El arresto del principal líder opositor volvió a sacudir a la Turquía gobernada hace más de dos décadas por Erdogan, puente geográfico entre Europa y Asia y jugador central en varios tableros a la vez, desde la posguerra de Siria hasta la expansión de la OTAN al Este, pasando por la gestión migratoria y las alianzas inter islámicas.
El arresto del principal líder opositor, el alcalde de Estambul, Ekrem Imamoglu (53) provocó una crisis política interna que hizo temblar a una Turquía convertida más que nunca en sensible puente geopolítico entre Oriente y Occidente, interesados por igual en mantener la estabilidad interna del país bicontinental.
Imamoglu quedó encarcelado hasta su juicio por cargos de corrupción en su administración de la principal ciudad turca desde 2019, además de ser señalado políticamente como colaborador de independentistas armados kurdos.
El episodio generó las mayores protestas en una década contra el presidente islamista Recep Tayyip Erdogan (71 años, 2003) y dejó 1.900 detenidos por apoyar a Imamoglu, candidato presidencial del opositor liberal y pro europeo Partido Republicano del Pueblo (CHP) para 2028, cuando el mandatario quedaría sin posible reelección. Las manifestaciones fueron motorizadas por jóvenes.
Imamoglu asumió en 2019 la alcaldía de Estambul, motor económico del país, tras derrotar dos veces a un candidato de Erdogan (hizo repetir los comicios) y fue reelegido en 2024. Simultáneamente con su arresto, la universidad pública de la ciudad le anuló su diploma de licenciado en administración de empresas, que obtuvo en 1994, y sin el cual queda inhabilitado como candidato presidencial.
Aunque la Constitución turca limita los mandatos presidenciales a dos completos, Erdogan (reelegido en segunda vuelta por el AKP en 2023 ante un candidato débil de una coalición de seis partidos) podría presentarse legalmente de nuevo si el Parlamento convoca elecciones anticipadas y acorta su segundo mandato.
En la Turquía moderna de tradición republicana y laica fundada por Mustafá Kemal Atatürk, en 1923, Erdogan ha reintroducido el factor religioso en la política, con un poder centralizado,de rasgos autoritarios, sin llegar a los extremos de Irán.

Imamoglu, líder del PHC sobre el queAtatürk construyó el sistema político laico turco del siglo veinte, denunció “una nueva fase en la caída de Turquía hacia el autoritarismo y el uso del poder arbitrario”, que podría tener repercusiones globales. “La era de los dictadores sin control exige que quienes creen en la democracia sean tan vehementes, contundentes e implacables como sus oponentes”, escribió.
Según la Fiscalía turca acusó a Imamoglu de liderar una organización criminal y aceptar sobornos, manipular licitaciones, manipular datos personales de ciudadanos y otros delitos en el Ayuntamiento. “Esta investigación la llevan a cabo íntegramente órganos judiciales independientes”, justificó el ministro de Justicia, Yilmaz Tunc.
El gobierno de Erdogan prohibió las protestas en las principales ciudades, limitó el acceso a las redes sociales y e inundó los canales de noticias oficialistas con filtraciones destinadas a señalar la culpabilidad de Imamoglu.
“Algunos grupos están abusando del derecho a manifestarse e intentando alterar el orden público”, argumentó el gobierno, que salió fortalecido de su gestión de los efectos del terremoto de 2023 (8.500 muertos y 34 mil millones de dólares de pérdidas) pero enfrenta una crisis económica con casi 40% de inflación anual (la Bolsa y la lira turca cayeron) que la detención de Imamoglu puede agravar.
Jenny White, profesora emérita del Instituto de Estudios Turcos de la Universidad de Estocolmo, dice que el país ha sido hasta ahora un “régimen autoritario competitivo” porque “hay competencia real, a pesar de todo. Pero si Erdogan consigue básicamente deshacerse del candidato opositor, entonces no habrá oposición real ni competencia, y no habrá elecciones reales. Y entonces será una autocracia total”.
“La proliferación de escuelas y programas islámicos forma parte del intento de Erdogan de moldear a los niños islámicos con una ética islámica. Pero los jóvenes ven en las redes sociales y en la TV cómo se vive en otros lugares. Más del 50% de la juventud turca quiere abandonar el país. Las manifestaciones que se ven ahora están protagonizadas por jóvenes que están hartos”, afirma White.
Siria, vecino y algo más

La Turquía de Erdogan (derecha) tuvo un rol clave en la caída de Bashar al-Assad en la vecina Siria (800 km de frontera), donde Ankara influyó con el doble propósito de contener a los grupos kurdos que proyectan un Kurdistán independiente -apoyados por EEUU- y apuntalar un gobierno que los contuviera.
Esa variante fue el líder sunnita Ahmed al-Sharaa (izquierda), del grupo Hayat Tahrir al-Sham (HTS), cuya vertiginosa ofensiva militar sobre el régimen de al-Assad a principios de año -cuando se debilitó el apoyo que le daban Rusia, Irán y su aliado Hezbollah- lo puso al frente del poder en Damasco y de un nuevo intento de unificar y reconstruir el país tras una década y media de guerra civil.
“El pueblo de Siria necesita unidad y ayuda para reconstruir su país desgarrado por la guerra. Como sus vecinos y hermanos, estamos tratando de contribuir a este esfuerzo”, dijo Erdogan.
Si bien puso en riesgo sus históricos vínculos con Rusia e Irán, el presidente Erdogan obtuvo en el corto plazo un primer fruto interno de su posicionamiento, ante los rebeldes kurdos asentados históricamente en las actuales Siria y Turquía.
Abdullah Öcalan, líder encarcelado del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), hizo un inesperado llamamiento al alto el fuego en la insurgencia contra el gobierno turco, camino al desarme del grupo y a su liberación, una movida que podría cerrar un capítulo conflictivo de cuatro décadas.

