Misiones Para Todos

Poner en debate al “mejor de los sistemas posible”

Una democracia que excluye a las mayorías no es tal

Peligro de gol. Comienza un año de elecciones legislativas, y si el principal partido opositor continúa desencontrado, sucederá lo que no debería ocurrir: Que Milei termine su mandato. En efectocomo bien lo señala en nota reciente el compañero Guillermo Cieza, “la irrupción del proyecto mileista aceleró la descomposición del justicialismo, que cada vez resulta más parecido al radicalismo pos-yrigoyenista. Una alianza de caudillos y partidos provinciales más unidos por la conveniencia política de sostener una sigla unificadora, que por un proyecto de país”. Si bien es cierto que el gobierno de Alberto Fernández produjo enorme insatisfacción en propios y ajenos, mucho peor es su saldo de desconfianza en la función del Estado. Usufructuando ambas cosas, nuestro presidente se ha puesto al frente de la estrategia electoral, moviéndose entre las alianzas y la decisión de competir en soledad. Por su parte, el PRO le declara la guerra y le marca agenda con la suspensión de las PASO, mientras que la UCR se suma a las negociaciones ofreciendo presencia en las provincias en las que La Libertad Avanza está más débil. De este modo, el anarco capitalismo inaugura 2025 dispuesto a avanzar con un nuevo proyecto de reforma laboral, anticipando la próxima pelea con una claudicante CGT, mientras se congracia con el Norte Global recibiendo al prófugo venezolano Edmundo González Urrutia.

Dado que durante el verano baja la efervescencia política, y por lo general se toman medidas antipopulares solapadamente, aprovechando que la franja social más solvente se desentiende de la cosa pública para dedicarse a saltar las olas y dorarse frente al mar, procuraremos hacernos cargo de algunos dilemas que, “atajando penales” durante un año distópico, han ido quedando en el tintero.

La impostergable necesidad de deconstruir al sujeto social “víctima”

A nadie escapará que, a lo largo de cuatro décadas de democracia de bajísima intensidad, el arrojo y sacrificio de buena parte de la generación de los 70 por hacer de este un país más vivible – y no solo donde se pudiera votar cada 4 años, sino fundamentalmente comer todos los días – ha ido degradándose en la valoración de la opinión pública, en paralelo a la exaltación casi excluyente del derecho humanismo como factor principal de enfrentamiento a la dictadura oligárquico militar genocida, como si antes de Madres y Abuelas no hubiera habido dignxs hijxs de Plaza de Mayo. En ese devenir, casi como arrepintiéndose de las osadías revolucionarias, se prefirió reivindicar a quienes quedaron en el camino de las mismas apelando a la justificación de sus ausencias con argumentos como el de que figuraban en la agenda de un tercero comprometido, aunque muchxs cayeran arma en mano pateando la puerta de un dueño de este país.

Es de suma importancia revisar qué se perdió durante el proceso descripto.

A pesar de que la Declaración Internacional de los Derechos Humanos existía desde la segunda posguerra mundial, lxs argentinxs no nos habíamos visto compelidos a desempolvar sus páginas hasta Marzo de 1976, época en que el plan de exterminio sistemático de opositores puesto en práctica por el gobierno de facto – apelando a métodos aberrantes y desconocidos hasta entonces, proporcionados por colonialistas franceses intervinientes en la Batalla de Argelia – volvió imprescindible aprender al dedillo sus preceptos. Así, las urgencias planteadas por los familiares de los represaliados – la vida de los desaparecidos yla libertad de los presos – tornarían ambos derechos en reclamos casi excluyentes.

Para más dato, nunca está de más subrayar que el sujeto social que vertebra a aquel texto es el individuo, acorde al ideario hegemónico en el Norte Global. Mientras que el peronismo, inaugurando una década de bienestar colectivo (1945-55) en la que, sin apelaciones grandilocuentes a la causa de los “derechos humanos”, puso en práctica el cumplimiento de los derechos sociales prescriptos en la insoslayable Constitución de 1949 (salud, vivienda, educación, etc.)

