“La vida es una auténtica caja de sorpresas”, dijo Isabel, que todavía aún no comprende cómo Pedro, desde el otro lado del Atlántico, leyó un posteo de ella en Facebook sin tener siquiera amigos en común ni nada que los uniera. Después del impacto de perder a su compañero de toda la vida, la mujer se animó a vivir un nuevo e inesperado capítulo en su vida
La historia de Isabel Ferrero llega por mail a Amores Reales y es tan positiva que es imposible no detenerse a leerla. Lo primero que dice al atender la llamada de Infobae, a diez mil kilómetros de distancia, es contundente: “Quiero transmitir que la vida de una mujer, ni la de nadie, termina a los 60 años. Yo no lo sabía pero ¡la vida es una auténtica caja llena de sorpresas! No me siento una persona de 61 por cumplir los 62… hace poco más de un año mi existencia cambió, gracias al amor, en un ciento por ciento”.
Papá con depresión y un novio que vuelve de la guerra
Isabel nació el 21 de noviembre de 1963 en una familia trabajadora, de clase media, en Cerro de las Rosas en la ciudad de Córdoba, Argentina.
“Mi papá era vendedor, viajante de comercio. Vendía mayormente productos de perfumería. Mi mamá era modista y eso le permitía quedarse con nosotros, sus cuatro hijos. Cuando cumplí 15 años mi papá cayó en una depresión severa y dejó su trabajo. Con lo que ganaba mamá no podíamos sobrevivir así que me puse a trabajar, después del horario del colegio, en una boutique del centro de la ciudad para colaborar con la familia. Mi sueldo hacía falta. Salía a las ocho de la noche de la boutique. Admito que fue una época dura. Cuando terminé el secundario ingresé a estudiar licenciatura en Recursos Humanos y, paralelamente, entré a trabajar en el Ministerio de Agua y Servicios Públicos de Córdoba. Me recibí, seguí trabajando, mi papá mejoró y la vida siguió”.
A Gustavo, quien se convertiría en su marido, lo conocía desde los 13 años. Pero fue recién después de que él volvió de la Guerra de Malvinas que empezaron a salir.
“Él era paracaidista, no alcanzó a entrar en combate en tierra, pero sí sobrevolaba el continente y muchas veces intercambió disparos. En uno de los saltos su paracaídas quedó medio enganchado en el ala del avión, se lesionó bastante, pero tuvo suerte porque antes de golpear la tierra se le abrió el segundo paracaídas”.
El relato de Isabel continúa: “Siempre habíamos sido amigos, pero al terminar la guerra, cuando nos vimos, sentimos que había una conexión especial, mucha onda. Nos pusimos de novios enseguida y, en pocos meses, nos casamos. Tuve a mi primer hijo Jeremías (hoy 38) a los 21 y, un año después, tuve a Agustín (37). Gustavo tenía un negocio de venta de especies, pero quebró cuando ya teníamos a nuestros primeros dos hijos. Entró a trabajar en una importante fábrica que hacía parabrisas para autos, aviones y barcos. Al tiempo llegó mi tercer hijo, Joaquín (32) de quién hoy tengo una nieta de 10 años que se llama Martina”.

Isabel y Pedro en España
Con el corazón en la mano
En esos primeros años de matrimonio Isabel se licenció en Recursos Humanos y continuó trabajando a pesar de criar a sus tres hijos: “Teníamos una vida tranquila, linda, y con mucho esfuerzo. No fue fácil, pero lo logramos. Mi hijo más grande es ingeniero civil, el segundo es protesista dental y el tercero, profesor de educación física. Todo iba bien hasta que a los 47 años a mi marido le diagnosticaron una enfermedad cardíaca severa y entró en lista de espera para un trasplante. Nunca se supo el origen de su cardiopatía. Decían que podía ser un virus que se alojó en su corazón. Sus últimos diez años fueron tremendos para todos. Estuvo siempre en esa lista, pero el corazón compatible con él nunca llegó. Varias veces fuimos al hospital porque había un donante, pero después resultaba que no era compatible o que Gustavo no estaba físicamente bien para afrontar semejante operación. Fueron tiempos durísimos.
