En Misiones y el resto del país, la política juega a dos puntas: criticar a Milei mientras le allana el camino. Entre ausencias calculadas, alianzas de ocasión y reciclajes eternos, octubre se perfila menos como una elección legislativa y más como el examen final de un sistema que parece decidido a autodestruirse.
Los oficialismos provinciales caminan por una cornisa cada vez más angosta. Con un pie, intentan construir y presentar una propuesta legislativa para este año electoral; con el otro, tantean el terreno en la pulseada silenciosa con Javier Milei, aguardando que suelte parte de los recursos que retiene bajo la bandera —o la fantasía— del equilibrio fiscal.
El dilema es tan simple como brutal: si se guarda lo que se tiene y no se usa para cumplir los compromisos, la caja engorda, pero las deudas también. Y en el caso de Milei, ese rojo no se mide en dólares ni en balances, sino en carencias acumuladas y derechos postergados: la deuda social.
En Misiones, la tensión se juega en más de un tablero. Oscar Herrera Ahuad, elegido por Carlos Rovira para representar a la provincia en el Congreso (encabeza la lista de candidatos del oficialismo para los comicios del 26 de octubre), afila el discurso contra el gobierno nacional. No dudó en reclamar que los diputados acompañaran un proyecto de emergencia pediátrica para el Hospital Garrahan. Sin embargo, la estrategia del gobernador Hugo Passalacqua marchaba por otro carril: necesitaba que esos legisladores se ausentaran, para que Guillermo Francos cumpliera con la promesa hecha hace apenas dos semanas en Buenos Aires. Fue un gesto más de convivencia con la Casa Rosada, una ficha entregada con la esperanza de que el tablero general se mueva a favor. La pregunta es cuánto durará esa estrategia, porque de cara a octubre, los equilibrios ambiguos suelen convertirse en lastre.
El resto de los legisladores misioneros mostró sus propios matices. Martín Arjol se ausentó mientras seguía buscando señales de Karina Milei, “El Jefe” y armadora del oficialismo nacional. Maximiliano Bianchetti y Florencia Klipauka (esta última, de Activar, el partido y pyme política de la familia Puerta) ni disimulan: juegan abiertamente con La Libertad Avanza, y su rechazo a la iniciativa era tan previsible como anunciada.
Así, mientras Herrera Ahuad eleva el tono crítico, las ausencias de los diputados nacionales — que en la práctica favorecieron a Milei— dibujan una táctica mucho menos confrontativa. La pregunta sigue flotando: ¿dónde se para realmente la Renovación?
El desconcierto no es patrimonio exclusivo de Misiones. En Chubut, Ignacio Torres ordenó a su diputada Ana Clara Romero —cabeza de lista para renovar su banca— ausentarse al momento de votar. El detalle es que Torres jura que no favorece al oficialismo pero su diputada termina beneficiándolo. Entonces, ¿por qué no votar directamente como los libertarios? Al final, es subirse al mismo tren, solo que en el vagón equivocado.
La diferencia, si se quiere, es que los diputados misioneros no grabaron videos para explicar lo inexplicable, como hizo Romero. Porque si la idea es votar con obsecuencia, mejor elegir a los puros y ahorrarse el teatro.
Fracturas
El jueves cerró el plazo para inscribir frentes y partidos de cara a las legislativas de octubre, donde Misiones renovará tres bancas en la Cámara de Diputados. Pero la elección no se define solo en la provincia: en el Congreso se juega otro partido, el del avance o freno al proyecto libertario de Javier Milei. Y en ese tablero, el cierre de listas dejó más heridas que acuerdos.
La UCR y el PRO terminaron de dinamitar lo poco que quedaba de Juntos por el Cambio —o Unidos por el Futuro, como intentaron maquillarse en las provinciales—. La ruptura no fue un portazo, fue dinamita pura: los radicales desempolvaron la vieja lista 3 como si la nostalgia alcanzara para juntar votos y los amarillos, con la naturalidad del que ya se olvidó del pacto fundacional, se abrazaron a La Libertad Avanza. Sí, los mismos que juraban resistir al
kirchnerismo y a cualquier autoritarismo ahora se sacan selfies con Karina Milei. El arjolismo, por supuesto, consiguió la bendición de la hermana presidencial para acomodarse en esa fila.
En el radicalismo, Germán Palavecino encabezaría la lista con la esperanza de arrastrar los votos que en las provinciales obtuvo el pintoresco dúo de expolicías, que forma el probable candidato junto a Ramón Amarilla. En el bando libertario, la carta fuerte sería Javier Lanari, el segundo de Manuel Adorni, nacido en Posadas pero con carrera y domicilio político en Buenos Aires, es decir un completo extraño para la mayoría de los misioneros.
