La escritora y periodista argentina Andrea Ferrari acaba de publicar “24 fotos”. La pérdida de una persona central de su vida la hizo reflexionar sobre cómo y qué recordamos cuando alguien muy querido ya no está cerca.
En el espacio “Cómo lo escribí” de Infobae Leamos autores y autoras cuentan el detrás de escena de los libros que acaban de publicar. Por qué eligieron los temas o historias que terminaron en sus páginas, cómo organizaron su trabajo, qué revelaciones aparecieron en el proceso de escritura, qué sensaciones hubo a medida que ese proceso ocurría o qué objetivo se propusieron.
Esta vez, quien cuenta en primera persona su experiencia de escritura es la argentina Andrea Ferrari, que se formó como periodista y que hace décadas se dedica a la literatura, especialmente a la infantil y juvenil. Esta vez, sin embargo, acaba de editar 24 fotos, un libro publicado a través del sello Alfaguara que apunta a un público lector adulto.
El punto de partida que puso a la autora a escribir fue la muerte de una amiga de las más cercanas: esas con las que se comparte crianza, casa, maternidad… la vida. La reflexión sobre cómo y qué se recuerda del otro una vez que ya no está cerca sirvió de motor literario a Ferrari.
El libro La lluvia antes de caer, de Jonathan Coe, evoca recuerdos a través de fotos. Eso inspiró a la autora a la hora de ver qué hacía con todo eso que estaba pensando y sintiendo a partir de la muerte de su amiga. Luego, visitar una muestra que reúne fotos de ex combatientes de Malvinas y de sus familias terminó de afianzar la importancia de las fotos para contar una historia. Y con todo eso se lanzó a producir 24 fotos.
Cómo escribí “24 fotos”
El disparador de esta novela fue para mí la muerte de una amiga muy querida. Habíamos compartido casi toda la vida: fuimos a la misma escuela y universidad, nos mudamos juntas a los veintidós años, viajamos con nuestras parejas, fuimos madres con pocos meses de diferencia, nuestras hijas se criaron juntas…
El hueco que produjo su ausencia fue difícil de asimilar y me generó una serie de preguntas sobre las marcas que deja otra persona y los recovecos de la memoria. ¿Qué elegimos recordar? ¿Por qué algunos episodios se mantienen tan nítidos y otros se desvanecen?
Quienes estudian los mecanismos de la memoria dicen que cada vez que recordamos no estamos evocando una imagen fija, sino reinterpretando ese pasado, a partir de lo que ya contamos, lo que oímos decir a otras personas, lo que vivimos después, lo que deseamos. Cada recuerdo es una construcción que tiene una relación más o menos cercana al hecho vivido e incluso a veces es completamente falsa.
Surgió entonces la idea de escribir la crónica de una amistad entre dos mujeres a lo largo de los años. Quería “fotografiarlas” en distintos momentos, deteniéndome en situaciones cotidianas pero significativas, ir mostrando en pequeños detalles cómo se construye una relación compleja, con los altos y los bajos, las distancias y los acercamientos, lo que está ahí pero no se dice. Y lo que después se recuerda.
Había leído tiempo atrás una novela de Jonathan Coe, La lluvia antes de caer, que reconstruye una historia describiendo una serie de antiguas fotografías. Me tentaba esa idea: contar en fotos.
Decidí que Vera y Cecilia nacieran al principio de los noventa y que su relación se proyectara hasta un futuro próximo. Era una época de la que podía tener múltiples registros. Además, un tiempo interesante para contar, pleno de transformaciones culturales. Cada capítulo, entonces, transcurre en un año diferente. Siempre alguien toma una foto que congela el momento y que en el futuro será reevaluada con otros ojos. Me gustó la idea de pensar las fotos como otra forma resbaladiza del recuerdo, que a veces ilumina y a veces confunde, porque es frecuente interpretar de forma errónea ciertos detalles y deducir de la imagen lo que no está.
Vino después un tiempo de búsqueda de datos, para afirmar el contexto histórico que acompañaría la vida de Vera y Cecilia. Necesitaba poner fecha a hechos puntuales, como un cacerolazo durante la crisis político-económica o la nevada histórica en Buenos Aires y también a los cambios culturales y tecnológicos, la aparición de Internet, el paso de lo analógico a lo digital o la presencia del celular. Recorrí varios años en archivos de diarios, anotando decenas de fechas y eventos, la mayoría de los cuales no llegué a usar.
También hubo un salto a un pasado anterior, porque hay un misterio en la vida de Vera vinculado a su padre, excombatiente de Malvinas, que ella intenta develar. Eso me sumergió en la historia de la guerra y las secuelas de la dictadura. Leí muchos testimonios de soldados, para encontrarle una voz a Daniel, el padre de Vera. Y miré muchas fotos.