En 2019 la golpeada fui yo: me diagnosticaron cáncer de colon. Por suerte salió todo bien. Pero no llegué a recuperarme del todo cuando, en 2020 y en medio de la Pandemia, Gustavo sufrió un infarto masivo. Fue quince días después de haberse dado la vacuna AstraZeneca contra el Covid 19. Yo estaba con Agustín, nuestro segundo hijo, y como no llegaba la ambulancia llamé al menor Joaquín, quien vino volando e intentó revivir a su padre hasta que llegaron los médicos. No fue posible. Estoy convencida de que fue la vacuna lo que terminó de matarlo porque después se supo que podía generar trombosis y él, justamente, tenía que tener bien líquida la sangre. De todas formas, el corazón de Gustavo funcionaba al 11 por ciento. Todos sabíamos que podía llegar ese momento aunque siempre manteníamos la esperanza del trasplante. Quedar viuda fue un gran impacto. Por suerte yo siempre seguí trabajando, en ese momento era secretaria del ministro de Servicios Públicos. Eso me mantuvo activa. Acepté que esa sería mi vida y que mi faceta como mujer se había agotado”.
Viuda resignada y una sorpresa virtual
“Después de la muerte de Gustavo, me quedé viviendo sola. Aunque tengo muchísimas amigas, el golpe fue tremendo. Gustavo había sido mi compañero de vida. Sentía un vacío enorme, pero lo aceptaba. A finales del año 2021, una noche de las tantas en las que andaba triste, bajoneada, me dio por escribir algo en Facebook. A mí siempre me gustó mucho la literatura. Soy fanática de García Lorca y de Antonio Machado. También de la pintura de Diego Velázquez, tengo a Las meninas en mi muro de Face, y escucho mucho a Joan Manuel Serrat. La cultura en general me atrapa. Lo que escribí esa noche era un texto donde contaba las similitudes entre los cordobeses de argentina y los andaluces. Resulta que a los dos o tres días me escribió alguien desconocido por Facebook. Me dijo que ese texto le había gustado mucho y que estaba muy bien escrito. Era un andaluz que se llamaba Pedro.No sé cómo le llegó mi posteo, porque no teníamos ni un solo amigo en común ni estábamos conectados por ningún lado. Algún algoritmo, quién sabe. Yo le agradecí y punto. Al día siguiente, me mandó otro mensaje, esta vez por messenger. Era domingo y yo andaba tristona. Empezamos a hablar por mensaje de texto a las 11 de la mañana y eran las 11 de la noche y seguíamos conversando. No le di mucha importancia al asunto, pensé que era algo que terminaba ahí. Unos días después él me mandó otro mensaje y la conversación siguió. Nos relatábamos nuestras vidas. Él era separado desde hacía años, con dos hijos y dos nietos. Me contó que era arquitecto y psicopedagogo, que había sido director de un instituto. En ese entonces yo tenía 58 y él 62 años. Una cosa fue llevando a la otra y se nos volvió costumbre hablar por teléfono. Hasta que un día de esos me pidió hacer una videollamada. Ya para ese momento yo me levantaba y le ponía Buenos días y él se preocupaba por saber si yo había llegado bien a mi trabajo. Todo a la distancia, pero a mí me gustaba esa faceta protectora de Pedro. Me transmitía tranquilidad y, al mismo tiempo, me infundió nuevas ganas de seguir viviendo. Yo no había tenido otras parejas en mi vida y creía que como mujer había llegado hasta ahí. Que todo había terminado, que no había nada más. Ni se me había ocurrido pensarlo. No había planes en mi cabeza de salir con nadie. Pero algo, no sé si llamarlo destino o azar, puso a Pedro en mi camino ese día en Facebook. Porque te insisto: no tenemos ni un solo amigo en común, ni nada que nos una en ningún sitio del planeta. Ninguno de los dos sabemos cómo ocurrió. Hasta el día de hoy nos lo preguntamos”.

La pareja compartiendo una cerveza en Córdoba
La gran historia
Fue justamente en esta etapa de la vida de Isabel que ocurrió ese amor que cambiaría su vida y la llevaría a hacer las valijas para cruzar el océano. Los mensajes y las voces viajaban sobre el mar, todos los días y a toda hora.
