Avisa que “está a disposición” para jugar en 2023. Solo se baja si Fernández busca la reelección. Pica con Massa. Campaña desde Brasil y bajadas al conurbano.
En mayo de 2021, 15 días antes de anunciar que enfrentaría a Jair Bolsonaro, el entonces expresidente de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva recibió en su casa a Daniel Scioli. “Tiene que haber tres certezas para que sea candidato”, le confió el líder del PT al embajador argentino. La primera, enumeró, era estar bien de salud; la segunda, con una política atomizada, necesitaría hablar con todos los sectores para pensar más en una coalición que en la tradicional estructura orgánica partidaria; la tercera, la que otras alianzas dejan pendiente cuando llegan al poder, garantizarse que podría hacer un buen gobierno. La enseñanza de Lula quedó en la mente del exgobernador bonaerense, al punto de que, más de un año después, da a entender que, si se cumplen esas tres condiciones, podría buscar su revancha en 2023.
Esos tres puntos y otros planetas deben alinearse para el exgobernador bonaerense que en 2015 se quedó en la puerta de la Casa Rosada -con la sangre en el ojo- cuando perdió el ballotage con Mauricio Macri por casi nada. El regreso de Lula al poder fue leído como un espejo para intentar anticipar una jugada de Cristina Fernández de Kirchner. Al final, luego de su renunciamiento a cualquier postulación para las próximas elecciones, la moraleja brasilera es esgrimida para otro intento de regreso. “Está a disposición”, aclara hoy por hoy el entorno de Scioli. ¿Para qué? Para postularse como síntesis del Frente de Todos o, al menos, como una de las ofertas en una hipotética primaria peronista. En público, el exvicepresidente se limita a decir que está cumpliendo con el rol que le encomendó Alberto Fernández. Desde la embajada en Brasilia, hace y seguirá haciendo política doméstica durante el verano, en la antesala electoral.
En los primeros meses de 2016, cuando todavía no había sido asimilada la derrota del peronismo que, en teoría, era impensada, Scioli se cruzó con un dirigente de la nueva oposición. Su interlocutor suele contar que el exgobernador, que durante la campaña había anunciado casi todo su gabinete sin temerle a la Maldición de Dardo Rocha, le confesó que barajaba su nombre para una de las dependencias aún vacantes en el imaginario gobierno. “Había perdido y seguía repartiendo cargos”, suele contar ahora la anécdota, entre risas, gracias a la perspectiva que brinda la distancia.
Por décimas, Scioli quedó a las puertas de una presidencia que las encuestas daban como inexorable. Incluso los guarismos convencieron a un kirchnerismo que quiso evitar a toda costa militar la ola naranja. Cristina Kirchner había tomado la decisión de pinchar los sueños de Florencio Randazzo. “Si lo ponés a cámara lenta, puedes ver el momento exacto en el que se le parte el corazón”, podría haber dicho Bart Simpson cuando se anunció a Carlos Zannini como compañero de boleta de Scioli, un hombre que hasta minutos antes organizaba la campaña del ministro de Interior y Transporte.
Con la vicepresidenta autoexcluida para tratar de volver a la Casa Rosada, Scioli se asoma por segunda vez en 2022 para ser un protagonista en 2023. En el regreso de su exilio diplomático brasilero para asumir en lugar del renunciante Matías Kulfas en la cartera de Desarrollo Productivo, que resultó efímero, la tropa del exgobernador se ilusionó por primera vez en el año. Aún con CFK en la cancha, Scioli se anotaba como titular en unas PASO en las que, aclaraban a su lado, sólo sería suplente de Fernández. Fiel a la doctrina verticalista del PJ, si el Presidente aspira a la reelección, él se queda en el banco. Si no, sale al campo contra quien sea.
Al bajarse, la propia Cristina recordó que Scioli quiso llevarla en la boleta 2015 como candidata a diputada. Parangón mediante, la vice prometió que, como en aquel entonces, el año que viene también se irá a su casa. No compartió papeleta con quien, apenas dejó la presidencia, debía argumentar a puertas cerradas su elección, a pesar del resquemor K que generaba el exmotonauta. Se amparaba en el clamor de gobernadores, sindicalistas y del Círculo Rojo, todos actores que le pedían que Scioli fuera el candidato. Los unían ocho años de una gobernación que vivió momentos de tensión con la Casa Rosada, con números en rojo que necesitaban fondos nacionales que eran retaceados.
El pasado que los unía iba más allá. Néstor Kirchner le ofreció llevarlo de vicepresidente cuando el PJ porteño se preparaba para coronarlo como su candidato en la Ciudad, un territorio esquivo hacía años, pero el mismo patagónico lo metió en el freezer cuando Scioli opinó contra el congelamiento tarifario. El karma K con sus vices no es potestad de Julio Cobos: también fue Kirchner quien, al enterarse en medio de un acto en el conurbano que había nacido en Ramos Mejía, se le ocurrió pedirle al histórico apoderado justicialista Jorge Landau que sondeara si era factible mudarlo del barrio porteño del Abasto a la provincia.
Cristina no sólo lo eligió en 2015, también en 2017: lo sumó a Unidad Ciudadana, para sorpresa de propios y ajenos. A partir de 2019, con el Frente de Todos en la Casa Rosada, su nombre era incluido en cada danza de nombres para el gabinete, al punto de volverse un chiste recurrente. La abrupta salida de Kulfas, condenado por un off the record explosivo contra el cristinismo, encontró a Scioli en Brasil. Cuando los portales argentinos lo daban como ministro, el todavía embajador no había hablado con Fernández, pero sabía que, si le ofrecían el cargo, iba a decir que sí de inmediato. Así lo hizo.
Los planetas parecieron alinearse. Tres semanas después, otra sorpresiva renuncia, la de Martín Guzmán, le generó dos alegrías: Fernández obturó el pretendido desembarco plenipotenciario de Sergio Massa en el gabinete y al frente de Economía nombró a quien Scioli hubiera nombrado en 2015: Silvina Bataklis. La naranja-señal se encendió y una troupe de dirigentes recordó su pasado en la función pública bonaerense para anotarse en la incipiente ola naranja, segunda parte. Poco le duró la alegría, por razones de público conocimiento.
Apenas demorada un mes, la llegada del líder del Frente Renovador al Ejecutivo volvió a mudarlo a Brasilia. El resquemor entre ambos se remonta a 2013, cuando el tigrense creyó que el exgobernador lo acompañaría a enfrentar al kirchnerismo. Se midieron en las urnas dos años después. El umbral de 2023 los encuentra en la misma carrera, sin admitir sus aspiraciones en público, pero con sus sueños en privado.
Para preparar el terreno por si las dudas, el exgobernador agendó un fin de año entre Brasil y la Argentina, marcando en el calendario el 1 de enero para la asunción de Lula. Para el verano prepara desembarcos en el conurbano como los que ya viene protagonizando, mojando la agenda massista industrial, invitado a fábricas para anuncios de exportación al vecino país. Con los teléfonos agendados de sus expares, después del recambio del gobierno en Brasil, al formalizar el contacto con sus nuevos interlocutores en la administración de Lula, el sciolismo no descarta retomar las misiones comerciales de mandatarios provinciales o intendentes para seducir al empresariado carioca.
Por Sebastián Iñurrieta – Letra P