Con el único impasse de la infame década menemista y el cuatrienio macrista, corresponde asumir que desde 1983 la democracia que transitamos arrastró un perfil hegemónicamente clasemediero y – en sus “mejores versiones” – recurrentemente socialdemócrata o neodesarrollista (progresismo alfonsinista, aliancista y kirchnerista) Es más, haciendo memoria – lo cual nunca viene mal –  convendrá tener en cuenta que en su alegato de 1985 durante el juicio a las Juntas Militares, el Almirante Emilio Eduardo Massera asumió que, pese a haber ganado la batalla militar contra la “subversión”, los golpistas habían perdido la que llamó sicológica. Pues bien, no debería caber la más mínima duda acerca de que la gestión Milei – Villarruel, al cabo de cuatro décadas de farsa,viene a corregir ese “detalle” valiéndose del orden constitucional vigente, para emparejar las cosas. Y, como “el que se quemó con leche, cuando ve la vaca llora”, después de la picana eléctrica de ayer alcanza con el gas pimienta de hoy.

En tal contexto, y como secuela del genocidio perpetrado, los organismos de defensa de los DDHH, constituidos por un activismo no inmune al efecto del escarmiento dictatorial, aportaron lo suyo a la instalación de una imagen victimizadora de lxs detenidxs-desaparecidxs, la mayoría de lxs cuales – siempre valdrá la pena recordarlo – cayeron luchando de la forma más variada y en distintos frentes contra la oligarquía y el imperialismo.

Como aporte reparador, y ampliando nuestra alusión a la Constitución de 1949, corresponde rememorar que esta introdujo una verdadera revolución en las concepciones del Estado, la propiedad, la economía y la soberanía. Juan Domingo Perón lo expresó así en su discurso a todo el país desde su despacho de la Casa de Gobierno, el viernes 3 de septiembre de 1948: “la revolución peronista ha iniciado una nueva etapa en lo político, en lo social y en lo económico”. Con ese discurso buscó convencer sobre la conveniencia de la reforma propuesta, indicando que el programa y la doctrina peronistas debían ser desarrollados y consolidados en los fundamentos básicos de la Nación para darles estabilidad y permanencia, siendo receptados en la Carta Magna. De ese modo – más allá de su efectiva concreción -, detalló en lo político la búsqueda por suprimir “la oligarquía plutocrática para poner en manos del pueblo las decisiones y el gobierno” y en lo económico, “suprimir la economía capitalista de explotación reemplazándola por una economía social”, “suprimir el abuso de la propiedad”, “asegurar los derechos del trabajar”, “asegurar el acceso a la cultura y la ciencia”.

La Constitución de 1949 debe esa definición filosófica en gran parte a los planteos de su mentor, Arturo Enrique Sampay, miembro informante de la mayoría de la Comisión Revisora de la Constitución, que nutrió al texto de un enfoque jurídico con fuerte contenido político social y nacionalista. Así, su legado fue convertir en letra constitucional la obra política del peronismo. En aquel contexto histórico, político y social, Sampay observó que el peronismo emergía como el resultante de un nuevo esquema de sociedad, la cual demandaba la reformulación total de sus cimientos institucionales. Ese panorama lo llevó a señalar que la Constitución de 1853 expresaba el impedimento fundamental para que en Argentina se diera una verdadera democracia de masas. Y, en tal sentido, la definió como la expresión fiel del país de la oligarquía, marcadamente elitista y con tendencias aristocráticas. Cabe destacar que, desgraciadamente, derogada la Carta Magna peronista por un bando de la Revolución Fusiladora, esta otra es la que aún nos rige.

El peronismo tiene una deuda de honor con el rescate de tamaño patrimonio. Y, para volver a erigirse como alternativa de masas, no puede barrer bajo la alfombra en salvaguarda de un misérrimo 35% de intención de votos la elección de un candidato presidencial panqueque en 2015, uno inoperante en 2019, o uno lisa y llanamente cipayo en 2023. Hay que asumir que de la supuesta “Década Ganada” al gobierno de Alberto, el progresismo degradó a un otrora poderoso movimiento nacional, y que el peronismo-institución viene asfixiando la potencialidad insurgente del peronismo-identidad, lo que nos induce a arriesgar que la continuidad y trascendencia de su mejor legado es el nacionalismo popular revolucionario, enriquecido con el aporte de todas las tradiciones políticas que abonen a los tres presupuestos que lo definen.

