Escritora, traductora y profesora de literatura, acompañó al autor de “Ficciones” en sus últimos años. Hace tres meses había presentado su último libro, La divisa punzó, un ensayo histórico sobre Juan Manuel de Rosas. De origen japonés, alemán y español, fue una mujer polémica y de rencores persistentes.
Los ojos de María Kodama –que también fueron los ojos del autor de El Aleph, su heredera universal y custodia del legado— veían a Jorge Luis Borges angustiado en Berlín. Los dos caminaban por la capital de la ciudad alemana. Ella quería visitar los museos, la mayoría en el este. Entonces estaba el muro. Él no se atrevía a cruzarlo. Tenía miedo. No estaba ante un laberinto imaginado. Había alambres y armas que apuntaban. Que amenazaban. “¿Y si no me dejan salir, María?”, le preguntó. “Está bien, Borges”, le respondió en esa tercera persona que podía sonar al diálogo de una película de los años ‘70. Así se trataba esa pareja de viajeros incorregibles. De usted. Kodama, la profesora de Filosofía y Letras fanática de Pink Floyd y Los Rolling Stones, que cantó las canciones del film The Wall de memoria, murió a los 86 años, la misma edad que el escritor, como consecuencia de un cáncer de mama. La polémica mujer de la cabellera de tres colores -blanco, castaño y negro- presentó en diciembre pasado su último libro, La divisa punzó (Sudamericana), un ensayo histórico sobre Juan Manuel de Rosas que escribió en coautoría con la abogada y escritora Claudia Farías G.
La hija del samurái
Aunque hay reseñas y notas en las que figura que había nacido en 1945, y el acta del matrimonio con Borges consigna 1941, Kodama nació en Buenos Aires el 10 de marzo de 1937. Su padre, Yosaburo Kodama, era japonés. Su madre, María Antonia Schweitzer, era hija de alemán y de una española católica. Cuando tenía 3 años, el matrimonio se separó. Siempre afirmó que era japonesa, no por desmerecer el país de nacimiento, sino porque estaba convencida de que su padre, que era sintoísta, la había criado y educado con las reglas del Japón. Yosaburo la llevaba a los museos y le narraba historias de las luchas en Oriente que generaron una profunda impresión en la niña. De su mano aprendió qué es la belleza cuando él le mostró en un libro una reproducción de la Victoria de Samotracia. La hija de Yosaburo afirmó que su padre era descendiente de samuráis, sin precisar si lo decía en sentido literal o figurado. Borges estaba fascinado con esa honorable ascendencia japonesa. Más de una vez María comentó que el escritor le dijo que su padre la había educado para él.
Hay un instante fundacional en la vida de esa niña de cinco años que estudia inglés. A principios de los años ’40, la profesora le leyó “Two English Poems”, poema dedicado a Beatriz Bibiloni Webster de Bullrich. Fue el primer encuentro, el deslumbramiento de la lectura que no se olvida nunca. “En ese poema Borges decía una serie de cosas lógicas, pero de pronto le dice a esa mujer de la que estaba enamorado, ‘estoy tratando de sobornarte con la incertidumbre, con el peligro, con mi derrota’. Todo lo contrario de lo que un hombre ofrece normalmente a una mujer. No lo capté así en ese momento, pero creo que fue lo que me fascinó por contraste”, confesaba Kodama en una entrevista con Página/12. El encuentro con el escritor, a través de las lecturas, continuaría. Después del poema leyó el comienzo del cuento “Las ruinas circulares” en una revista. La adolescente que iba dejando en el pasado a la niña que fue tuvo la certeza de que estudiaría Filosofía y Letras. Tenía 12 años cuando asistió a una conferencia que daba el autor de Fervor de Buenos Aires. “Los tímidos se reconocen como animales en la selva. Este señor es más tímido que yo. Si ese señor puede, yo voy a poder enseñar; eso me dio una calma enorme”, pensó entonces.
