El único gobernador peronista opositor quiere hacer valer sus pergaminos cuando estalle la grieta. Modelo cordobesista, Círculo Rojo y refugio de albertistas.
Aunque le cueste imaginarla como definitiva, en el entorno de Juan Schiaretti saben que la decisión de Cristina Fernández de Kirchner de correrse del menú electoral de 2023 abrió un proceso de renovación que puso al peronismo nacional en una especie de asamblea permanente en la que se deben definir los pasos a seguir de cara a la contienda que definirá el futuro del país a partir del año próximo.
Las primeras conversaciones de ese contexto deliberativo tuvieron lugar a comienzos de la semana pasada en el cónclave que encontró a gobernadores alineados con el Frente de Todos y referentes de la CGT en el Consejo Federal de Inversiones (CFI). A Schiaretti esos espacios siempre le fueron ajenos. Es el único mandatario peronista que se reconoce opositor y está dispuesto a ingresar al foco del estallido solo para salvar a algunos heridos y sumarlos a un nuevo espacio, que imagina con una base peronista fuerte, pero no excluyente. En ese plan, elucubra una serie de alianzas en la que se imagina abrazado a las partes no polarizadas de los partidos de tradición popular de la Argentina. Es decir, al peronismo que reniega del kirchnerismo, pero todavía no se atreve a dar el salto, y al radicalismo antimacrista, que imagina huyendo de Juntos por el Cambio (JxC).
Nadie en el entorno del gobernador de Córdoba duda de sus intenciones de proyectarse a nivel nacional. Tampoco lo hacen demasiado en la vereda de enfrente, en donde lo ven como una rara avis en medio de la Argentina agrietada que no recibe críticas tan explicitas y suele cosechar algún que otro elogio. Existe algo que en la tierra del cuarteto y el fernet con coca se nombra como Modelo de Gestión Córdoba. Un concepto, una idea matriz forjada por el cordobesismo inventado por José Manuel De la Sota y perfeccionado por el hombre que, ante la imposibilidad de reelegir en su provincia, busca trascender las fronteras y exportar esa marca.
Anclado en el corazón productivo del país, Schiaretti es el máximo referente de un peronismo que se autopercibe dialoguista, republicano, productivista y con inclusión social. En sus apariciones nacionales del último tramo de este año, empezó a trazar un paralelo que quiere convertir en el espejo en que desea que su proyecto se observe a futuro. Lo paradójico es que la historia que se cuenta está intrínsecamente ligada a uno de los mitos fundacionales del kirchnerismo: la transversalidad.
“La última vez que Argentina sorteó una crisis de grandes magnitudes fue cuando Eduardo Duhalde y Raúl Alfonsín se pusieron de acuerdo para la salida de la convertibilidad. Hay sectores del PRO, del socialismo o del partido de Margarita Stolbizer con los que se puede trabajar, pero hay que animarse a decir las cosas. Nosotros nunca tuvimos nada que ver con el kirchnerismo, pero si gana alguno de los extremos de la grieta no vamos a poder salir de la situación actual”, afirmó Schiaretti en octubre en su paso por la UBA. A la vez, advierte que ni el radicalismo que reniega del ala dura del PRO, ni el peronismo no kirchnerista tienen chances de imponerse en las disputas internas de las coaliciones que hoy alimentan la polarización en la Argentina.
La semana pasada, el cordobés mantuvo una nueva reunión con Facundo Manes. El neurólogo radical tiene las mismas ideas que Schiaretti, pero una contradicción central a la hora de la praxis: no se quiere ir de JxC. El gobernador sabe que eso es un problema, pero está dispuesto a esperarlo. Mientras tanto, presiona. Busca ramificar una serie de vínculos ya aceitados en el Congreso. Allí, el Interbloque Federal, en el que el cordobesismo convive con electrones centristas del PJ bonaerense y el socialismo santafesino, aparece como la base para intentar abrir el diálogo político e institucional hacia los sectores que quieren correrse de la pelea polarizada, pero necesitan de un proyecto sólido que los contenga hacia adelante. En esa tarea también cumple un rol fundamental la senadora Alejandra Vigo, que desde la soledad de su banca en la Cámara alta proyecta alianzas estratégicas con el PJ que gobierna las provincias y con algunos sectores más tradicionales con los que Schiaretti sabe que tiene que empezar a contar. Por ejemplo, la facción no moyanista de la CGT.
Hace apenas unos días, el Chino Navarro, un funcionario con despacho en la Casa Rosada, aseguró que el cordobés “sería un gran candidato a Presidente”. En la segunda paradoja de esta historia, Schiaretti empieza a aparecer como una alternativa para sectores no kirchneristas del Gobierno, huérfanos de un albertismo que nunca sucedió. De hecho, el Movimiento Evita, donde milita Navarro, es parte de la coalición de gobierno en Córdoba.
La relación con el Círculo Rojo es otro de los elementos que Schiaretti viene haciendo jugar, desde hace rato, a su favor. El cordobés es uno de los predilectos de la Mesa de Enlace y de la Unión Industrial. Ambos nucleamientos observan con entusiasmo sus movimientos, lo invitan a sus eventos y se animan a presentarlo (casi) como uno de ellos. Además, el gobernador tiene una inmejorable relación con las autoridades de la Fundación Mediterránea, cuyo fundador fue uno de los primeros hombres que lo cobijó cuando volvió de su exilio brasilero, en tiempos de la recuperación democrática. Pía Astori, titular de la usina de ideas que tiene a Carlos Melconian como principal referente, es su amiga. Esos vínculos pueden pesar en la interna opositora y también engordar una potencial base electoral que, por el momento, no logra cruzar las fronteras de su provincia.
Con ese CV tonificado, Schiaretti pretende dar el paso que cree resultará definitivo para que su armado finalmente encauce el rumbo: debe encontrar a su Julio Cobos y esperar que la historia que pretende contar supere aquella trunca experiencia iniciada por Néstor Kirchner. Por esa razón, cada reunión suya con alguna figura radical genera revuelo en las filas de la oposición cordobesa, que siente que puede arrebatarle la provincia al PJ después de un cuarto de siglo.
Schiaretti también lo sabe y, mientras arma, también gobierna, porque tiene claro que si su delfín Martín Llaryora pierde la batalla cordobesa, sus sueños nacionales volverán a estallar y la ilusión se terminará. Esta vez, definitivamente.
Por César Pucheta – Letra P