Hay una dimensión supracoyuntural en nuestra formulación. Baste como ejemplo que la izquierda local, muy meritoriamente, cuenta desde hace tiempo con un Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas (CeDInCI) a cargo del historiador Horacio Tarcus. Pero, pese a que a principios de este siglo estuvo en consideración de un significativo núcleo de estudiosos del tema montar un Centro de Estudios del Nacionalismo Popular Revolucionario, sin desconocer la vigencia del insoslayable y titánico empeño individual del investigador Roberto Baschetti, aquella iniciativa fue abandonada con la irrupción del kirchnerismo, es de suponer que dando por sentado que su acción de gobierno restañaría todos los baches deliberados que aún padece la historia popular. La mejor lección frente a desatinos semejantes es este presente en el que acaba de cerrarse el Archivo Nacional de la Memoria. 

De hecho, la Era Milei supone, entre otras cosas, transitar de la noción de adversarios políticos a enemigos (“zurdos van a correr”) En consecuencia, corresponde advertir que, entre el Primer Tiempo de Macri y el Segundo Tiempo de Milei, la derecha se radicalizó. De modo que mal puede neutralizarse al fascismo con moderación.

La democracia como trampa contra la Revolución 

Como se recordará, el 10 de diciembre de 2023 no pudimos festejar tirando la casa por la ventana el cumpleaños N° 40 de la democracia recuperada en 1983, porque un marginal de la política logró encarnar la frustración y el hartazgo de la mayor parte de lxs argentinxs y hacerse con el Ejecutivo Nacional. Y en la misma fecha del año que acaba de concluir tampoco hubo motivos de celebración, ya que, constituido ahora en demoledor del edificio que fuimos capaces de erigir como Nación, el sujeto continúa gobernando.

Sin embargo, desde que rige el orden constitucional vigente, no pocos y preclaros exponentes del pensamiento crítico local han venido cuestionándolo con valiosos argumentos. Refresquemos algunos.

En un capítulo de su texto canónico Los cuatro peronismos (2005), el eminente sociólogo Alejandro Horowicz aborda el tema en estos términos: “1983 no fue el restablecimiento de la democracia, sino el establecimiento de la ‘democracia de la derrota’. Esto es, que se votara lo que se votara, los mismos hacían lo mismo. Era como nadar contra la corriente. Y esa corriente era muy fuerte y muy poquititos se proponían nadar contra ella”.

Unos años después, el gran filósofo León Rozitchner, en su texto Acerca de la derrota y de los vencidos, publicado en 2011 (el año de su muerte), afirmaba que “La democracia actual fue abierta desde el terror, no desde el deseo. Es la nuestra, pues, una democracia aterrorizada: surgió de la derrota de una guerra. No la que nosotros ganamos adentro, sino la que ellos perdieron afuera. Y ese deseo regalado, impuesto, se le nota a la izquierda. De esa derrota que no produjimos salió esto que debemos, pese a todo, considerar como un triunfo. Pero consolémonos: a la guerra y al terror sucede siempre la paz política. La ley que nos regula ahora fue una transacción que el más fuerte hizo con el más débil, los militares con el pueblo argentino. Por eso decimos que la nuestra es aún una ‘democracia aterrorizada’; su ley originaria, la del terror y las armas, sigue todavía vigente como ley interiorizada en cada ciudadano, espada que pende sobre nosotros, siempre presente”.

En 2023, el dirigente del Partido Obrero y Legislador de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires Gabriel Solano presentó su libro Porqué fracasó la democracia. Radiografía del saqueo capitalista de la Argentina en los últimos 40 años, cuya tesis definió así: “Este año se cumplen 40 años desde la restitución de la democracia y sin embargo tenemos más del 40% de pobreza general y un 56% de pobreza en las infancias. En estos 40 años la Argentina estuvo a cargo de ‘la casta empresarial’ que es la misma que gobernó durante la dictadura militar. De estos 40 años se puede concluir el fracaso de la clase capitalista que nos está llevando a una nueva hiperinflación, los salarios y jubilaciones más bajos de la región. Una nueva quiebra del país tan aguda como la del 2001. Quienes tienen que sentarse en el banquillo de los acusados son todos los que nos han gobernado”.

