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Sunnitas, shiítas y jariyíes: los caminos divergentes del Islam

Año 610. En una cueva solitaria a las afueras de La Meca, un comerciante llamado Mahoma —hostigado por sus detractores— recibe lo que cambiará el curso de la historia: una revelación divina. Según la fe islámica, el arcángel Gabriel le transmite un mensaje de Dios, Alá, y le encomienda una misión trascendental: difundir una nueva religión por todo el mundo.

Avancemos hasta 2025. Hoy, uno de cada cuatro habitantes del planeta se identifica con el Islam, una fe viva, extensa y diversa, cuyas múltiples corrientes comenzaron a delinearse poco después de la muerte del Profeta, en el año 632. Las diferencias surgieron en torno a un tema central: quién debía suceder a Mahoma como guía de la comunidad musulmana, y con qué atributos.

El Profeta falleció en Medina, tras una enfermedad no especificada. En esa ciudad sagrada se levantó una mezquita que alberga su tumba, coronada por el imponente Domo Verde, una estructura que data del periodo otomano. Pero las tensiones por su legado ya estaban en marcha mucho antes, primero entre los musulmanes de Medina y los de La Meca, y luego entre la familia del Profeta y la élite política y religiosa de la incipiente comunidad islámica.

De ese entorno emergió el sunnismo, la rama mayoritaria del Islam actual —entre el 85 y el 90% de los musulmanes—. Para los sunnitas, Mahoma no nombró sucesor, y por eso eligieron a Abu Bakr Siddique, su amigo y suegro, como primer Califa, es decir, "Sucesor del Mensajero de Dios" (khalifat rasul Allah, luego abreviado como khalifa). El liderazgo debía recaer, según esta visión, en alguien de la tribu de Abu. Para los sunnitas, el Islam guía todos los aspectos de la vida cotidiana, pero sus líderes religiosos no son considerados infalibles, ni existe una autoridad central que los represente. La figura del Imám, en este contexto, es simplemente la de un guía espiritual.

Del otro lado se encuentran los shiítas, que sostienen que Mahoma sí designó a su sucesor: su yerno y primo, Alí ibn Abi Talib. Para ellos, el liderazgo debe permanecer en la familia del Profeta. Alí fue, finalmente, el cuarto Califa, aunque su acceso al poder se dio tras años de conflicto con la línea sucesoria sunnita. En la tradición shiíta, el Imám es más que un guía: es un líder infalible, designado por Dios, y con una interpretación exclusiva de la ley islámica. Esta rama también admite la taqiyya, el ocultamiento de la fe cuando la vida corre peligro. Aunque hoy están presentes en varios países, como Irán, Irak, Bahréin, Líbano y Azerbaiyán, el shiísmo se divide en cinco ramas, siendo la más influyente la del doceimamismo.

Según esta corriente, Alí fue el primero de los Doce Imames designados por Alá. El último, el Mahdi, desapareció en el año 874 para escapar de la persecución de la dinastía Abasí. Se cree que está oculto y que volverá un día para restablecer la justicia y el orden en el mundo. Aunque solo los shiítas creen en su permanencia milagrosa, tanto ellos como los sunnitas consideran significativo su eventual regreso.

Existe también una tercera gran rama, aunque hoy mucho más reducida: los jariyíes. Originalmente aliados de Alí, se apartaron de él durante las guerras de sucesión al no aceptar sus negociaciones con los oponentes. Para los jariyíes, el Califa debe ser simplemente el musulmán más apto, sin importar su linaje. Aunque son rigurosos con los propios musulmanes, sorprende su apertura hacia otras religiones. Sus comunidades hoy se encuentran en Omán, Zanzíbar y algunas zonas del Magreb.

El primer gran quiebre entre estas visiones se consolidó en el año 680. Husayn, nieto de Mahoma, se negó a reconocer al califa Omeya, de orientación sunnita. Fue asesinado junto a sus seguidores en Karbala, en lo que hoy es Irak. Aquella matanza marcó un punto sin retorno para la división entre sunnitas y shiítas. Todos los años, los shiítas conmemoran esta tragedia con profunda devoción.

Pese a las divisiones internas, nada detuvo el avance del Jihad, el concepto central de lucha o esfuerzo por expandir y defender la fe. Aunque comúnmente se asocia con el combate militar, también incluye una dimensión interior, personal y espiritual. Ochenta años después de la muerte del Profeta, el estandarte del Islam llegaba hasta lo que hoy son Francia, Pakistán y Georgia. En ese proceso, un tercio del mundo cristiano fue incorporado al nuevo credo.

Así se abrió un nuevo capítulo en la historia de los hijos de Abraham, marcado por la diversidad, los matices y la expansión de una de las religiones más influyentes del planeta.