“Desde el 3 de enero del 2022 hasta septiembre del 22 estuvimos hablando y hablando sin pausa. Conocimos a nuestras respectivas familias, hijos y nietos por videollamada. Todos aceptaban la relación. Fue entonces que él me invitó a España y yo acepté el desafío y saqué el pasaje. Mis amigas más cercanas me decían que estaba loca, tenían miedo de que él fuera un loco, decían que era un enorme riesgo lanzarme a esta aventura. Mis hijos, en cambio, me apoyaron y no desconfiaron nunca. De tanto verlo en las llamadas era como que lo conocían. Yo no soy de hacerme problemas y tenía tres meses de vacaciones acumuladas. Hacía años que no me las tomaba por la enfermedad de Gustavo. Me tomé el tema como un viaje, no conocía Europa. Si la cosa pintaba fea o no funcionaba, me iría a viajar sola por ahí y, después, volvería a mi país”.
Isabel aterrizó en Madrid. Pedro, quien había viajado desde Ginés, cerca de Sevilla, para ir a buscarla, la estaba esperando.
“No me vas a creer pero apenas se abrió la puerta de salida y lo vi paradito ahí, esperándome ¡me encantó! Su aspecto ¡¡¡todo!!!”.
Pedro le dijo que ella era más chiquita de lo que había imaginado. Isabel mide 1.50 m. Ella se rió y él la abrazó con ternura.
Fue amor a primera vista.

"Fue amor a primera vista", contó Isabel sobre el día que conoció a Pedro personalmente
Miedos y realidades
Pedro tenía reservada una habitación de hotel para los dos, pero le dio la opción a Isabel de alojarse en un cuarto separado. Isabel le respondió que no, que se quedaría con él. “Después de todo, a eso había ido”, confiesa riendo, “a probar una relación”.
Los primeros cinco días fueron de paseos a museos y una completa recorrida de Madrid. Los siguientes cinco se quedaron en la casa de la hija de Pedro: “Me dio mucha confianza que me presentara a su familia. Era una muestra de que se tomaba en serio las cosas. Me sentí más enamorada que nunca. Me di cuenta con rapidez de que era una excelente persona. ¡Pensá que yo tenía 59 años! Ya no era una chica sino una señora mayor y tenía muchísima vergüenza con todos los prejuicios que uno arrastra. Encima tenía la enorme cicatriz de mi operación de 2019. Imaginate que yo no me sacaba la ropa ni delante de mi mamá o de mis hermanas y, de golpe, lo hacía ante un ser extraño ¡y no me daba ningún tipo de vergüenza! Era muy raro. ¿Sabés qué miedo tenía yo antes de conocerlo? Que no me gustara su olor. Pero todo funcionó de manera maravillosa. De pronto, me sentí viviendo una historia que no parecía ser la mía. Venía de pasar diez años con un marido muy enfermo, años en los que yo no había podido pensar en lo que quería. Me había perdido a mí misma. No había tenido una vida normal porque con Gustavo no podíamos ir a ningún sitio y me había dedicado totalmente a mis hijos y a mi nieta a quienes adoro. Era una nueva sensación de libertad absoluta, espectacular, donde me encontré conmigo y con mis necesidades”.
Isabel pasó tres meses de ensueño en España y se despidió sin saber bien cómo seguiría la relación. No lo sabían. Pedro prometió viajar a Argentina en enero de 2023. Y lo hizo.
“Cuando vino a visitarme, estuvo tres meses en mi casa y nos enamoramos más todavía. Lo paseé por todos lados: Cataratas, Buenos Aires, Mendoza… Conoció personalmente a mis hijos y nos fuimos de vacaciones con la familia del menor. Fue una experiencia lindísima. Pedro quería que yo me fuera a vivir a España con él, pero yo todavía trabajaba y me faltaba un año para jubilarme así que le dije que tendría que esperar. Todo ese año me dediqué a pensar qué iba a hacer y cómo lo iba a hacer. Me jubilé en abril del 2024 y en mayo, un mes después, ya estaba instalada viviendo con él en Ginés, cerca de Sevilla. Mis hijos me la hicieron fácil: estaban felices de verme feliz. Decían que hacía tiempo no me veían reír de esa manera. Jamás se opusieron a nada, ni con el pensamiento”.