Durante el mismo año, el siempre agudo intelectual orgánico Miguel Mazzeo publicaba “Democracia” contra Democracia (o la política contra lo político) A propósito de los cuarenta años de democracia en Argentina (1983-2023), donde se refería al tema de este modo:  “Consideramos que la estabilidad posterior a diciembre de 1983, al igual que inestabilidad previa, difícilmente puedan ser abarcadas desde enfoques centrados en la insuficiencia o abundancia de ‘educación cívica’, en la adquisición o pérdida de alguna ‘cultura democrática’, en el ‘realismo institucional’ (…) Las interpretaciones que apelan a fundamentos procedimentales, condenadas a desacoplar la democracia de los procesos constitutivos de la sociedad, están en crisis.  Esos enfoques no aclaran por qué y cómo esa estabilidad fue erigida en valor abstracto y registro simbólico que caló hondo en la subjetividad de una porción importante de la sociedad argentina. Tampoco identifican a los grupos y sectores sociales favorecidos o perjudicados por ella. Dan por sentadas unas consecuencias tan benéficas como homogéneas. Asimismo, no explican cómo, en la Argentina de la posdictadura, la conciencia burguesa reconstruyó su capacidad de autointerpretarse como ‘opinión del público’. Mucho menos esclarecen por qué, hoy, están en crisis los fundamentos que sostuvieron el andamiaje de ese régimen político durante tanto tiempo. Se trata de enfoques mistificadores centrados en lo que Antonio Gramsci llamaba la ‘pequeña política’. En síntesis: esos enfoques no dan cuenta del doble carácter de la democracia. No toman en cuenta el proyecto radical con su concepto implícito (gobierno del pueblo) contenido por el proyecto (el ‘abyecto’) que encubre la dictadura orgánica del mercado con su concepto convencional y unilateral de democracia (libertades y garantías)”. 

Algún tiempo antes, el comandante montonero Roberto Cirilo Perdía había editado – y reeditado en versión corregida y ampliada, incluyendo en su planteo la dimensión plurinacional que debería asumir un futuro Estado transformado por el pueblo – el libro Prisioneros de esta democracia. Allí, el pelado, como se lo conocía cariñosamente entre la militancia, expresaba que la democracia y el Estado argentino estaban muriendo. En un debate sobre la contraofensiva, sostuvo que “la Argentina vive una crisis profunda” y que “el país se degradó después de 40 años de democracia”. El dirigente revolucionario consideraba que “el modelo moderno, que rompe con la naturaleza y se basa en la idea de que la ciencia y la técnica resuelven todo, está llegando a su fin”. También pensaba que “el pueblo debe construir su poder a partir de las comunas, para terminar con el sistema actual, sin cuyo reemplazo no hay destino para la humanidad”.

Aportes todos sumamente orientadores de un debate necesario e impostergable, en un momento en el que, a nivel global, eso que llamamos democracia se ha tornado incompatible con el ejercicio de la Justicia Social. 

Al parecer, el efecto residual provocado por la derrota del proyecto revolucionario ha neutralizado la posibilidad de concebir un horizonte pos capitalista y, por ende, un modelo de gobierno no delegatorio de las grandes decisiones que atañen al pueblo.

El Argentinazo como momento democrático por excelencia

Contrariando al artículo 22 de nuestra Constitución Nacional, donde puede leerse que “El pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes y autoridades creadas por esta Constitución“, durante la pueblada de diciembre de 2001, impugnatoria del orden neoliberal, que desde entonces bautizamos como Argentinazo, a lo largo de un plazo considerable este pueblo que en 1810 pidió saber “de qué se trata” se autoorganizó en forma asamblearia y decidió sin mediaciones, hasta que, después del escarmiento disciplinador que supuso en junio de 2002 la Masacre de Avellaneda, la dirigencia política logró institucionalizar aquella breve pero virtuosa experiencia de democracia directa.

Hasta entonces, el orden político y jurídico que mayor atención puso en los intereses populares se anunció a fines de los años 40. En efecto, durante los primeros días de abril de 1949 se reunió en la Universidad Nacional de Cuyo el Primer Congreso Argentino de Filosofía. El cierre del evento estuvo a cargo del Presidente de la Nación, GeneralPerón. Su discurso final dio origen a su libro más preciado: La Comunidad Organizada, un proyecto de sociedad que, entre otros conceptos más rescatables que el siguiente, incluye una propuesta de armonía entre capital y trabajo. 

