Misiones Para Todos

Solo sé que no sé nada

La política navega entre especulaciones y silencios estratégicos. Nadie sabe dónde va a quedar parado.

Eso podría decir la gran mayoría de la política argentina. No es que la dirigencia vernácula se convirtió al socratismo, sino que es una absoluta sensación práctica y anímica. Nadie sabe dónde va a terminar en las listas, él, ella o el espacio al que pertenezcan… por ahora. Porque en la política líquida y cortoplacista todo puede ser posible. La primera parada es el 9 de julio cuando se inscriban frentes electorales en la provincia de Buenos Aires.

Existen cuatro tableros de incertidumbre. El primero es el panoficialismo que sigue sin avanzar en un esquema de acuerdo, ya que –gracias a Kicillof y sus aliados– ahora todos están obligados a negociar “paquete completo” septiembre y octubre. Entre el “vamos por todo” mileísta y el resultado “digno” definido por Macri, sigue el tironeo. El segundo tablero es el panperonista con las diferencias profundas (por el reparto de cargos, no ideológicas), entre dos tribus y media, ya que Sergio Tomás Copperfield –tercero en no discordia– juega más cerca de Cristina que de Axel. El tercer tablero es el de las terceras vías –Manes, Talerico, ¿los radicales?, ¿algunos del PRO?– que son un poco más o un poco menos, dependiendo del día. Nótese que nada de esto tiene en sus planes quedar del lado K del mundo, aunque algunos especularán hasta el final con terminar del lado L. Este sector se está desperezando por dos factores: 1) como ya dijimos la semana pasada, la agresividad asusta y el bolsillo no despierta, y 2) si existe la percepción de que el frente oficialista ganará, entonces el incentivo a enviar un mensaje de advertencia será mayor.

Por último, el cuarto tablero es el de los gobernadores dialoguistas que no terminan de tener definiciones de parte del Big Brother: ¿quiere alianza o no?, ¿qué ofrecería a cambio?, ¿le conviene una fragmentación para recluir al peronismo a su mínima expresión? No sabe/no contesta. Los muchachos gobernadores piensan ¿vale aliarse con malos pagadores?, ¿o mejor hacerles sentir el rigor de los votos para mejorar una futura capacidad de negociación? El gobierno libertario estará en minoría los cuatro años, y los votos estratégicos que le falten para impulsar reformas estructurales pueden costarles más caros los próximos dos años. Sobre todo si la recaudación se le sigue cayendo a los jefes provinciales: 20% el último mes comparado con 2024. Por eso vienen con un proyecto de ley de coparticipación de impuestos debajo del brazo.

En los cuatro casos, sobre todo en los dos primeros, se trata de la clásica guerra de nervios para que cada tribu logre la mejor tajada posible, bajo la amenaza ¿de qué?, ¿de ruptura? En el oficialismo creen que llevan las de ganar, interna y externamente. Por lo tanto, son menos susceptibles a la presión, aunque deben ganar la PBA sí o sí. Primero, por el efecto psicológico hacia octubre. Segundo, porque si el kirchnerismo les gana, se producirá un clima con nubarrones respecto a la sustentabilidad política del actual modelo económico, como lo venimos señalando en esta columna hace varios meses. Con otra relación de fuerzas interna, dentro del panperonismo sucede algo semejante, solo que la ruptura es la derrota segura: ninguno de los bandos tiene suficiente hándicap en la opinión pública para ganar todo en una mano. Solo ayudaría a descular el gran interrogante: ¿quién tiene más? ¿Axel o Cristina?, ¿y quién será más culpable de una derrota de cara a su electorado? No es menor para la política argentina, pero es una cuenta secundaria que se hará luego de un nuevo fracaso electoral.

El Javo ataca a Axel porque “el mal” necesita una cara visible para ser repudiado con mayor efectividad. No es lo mismo advertir sobre “el kirchnerismo” en general, que sobre un demonio de carne y hueso. Como comentamos la semana pasada, el Gobierno tiene a su favor que la parte no-K o anti-K de la Argentina, cree que “el mal” seguirá existiendo pese a la prisión domiciliaria. Solo que ahora hay que enrostrarlo de otra forma.

En su discurso del jueves en La Plata (acto en el cual cada asistente debió pagarse su propia vianda), el Presidente puso énfasis en las criticas sobre el manejo del tema salud y las usinas oficialistas sacaron a relucir la deuda que tiene el IOMA con el Garraham, corriendo un poco el foco de la discusión en un tema en el que estaba perdiendo por puntos. Nada improvisado. Esta semana, además, los dislates peronistas le hicieron un regalo: la habilitación de la reelección para los legisladores provinciales bonaerenses.Pero la incertidumbre no es solo política. Esta semana se instaló fuerte el debate sobre el balance de la cuenta corriente de la Argentina, que ya lleva once meses consecutivos en rojo, que este año será mucho mayor al acordado con el FMI, quien nos va a otorgar un nuevo perdón. Para que el incumplimiento no sea tan flagrante, Toto compró US$ 200 millones para las reservas, así después no andan diciendo que no hizo nada al respecto. Eso sí, no fue en el piso de la banda como quería el león.

También estamos en nivel récord de turismo emisivo. Justo ahora que va a haber menos oferta de dólares por exportaciones, incentivada por la cancelación de la baja de retenciones al maíz y la soja (mal humor en el campo). Tampoco nos mejoraron la nota en el boletín de las calificadoras de riesgo.

Seguimos siendo “standalone”, que significa “autónomo”. En criollo podríamos decir estamos “solos como loco malo”. Por las dudas que haya sequía (de divisas), el Gobierno hizo dos cosas: 1) incrementó su compra de dólares a futuro, y 2) obligó a los fondos fiduciarios a comprar bonos del Estado. Rascando la olla.

¿La incertidumbre económica determina a la política?, ¿o es al revés, como prefieren señalar algunos analistas más allegados al Gobierno?, ¿es el huevo o la gallina? Ambos factores se potencian, desde ya. Si bien la mayoría de la política cree que LLA lleva las de ganar en octubre –de hecho, las negociaciones se producen en ese marco de expectativa– el futuro nunca está escrito. Menos en la Argentina.

Por Carlos Fara