y la OTAN. Así lo narra la televisión nacional, pero también lo piensan muchos rusos que no necesariamente son defensores del gobierno.
“Existe una sensación de que la incertidumbre y la ansiedad en el mundo continuarán durante algún tiempo”, cuenta Svetlana, una psicóloga moscovita. “Sin embargo, al mismo tiempo persiste la esperanza de que las cosas no empeoren”.
El mensaje de Svetlana se parece mucho a los discursos habituales del presidente ruso, en los que siempre inicia su brindis del año nuevo diciendo que ha sido un tiempo difícil, pero, a la vez, promete que lo que vendrá será mejor. Este año, Vladímir Putin ha repetido la fórmula, aunque con sutilezas, “este año hemos trabajado duro…”; y ha dicho que se han logrado “éxitos comunes” como la defensa firme de los intereses nacionales “mostrando las características más importantes del pueblo de Rusia: solidaridad, misericordia y perseverancia”.
Milana, con 27 años y de baja por maternidad, no ha visto el mensaje del mandatario ruso. Para ella, el año nuevo ha transcurrido como un día más, sin emociones ni ánimos de festividad… “La situación inestable de Rusia, la guerra y el deterioro del nivel de vida, más la imprevisibilidad del mañana” no permiten ningún festejo.
Distinto es el caso de Anzhelika, que a sus 51 años y varios de ellos como maquilladora en la televisión, el año nuevo llegó con la expectativa de que se produzca un “milagro y muchas cosas positivas, conocer gente nueva y mucho trabajo interesante”. “No es un hecho que va a suceder”, aclara, “pero lo creo y lo espero”.
Ni Milana, ni Konstantin o Svetlana hicieron referencia a los cientos de miles de militares que luchan en Ucrania. El presidente ruso, sin embargo, dedicó buena parte de su brindis a los soldados, a los que llamó “héroes”, y a quienes reconoció su coraje en la “lucha por la verdad y la justicia”. El mensaje habrá llegado a las fuerzas, y quizás a sus familias, repartidas por el territorio ruso. En la capital, sin embargo, el único indicio de los soldados son algunos carteles desperdigados por la ciudad en los que se invita a los jóvenes a alistarse al ejército. Muchos de ellos puede que lo hagan, y al alistarse dejarán de vivir la realidad paralela que se respira en Moscú.
El 30 de diciembre, los medios occidentales informaban del ataque aéreo más importante que las fuerzas rusas habían realizado desde que la guerra escaló a su máximo nivel en febrero del 2022. La televisión rusa, por su cuenta, reportaba que una serie de misiles lanzados por el ejército ucraniano en la ciudad rusa de Bélgorod (lindante con Ucrania) había matado a 28 civiles.
En los últimos meses se empezó a filtrar a la prensa que funcionarios de Estados Unidos y la Unión Europea ya no están tan dispuestos a que el conflicto siga alargándose, y están más cerca de persuadir a Kiev para que busque una solución negociada del conflicto. En la misma línea surgieron informes del New York Times sobre la disposición del líder del Kremlin para acordar un alto el fuego. Con las elecciones presidenciales de Estados Unidos en el fondo, no habría que descartar que la ayuda a Ucrania se resienta, y la búsqueda de un acuerdo de paz sea inevitable para el gobierno ucraniano.
Un giro de esa naturaleza representaría un nuevo punto de inflexión en la historia reciente de Rusia, con una progresiva y muy tibia apertura del país eslavo al mundo occidental. Moscú, sin embargo, seguirá su propio curso haciéndole honor a ese mandato implícito de no afectarse nunca.
Pase lo que pase en Rusia, la vida debe seguir en Moscú
Por Agustín Fontenla-elDIarioAR