De confirmarse las tendencias instaladas en las PASO el oficialismo enfrentará en clara desventaja el asalto combinado de dos coaliciones de oposición.
De confirmarse las tendencias electorales instaladas a partir de las elecciones primarias del pasado mes de agosto, el oficialismo enfrentará en clara desventaja el asalto combinado de dos coaliciones de oposición, expresivas ambas por igual de una amplia mayoría de casi dos tercios del electorado.
Una de ellas – La Libertad Avanza- lidera con la fuerza de un liderazgo de ruptura, del tipo de los que tienden hoy por hoy en manifestarse en la mayoría de los sistemas democráticos del mundo.
La otra -Juntos por el Cambio-, minimizada en su empuje por su heterogeneidad estructural y por los conflictos aun no resueltos entre sus principales referentes, aporta a su vez el dinamismo electoral emergente del radicalismo, la fuerza de choque de sus equipos técnicos y un control casi absoluto de la agenda mediática.
Demasiado para un gobierno paralizado, atenazado por sus fracasos y responsabilidades y aquejado por una carencia notable de iniciativas capaces de conectar con las nuevas demandas de una sociedad dispuesta a protagonizar cambios estructurales al precio que sea.
Es probable que de no mediar la atinada elección de Sergio Massa en su doble papel de ministro de Economía y candidato presidencial, la ventaja opositora hubiera sido inalcanzable. Hasta su nominación -recordemos que a instancias de un grupo de gobernadores-, JxC llevaba una cómoda ventaja de al menos 14 puntos, apenas atenuada por la fuerte competencia interna entre Horacio Rodriguez Larreta y Patricia Bullrich. Se verificaba hasta ese momento la Ley de Hierro de la polarización: quienes se dividen corren en desventaja frente a quienes logran unirse.
La candidatura de Massa terminó de unir en poco tiempo al peronismo nacional. Soldó así diferencias profundas y ordeno una campaña sin muchas ideas ni propuestas, inicialmente pensada con el motivo propósito de preservar el tercio del electorado propio y asegurar, en el mejor de lodo caso, una decorosa elección legislativa capaz de garantizar una sobrevida institucional al cabo de una eventual derrota en las presidenciales.
La realidad parece haber superado las expectativas. A algo menos de un mes de las elecciones, la candidatura de Massa no solo parece haber roto su techo inicial. También parecería haber logrado el doble objetivo de detener el ascenso de Javier Milei y obturar el avance de Bullrich. Si bien la elección se mantiene en la lógica de tercios, las proporciones de la PASO se mantienen. Triunfara el que menos errores cometa, a lo largo de una campaña ardua, difícil y cargada de riesgos para todos.
Los riesgos que plantea la situación son, en efecto, muy similares para todos. Derivan, principalmente, de la profunda crisis de representación que aqueja al sistema político argentino, en medida muy similar a la del resto de las democracias de la región.
De allí el enfrentamiento entre dos populismos muy diferentes entre sí, aunque surgidos y alimentados en raíces comunes y convergentes. Después de todo el viejo tronco del peronismo se ha dividido en al menos una docena de facciones. Muchas de ellas tenderán a reposicionarse una vez superado el momento kirchnerista y acaso mimetizadas transversalmente en los cinco espacios que hoy compiten por la Presidencia. Después de todo, Bullrich, Massa, Schiaretti y muchos de quienes accederán a un eventual gobierno libertario estuvieron no hace mucho tiempo y en momentos distintos al frente de las listas del peronismo.
El populismo suele ser la respuesta a las crisis de representación que de modo recurrente aquejan a las democracias. Sobre todo, en sistemas afectados por la debilidad casi congénita de sus instituciones y las tendencias oligárquicas cada vez más pronunciadas de los partidos tradicionales El populismo -expresa un agudo estudioso como Marco Revelli- se manifiesta cuando una sociedad deja de sentirse representada por su sistema político. Aparece como una “enfermedad infantil” de las democracias aun no del todo maduras y vuelve a aparecer como una “enfermedad senil” en las democracias que por alguna razón dejan de ver la luz al final del túnel. (REVELLI, M: Populismo 2.0. Torino: Einaudi, 2017, cap. 1).