Borges, la mitad de su alma
Cuando ella tenía 16 y él 54 , se cruzó con Borges en la calle Florida, a la salida de una librería. María le contó que había decidido hacer la carrera de Letras y él la invitó a estudiar juntos inglés antiguo e islandés. En 1975, después de la muerte de Leonor Acevedo, la madre de Borges, Kodama empezó a acompañar al escritor en sus viajes el exterior. Aunque se recibió de profesora de Literatura en la UBA, nunca dio clases en la universidad. Sí tuvo alumnos japoneses a los que les enseñaba español desde el inglés, y también impartió clases de literatura a grupos de profesionales. Con el escritor compartió la compilación y traducción de los textos de Breve antología anglosajona, la escritura de Atlas, la traducción de La alucinación de Gylfi, de Snorri Sturluson, y la de El libro de la almohada, de Sei Shonagon, que además prologó. En 2016 publicó Homenaje a Borges y en 2017 su libro de cuentos titulado Relatos. Borges le dedicó el poema “La luna” y los reunidos en “La cifra”: “Yo pronuncio ahora su nombre, María Kodama. Cuántas mañanas, cuántos mares, cuántos jardines del Oriente y del Occidente, cuánto Virgilio”. Le dedicó, también, el libro Historia de la noche y Los conjurados.
Borges fue la mitad de su alma, “el amor que florece”. Él la eligió como heredera cinco años antes de casarse con ella. En 1979, redactó un testamento en el que le dejaba la mitad de su dinero en efectivo y la mitad del depositado en bancos del país y del extranjero a Epifanía Uveda de Robledo, la famosa Fanny, quien trabajó durante décadas al servicio de Borges y su madre. La otra mitad, más sus derechos de autor, serían para Kodama. En 1985, el escritor cambió ese testamento, excluyó a Fanny (la compensaba con una cifra casi irrisoria), y designó a Kodama como heredera universal. El 26 de abril de 1986 se casó con Borges en Asunción de Paraguay porque en Argentina el divorcio todavía no era legal y él continuaba casado con Elsa Astete. La partida matrimonial presentaba numerosas irregularidades, como errores en las edades de los contrayentes y la omisión del estado civil real del escritor, entre otros. El casamiento fue una propuesta de Borges, siempre según el testimonio de María, que aclaró que lo tuvo que pensar porque nunca creyó en el matrimonio. Desde París, Norah Borges calificó la unión civil como “diabólica”. Adolfo Bioy Casares afirmó que su amigo nunca había tenido un interés en emigrar a Ginebra, y que si viajó hasta esa ciudad fue por insistencia de Kodama. Ella se quejó sistemáticamente de la imagen estereotipada del anciano sometido. “Borges era un hombre y no un ser dócil y extorsionado”, decía la mujer que se encargó de leer, dictarle y dibujarle con palabras el mundo que los rodeaba.
El viejo de los laberintos
El diseño y las inscripciones en lápida de Borges, en el cementerio Plainpalais de Ginebra, fueron elegidas por María. Hay una referencia al cuento “Ulrica”, incluido en El libro de arena, porque la Ulrica del cuento es ella, según aseguraba. Dos años después de la muerte del escritor, en 1988, Kodama inauguró la Fundación Internacional Jorge Luis Borges en la calle Anchorena 1660, en el edificio colindante de la que fuera la casa del autor de Ficciones desde 1938 a 1943. Desde entonces se dedicó al enorme trabajo que supone difundir la obra borgeana. Viajó por el mundo, coordinó ediciones, inauguró muestras, participó de homenajes, dictó conferencias, presentó traducciones, dio cursos. “María es mi samurái”, dicen que decía Borges. Quizá tuvo que cargar con el estigma de ser la viuda del escritor más importante del país y uno de los nombres imprescindibles de la literatura universal. Se la cuestionó cuando reeditó El tamaño de mi esperanza, El idioma de los argentinos e Inquisiciones, tres libros que el escritor había decidido no reeditar. Se la acusó de suprimir dedicatorias o eliminar de algunas ediciones el poema “Al olvidar un sueño”, dedicado a Viviana Aguilar.
