Néstor e Irina se cruzaron en la primaria de un colegio de Etcheverry. Él le confesó su amor y ella lo rechazó. Más de diez años después, los caminos se volvieron a unir, formaron una pareja y comenzaron a convivir. Soñaban con ser padres, pero una tragedia lo cambió todo.
“Vas a ser el amor de mi vida”, le dijo un Néstor Ain Britte de solo ocho años a Irina Juárez, dos años mayor. La charla entre niños tuvo como sede la casa de la familia de ella, dado que su hermano menor era amigo de quien había hecho la romántica confesión. El romance, como cualquier otro de la primaria, no prosperó.
El tiempo pasó y los caminos se volvieron a unir diez años después, cuando ambos eran mayores e Irina recién había terminado una relación de ocho años. Sin embargo, la tragedia los terminó de separar: un brutal accidente que es investigado como posible homicidio terminó con la vida de Néstor, a quien Irina vio morir.
“Siempre decía que estaba enamorado de mí desde cuarto grado”, recordó Irina en diálogo con TN sobre las primeras indirectas que Néstor le hacía. Ella, cautelosa, decidió no avanzar porque era amigo de su hermano: “Los códigos primero”, advirtió.
Un trabajo terminó por estrechar los vínculos. La “gringa” -como le dicen en su pueblo- le consiguió trabajo como parrillero en el restaurante de la localidad bonaerense de Etcheverry, donde ella trabajaba como mesera.
El contacto del día a día, las visitas frecuentes a su casa y la cercanía que mantenían fueron los condimentos necesarios para que en apenas unos meses ella se le dijera que “sí”.“No podía creer que termináramos juntos, pero me enamoré”.
Pueblo chico, infierno grande, dicen. Por eso Irina mantuvo la cautela un tiempo: “Nos daba cosa salir por el pueblo a mostrar que estábamos juntos porque nos conocemos entre todos. Él vivía a cuatro cuadras y nos veíamos todo el tiempo”.
El tiempo pasó y la pareja creció. El día a día en el trabajo se terminó -ambos cambiaron de rubro y de empleo- y se transformó en un día a día de convivencia cuando ella decidió alquilar y lo invitó a vivir juntos.
“Era muy romántico, muy empalagoso. Todos los días se levantaba a besuquearme y me abrazaba. Se levantaba a las 6 de la mañana, tomábamos mates juntos y se iba a trabajar temprano porque era albañil”, recordó Irina.
Entre los recuerdos de la dinámica de pareja que mantenían, la joven reveló que todas las noches se acuerda de la frase que le repetía Néstor antes de irse a dormir: “Hoy estamos y mañana quién sabe”.
Más caseros que de salir a pasear por distintos lugares, Irina describió a la pareja como “muy compañeros” y contó que se dividían las tareas de la casa: “Yo lavaba y él cocinaba, éramos los dos muy activos. Nos proponíamos hacer algo y lo hacíamos juntos.
La convivencia en el alquiler duró cerca de un año, hasta que en septiembre del año pasado les aumentaron el precio y no pudieron pagarlo. Acostumbrados a recibir golpes, cada uno tuvo que volver a vivir con su familia.
Pero no fue por mucho tiempo, porque el joven de 24 años estaba construyendo una casa en el terreno donde vive su mamá. “Él se esforzó mucho y armó una cabañita, me terminé juntando con él ahí”, contó Irina.
“Armó la casillita, puso cerámica en el piso y tenía su cama. Yo lo ayudé con una garrafa, una cocina, una heladera y una mesita. Hace poco había terminado el baño, lo construyó él solo”, recordó.
Con el regreso de la vivencia, la pareja se afianzó y ella le hizo conocer por primera vez las Cataratas del Iguazú. “Él tenía una alegría enorme. Habíamos pagado el hotel, el micro, las excursiones y todo. Era algo completo. Él había salido del pueblo muy poco”, relató Irina.
Ya consolidados y con la construcción de la casa avanzando a paso firme, la pareja comenzó a proyectar hacia futuro: “Estábamos intentando tener un hijo, él era el que más quería. Soñábamos con tener una familia y jodíamos con el casamiento. Yo le decía que íbamos a tener un recastillo”.
Todos los proyectos y las ilusiones se las arrancaron el pasado viernes, cuando la pareja fue a tomar mate a la cantera de la localidad bonaerense de Gómez, partido de Brandsen, y se quedó sin nafta. Caminaron por la ruta buscando ayuda y un auto a toda velocidad atropelló y mató a Néstor. Irina lo vio todo.
“Era la segunda vez que íbamos a esa laguna porque no éramos de salir mucho”, contó Irina, visiblemente consternada por la tragedia que le tocó vivir. “Yo siento un vacío tremendo día a día, es algo increíble lo que me pasó”,
Dolida por la tragedia, describió a su amor: “Era muy atento a su familia, si te veía mal te sacaba una sonrisa y te alentaba. No lo veías mal nunca. Se hacía el fuerte, pero por dentro era un osito. Tenía un niño interior que lo hacía llorar, pero no lo demostraba mucho. Conmigo lloraba, hasta yo me sorprendía de que le daba vergüenza llorar. Siempre lo vi de ejemplo”.
Por Gonzalo Molina Prado-TN