Desde esta perspectiva, el populismo del peronismo conserva el espíritu del populismo clásico, del Siglo XX, intenta superar las barreras que le impiden incluir a sectores a los que cree todavía excluidos o fuera del sistema, a través de una estrategia de conversión de sus supuestas necesidades en “derechos. Su diagnóstico gira en torno a la idea de una sociedad postergada, temerosa de perder lo poco que tiene y dispuesta a devolver con votos los privilegios, favores y compensaciones que reciba.
De allí los instrumentos: poner dinero en el bolsillo de la gente, garantizar protección social y proteger los encuadramientos sociales institucionales de las demandas con vistas a un dialogo corporativo mutuamente satisfactorio. Es el Populismo 1.0, abrazado a los restos de un Estado Providencia ya quebrado e incapaz de mantener los equilibrios fiscales y económicos elementales. Si no logra los efectos electorales deseados, al menos incendia la pradera y envenena las aguas en que intentarán abrevar quienes vengan
El Populismo que avanza – el Populismo 2.0- es más bien un populismo de nuevo cuño, una enfermedad casi senil, producto del deterioro cognitivo y emocional prematuro de una democracia desbordada por las dinámicasoligárquicas que la envenenan . Es por ello el fruto de una revuelta de los hasta ahora incluidos y hoy marginados y expulsados del sistema. Se diría que es el populismo propio de una era pos democrática, entendiendo por tal lo que resta de las prácticas de la democracia bajo los efectos de una triple crisis, de representación, de legitimación y de soberanía. Una democracia sin atributos y sin representación, en la que nadie representa ya a nadie.
De allí el eclipse de toda posibilidad más o menos inmediata de cooperación y consenso. Es la sociedad de la indignación y del conflicto no encuadrado. Sin reglas, sin arbitrajes ni escenarios de concertación.
De allí la reacción en cierto modo desesperada de las campañas y su recurso coincidente al argumento del miedo. Desde el rosario de advertencias oficialistas acerca de los derechos y privilegios que se perderán en un próximo gobierno, hasta el patético “Todo o Nada” de JXC. La “motosierra” libertaria supera a su vez los límitesdel ridículo, de frente a una sociedad que, a cuarenta años de democracia, parece curada de espanto. No hay nada que pueda ya atemorizarla o mucho menos espantarla. Tiene los brazos llenos de cicatrices y no hay crisis ni privación a la que no haya sobrevivido.
Por el tipo de pulseada que ha quedado establecida, triunfará quien en definitiva cometa menos errores. Cada iniciativa de campaña implicará, con el correr de los últimos días, tantas ventajas como costos e inconvenientes. Lo que uno pueda ganar en fidelización de electorados propios lo pierde en términos de posibilidades de acceso franja cada vez más ancha de electoradosindependientes. En la recta final, el votante gana en distancia crítica y en espacios para desarrollar su independencia. Dos pasos hacia adelante aconsejan, casi de inmediato a dos pasos para atrás.
Lejos de marchar hacia un horizonte de incertidumbres, la sociedad parece más bien segura de sus posibilidades de dejar atrás una crisis inventada y alimentada exclusivamente desde la política. Una amplia mayoría cree en efecto que las cosas tienden a mejorar y que el efecto tóxico de la política comienza a diluirse. Los estudios disponibles acerca de las razones por las que se votó en las PASO coinciden en sus resultados con los relativos a lo que se quería haber escuchado en la campaña final. Las prioridades son casi unánimes: seguridad ciudadana, empleo, educación y salud.
Por sobre el fragor de las batallas mediáticas, cuesta recordar un momento de la historia reciente en la que tantos argentinos estuvieran tan de acuerdo en tantas cosas. Al mismo tiempo, es igualmente difícil recordar un momento de mayor crispación entre las alternativas en competencia. Señal acaso inequívoca de que el divorcio entre la sociedad y sus representantes ha llegado al límitede lo razonable.
Por Enrique Zuleta Puceiro-El Estadista