Sin ir más lejos, en el apartado XIII de dicho texto, titulado Superación de la lucha de clases por la colaboración y la dignificación humana, su autor expresa lo siguiente: “La lucha de clases no puede ser considerada hoy en ese aspecto que ensombrece toda esperanza de fraternidad humana. En el mundo, sin llegar a soluciones de violencia, gana terreno la persuasión de que la colaboración social y la dignificación de la humanidad constituyen hechos, no tanto deseables cuanto inexorables. La llamada lucha de clases, como tal, se encuentra en trance de superación. Esto en parte era un hecho presumible. La situación de lucha es inestable, vive de su propio calor, consumiéndose hasta obtener una decisión. Las llamadas clases dirigentes de épocas anteriores no podían sustraerse al hecho poco dudoso de sus crisis. La humanidad tenía que evolucionar forzosamente hacia nuevas convenciones vitales y lo ha hecho. La subsistencia de móviles de violenta inducción ofrece el espectáculo de un avance hacia la descomposición por el desgaste o hacia la adopción de fórmulas estériles. La aspiración de progreso social ni tiene que ver con su bulliciosa explotación proselitista, ni puede producirse rebajando o envileciendo los tipos humanos. La humanidad necesita fe en sus destinos y acción, y posee la clarividencia suficiente para entrever que el tránsito del yo al nosotros, no se opera meteóricamente como un exterminio de las individualidades, sino como una reafirmación de éstas en su función colectiva. El fenómeno, así, es ordenado y lo sitúa en el tiempo una evolución necesaria que tiene más fisonomía de Edad que de Motín. La confirmación hegeliana del yo en la humanidad es, a este respecto, de una aplastante evidencia”.

Vale la pena consignar que, en 1971, a la luz de los bombardeos perpetrados en 1955 por la Marina de Guerra en aviones bendecidos por la curia – en horario pico y sobre una plaza pública -, así como de los fusilamientos de civiles y militares producidos en la Operación Masacre de 1956, el anciano líder revisaría tales convicciones en la extensa entrevista realizada por el Grupo Cine Liberación bajo el título de Actualización Política y Doctrinaria para la toma del Poder. Poco después, en 1972, tendría lugar el asesinato de 16 militantes revolucionarios en la Base “Almirante Zar” de Trelew; más adelante, la aplicación del plan sistemático de exterminio de opositores llevado a cabo por la última y feroz dictadura, vertebrada en torno al plan económico concebido por el patricio José Alfredo Martínez de Hoz (1976 – 1983); ya en este siglo, la segunda desaparición del incómodo testigo de los campos de exterminio Jorge Julio López (2006); y no hace mucho tiempo, el fallido intento de magnicidio contra la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner (2022) Habría más ejemplos, pero baste con este puñado – producido durante los últimos 50 años – para ilustrar la “vocación persuasiva” de la oligarquía local (y su disposición a repartir equitativamente la riqueza del país), clase social que no parece fácil de disuadir apelando al ejemplo de aquel galileo que ofreciera su otra mejilla para seguir siendo abofeteado. 

En consecuencia, y considerando que desde 1945 hasta 1975, la participación de la clase obrera nacional en el PBI osciló entre el 42 y el 48%, mientras que actualmente se reduce a menos de la mitad de tales índices, huelga abundar en mayores comentarios sobre la conciliación de clases. 

Recapitulando, el Comandante Hugo Chávez, instalando la consigna “comuna o nada”, proponía a esa unidad administrativa básica como uno de los espacios de articulación e integración de mayor relevancia para el ejercicio de la democracia participativa directa y, especialmente, para la inclusión y participación protagónica de los sectores populares.

Si aceptáramos la tesis según la cual la democracia como utopía solo es posible a partir de su efectivo ejercicio en la comuna, por ende, corresponderá radicalizarla en pos de una comunidad auto organizada. En eso consiste la construcción de Poder Popular desde abajo, en sentido contrario a los sucesivos y fallidos intentos de forjarlo desde el Estado.

En conclusión, nos atrevemos a considerar que, si como afirma una voz popular, “del laberinto se sale por arriba”, del nuestro se sale rescatando la hidalguía de quienes fueron capaces de enfrentar sin mezquindades al orden establecido, y transitando desde la reparación del daño sufrido a la recuperación de un pensamiento insurgente. –

Por Jorge Falcone-La Gomera de David