El autosabotaje de las retenciones expone todo lo que no funciona en la desorganizada administración libertaria.
El episodio de las retenciones es un buen ejemplo del desorden político que vive el gobierno de Milei. Un anuncio que ofrecía al Gobierno un ángulo interesante para trabajar el voto del campo se convirtió en un martillazo en la cabeza y quemó en menos de 24 horas la espuma del rescate del Tesoro.
No parece casual que el atildado Scott Bessent haya mencionado en dos ocasiones la necesidad del gobierno de Milei de superar con éxito las elecciones de octubre. Un técnico diciéndole a los políticos que por favor se ocupen de la política.
El autosabotaje de las retenciones expone todo lo que no funciona en la desorganizada administración libertaria. El ministro de Economía es una isla de decisiones con un único objetivo de política económica: pisar el dólar para pisar la inflación. Listo, no hay nada más.
En un gobierno normal una decisión de primer orden como es bajar las retenciones a cero, hubiera pasado por el tamiz de una mesa política que a un mes de las elecciones plantearía lo obvio: ¿Cómo le sacamos hasta el último voto? Pero no, se la fumaron con la precocidad de un adolescente y dejaron a sus amigos productores esperando en el cordón de la vereda.
Tenemos entonces a Donald Trump haciendo lo imposible por salvar a su único aliado importante en la región, mientras inicia un acercamiento a Lula, tratando que no se note el retroceso. El esfuerzo del republicano por sostener a Milei es conmovedor porque contradice toda la retórica del America First que inflamó a su base, harta de gastar dólares en los rescates y construcción de naciones de los demócratas.
Pero en la Casa Rosada no parecen entender lo que se les pide: dejen de pelearse con el Congreso, ganen las elecciones y, sobre todo, basta de gastar préstamos en sostener artificialmente el valor del dólar. Acumulen reservas y paguen sus deudas.
Por eso, todo el paquete de ayuda de Bessent se activa después de las elecciones.
Milei mira a Trump y ve cualquier cosa menos a Trump. Un hombre completamente político, que pone el empleo, el crecimiento económico y el poder adquisitivo de los norteamericanos, por encima de cualquier cosa.
Pero volvamos a la política interna. El gobierno de Milei está paralizado porque el Presidente decidió que es incapaz de cumplir el rol básico de los presidentes que es liderar políticamente a su país. Los presidentes no son ministros de Economía ni secretarios de Hacienda, son presidentes. Es decir, líderes políticos. No es una tarea de inferior naturaleza al trabajo técnico. Pero, claro, Milei acaso sufre ese síndrome que afecta a los economistas más inexpertos, que se creen poseedores de un saber de iniciados. Hasta que la chocan.
Milei mira a Trump y ve cualquier cosa menos a Trump. Un hombre completamente político, que pone el empleo, el crecimiento económico y el poder adquisitivo de los norteamericanos, por encima de cualquier cosa. Por eso, cuando los despidos de Elon Musk empezaron a perforar su base electoral, echó al que echaba gente.
A ningún político sensato le gusta la imagen de empleados llorando en la puerta de sus trabajos porque se quedaron sin empleo. Esa foto es la que empieza a reproducirse en la Argentina y es lo que tampoco ve el ministro monotema Caputo.
El gobierno de Milei esta paralizado porque no pudo ordenar la interna de Santiago Caputo y Karina Milei, por la sencilla razón que no puede ponerle un límite a su hermana, la política con peor imagen del país. Los Menem siguen ahí, ella sigue ahí. No es que Milei quemó el manual de la política, es que no se le anima a la hermana.
Y ahora pasemos a lo importante: las elecciones. El gobierno pasó de subirse a la ola autoinventada de un triunfo arrasador a contar los votos de a uno y prender una vela a que La Libertad Avanza supere a Fuerza Patria en el total, aprovechando que en varias provincias el peronismo compite bajo otros sellos.
¿Si el gobierno pierde provincia de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba, pero gana en la suma nacional de votos, es un triunfo?. "No", es la escueta respuesta de uno de los estrategas electorales del Gobierno.
La clave es la provincia de Buenos Aires, del lado que caiga, queda el ganador.
El peronismo está competitivo en Río Negro, Chubut, Santa Fe, Chaco y Salta. ¿Qué manda el domingo a la noche? ¿La suma total por fuerza política, la cantidad de legisladores o el color que hegemoniza el mapa? ¿Qué va a mirar Bessent? ¿Y los mercados?.
Milei tiene que evitar como sea que el domingo de las elecciones, los diarios del mundo le titulen: El regreso de los peronistas. De eso hablamos cuando hablamos de octubre.
Y ahora pasemos a lo realmente importante: ¿Qué va a pasar el día después de las elecciones? ¿Sigue el mismo gabinete? ¿Sigue el dólar pisado de Caputo? ¿Sigue Caputo? ¿Siguen los Menem?
Karina, y en consecuencia Milei, quieren que siga todo lo más igual posible. La hermana del presidente estira las decisiones, para bien o mal.
Enfrente, Santiago Caputo apuesta a una reconfiguración que implica correr a los Menem, recomponer con el Congreso, llegar a un acuerdo con los gobernadores aliados y plasmarlo en un nuevo gabinete que los incorpore y que eventualmente lo incluya a él mismo como jefe de Gabinete y articulador de esa nueva coalición.
Juegos de arena, con la tormenta en el horizonte.
Por Ignacio Fidanza-LPO