Pedro prometió viajar a la Argentina, luego de la visita de Isabel y lo hizo
La vida de hoy y el alma partida
Pedro está jubilado desde hace seis años y la vida que hacen con Isabel es tranquila. Se levantan y van, por turnos, a realizar ejercicio. Primero Isabel se lleva el auto de Pedro para ir a pilates. Cuando vuelve, es él quien toma el auto y se va a nadar. Almuerzan juntos y, por las tardes, salen a caminar cuestas con el grupo de amigos de Pedro. Por las noches comen y luego ven series y, como costumbre cotidiana, están sus partidas de ajedrez. Adoran viajar y cada vez que pueden aprovechan las oportunidades que se les presentan.Isabel se lleva bien con todos, incluso con la ex de Pedro y madre de los hijos: “La aprecio mucho y ¡hasta salimos a tomar café juntas! Todo es casi perfecto, al punto que me parece que estoy viviendo una vida ajena, de fantasía. No me falta nada. Pedro es un hombre maravilloso, protector, que tiene todas las cualidades que cualquier mujer querría”.
Casi perfecto deslizó ella. Esas cuatro letras no hay que dejarlas pasar sin bucear en su contenido. Isabel confiesa: “Pedro me brinda lo mejor. Me preparó todos los papeles para ser pareja de hecho. Todo lo hizo él. Es súper organizado y, en menos de cuatro meses, obtuve la residencia por cinco años. Estoy muy acompañada y feliz con él, pero debo reconocer que tengo el corazón partido. Extraño demasiado a mis afectos de Argentina: a mis hijos, a mi nieta, a mi mamá Lucía que ya tiene 84 años, a mis hermanos y a mis amigas de toda una vida. Es durísimo. El desarraigo es cruel, pero también es cierto que al lado de Pedro todo es bondad. Aún así hay días en que me ataca la tristeza. Los domingos por ejemplo. A veces creo que no voy a poder aguantar, tengo ganas de hacer las maletas y volverme para abrazarlos. Él se da cuenta, me comprende. Me dice que no puede quererme más. ¡Que a esta edad alguien te diga eso y que lo sientas y te lo transmita de esa manera es increíble!”.

Una de las costumbres de la pareja es jugar al ajedrez y tomar mate
A Isabel y a Pedro los unen los gustos por el arte, la poesía, por el tablero de fichas blancas y negras y por la música: “A pesar de no tener nada en común en nuestro pasado somos muy parecidos. ¿Podés creer que durante este año que llevo viviendo con él jamás tuvimos una sola discusión? Me sorprende mucho. Porque con mi marido tenía algún que otro intercambio de palabras, lo normal. Con Pedro nada de nada”.
Reconoce que si bien estuvo enamorada de su marido, este amor le resulta totalmente distinto: “Es un amor diferente, sin compromisos, es un amor para disfrutar. ¡Este amor es un viaje liviano, donde puedo ser yo misma en todos los aspectos! Hoy me siento totalmente libre y enamorada. Me doy cuenta de que pude realizarme en esta etapa como persona y como mujer. Lo único que no me deja ser ciento por ciento feliz es la distancia con mis seres queridos. Aguanto porque sé que voy en noviembre, pero solo podré quedarme tres meses. A partir del 2026 va a ser distinto porque ya voy a ser ciudadana española y podré quedarme en la Argentina el tiempo que precise. La última Navidad fue la primera sin mi familia y te reconozco que experimenté un ataque de pánico. En un momento me planteé: ¿qué estoy haciendo acá sin mis hijos, sin mi nieta, con gente que no es la mía? Me cuestioné todo y me sentí descolocada. Después logré calmarme, soy bastante práctica, y volví a mirar para adelante”.
Isabel va pilotando su nave emocional de los extrañares como puede. Día a día. Con la certeza de que es libre y que, si lo desea, puede irse. Por ahora va eligiendo quedarse: “Cuando le planteo esto a Pedro veo que él lagrimea un poco y me conmueve. Siento que él es el compañero ideal”.
Para ir cerrando la nota le pregunto qué entiende ella por amor. Piensa bien antes de responder:
“Es una entrega sin esperar nada a cambio. Yo lo vivo así desde que tomé esta decisión. Aposté a esto y que dure el tiempo que sea. Sin condiciones. Amor es que los dos tengamos la libertad de poder seguir eligiendo lo que queremos cada día”.
El poema que escribió su admirado Antonio Machado, y luego cantó a su manera Serrat, va a la perfección con la nueva vida que está eligiendo Isabe cada mañana: “Caminante, son tus huellas el camino y nada más; caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante no hay camino sino estelas en la mar”.
Por Carolina Balbiani-Infobae