En verdad, miré fotos a lo largo de toda la escritura de la novela. Imágenes propias y ajenas, que me sirvieron para recordar diferentes épocas, sumar nuevos aspectos y pensar allí a los personajes de libro. Tratando de captar eso que tienen las fotos: el detalle revelador. Una prenda de ropa, un gesto, un objeto o una mirada que cuentan una historia. O, quizás, que permiten imaginarla.
Con la novela ya en la calle, llegaron otras fotos. Hace pocos días recibí un correo del fotógrafo Diego Sandstede donde me contaba sobre una muestra exhibida actualmente en Buenos Aires: “Malvinas: Sí, yo estuve ahí”. Son 350 imágenes, en su mayoría nunca antes mostradas, reunidas gracias al enorme trabajo de investigación de Sandstede y Martín Felipe, quienes recorrieron el país entrevistando a exsoldados conscriptos que les entregaron sus testimonios e imágenes.
Habían sido tomadas con pequeñas cámaras, muchas Kodak básicas compradas en un kiosco antes de la partida o enviadas por familiares en una encomienda. Estaba, incluso, el soldado que había encontrado un rollo sin usar en una posición abandonada y luego –mágicamente—a otro soldado que tenía la cámara para usarlo. Esos rollos fueron después escondidos en calzoncillos, guantes o el dobladillo de un pantalón para evitar las requisas, y revelados tras el regreso. Una mujer recibió un rollo de su hijo cuando ya había muerto.
Algunas fotos duelen como heridas. Hubo quienes no pudieron mirarlas durante años y otros que las miran en cada aniversario. Y está el que siente que la memoria es difusa y necesita mirarse en esas imágenes para decir sí, yo estuve ahí.
Parada frente a las fotografías exhibidas sentí que esos jóvenes soldados me miraban a mí desde el pasado, como la miran a Vera en una muestra muy similar en la novela, en esa peculiar forma que tiene la realidad de conversar con la ficción.
“24 fotos” (Fragmento)
Ya sabe que no va a poder conciliar el sueño. De todas formas, Renata cierra los ojos y durante unos minutos lo intenta. La puerta mal cerrada deja entrar el ruido hospitalario: pasos, murmullos, carros que chirrían, un quejido lejano. Aunque el peor ruido es el de su cabeza.
A un lado de la cama está el moisés donde, después de un llanto que se le hizo eterno, finalmente se durmió Vera. Se incorpora y la mira otra vez. La suave línea de los labios, el pelo oscuro, los diminutos puños cerrados. Confirma que la respiración es constante y vuelve a acostarse.
Se siente rara, menos feliz de lo que había imaginado. Quizás sea el cansancio y los analgésicos. O algo más, una inquietud vaga que no consigue definir. Por un momento tiene la tentación de sacar a Vera del moisés y volver a apoyarla contra su pecho, tocarle la piel delicada, hundirse en el olor a recién nacida. Sería estúpido, por supuesto. Su cuerpo necesita desesperadamente cada minuto posible de descanso, pero la cabeza no le da respiro. El día es como una película que se reinicia en su cerebro una y otra vez.
Desde la mañana. La sensación de incomodidad que la asaltó, las molestias en la espalda, esa fatiga. Y de pronto el sacudón, unas contracciones que aumentaron de frecuencia demasiado rápido y doblaron su cuerpo en dos mientras pensaba, con la absurda sensación de haber sido estafada, que eso no debía ser así, que el médico había dicho gradual y lento, mierda, que venían muy seguidas, mierda, mierda, mierda, que estaba saliendo todo mal.
Isabel tardó solo quince minutos después del llamado, pero fueron minutos interminables, con las peores pesadillas bailando en su cerebro: no llegaría a la puerta, iba a parir en el suelo de su casa, en medio de un charco de sangre, despatarrada y sola. Por un momento, en la cresta de una contracción, hasta pensó en Daniel, en cómo sería tenerlo ahí, sosteniéndole la espalda, susurrando palabras de aliento en su oído. Pero cuando la ola de dolor se replegó volvió a aferrarse a la decisión que la había sostenido todos esos meses, no hay vuelta atrás, querida, no tiene sentido fantasear boludeces, movete de una puta vez.
Quién es Andrea Ferrari
♦ Nació en Buenos Aires en 1961. Es periodista y escritora.
♦ Habitualmente su obra es de literatura infantil o juvenil, lo que le valió entre otras distinciones el prestigioso premio Barco de Vapor en 2003.
♦ Entre sus libros se cuentan 24 fotos, Las mil y una noches de Irak. La guerra explicada a los chicos, No es fácil ser Watson, La noche del polizón y Las iguales.
Fuente: Infobae