Misiones Para Todos

Prudencia y responsabilidad

En una semana donde Misiones marcó la diferencia con votos responsables en defensa de la educación, la salud y el federalismo, la política nacional mostró la otra cara: un presidente atrapado en sus propios errores, más pendiente de proteger a su círculo íntimo que de gobernar. Prudencia de un lado, caída del otro: dos formas de entender el poder en la Argentina.

La política argentina es un reflejo de la sociedad, y viceversa. En este periodo de la historia democrática nacional, donde el ruido reemplaza a los hechos y el capricho se confunde con conducción, la política misionera mostró esta semana que el poder no siempre está en los discursos más belicosos (como el del presidente Milei en la Bolsa de Comercio de Córdoba), sino en los votos justos, medidos y responsables. Fue en el Congreso de la Nación donde
diputados y senadores de Misiones dieron un paso adelante para sostener dos banderas que no admiten renuncia: la educación pública y la salud.

Primero en Diputados, donde Yamila Ruiz, Carlos Fernández, Alberto Arrúa y Daniel “Colo” Vanczik acompañaron el rechazo al veto presidencial contra la ley de financiamiento universitario y la ley de emergencia pediátrica. Luego en el Senado, con Sonia Rojas Decut y Carlos Arce votando a favor de un reparto federal y equitativo de los Aportes del Tesoro Nacional (ATN), garantizando que los recursos retenidos por la Nación lleguen en tiempo y forma a las provincias.

No hubo alarde ni sobreactuación. Hubo, en cambio, una señal clara al gobierno nacional: la independencia de las provincias y la dignidad de sus pueblos no se negocian. Con esos votos, Misiones volvió a recordarle al gobierno de los hermanos Milei y la familia Menem que el federalismo no es una consigna declamativa, sino un contrato vivo que se honra con hechos.

El presidente de la Cámara de Representantes y candidato a diputado nacional por el Frente Renovador Neo, Oscar Herrera Ahuad, recogió esa línea y la expresó con sencillez: “Siempre voy a estar al lado de los misioneros, defendiendo su derecho a estudiar y a acceder a la mejor atención en salud”. No son palabras al aire: esta semana recorrió la Universidad Nacional de Misiones, habló con docentes y estudiantes y reafirmó algo que excede a la coyuntura: sin educación pública y gratuita, no hay igualdad de oportunidades; sin salud, no hay desarrollo.

Hay algo cervantino en este gesto de Misiones: no se trata de embestir molinos, sino de sostener lo que verdaderamente importa en medio de un país convulsionado. Prudencia para elegir las batallas, responsabilidad para librarlas. Esa es la diferencia entre la política que se agota en la estridencia y la política que deja huella y se sostiene en el tiempo.

La política nacional atraviesa un escenario de desgaste, donde el presidente parece más ocupado en cubrir los escándalos de su círculo íntimo que en tender puentes para sacar al país adelante. Frente a ese desconcierto, los legisladores misioneros actuaron con la madurez propia de quien entiende que el tiempo histórico no admite frivolidades: cada voto tiene peso y cada decisión impacta en la vida cotidiana de millones de argentinos.

La lección que deja Misiones es sencilla pero contundente: gobernar no es una tarea de fe, ni un acto de feudos personales; es un ejercicio permanente de responsabilidad hacia quienes confían su destino en las instituciones. En ese punto, la Renovación volvió a mostrar que, más allá de coyunturas o alineamientos, hay convicciones que no se negocian. Y son esas convicciones —educación, salud, federalismo— las que sostendrán a Misiones aun cuando la Nación se tambalee.

Chupete

La administración de Javier Milei sigue atrapada en un tobogán que parece no tener final. El escándalo por las presuntas coimas en la Agencia Nacional de Discapacidad no solo golpeó el corazón del discurso moralizante que lo llevó al poder, sino que arrastró consigo a su hermana y secretaria general de la Presidencia, Karina Milei. “El Jefe”, quedó expuesta en la trama de poder que comparte con Lule Menem, un engranaje que hasta ayer aparecía como el núcleo de la construcción libertaria en las provincias. El discurso de transparencia se transformó en un
boomerang: lo que se usaba como látigo contra la casta ahora lo alcanza de lleno en el centro de su círculo íntimo.

El presidente reapareció este viernes en Córdoba, en el aniversario de la Bolsa de Comercio, flanqueado por los mismos nombres que lo depositaron en este desconcierto. El escenario no podía ser más adverso: el dólar superó los 1.500 pesos y el riesgo país rozó los 1.500 puntos.

Pese a ello, eligió repetir un discurso de barricada, con advertencias sobre el déficit fiscal y amenazas veladas a quienes, según él, “torpedean el cambio”.

En un pasaje que sorprendió incluso a los propios, Milei se comparó con Fernando de la Rúa, justo en la semana en que fue motivo de burlas por la frase “lo peor ya pasó”, idéntica a la que pronunció Chupete en 2001 antes del colapso. Al citar la reforma laboral, la bautizada ley banelco, el libertario pareció ensayar un paralelismo peligroso: presentarse como víctima antes de que sus propios errores lo devoren. Más que una advertencia, fue una confesión
involuntaria: el gobierno ya habla el idioma de las derrotas.

Lejos de consolidar poder, Milei exhibe que su gobierno se tambalea por decisiones propias y por la incapacidad de corregir el rumbo. El desgaste no proviene de la oposición ni de factores externos, sino de un estilo de conducción que confunde firmeza con cerrazón y estrategia con capricho. Los gobernadores que al inicio le dieron gobernabilidad hoy se agrupan para limitarlo, las alianzas se desgastan y los mercados, que alguna vez fueron su sostén, ya no responden con fe sino con escepticismo.

Su caída, en todo caso, no será producto de conspiraciones: será el resultado inevitable de sus propias elecciones. Como en las tragedias clásicas, donde el héroe no es vencido por la fuerza de sus enemigos sino por la soberbia de sus actos, Milei encarna un guion que se parece demasiado a la hamartia griega: el error fatal que conduce a la ruina. Edipo creyó escapar de su destino y terminó cumpliéndolo; Hamlet buscó venganza y destruyó todo a su alrededor; Lear se aferró a la sangre antes que al reino y terminó en la soledad.

Hoy, la presidencia de Milei transita ese mismo sendero. No necesita de la oposición para caer, porque ya está derrumbándose desde adentro. Y la Argentina, una vez más, asiste al espectáculo de un poder que se consume por sus propias decisiones, atrapado en un laberinto donde la salida no depende de sus enemigos, sino de sí mismo.

Por Sergio Fernández