Esa mujer de risa suave podía disfrutar de las charlas en público. En la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en 2014, deleitó al público evocando anécdotas. “Yo extraño a Borges. Mis amigos me decían ‘cómo salís con el viejo de los laberintos, es un espanto’. Pero vengan y conózcanlo: es una persona divertidísima y los laberintos me fascinan. Yo lo pasaba bomba con él. No soy masoquista; era una persona muy querible”. Cada vez que estaban por anunciar el Premio Nobel de Literatura, la gente lo paraba en la calle al escritor y le decía: “Ojalá que lo gane”. María solía contar cómo fue la trastienda del doctorado Honoris Causa que le otorgó la Universidad Católica de Chile en 1976. Un periodista lo llamó desde Estocolmo para que no fuera a recibir la distinción que le entregaría el dictador Augusto Pinochet porque no tendría chances de ganar el Nobel. “Me dijo que no me hiciera ilusiones. Escuché lo que él decía y deduje que el otro le planteaba que si continuaba con esa forma de ser, lo iba a perder para siempre. Borges agradeció el consejo de no ir a Chile y le dijo que hay dos cosas que un hombre no puede hacer: sobornar y dejarse sobornar”, recordaba Kodama, testigo privilegiada de aquel momento. “Él supo que nunca se lo iban a dar y en ese momento lo quise todavía más. Me di cuenta de que nunca iba a traicionar sus ideas”.
Borges, que apoyó la dictadura cívico militar y almorzó con Jorge Rafael Videla, recibió luego a las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo y firmó una solicitada por los desaparecidos, que apareció publicada el miércoles 13 de agosto de 1980 en el diario Clarín. Kodama comparaba ese cambio de actitud con lo que le pasaba con Rosas. “Él se crió en el odio a Rosas, que era pariente por parte de la familia de su madre. El decía unitarios y federales, pero tanto los unos como los otros no eran santos. Esa es la verdad. Hacer la santidad obviando el error o hacer el error obviando la santidad es caer en lo mismo. Todo esto es horrible, todo esto está mal, lo hicimos y lo asumimos. De uno y otro lado en todos los enfrentamientos políticos o no políticos –también hay enfrentamientos dentro del mundo académico– hay que tener las cosas muy claras y la valentía de decir ‘no somos los santos de la historia, pero hicimos esto bueno. Somos los santos, pero hicimos esto malo’”, explicaba en la entrevista con este diario.
El frente judicial y el “traidor”
En los últimos años, además de difundir la obra de Borges, mantuvo un largo conflicto judicial con el escritor Pablo Katchadjian, que comenzó en 2009, cuando publicó, a manera de experimento, El Aleph engordado, un texto que tomaba como base el cuento de Borges y le agregaba palabras. Dos años más tarde, Kodama inició una causa por plagio, que terminó con la falta de mérito del acusado. También se enfrentó al escritor español Agustín Fernández Mallo, autor de El hacedor (de Borges) Remake, libro concebido como un homenaje que fue retirado de las librerías en 2011 por una acción judicial de la heredera de Borges. Otro comentado juicio fue contra el editor Jean Pierre Bernés de Gallimard. Poco antes de la muerte de Borges, el editor francés grabó 120 cintas de diálogo con él. Kodama reclamó los derechos sobre esas cintas y prohibió su difusión. Una de las últimas polémicas, a fines de 2019, sucedió cuando el presidente Alberto Fernández propuso crear el Museo Borges con manuscritos donados por el empresario Alejandro Roemmers. “Son todas cosas robadas”, afirmó entonces Kodama. “Son todas cosas que esta señora sacó de la casa”. Sin nombrarla se refería así a Fanny. Le resultaba “indiferente” que se creara el Museo Borges. “No me va ni me viene”, agregó, al tiempo que sostuvo que “la obra de Borges siempre estuvo aparte de toda política”.
Mujer de rencores persistentes, tenía una especie de “lista negra” en la que estaban, entre otros, Alejandro Vaccaro, María Esther Vázquez, Alberto Manguel y Adolfo Bioy Casares, a quien definió como “un traidor” a partir de la publicación del Borges, de Bioy, en una entrevista con la revista Orsai. “Un amigo abre su alma con vos, según tengo entendido, eso es lo que hace a una amistad. Y cuando tu amigo se va, no podés escribir todo lo que tu amigo dijo, sabiendo que vas a quemarlo con media humanidad, y sabiendo muy bien que querés que eso se publique después de que vos mueras, y de que él muera. Ya eso es sospechoso. Ahora bien, conociéndolo a Bioy, ¿él escribía lo que realmente Borges le decía, o ponía en boca de Borges lo que él no se animaba a decir de sus colegas? ¿Sabés cuál era el epíteto con que Borges se refería a Bioy? Cobarde. Ese era el concepto que Borges tenía de Bioy. Y solo un cobarde hace lo que él hizo”.
Por Silvina Friera-Página/12