En el peronismo tampoco hubo sorpresas: el PJ intervenido y cooptado por el kirchnerismo repitió su método preferido: el dedo vertical desde Buenos Aires. La bendecida, otra vez, es Cristina Brítez, amiga de Máximo Kirchner, quien le garantiza el guiño de su madre Cristina Fernández. Nada nuevo: es la misma receta que en su momento usaron con Julia Perié o Juanchi Irrazábal. Para completar el cuadro, Héctor “Cacho” Bárbaro y su Partido Agrario y
Social quedaron afuera del reparto, después de reclamar un primer lugar que nunca llegó.
Sergio Massa y Máximo, los armadores nacionales del Frente Patria, ni siquiera le dijeron que no a Cacho, sencillamente dejaron de responderle.
La Renovación, mientras tanto, ya estaba lista y sin fracturas visibles, con Oscar Herrera Ahuad en la pole position. El escenario está servido para una polarización de manual: oficialismo renovador contra libertarios unidos con los amarillos. Los demás, a buscar migajas en un tablero donde las alianzas se arman según la conveniencia del día y las convicciones se archivan hasta nuevo aviso.
Engrudo
En octubre no solo se vota para renovar bancas: se define si el Congreso será un muro o una alfombra roja para el proyecto libertario de Javier Milei. Lo obvio, para cualquiera que mire el calendario político, es que esta elección es el verdadero plebiscito de su gestión. Sin embargo, buena parte de la dirigencia parece no haberlo entendido. Algunos siguen divididos, otros juntos pero apenas pegados con un engrudo electoral de esos que se usaban para los carteles viejos, en las campañas analógicas: aguantan hasta la noche del escrutinio y después se despegan solos.
La llegada de Milei no fue un accidente. Fue la consecuencia de un hartazgo profundo, similar al que se vivió en 2001, cuando Fernando de la Rúa, elegido con un discurso de moralidad y bajo el amparo de la convertibilidad, terminó hundido en medio del que se vayan todos. Aquel modelo político y económico colapsó bajo su presidencia y el vacío lo llenó un nuevo ciclo. Milei, con todas sus diferencias y excesos, encarna algo parecido: un gobierno de transición que podría poner fin a una manera de hacer política que se instaló desde 1983, basada en el
reparto, la rosca eterna y la supervivencia de los mismos nombres.
Claro que Milei no es infalible: su gestión acumula errores de ejecución que incluso sus defensores admiten a medias. Pero en octubre se decidirá si el voto ciudadano elige ponerle un freno legislativo o darle más diputados y senadores para que acelere. El clima de hastío que se expresó en 2023 no se evaporó. Al contrario, se mantiene y la oposición, con una torpeza admirable, a veces hace campaña para el propio Milei cuando vuelve a mostrar las caras y los gestos que el electorado ya rechazó sin miramientos.
Las formas del presidente —insultos, violencia verbal, desprecio por las instituciones— se suman al contexto social que sus propias políticas generan: salarios hundidos, inflación persistente, servicios recortados. Y, aun así, la oposición no logra articular un liderazgo capaz de disputarle el poder real. No hay relato alternativo ni figuras que transmitan algo distinto al reciclaje de siempre
Si en 2001 la consigna fue que se vayan todos, en 2025 podría surgir otra pregunta: ¿se irá solo Milei o con él se llevarán puesto un sistema político que no supo, no quiso o no pudo cambiar a tiempo?
Y ahí está el verdadero riesgo: que el electorado, agotado de elegir entre lo malo y lo peor, decida que más vale seguir probando con el experimento libertario antes que volver a un pasado que ya demostró ser un loop de promesas rotas. Porque mientras Milei grita, insulta y recorta, sus opositores parecen competir en una maratón por ver quién se tropieza primero.
En ese escenario, octubre no será una elección legislativa: será un referéndum sobre la capacidad de la política para reciclarse o autodestruirse. Si Milei gana, tendrá vía libre para avanzar sin frenos; si pierde, quedará acorralado, pero con la tranquilidad de saber que buena parte de la oposición sigue haciendo exactamente lo necesario para que él pueda volver a ganar.
Al final, más que una pulseada ideológica, lo que se juega es si la dirigencia opositora es capaz de despegarse del engrudo de siempre o si prefiere quedarse pegada a la pared, esperando que alguien la raspe en la próxima elección.
Por Sergio Fernández