La movida de Erdogan abarca a la Rusia de Vladimir Putin, otro actor central de la guerra civil siria, con la que hizo valer la condición de Turquía de puente Este-Oeste (Turquía integra la misma OTAN que está en guerra con Moscú por Ucrania).
Erdogan y Putin acordaron colaborar para lograr una estabilidad duradera en Siria, defender la integridad territorial del país y neutralizar las divisiones étnicas y sectarias que caracterizan al país.
Erdogan apoyó incluso la integración al nuevo gobierno sirio de las Fuerzas Democráticas Sirias, lideradas por los kurdos, una manera de decirles que deben olvidar un proyecto de Kurdistán independiente y sumarse a una Siria unida.
El Ejército turco mantiene tropas en una “zona de seguridad” de unos 40 kilómetros de profundidad al norte de Siria, con ayuda del Ejército Nacional Sirio (SNA), una milicia islamista apoyada por Ankara que compitió con grupos kurdos.
Turquía ha acogido a unos 3,8 millones de refugiados sirios desde el inicio de la guerra civil, un flujo que ha complicado la crisis económica del país y que Erdogan quiere revertir hacia Siria cuanto antes, después de gestionarlo incluso como amenaza hacia Europa dejando que transitaran libremente hacia el Oeste.
De la OTAN a los BRICS

Desde el Oeste, la reacción ha sido cauta. “Estamos observando, hemos expresado nuestra preocupación; no nos gusta ver una inestabilidad como esta en el gobierno de un país que es un aliado tan cercano”, dijo el secretario de Estado norteamericano, Marco Rubio.
Hay “una muy buena relación de trabajo con Erdogan”, describió Rubio. “Son aliados de la OTAN. Nos gustaría cooperar con ellos en Siria y otros lugares”, una apreciación que no extrañó considerando que muchos analistas ya trazan un paralelo de democracia condicionada entre Erdogan y su par Donald J. Trump.
Al igual que con las intenciones que se le atribuyen al estadounidense bajo el paragüas ideológico del ultraconservador Proyecto 2025, el gobernante turco ha concentrado el poder estatal en sus manos, y sin impedir el voto demócrático, ha extendido su influencia sobre los medios de comunicación y el poder judicial.
Igual Rubio debió reconocer que no le agradaba “ver inestabilidad como esa en el gobierno de ningún país que sea un aliado tan cercano”, en alusión a Turquía, que es miembro de la OTAN desde 1952, como uno de los más antiguos, y asiento de la bases aérea estadounidense de Incirlik, centro del país.
El dato de Incirlik es relevante ahora que Estados Unidos se ha acercado a Rusia, en detrimento de Ucrania, y plantea abiertamente a Europa que debe hacerse cargo de su propia seguridad, para la cual Turquía ahora es más necesaria en el nuevo panorama geopolítico, incluso por su potente industria armamentística.

El Ejército de Turquía ocupa el segundo lugar después de EEUU en la OTAN. Según la analista Amanda Paul, la situación geográfica proporciona al país un “peso geopolítico que muchos otros países de la región, o incluso del mundo, no tienen”.
Si bien Turquía lleva tiempo postulando a la Unión Europea (UE), Bruselas ha congelado con desconfianza sus intentos y ha acusado incluso a Erdogan de prácticas poco democráticas indignas de los fundamentos del bloque. Sin embargo, ahora eligió suavizar sus críticas ante la detención de Imamoglu.
El valor estratégico de Turquía se extiende luego al Este y más allá, a todo el sur global. En octubre, Erdogan fue huésped especial de la cumbre de los BRICS en la ciudad rusa de Kazán, donde expresó su interés en incorporarse al grupo donde se destaca China, que lo convertiría en el primero de la OTAN en hacerlo.
A comienzos de 2024, Erdogan hizo valer todas las ventajas históricas de un país de antigua cultura, cuna del Imperio Otomano, y siempre a caballo de Oriente y Occidente. Condicionó el permiso de ingreso de Suecia a la OTAN (que amplió también con Finlandia) a allanar su propia y ansiada incorporación a la UE y la colaboración sueca en la represión de independentistas kurdos.
Después fue más allá y consiguió fondos de la Comisión Europea para financiar la permanencia de los 3,8 millones de sirios en territorio turco durante la guerra civil, aunque la anhelada incorporación de Turquía a la UE sigue resultando lejana.
